Cuesta arriba cuesta más
El eje urbano de Riosa llama la atención sobre la materia prima de su entorno montañoso y el lastre de la falta de iniciativa para rentabilizar los recursos naturales o la ventaja turística de la imagen de marca que da el Angliru
A la izquierda de la carretera, donde empieza la comarcal RI-2, un gran panel vertical señaliza el kilómetro cero para dos cicloturistas que están a punto de abandonar la capital de Riosa bajo el sol tibio de cualquier sobremesa de un día laborable. En La Vega, barrio de La Puentialta, el panel radiografía el Angliru, «El Olimpo del ciclismo», con muchas advertencias sobre sus doce kilómetros y medio de ascensión, sus 1.573 metros de altitud, los 1.266 de desnivel, la pendiente media del 10,13 por ciento y la máxima del 23,5. El letrero es lo suficientemente grande como para que sea imposible no ver dónde empieza el futuro de Riosa, dónde está la frontera que separa el antes del después del concejo y, apurando mucho la metáfora, cuánto va a costar llegar a la cumbre. A los pies de la sierra del Aramo, donde la vista no consigue desembarazarse nunca de la sombra de la montaña, La Vega encabeza un municipio con el carbón a punto de la línea de llegada y el turismo activo y la explotación de los recursos naturales dando todavía las primeras pedaladas. Cuesta arriba. Riosa es este lugar que irrumpió de pronto en el mapa gracias a la etapa reina de la Vuelta Ciclista a España de 1999, este municipio de montaña al que se le hizo la boca agua a la vista de la curiosidad que despertaba aquella pendiente sostenida del 23 por ciento, pero que aún estudia el mejor modo de afrontarla. Honorino Ruiz, promotor de una asociación turística municipal que no cuajó, está mirando el mural que decora una sala de la Casa de Cultura en La Ará, un gran Angliru con el recorrido y los porcentajes del desnivel sobreimpresos en rojo sobre la foto, y a su vista ha retrocedido hasta las ilusiones del final del siglo pasado. Ha vuelto a la certeza de que han crecido otras cuestas aparte de las físicas, de que hay veces que el Angliru parece una leve tachuela al lado de los repechos que ha levantado en Riosa la decisión escasa para lanzarse a buscar la rueda buena, a sacar ventaja de los recursos. «Turísticamente, empezamos al revés. De repente, teníamos una marca, pero nada con que llenarla. De eso hace ya bastantes más de diez, la Vuelta ha vuelto cuatro veces más y en el inventario de resultados sigue sin haber prácticamente nada». O poco. O menos de lo que esperaban poder ofrecer trece años después del descubrimiento del «Olimpo del ciclismo» en una carretera empinada para uso ganadero debajo del picu Gamonal.
Encuentra eco aquí el diagnóstico de José Antonio Muñiz, alcalde socialista de Riosa, sobre cierto retraimiento de la iniciativa privada más allá de algunas aisladas; aparece el peso que Ruiz le da a «la cultura minera» y a la «falta de necesidad» que la acompaña. Pero la pared del Angliru sigue ahí, vigente aún la campaña publicitaria que recibió de ella, gratis, todo el concejo que la aloja. En su falda, el área recreativa de Viapará tiene recién terminado un hotel de titularidad municipal y el esqueleto parado del «Museo de la bicicleta», y en Coruxeo una aldea abandonada resucitó como hotel rural de lujo, pero en general la iniciativa sólo salpica la geografía de este concejo donde siguen vivas, eso sí, aquella imagen de marca y sobre todo la esperanza de encontrar otras voluntades decididas a rentabilizar la materia prima en bruto que cerca por todas partes la continuidad urbana que configuran sin fisuras La Vega y La Ará. Lo dicen los de dentro y asienten algunos de los que vinieron de fuera. Al decir de Lupercio González, canario de nacimiento y riosano por vocación, «la médula espinal del asunto es que aquí no se ha asumido una transformación de fondo, que el monocultivo se acaba» y que al final «se echa en falta gente con espíritu empresarial, con iniciativas» para articular el cambio de sentido. Habla la experiencia del subdirector de Fusión, una empresa editorial muy diversificada que tenía la sede enfrente del teatro Campoamor y se la trajo a Riosa buscando calidad de vida, sacando provecho del universo digital que puede poner todo el mundo al alcance de una oficina en La Vega de Riosa. Aquel «¿por qué no?» que pronunciaron ellos un día es lo que falta hoy, viene a decir, para ayudar a levantar del todo este sitio a tiro de piedra de la naturaleza virgen del Aramo y a un cuarto de hora de Oviedo, a cuarenta minutos del aeropuerto y a algo menos de la playa. Con la perspectiva que da la distancia, Lupercio González sostiene que «tenemos que valorar lo que tenemos y saber presentarlo. Es un paquete, sólo falta el envoltorio».
