En la ciudad difusa
Los distritos de la periferia de Langreo componen una amalgama diversa, ajena a la ortodoxia urbana de La Felguera y Sama, pero no al retroceso demográfico por el desplazamiento de las áreas de crecimiento
En el barrio de La Vega, encajado entre el Corredor del Nalón, el río y la vía del tren de Renfe, un rebaño de ovejas pasta con toda placidez en una finca alargada que cierran por un lado la calle Antonio Antuña, vacía, y por el otro la nave metálica de un taller de calderería. Las ovejas no lo saben, pero están paciendo en el distrito urbano de Barros. Esto es también la ciudad de Langreo, aunque a la vista tenga poco que ver con la voracidad urbana del centro, aunque el silencio de un mediodía de finales de invierno contraste abiertamente con la versión de la ortodoxia urbana que a muy pocos metros de aquí encarnan Sama y, sobre todo, La Felguera. Esto no es lo mismo. Aquí las casas bajas se intercalan con la instalación industrial y definen una forma de poblamiento muy particular, distinta, metropolitana más en la consideración administrativa que en la apariencia física de un paisaje al que Facundo García, presidente de la asociación de vecinos, va a seguir llamando «pueblo». Cortado en dos por la autovía, «debe de ser el único de Asturias en el que no se ha construido apenas nada en los últimos cuarenta años, porque no se puede», protesta. «Así la gente joven se va, así tenemos una población tan envejecida, con un promedio de edad de 75 u ochenta años. Así llevamos ya diez muertos en lo que va de año». He aquí el reverso de la fusión metropolitana que Langreo alumbró en 1983, el ensamble residencial e industrial que configura un ecosistema diverso en Barros, Riaño, Lada y Ciaño, los cuatro distritos que circunvalan el centro urbano formando parte de la relativamente joven ciudad-capital del quinto concejo más poblado de Asturias.
En vuelo rasante de Norte a Sur, organizados en línea recta, como casi todo en la muy peculiar ciudad lineal del Nalón, Riaño brota primero, cerca del límite que separa Langreo de Oviedo, con su parcelado de bloques de vivienda colectiva y naves industriales. En el habla de sus naturales, Riaño se identifica sin problemas por «el polígono» y es en realidad un polígono residencial y tres industriales, a un lado la «ciudad jardín» de los bloques de pisos y el hospital comarcal y al otro tres áreas empresariales juntas -Riaño I, II y III-, que suman entre todas 130 compañías instaladas y cerca de 2.000 empleos. Barros tiene a la vista su propia área industrial, el gran taller de Duro Felguera y aquel esfuerzo por hacer urbano el «pueblo», mientras que Lada es el apéndice estirado vecino de La Felguera, al otro lado del río y del Corredor, en tiempos balneario espontáneo con fuente de agua medicinal, y hoy reducto metropolitano organizado alrededor de la central térmica de Iberdrola y la planta donde Bayer produce al año unas 5.000 toneladas de ácido acetilsalicílico para elaborar aspirinas. Ciaño, al final de la sucesión rectilínea, pegado a la frontera con San Martín del Rey Aurelio en el extremo meridional del concejo, despide Langreo con la reserva patrimonial, con su iglesia románica, sus casonas del XVI y el XVII y la torre defensiva cilíndrica, la prueba palpable de que todo esto ya existía en la Edad Media. Físicamente pegado a Sama, sus construcciones añejas acopladas al trazado echarán el cierre al municipio por el Sur, no sin antes pasar junto al castillete del pozo María Luisa, que todavía se mueve, y alguien toca madera. Es el yacimiento que queda abierto en Langreo junto al Candín y pronto será el último si se cumple el calendario de cierres de Hunosa: en 2013 cesa la actividad en el Candín y se retrasa a 2014 el final en María Luisa.
