El equilibrio perfecto
El escultor Herminio Álvarez enseña los motivos por los que sigue creando en casa, entre «la paz y la tranquilidad» que le da La Caridad
-Pues yo creo que ya nos falta muy poco.
Ángel Fernández, ferreiro, artesano y artista del hierro, «padre» del Museo de la Forja de La Caridad y «hombre de esa gran inteligencia natural», dedicaba el tiempo libre a estudiar junto a su sobrino la utopía del movimiento continuo y se murió con la ilusión de haber estado muy cerca. A su sobrino Herminio, escultor y compañero de indagaciones, confeso admirador de la forja barroca artesanal de Fernández, aquellas conversaciones en la fragua le dejaron un poso inevitable y tal vez de algún modo reconocible en sus obras muy personales que ahora buscan la ingravidez, el equilibrio perfecto. El equilibrio escultórico, se entiende, porque el personal está plenamente conseguido gracias a la decisión de quedarse a vivir y a trabajar en La Caridad. «No siento ninguna necesidad de marcharme», asegura. «Es verdad que a lo mejor tampoco lo aceptaría para siempre, pero pudiendo salir y viajar cuando te apetece, el lugar de trabajo tiene que ser éste».
Herminio Álvarez (La Caridad, 1945) señala a su alrededor hacia el estudio diáfano y luminoso, hoy soleado, que antes fue parte de un gran supermercado, entonces «el mayor de Avilés a La Coruña», cuando el escultor era empresario. El tirón de la vocación, cuenta, se le hizo irresistible a los 45 años y no hay asomo de nada parecido al arrepentimiento. «Me gusta trabajar, disfruto», asegura, y el lujo de «dedicar parte de mi vida a lo que realmente me gusta» es real porque había «una familia que me apoyó muy fuertemente» y un escenario ideal: salgo a pasear y me encuentro con esta paz y esta tranquilidad...».
Para caminar y dar con algo parecido a la inspiración, «siempre que vengo de fuera, la primera visita es a Viavélez». El camino de apenas dos kilómetros que va de La Caridad al puerto «me transmite cosas». Será la mar, el entorno o los recuerdos de la infancia, pero aquí «vas impregnándote de sensaciones que al final, de algún modo, van saliendo». En la capital franquina, mientras tanto, la primera impresión reniega del Ayuntamiento demasiado moderno, añora la vieja plaza consistorial con casa de indianos y cementerio y lamenta el «cabanón» que se ha adosado a la iglesia del siglo XVIII para recrecerla. No es que convenga, dice, frenar la expansión urbanística ni mucho menos cerrar los ojos al crecimiento del pueblo, «pero tal vez habría que haber respetado un poco más, darle entidad a la villa».
Avenida de Galicia adelante, a pie por la arteria que vertebra el poblamiento de La Caridad y encauza el Camino de Santiago, pronto el complejo cultural As Quintas le reconciliará con lo viejo renovado. Su silueta externa de antigua casona solariega rehabilitada deja paso al interior contemporáneo, con su auditorio y «una de las mejores salas de exposiciones de Asturias», valora Herminio, parte activa de la asociación «Amigos de As Quintas», que gestiona la programación de esta sala en la planta alta de lo que fue vivienda. El escultor agradece el compromiso del Ayuntamiento de El Franco de permitir que este espacio se ocupe exclusivamente cuando merezca la pena, con muestras y autores «de un cierto nivel», y recuerda haberse implicado tanto en su restauración que «mi mujer me decía: "parece que te están haciendo una habitación para ti". El arquitecto debe de odiarme a muerte».
El paseo de vuelta desde As Quintas se detiene ante un edificio de la avenida de Galicia que conserva una estrella de Belén en la fachada y guarda dentro el «nacimiento asturiano» del artesano franquino José Ramón Díaz, con sus cientos de figuras en movimiento y su atención al mínimo detalle del paisaje, incluido el cambio del día a la noche. Se visita durante todo el año previa cita y «paisajísticamente está muy bien desarrollado», valora. «La Caridad empieza a tener cosas interesantes, pero tendrían que estar más abiertas al público, incluidas en un circuito». Porque pronto llegará la calle Pelayo y el bajo que aloja el Museo de la Forja «Ángel Fernández». Y los recuerdos. De niño, el escultor se escapaba de la tienda de su padre a visitar a su tío en la fragua. «Aparte del trabajo que hacía para comer, elaboraba estas obras de artesanía que, dentro de su estilo, son impresionantes», afirma. Están expuestas en un bajo de La Caridad, hay un robusto «Árbol de la vida», una mesa con sus sillas de concha de peregrino -«para mí, su mejor obra»- o una planta de maíz que tuvo este año en la feria de arte contemporáneo Arco, asegura Herminio, una réplica «muy parecida». Su tío Ángel Fernández era un artista mayor que «nunca quiso vender nada», que «empezó muy tarde y en muy malos tiempos, pero que en otras circunstancias podría haber llegado muy lejos».
Herminio ha vuelto al estudio de la calle Mohíces, al antiguo supermercado transfigurado en gran espacio de creación artística. Aunque no lo parezca, toda la obra a la vista es absolutamente autóctona: «Todas mis piezas se hacen aquí», desde la calderería a la carpintería. Lo más alejado es un taller mecánico de Salave (Tapia de Casariego) donde le acaban a la perfección el lacado. Y así ha sido siempre, igual ahora que cuando el arte ocupaba los ratos libres y el escultor hacía obras aparentemente imposibles como éstas que ahora enseña a las visitas detrás de una vitrina en su estudio: la Última Cena pintada en un grano de arroz y dos homenajes explícitos, la iglesia de La Caridad en la cabeza de un alfiler y un inconfundible paisaje de Viavélez en otro minúsculo granito de arroz.
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