En La Vega, debajo del gran panel que da la bienvenida a los que se atreven con el Angliru, casi oculto por el quitamiedos está el mojón del kilómetro cero de la ascensión. Alguien dirá que esconde una advertencia figurada sobre el estado de los recursos principales, del «filón» turístico y agroalimentario que lo rodea, del «cheque en blanco» que no se agota, qué va, en las rampas casi imposibles del Angliru. Las minas prehistóricas de cobre de Texeo piden un impulso, los ejemplos aislados de imaginación turística, compañía y Lorena Sariego, bióloga, propietaria de una plantación de arándanos en Fresneo, atención para la nueva versión del aprovechamiento agrario y la pequeña industria de transformación agroalimentaria. Cuidado con «el paisaje y la naturaleza, la silvicultura y los bosques, que son alucinantes y están prácticamente en bruto, abandonados».
Precisamente por esa potencia que se sigue adivinando en Riosa, en mitad de la pequeña traza urbana de La Vega, junto al Ayuntamiento, Eva Hevia y sus hermanos abrieron en 2007 un hotel de tres estrellas que el mercado detuvo en seco. Este mes hace exactamente dos años que han virado el sentido del negocio, sustituyendo el alojamiento turístico por una residencia de ancianos porque «turísticamente vimos que no iba muy allá», explica Hevia, y decidieron tomar el primer desvío. A lo mejor se cansaron de no tener demasiadas respuestas para las preguntas de los turistas sobre lo que podían hacer en un día de lluvia, o qué responder a la duda de adónde ir después de bajar de ver, si el día estaba claro, casi toda Asturias desde lo alto del Angliru. «Nos daba hasta vergüenza no tener ni un libro de sendas». Molestaba que se fueran «decepcionados» y su viraje es un indicio claro del camino que le queda a la explotación del turismo en Riosa. Hoy, el negocio de los Hevia es otra cosa y funciona. Vieron otro filón distinto en la población envejecida, en la gente mayor de aquí que quería vivir mejor sin marcharse de aquí, y no tienen plazas libres para el mes que viene.
A su alrededor, el pequeño núcleo urbano de la capital riosana y su apósito de hábitat minero en La Ará suman casi exactamente la mitad de la población de un concejo de 2.170 habitantes que se ha dejado cuatrocientos, más de un quince por ciento, sólo en este arranque de siglo. Las dos localidades, físicamente pegadas a lo largo de la orilla del río que lleva el nombre del concejo, tienen a la vista los motivos de su evolución demográfica en direcciones opuestas. Aún hay más gente viviendo en La Ará, pero su configuración física, invadida a ambos lados del cauce por una barriada minera de los años cincuenta del siglo pasado, explica por qué su pérdida bruta supera los doscientos residentes desde 2000 -de 900 a 700- y la relativa roza el 25 por ciento, mientras que La Vega, río arriba, con su estructura urbana de abundante edificación levantada de los ochenta en adelante, ha progresado levemente desde los 336 residentes de 2000 hasta los 351 de la última cifra disponible. «La Ará es el barrio minero hecho con gente de fuera», explica Honorino Ruiz, «donde más se siente el descenso de actividad en la mina, mientras que a La Vega, con otro tipo de construcción y otra oferta de vivienda, bajó más gente de los pueblos y por eso no ha perdido población». Es el contraste entre los bloques de cinco alturas, blancos con ribetes beige en las ventanas, que reciben en La Vega y las siete hileras de pabellones de ladrillo visto y dos y tres alturas que componen a los dos lados del río el centro de La Ará, el poblado más llano con colegio y zona deportiva que no atiende hace tiempo a lo que dice la etimología de su topónimo: «Antigua tierra arada».