Los cuatro distritos se reconocen con su peculiaridad hermanos en cierta sensación conjunta de que han mejorado los servicios, pero también en algún sentimiento de periferia arrumbada en plena hemorragia demográfica. Sumados, los cuatro distritos del cinturón metropolitano de Langreo han cambiado 9.500 habitantes por 8.500 en lo que va de siglo, con realidades divergentes y muchos matices entre los 700 residentes censados en Barros y los 3.755 del área metropolitana de Riaño, pasando por los 2.151 de Ciaño y los 1.923 de Lada, pero hermanos entre sí -«hermanos pobres», apostillará pronto Facundo García- en la involución estadística de su población en retirada. Se les van, y estos distritos sufren, bajo su apariencia urbana, problemas clásicos de zona rural, metidos de pronto en el papel que habitualmente desempeñan las sociedades campesinas emisoras de población hacia los centros mejor servidos de las ciudades. Quedan cuatro, y no es una forma de hablar, en el portal donde vive José Antonio Fueyo, «Rula», en la barriada minera de San Antonio, una acumulación de bloques amarillentos que acompaña al viejo Corredor del Nalón desde la iglesia de Ciaño al pozo María Luisa, y el presidente del colectivo vecinal del distrito langreano tuerce el gesto al volver a constatar que de aquí se van, que «la estadística de Pola de Siero y de Gijón ha subido en gran parte gracias a Langreo».
Para seguir el rastro del éxodo, no obstante, no hace falta salir del concejo. Facundo García calcula a ojo que «la mitad de la población de Barros está en Nuevo Langreo», la zona residencial que ha moldeado el crecimiento de La Felguera. En Lada, Ricardo Rodríguez vive casi solo en su calle, pero Riaño es más llano, más abierto, sus torres amarillas de nueve pisos dan fe de que hay vivienda y más gente en este dibujo de ciudad dormitorio al uso. Su aspecto residencial, con el hospital y su gran polígono industrial casi confundidos en la traza urbana, con la oferta residencial ajardinada y próxima a los servicios del centro del valle, hacen que aquí «no se note tanto el descenso», afirma Emma García, presidenta de su asociación de vecinos, y que tímidamente haya quien decida volver al calor del polígono. En conjunto, no obstante, la suma de los cuatro distritos langreanos ajenos a la urbanidad canónica de Sama y la Felguera abarca hoy el 21,2 por ciento de la población de la aglomeración metropolitana; a lo mejor el problema es que todavía representaban cerca del 23 al comenzar este siglo.
Ricardo Rodríguez no se ha ido de Lada, aunque trabaje en Avilés. En la rotonda de Riaño, donde se distribuye el tráfico de acceso y salida de la comarca hacia Oviedo, Gijón y Mieres, observa a diario «un río de coches saliendo del valle en las horas punta» y, sí, tal vez en compensación otro que entra. El primer movimiento confirma una orientación de la comarca hacia la función residencial; el otro demuestra que aquí nadie ha renunciado a la industria, y lo saben bien en los tres polígonos unidos de Riaño, en la térmica de Lada, en Bayer o en el «tallerón» de Duro en Barros. Ninguno de estos distritos se acostumbrará nunca a ser solamente una ciudad dormitorio, pero hace tiempo que se percibe en el interior de la zona urbana un rebrote de la apuesta por la calidad residencial, aunque aquí eso también vaya por barrios y no se perciba en Barros ni se acabe de ver en Lada ni en Ciaño, aunque se distinga en Riaño de forma parcial.
En la dimensión práctica de esta disolución administrativa de seis poblaciones en una sola ciudad hay un desnivel invisible que casi siempre lleva los flujos de población a La Felguera. Las claves, dicen aquí, son los servicios y el transporte, los colegios y las prejubilaciones de la minería, algún atisbo de desapego respecto a lo propio, según la opinión de Ricardo Rodríguez, y al final un cóctel que hace que en este siglo haya progresado la población de La Felguera, mientras que en el mejor de los casos se estancaba en bloque la de toda su periferia urbana. No hay quien reconozca ahora esta zona, eso sí, en aquélla del pasado no tan lejano en la que Riaño estaba mucho más lejos de todo, pasaba un autobús cada dos horas y «al médico teníamos que ir a Barros». Emma García y José Manuel Fernández confirman que hubo que sudar cada paso hacia delante, «cortar carreteras y escuchar más de una vez que "ya están otra vez los de Riaño "», pero la estación de llegada es ésta en la que ahora el autobús urbano que recorre el Valle termina aquí cada quince minutos y la última parada es la puerta del Hospital Comarcal del Nalón.
