Corona urbana o cinturón industrial
Los distritos de la periferia langreana, uniformados por el envejecimiento y la obsolescencia inmobiliaria, buscan nuevas ideas para el impulso del futuro
La ciudad de Langreo es una creación relativamente reciente, de 1983. Detrás de este nacimiento administrativo y estadístico hubo el intento de transformar el orden urbanístico heredado de los años de auge del territorio-taller en una nueva plataforma urbana, capaz de presentarse como integradora de las distintas localidades y superadora de la promiscua estructura de usos en el suelo urbano. El proyecto respondía a la necesidad de hacer frente al declive de las actividades que habían marcado el ciclo industrial tradicional, en el que tan destacado papel había tenido Langreo y en el que el desbarajuste también era de la misma dimensión. Pero eso mismo había ocurrido en todas las ciudades industriales de Europa, en las que la respuesta vino del remozamiento/reorganización. Aquí y en Glasgow. No es que logrado eso se resolvieran todos los problemas, sino que con la profunda reparación (chapa, pintura y motor) se estaría listo para navegar un nuevo mar, que por su tamaño es oceánico, y por sus rápidas corrientes, turbulento, lo que llena de incertidumbre el nuevo periplo.
El impulso inicial fue notable, pues la inercia era mucha. La pérdida de fuerza debilitó la continuidad requerida, dada la gravedad del proceso y la fuerte caída de la actividad. Hoy, después de una década de crecimiento de la economía regional, entre 1998 y 2008, y de abundantes recursos para las políticas de reestructuración de las comarcas mineras, la actual crisis revela una situación preocupante, en la que, además, se va a tener que hacer frente a una drástica disminución de los recursos para la reestructuración, tanto de los provenientes de la Unión Europea como de los estatales.
Aquí hablamos de corona urbana de Langreo para referirnos a la formada por sus distritos menores: Ciañu, Lada, Barros y Riañu. Físicamente integrados en la ciudad de Langreo y que por eso mismo la marcan. Si siguiésemos un modelo explicativo más convencional, hablaríamos de cinturón industrial. Pero no reflejaríamos la realidad, pues Langreo tiene su corazón metálico, todo él está hecho con carbón y acero. Hablamos de corona como el perímetro exterior de la entidad urbana que puso cara a una parte muy significativa del distrito industrial asturiano, y en la que industria y residencia se entreveran como antes lo hacían en La Felguera; pues a ellos el remozamiento no ha llegado como a aquella. Hoy el tiempo ya no admite de buena gana la promiscuidad industrial-residencial, y quizás el futuro haga bueno el sintagma cinturón industrial para referirnos a esta laboriosa corona de otros tiempos. Pues Langreo no renuncia a la industria. Pero hoy éstos son barrios uniformados por el envejecimiento y la obsolescencia de su parque inmobiliario, que dan pérdidas continuadas de población y una escasa vitalidad demográfica. Lo que abre la puerta a la marginalidad territorial, urbana y social, como se percibe en los recrecidos asentamientos de chabolas que forman parte de un escenario urbano entretejido con polígonos, talleres, factorías y barrios tradicionales. Situación que está relacionada con el fin de ciclo vital de los modelos residenciales del hábitat minero tradicional: las barriadas y el poblamiento marginal de laderas y güerias, cuyo tratamiento, sustitución e integración ha sobrepasado, en las tres últimas décadas, la capacidad de ideas, gestión e iniciativas de la sociedad local y también de la regional, a pesar de la dimensión de los recursos empleados.
La urbanización langreana muestra el apego a los fondos llanos de las vegas del Nalón. Solamente donde éstas son más amplias, valle del Candín y arroyo de La Granda o de Lada, se produce un ensanchamiento del casco urbano que asciende por las güerias, como la del Candín y por el eje de la carretera de La Gargantada. Si Sama es la referencia histórica, cuya personalidad se refleja en sus maneras de centro de servicios y comercial, La Felguera es la ciudad que brota de la industria. El impulso de la industrialización y la localización en las vegas del Nalón de empresas diversas dieron lugar al crecimiento de los demás distritos. Al otro lado del río, frente a La Felguera, Lada muestra una continuidad de la urbanización industrial, en la proximidad de la Bayer y de la central térmica de Iberdrola, al otro lado de la estación y las vías de Renfe.