El libro de ruta de Riosa cuenta con que este presente de retroceso demográfico viene de aquel lugar del pasado donde todas las respuestas estaban dentro del pozo Monsacro. La mina, en terreno compartido entre este concejo y el de Morcín, resiste abierta sin dar todo lo que dio ni facilitar las alternativas en este municipio que pena, dice su Alcalde, por el impedimento orográfico en la búsqueda de un sustituto a la altura del aluvión de empleo minero. Muñiz reutiliza una cita del urbanista Ramón Fernández Rañada para retratar el suyo «tal vez como el municipio asturiano con menos metros cuadrados utilizables para suelo industrial». La montaña está tan presente que se ve detrás de los problemas y de las soluciones. La carencia de terreno es un obstáculo común para el empleo y la vivienda también en la opinión de Geraldina González y Lidia Ruiz, directivas de la Asociación de Mujeres «La Pimpana». «Sabemos que los polígonos no son la panacea», sigue el Alcalde, y sobre todo que no sirven como sustitutos de todo lo que generaron aquí Minas de Riosa primero y Hunosa después, pero sí podrían ayudar a extraer del ideario colectivo la sensación de que una parte de la responsabilidad del despoblamiento corre a cargo de «una cadena en la que el empleo es el problema originario», apunta Lorena Sariego. «Cuando hay, la gente se queda y los niños estudian aquí». Y en Riosa, hoy, hay de dónde tirar para suplir aquella carencia orográfica de suelo industrial por el autoempleo y la pequeña empresa, aunque en ese punto se vea más potencia que actos, más materia prima que gente dispuesta a transformarla. Será porque el pozo Monsacro sigue abierto, dando de sí lo poco que puede en el límite de Riosa con Morcín, pero Honorino Ruiz afirma que «todavía no nos hemos enterado de que la mina ha caído» y Eva Hevia, que por aquí se sigue oyendo demasiado aquel mantra descorazonador: «Por seiscientos euros mi hijo no va a trabajar, para eso se los doy yo».
La mina que se acaba, la que quiere volver y las ruedas a seguir
De la pared del fondo, en un bar de La Vega, cuelga una camiseta azul con el mapa de Riosa serigrafiado en blanco debajo de las cinco letras que componen la leyenda emblemática de la materia prima que sigue pendiente de uso en Riosa. «Texeo». La camiseta, que señaliza las minas prehistóricas de cobre al sur del municipio, es un modo barato de reivindicar que la minería riosana no es de ahora ni ha dejado de tener recorrido, que en este concejo están sin enseñar los yacimientos más antiguos de Europa. Y mientras al Norte, a la entrada de Riosa desde Morcín, se acaba una mina, en el municipio hay quienes apostarían por abrir otra de otra manera en el extremo opuesto del mapa. Al oír Texeo, Honorino Ruiz retrocede hasta una conversación en la feria turística Fitur con un responsable de una revista estadounidense especializada en geología y concluye, a partir de su sorpresa y de su promesa de venir, que «no sabemos valorar lo que tenemos. Tienen que venir a decírnoslo los de fuera». El equipo que estudió los restos, con el catedrático de Prehistoria Miguel Ángel de Blas a la cabeza, lo sabe de sobra, igual que el Ayuntamiento de Riosa, que adquirió los terrenos y restauró parcialmente el poblado minero de Rioseco, de estilo inglés y edificado a finales del siglo XIX durante la etapa moderna de la explotación del cobre del Aramo, que cesó hace más de medio siglo. Otra cosa es, otra vez, el empujón para conseguir que vuelva a andar. «Esperamos», interviene el Alcalde, «poder dar un impulso al caserío a lo largo de este mandato». Las minas guardan los orígenes de la actividad minera en Asturias y comparten, sin embargo, el estado de espera expectante que la voz colectiva del vecindario riosano asigna a muchos de los materiales que podrían servir para construir un futuro diferente.