En su plano de ciudad residencial ajardinada los edificios de factura reciente se mezclan con los restos de la primera expansión urbana de Langreo y por aquí despuntan dos colegios, una escuela de menores de tres años, la parcela para un proyecto de centro geriátrico y, bien a la vista, allí arriba, las obras del desdoblamiento de la carretera de los túneles, que lleva demasiado tiempo prometiendo conectar desde aquí el valle del Nalón con la autovía Oviedo-Villaviciosa a la altura de San Miguel de La Barreda. Ahora hay alcantarillado y agua, Ciaño tiene una gran superficie comercial junto a la torre medieval de la Quintana; Lada, un complejo deportivo casi nuevo... No hay color, pero, al decir del vecindario, el de aquí y el de todo el perímetro urbano del Langreo periférico, aún falta camino en la mejora del hábitat pretendidamente urbano de la periferia langreana. «Tenemos problemas parecidos», vuelve Facundo García, «de vigilancia, convivencia, limpieza, conservación y mantenimiento...». La lista de necesidades pide en la voz alta de Enrique Camporro, por poner un ejemplo, un local para el esparcimiento de la juventud de Lada, y en Riaño la mirada recurrente se va al polideportivo y a la piscina, cerradas por un conflicto en la transferencia de la titularidad del Principado al Ayuntamiento. Así, vuelve aquella vieja historia de que pese al cambio estético y a la mejora de servicios, innegable y asimilable en todos los distritos, «hemos sido siempre los hermanos pobres».
La crisis aprieta en el cinturón industrial
En Lada, el nuevo complejo deportivo del barrio de El Pilar está debajo de las torres de alta tensión de una subestación eléctrica. Su muro de contención trata de suavizar la severidad del decorado con un grafiti que incluye una leyenda muy sugestiva para toda esta zona, porque pide «lucha, pasión, esfuerzo, compromiso». El Langreo metropolitano es el resultado de un modelo de difusión de equipamientos en el que a Lada le ha correspondido esta pista de atletismo y sus instalaciones anexas. Para reafirmar su unidad, la ciudad ha intentado ser equitativa al distribuir los servicios, pero el reparto de los crecimientos se desplazó hacia el lugar donde hubo espacio libre, a La Felguera y menos intensamente a la «ciudad jardín» de Riaño. Se trataba de soslayar las diferencias en aras del bien común. Por eso hoy, en Barros, al mediodía las campanadas de la iglesia dando la hora sobresaltan en medio del silencio al viandante solitario. De ahí tal vez que en la calle Sabino Alonso Fueyo, travesía de Lada en el camino de Langreo a Mieres por San Tirso, falte clientela para una tienda de material escolar cerrada.
En el muro frontal de la iglesia de La Felguera, la pintada todavía no se ha borrado del todo. «Barros resiste». Suena a coletazo de este distrito melancólico que ha dejado el millar de habitantes en algún lugar del arranque del siglo y sobrevive con 700 habitantes, sin apenas lugares a la vista hacia donde crecer. El grafiti es un resto de la protesta de los trabajadores del «tallerón» de Duro hace unos meses y cuadra con aquel otro mensaje que sin salir de Barros se puede leer sobre una fachada verde: «Queremos trabayar nes cuenques». Hablan por ellos y por todos sus compañeros en mitad de una crisis económica que siente con intensidades especiales esta zona pretendidamente urbana, más volcada sobre la industria que sobre los servicios y por eso más dolida a causa de los efectos de la depresión financiera. José Enrique Cima Magariños, presidente de Asepri, el colectivo de los empresarios de los polígonos de Riaño II y III, elabora el inventario de daños recorriendo las calles del área empresarial, menos transitadas ahora que hace unos meses. «Hay empresas que han pasado de tener hace tres años 32 trabajadores a seis o siete ahora. Las hay que trabajaban a tres turnos y han bajado primero a dos, luego han despedido a una persona por turno y ahora trabajan a uno. Otras han pasado de tener varias naves alquiladas a una» y de estar a no estar, a cerrar, a sufrir embargos.