Langreo no surge, como vemos, de una planificación urbana previa ni de una historia urbana dilatada que va sumando coronas a la ciudad histórica. Es el resultado de una disputa por el escaso suelo montañoso dentro del sistema de regulación industrial. La ocupación del suelo se hizo desde las necesidades de las industrias y empresas mineras, lo que incluye las infraestructuras de transporte. La previsión de la función residencial se abordó en consonancia con las necesidades de mano de obra y se encontró, en su necesidad de suelo, constreñida por vías férreas y espacios industriales, muchos de ellos degradados o en desuso desde las últimas décadas del siglo XX.
Lada en la actualidad tiene alrededor de 2.000 habitantes. En 1960 llegó a tener 5.900. Basó su crecimiento en la proximidad a las empresas industriales. Tanta que el barrio del Pilar vivía asombrado por el emparrado de los cables de la subestación eléctrica, hoy su solar ha sido trasformado en complejo deportivo.
Ciañu tiene un volumen algo superior de población (contaba con 6.800 en 1960) y es la continuación meridional del caserío de Sama, de la que lo separaba el antiguo lavadero de carbón de Modesta, que después de su incendio en 2007 fue cerrado para convertir el solar en parque empresarial, y las instalaciones de Química del Nalón, además de las vías del ferrocarril. Las barriadas, como las de San Esteban y San Antonio, densificaron y ocuparon las vegas, en un poblamiento que se interna hacia la güeria de Samuño y su paisaje salpicado de caseríos, de minería histórica y nuevo suelo industrial. Al otro lado del río, los caprichosos límites entre los concejos de Langreo y San Martín ofrecen a la vista el castillete de María Luisa, en activo; la mole blanca de la factoría Alas Aluminium, fracasada, y el Museo de la Minería como tarjeta de presentación al mundo. Elementos simbólicos de una reordenación supramunicipal que no llega a ser completa.
Al Norte, el envejecido distrito de Barros es un eje caminero que sigue la traza de la carretera antigua, y creció en su día por la proximidad a los grandes talleres industriales y al casco de La Felguera. Es un distrito necesitado de una regeneración integral, en su papel de articulación con el extremo norte de la ciudad, en un paisaje industrial dominante y deteriorado. Cuenta algo menos de 800 habitantes (1.800 en 1960) y constituye el distrito de peor evolución relativa.
Riañu es el distrito más reciente, se construyó en la década de los setenta, creado para aprovechar una bolsa de suelo llano, tan escaso en el valle, que hoy acoge a más de 4.500 residentes (5.218 en 1996). Aquí se localizaron equipamientos e infraestructuras de primer orden, como el hospital comarcal, varios polígonos industriales y las nuevas vías de comunicación. Entre las cuales el barrio permanecía enclaustrado sin una dotación de servicios a la altura del volumen de la población que acogía. Fue un verdadero barrio dormitorio, y curiosamente no de fácil acceso, precisamente por la barrera que para él supusieron las carreteras que abrían el valle hacia el ámbito metropolitano y al que hoy confieren un alto grado de accesibilidad. Es un paisaje urbano de época, contemporáneo de la carretera de los túneles. Ambos se han recualificado, uno con mejoras en la urbanización de sus espacios públicos y la otra con el desdoblamiento de los túneles.
Con todo, los distritos de la corona siguen perdiendo población de forma significativa, mientras que los centrales aguantan algo mejor. La ciudad de Langreo ya ha bajado del umbral de los 40.000 habitantes (39.491 en 2011, de los 44.737 del concejo), aun así es la cuarta del área metropolitana tras las tres principales. Estamos en una nueva época y ésta requiere nuevas ideas y una sociedad capaz de imaginarlas y ponerlas en práctica con menos recursos públicos. Es el desafío, el desacierto se paga con la visión del declive.
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