La duermevela del campo, por poner sólo un ejemplo. Lorena Sariego utiliza la experiencia propia para apuntalar la certeza de que el terreno permite «explotaciones agrícolas de una hectárea o dos, de cultivos fuera de temporada, sanear los bosques para explotar la madera, aprovechar la gran producción de castañas, explotar las condiciones de la zona para la ganadería ecológica...». La lista podría seguir por la sensación de que a continuación del primer impulso «podría venir la industria transformadora», pero el optimismo queda de pronto amortiguado por un vistazo alrededor, a la callada quietud de la travesía de la AS-231 al paso por La Ará e incluso a la estructura de la población, de la que dan fe el lleno que comparten en La Vega la residencia de mayores de los Hevia y su vecino el nuevo equipamiento público para la tercera edad. A Lupercio González, exponente de las ideas que se retorcieron hasta encontrar un modo nuevo de hacer pueblo -lo que empezó con la edición de una revista y la fotografía digital ha derivado hacia los trabajos verticales y las limpiezas en altura-, se le adelanta una y otra vez «el mismo problema. Los elementos están creados, pero no hay gente que coja la azada y se ponga manos a la obra. La Montaña Central es una marca reconocida que hay que llenar con los elementos que tenemos aquí, como el turismo y la agroalimentación. Sólo hace falta envolverlos».
Hay un problema en el encendido de la mecha, persevera, y al menos otro en la carencia esencial de relevo generacional. Lo peor es que sea una excepción la continuidad del emprendimiento del padre en los hijos de la familia Hevia o la persistencia por producir aquí que encarnan Lorena Sariego, con las arandaneras de Fresneo, o Jovino González, propietario de un supermercado en La Vega y de una fábrica de embutido autóctono en La Castañar. Son iniciativas aisladas, islotes de audacia, ejemplos de las ruedas a seguir para llenar de contenido la marca que ha sacado del pelotón a este concejo que se define por ser el que vive a la falda del Angliru y el que quiere vivir de lo que da de sí la sublimación del sufrimiento. O eso viene a decir la pintada que anuncia el «infierno» en el asfalto de lo más duro del puerto. Lo insinúan también los nombres de los establecimientos turísticos de La Vega, lo confirma la silueta del Aramo en la parte inferior del escudo de Riosa y da fe, en un jardín delante de la plaza de la Constitución, una placa con los escudos de Mazzo de Valtellina y Riosa, las cunas, dice, de dos puertos «míticos del ciclismo mundial», Mortirolo y Angliru, hermanadas en septiembre de 2010. Dos sitios ligados a su montaña, inconcebibles sin ella, dos expectativas de aprovechamiento turístico a rebufo de las bicicletas.