La mitad del empleo registrado en las tres áreas pertenece a la industria o a los servicios de apoyo a la industria y ahí el perjuicio del estancamiento económico «es palpable. Los polígonos no están parados, ni mucho menos, pero se nota». Como en la distribución de parcelas gana la industria a los servicios, confirma, los efectos de la recesión se han cebado más aquí. Asiente José Antonio Fueyo, mirando desde Ciaño a la nave enorme donde ya no está Alas Aluminium, emblema para muchos aquí del fracaso en la reindustrialización del Valle con ayudas al establecimiento empresarial. La industria sufre aunque la zona, y lo dice Cima, que ha venido de fuera, «siga teniendo mucho potencial. En cuanto se termine el desdoblamiento de la carretera de los túneles estos polígonos van a estar incluso mejor comunicados tal vez que los de Llanera, más o menos a la misma distancia de Gijón gracias a la Autovía Minera y mucho más cerca de Mieres y de la salida hacia la Meseta».
Pero esto no puede evitar ser lo que ha sido siempre. Por el humo de la térmica se sabe dónde está Lada, «el tallerón» señaliza Barros como el castillete de María Luisa Ciaño y en Riaño la forma también define el fondo. El Corredor atraviesa un pasillo de naves industriales; un vistazo al polígono en perspectiva mezcla los grandes bloques amarillos de nueve pisos con la nueva vivienda residencial y con la torre que corona la nave de Prefabricados de Hormigón, Prefasa, expuesta en mitad del extenso parque empresarial de Riaño I, éste que está separado de la urbanización sólo por el «escudo» artificial de un paseo ajardinado.
El cinturón industrial de Langreo tiene presente aquella lucha contra el desmantelamiento del «tallerón» y en el Valle apenas se han desdibujado las pintadas a favor de la salvación de Alas Aluminium. No van a poder renunciar a su razón de ser. No queda otra que apretar los dientes y aguantar el chaparrón sin dejar de pedir, conviene la voz del vecindario, que se prolongue hacia aquí la mejora del hábitat urbano. Son «más servicios» en la voz de Emma García; «a corto plazo mejorar el entorno» en la versión de José Antonio Fueyo. Es lo que están pidiendo los que apuntan hacia el solar limpio que dicen será un geriátrico en Riaño, o claman por aquella ordenación urbanística que mejore La Vega de Barros y si es posible encuentre algún lugar donde construir en este lugar encajonado por la ladera donde la naturaleza destapa el motivo del gentilicio que llama «pozaricos» a los naturales de Barros... Es todo eso y, de paso, que no se mueran los pueblos, porque los distritos son también parroquias donde decrece una población campesina que se va y, salvo excepciones, en su huida pasa de largo por estos distritos del Langreo urbano periférico. El declive de la economía tradicional del campo asturiano se siente aquí casi sin mirar y la parroquia de Ciaño, la más extensa del concejo, tiene una zona rural que rondaba los 2.000 habitantes en 2001 y apenas conservaba unos 1.300 en 2011. Aquí la alarma la enciende Julio González, presidente de la Sociedad de Festejos y Cultura «Nuestra Señora del Carbayu». La patrona de Langreo tiene su ermita acomodada en las alturas de esta parroquia, dominando el Valle y su continuidad urbano-industrial a la vera del Nalón. «El día que se mueran los pueblos va a ser un desastre, pero como no lo tengamos en consideración vamos a sufrir serios problemas», advierte.
La vía del patrimonio resucitado
En la avenida de Laviana, que es el viejo Corredor del Nalón en la travesía de Ciaño, un indicador orienta al visitante hacia la ermita del Carbayu, el valle de Samuño, el viejo reducto de ruralidad minera que completa la parroquia más extensa del concejo de Langreo. El panel todavía no dice nada sobre el «ecomuseo» minero de Samuño, una obra en proyecto que a falta de confianza en la llegada de los fondos mineros necesarios para el remate ilusiona en el distrito langreano. «Va a ser una pasada», confirma José Antonio Fueyo, «Rula», presidente de la asociación de vecinos, cruzando los dedos al recordar que las partidas estatales para la reestructuración minera le tienen prometido a esta parroquia el «minimuseo», con su propuesta de recuperación de arqueología industrial y sobre todo el gran valor de su plan de visita real a las antiguas minas reales de Samuño y San Luis a través de las vías de lo que fue de verdad un ferrocarril minero... «Va a dar un poco de vida» a la reestructuración diversificadora de las fuentes de energía que está pidiendo la zona, vaticina Rula, pero servirá mejor si se sabe aprovechar, si utiliza en beneficio propio el ejemplo de doble filo del Museo de la Minería y la Industria de El Entrego, que está para lo bueno y lo malo ahí mismo, demasiado cerca. La instalación entreguina, la muestra expositiva más visitada de las comarcas mineras, tiene decenas de miles de visitantes anuales, pero a la vez cierta propensión a que los autobuses cargados de visitantes lleguen y se vayan sin más, señala el presidente del colectivo vecinal de Ciaño. Quiere decir que aquí, cuando arranque el tren de Samuño, habrá que recordar que aparte del ferrocarril y la mina hay otros atractivos, que Ciaño aglutina «el mejor patrimonio cultural de Langreo y que apenas se le ha prestado atención hasta ahora», se duele Ricardo Rodríguez, vecino de Lada.
