Medicina deportiva

El riosano Alberto Suárez, atleta paralímpico y campeón mundial, un experto en el valor reparador del deporte, invita a aprovechar el potencial que el ciclismo y el Angliru han puesto ante su concejo

Marcos Palicio / La Vega / La Ará (Riosa)

-¿Riosa? Pues no caigo.

Alberto Suárez Laso, atleta paralímpico, campeón del mundo y dos veces plusmarquista mundial de maratón, ha dejado de tener que ir hasta  Oviedo a buscar una referencia para localizar su concejo natal. «Ahora digo Angliru y ya está ubicado». Riosa es, sobre todo, esto que está a los pies de un puerto de montaña rescatado del anonimato por un pelotón de ciclistas subiendo una pendiente casi imposible dirigida hacia el corazón de la sierra del Aramo. Ese cambio en la percepción colectiva de los escenarios que recorrió de niño le viene a confirmar que se puede vivir mejor al abrigo del deporte, aunque él ya lo sabía. Alberto fue portero de fútbol y de fútbol sala en Riosa y Morcín, hasta que a los treinta años le diagnosticaron una degeneración macular con distrofia de conos, genética y degenerativa, y le encontró el lado bueno a la posibilidad de echar a correr. En cuatro años y medio de carrera atlética, el deportista riosano es el vigente campeón del mundo de maratón en su categoría, la T12, la anterior a la ceguera total, y cuatro veces plusmarquista mundial además de medalla de bronce en los 10.000 metros del mismo campeonato, disputado en Nueva Zelanda en 2011. Tiene el récord parado en dos horas y 23 minutos y prepara su primera participación en unos Juegos Paralímpicos. Competirá en Londres el 9 de septiembre, justo el día muy especial del tercer cumpleaños de su hijo.

Antes de que sucediera todo, Alberto Suárez corrió por todo el eje urbano de Riosa, de la ladera de La Vega a la vega de La Ará. El niño vivió en una casa, «que ya no existe», junto a la iglesia de la capital riosana, subió a su primer colegio ladera arriba por la calle La Brañueta, entre el templo y el Ayuntamiento, y después de un tiempo en Prunadiella desplazó casi todos los decorados de la infancia hacia la recta de La Ará, al número 13 de la avenida del Aramo, al edificio que sustituyó al viejo cine de la etapa menos pasiva en la localidad más poblada del concejo. Aquel pueblo era más pueblo, aquella infancia «más libre» y el área recreativa de Viapará la meta de las rutas infantiles en bicicleta que ahora siguen camino en esforzado ascenso hasta la cima del Angliru. El picu era entonces el gigante oculto «que no tenía la carretera como ahora» y que seguramente no imaginaba lo que le esperaba. Las meriendas se comían en Viapará, «hasta arriba no íbamos nunca», recuerda. «Como mucho, alguna vez hasta Cobayos».

Era la Riosa escondida, pasado el aluvión que llenó las colominas de La Ará, a lo mejor menos exportable pero seguramente más viva que ésta que ahora trata de recuperarse de la muerte lenta de la minería aprovechando su hueco en el mapa. El que abrió para ella «el puerto más duro de Europa» cuando el pelotón de la Vuelta Ciclista a España lo subió por primera vez bajo la lluvia en septiembre de 1999.

Fuera, ahora el resto del mundo ya encuentra Riosa cuando Suárez Laso menciona el sitio de donde procede. Dentro, en la travesía de la  AS-231 en La Ará, «al pasar por delante de la parada del autobús, la gente me pregunta por las carreras, me dicen que me siguen». Lo dicho, que él sabe bien que el deporte puede servir para cambiar de vida, aunque aplicando ese axioma a su concejo, un paseo por La Ará de ahora no salga demasiado bien parado de la comparación con el pasado. En la recta de la carretera que atraviesa el pueblo esquivando la barriada ya no está el pub de Roko, «que cerró hace tiempo», ni la confitería París, ni mucho menos el ambiente de calle llena que Alberto encontraba aquí, por ejemplo, «cuando llegaba el verano y volvíamos de la playa». Ahora, en la recta que compone la avenida del Aramo, la sierra lo sigue vigilando todo al fondo, cubierta hoy por una boina de niebla; pero es distinta. Hay hamburguesería y peluquería, estanco y clínica podológica, peña madridista, farmacia y, sobre todo, bares. Muchos bares y algunos bloques de fábrica reciente en el límite con la barriada de siempre, pero aparentemente -y en el fondo- menos vida que cuando Alberto Suárez pasaba por aquí en el camino de ida o de vuelta de las antiguas escuelas en la barriada, de la pista del colegio nuevo a la orilla del río o de un entrenamiento del Riosa bajo los palos del campo del Llerón, ahora por fin de hierba sintética.

El atleta es hijo de minero del pozo Montsacro y el abuelo vino desde Cudillero a instalarse en una vivienda de la plaza de las Flores, en las colominas de La Ará, así que sabe lo que hay. «Mirándolo desde atrás, el presente aquí es complicado, porque Riosa vivió de la mina toda la vida», apunta, y ahora cuesta enfrentarse a la obligación de virar hacia el turismo activo y encontrar la fórmula para llenar de contenido la campaña de publicidad que Riosa recibió gratis del Angliru. No es fácil por la falta de costumbre y de necesidad y puede costar también porque Oviedo está tan cerca, asegura, que cabe la posibilidad de que un sector de la clientela potencial del turismo riosano «prefiera pernoctar allí», venir sólo de visita y volver a marcharse. Pero esto es lo que hay, esto es lo que hay que explotar. Por eso urge la búsqueda de las fórmulas innovadoras para hacerlo. «El Angliru le ha venido muy bien a Riosa, es evidente, le ha dado toda la vida al concejo»; por eso ahora una parte del futuro se esconde en la potenciación del binomio que retroalimentan el deporte y el turismo.

Algunos ejemplos, rigurosamente basados en hechos reales, lo llevan a querer iniciativas que realcen la ubicación de su pueblo en la falda del «Olimpo del ciclismo». Alberto Suárez se acuerda de la carrera Behobia-San Sebastián, que «reúne todos los años a 30.000 personas», y desembrida la imaginación hacia la certeza de que «aquí podríamos intentar hacer algo que sacase todo el partido a este puerto conocido en todo el mundo». El camino que sube al Angliru es el bueno, aunque en bicicleta la ascensión sea «durísima», «espectacular» y «superdecisiva» y corriendo, más bien casi andando, duelan los gemelos. O precisamente por eso. El maratoniano aún espera su oportunidad de participar en la carrera atlética muy concurrida al alto riosano porque hasta ahora, situada como está en el calendario a comienzos de la pretemporada, «resulta bastante lesiva». Martín Fiz, campeón de Europa y del mundo de maratón en los noventa, ganó en el Angliru en 2010 «y me dijo después que se había roto los gemelos». Pero en la inclinación de las rampas y la pendiente sostenida reside su singularidad, su secreto y quién sabe si un porvenir distinto para Riosa. Eso dice un atleta de aquí acostumbrado a sufrir corriendo, que descubrió el atletismo en el peor momento y podría hablar mucho tiempo de la capacidad terapéutica del deporte de fondo.

Poca gente tuvo tanta vista como Miguel Prieto, el ciego que vio el Angliru, el aficionado langreano que escribió una carta a la organización de la Vuelta a España proponiendo el puerto como final de etapa. Ahora sólo queda buscar donde proceda mentes clarividentes e intrépidas a su altura.

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