Preparar el terreno, sembrar, esperar
Lorena Sariego no vive aquí, pero al pensar una manera de buscarle las vueltas al aprovechamiento agrario miró inmediatamente a Riosa. Nieta e hija de riosanos, el empeño por enraizar en algún lugar su apuesta por la naturaleza trajo a Fresneo siete hectáreas de arandaneras. Utilizó una finca familiar, necesitó dos años y medio para preparar el terreno y lleva otros dos con las plantas en la tierra. La imagen de la preparación del terreno, de la siembra y la espera por los frutos vale para ella en el sentido literal y para toda Riosa en el figurado. Porque su iniciativa agraria no se agota en las plantas, porque puede llegar a ramificar su desarrollo hacia la industria transformadora y sirve para saber que hay un camino por desbrozar. «La fruta que no se vende fresca se puede manufacturar», apunta, «y si hubiera mucho volumen, llegar a generar una producción a pequeña escala». Está pensando en las mermeladas y en todo lo que dan de sí los pequeños frutos que cultiva en Fresneo, pero también, extendiendo la idea, en los brazos y las ideas que a su alrededor está pidiendo Riosa para superar las pendientes que levanta una mentalidad colectiva no demasiado inclinada hacia el espíritu emprendedor. Su caso es un ejemplo, uno de los aislados recorridos en contra de la corriente que se echan en falta en La Vega, en La Ará y en todo el concejo, impregnado de mentalidad minera. «Los padres», dice ella, «nunca nos han dicho que podíamos dedicarnos a la agricultura o a la ganadería, sino que había que estudiar e ir a la Universidad, para salir de aquí». Y ahora resulta que aquí se abren rutas nuevas, diferentes, modos innovadores de aprovechamiento de lo que la tierra da casi gratis.
Cuando oye que el porvenir de esta zona es inequívocamente turístico, asiente con el matiz de la interdependencia entre el turismo rural y el medio rural y la existencia inviable de uno sin el otro. De los hoteles con el cuidado de los bosques, de la señalización de las rutas con el desarrollo agroalimentario, de sus arándanos con los embutidos y todo el tejido empresarial en mantillas. Turismo, sí, viene a decir, «pero con una perspectiva integradora. Hay que hacer sendas fluviales, preparar otras no con pendientes muy pronunciadas para que puedan recorrerlas niños... Y apoyarlo todo en una infraestructura».
El Mirador
_ Viapará
El hotel de Viapará, en el área recreativa donde empieza a empinarse la carretera que lleva al Angliru, tiene la obra terminada y pendiente de la conexión del suministro de agua para que su gestión salga a licitación, «en tres o cuatro meses» en la estimación del alcalde de Riosa. Era el eje del proyecto «Angliru base» junto a una red de senderos y rutas ciclista y al Museo de la Bicicleta, éste «quieto y parado», frenado en su etapa de gestación a la espera de que resuciten los fondos mineros. La estructura no tiene más que los primeros pilotes, pero esta crisis no durará para siempre y «no renunciamos a ello», afirma José Antonio Muñiz.
_ Las minas
Las explotaciones prehistóricas de cobre Texeo y el poblado minero de Rioseco son uno de los grandes activos durmientes de la explotación turística riosana. El Ayuntamiento adquirió los terrenos tras una negociación no exenta de tiranteces por el apego sentimental de la propiedad y acometió la primera inversión de rehabilitación en los edificios. Lo siguiente, ahora que la crisis pone sus propias condiciones, es un «impasse», asegura Muñiz, mientras se busca la fórmula de dotarlo de contenido y actividad. En Asturias, ésta es la prueba, «están representadas a través de vestigios prácticamente todas las edades del ser humano» y eso, propone Lupercio González, «podría dar para más de una ruta turística».
_ ¿Un camping?
En el terreno del aprovechamiento turístico, junto a las iniciativas singulares y el desarrollo de las potencialidades del entorno natural, Lupercio González ve campo abierto para aprovechar un camping. «Uno pequeño, de montaña», precisa, tal vez en el área de Viapará y al alcance de las primeras rampas del Angliru.
_ Los mayores
Debajo del Ayuntamiento, en los terrenos del centro de La Vega donde estuvo la gran posesión de la Casa Cabo, Riosa acaba de abrir diez plazas en una residencia para mayores. Dada la estructura de la población, el equipamiento pide el complemento de un centro de día, confirma el Alcalde.
_ Los niños
En el perfeccionamiento de las condiciones de vida y la articulación de un entorno urbano agradable, hay aquí quien observa una necesidad en «las madres que se ven obligadas a llevar a sus hijos a guarderías de fuera del concejo». Un equipamiento así, complementario de una ambulancia de atención permanente, pondría las primeras piedras para la mejora de servicios que está pidiendo la apuesta por la función residencial en el eje urbano riosano.
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