No quedará por proyectos, el aula medioambiental, junto a la casona de La Buelga, datada en el siglo XVI y sede de un aula de Extensión Universitaria; el centro de interpretación del nuevo complejo turístico de Samuño, en la vieja estación de El Cadavíu; el Museo de la Emigración langreana, ocupando la torre defensiva de la Quintana... Es el recuento de los planes de futuro distribuidos más o menos equitativamente a lo largo de esta ciudad difusa que nació con vocación de repartir y compartir servicios. Lada acaba de inaugurar un complejo deportivo y además el reparto de los equipamientos ha dejado en el centro de Riaño un solar con propósito de ser una residencia geriátrica con centro social, en Barros un centro de atención a grandes discapacitados que ahora recubre la fachada de una segunda piel de acero con aspecto herrumbroso... «Mucho nos tememos, con la que está cayendo, que se pueden quedar en eso, en proyectos», recela Facundo García, presidente de la Asociación de Vecinos de Barros.
El Mirador
_ Los túneles
El talud desmontado que se ve al levantar la vista desde el polígono residencial de Riaño avisa de una de las grandes asignaturas pendientes que duele en esta zona bien comunicada que espera estar mejor si al fin algún día concluye definitivamente esa obra, la transformación en autovía de la carretera AS-117. El desdoblamiento parte de aquí y va a dar a Siero, a completar la conexión directa del valle del Nalón con el área central de Ciudad Astur.
_ El hospital
El centro de atención a grandes discapacitados del distrito de Barros es un gran edificio en obras que está rematando la fachada con un recubrimiento herrumbroso junto al Corredor del Nalón. Llevará el nombre de Stephen Hawking, y avanza, aunque venga con retraso y con dudas acerca de la titularidad de la gestión del equipamiento.
_ El geriátrico
A la construcción de un complejo polivalente con residencia geriátrica, centro social y centro de día en Riaño le está costando pasar de las palabras a los hechos. El Ayuntamiento de Langreo ha protestado recientemente por la demora del Principado en el comienzo de la actividad en el equipamiento, afectado por los recortes de inversión del Gobierno regional -serían diez millones de euros- y objeto de una sonora protesta de los vecinos ante la Junta General el pasado otoño.
_ La cultura
La parroquia de Ciaño, reducto patrimonial del concejo de Langreo, espera por el ecomuseo del valle de Samuño, con su promesa de experiencia real de visita a una mina en ferrocarril minero. A la actuación le faltan 700.000 euros de la caja amenazada de los fondos mineros. En El Carbayu, la organización de la fiesta de la patrona de Langreo está en fase de aglutinamiento de apoyos para conseguir que el festejo sea declarado de interés turístico regional.
_ Los servicios
En Lada echan de menos una Casa de Cultura, «que no puede ser que la tengan todos los pueblos y a nosotros nos falte», protesta Enrique Camporro, y Barros reordenaría la vivienda intercalada de naves industriales en el barrio de La Vega y mejoraría la comunicación deficiente que a su juicio proporciona hoy la pasarela peatonal azul que comunica las dos partes del pueblo por encima del Corredor del Nalón. En Riaño, lastiman las puertas cerradas en el polideportivo y la piscina, «que da mucha vida al polígono», apunta Emma García, y permanecen sin uso a causa del desencuentro por la pretensión del Principado de transferir la gestión de las instalaciones al Ayuntamiento de Langreo.
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