El genoma urbano

Unidas a Avilés y entre sí, Las Vegas y Los Campos configuran una villa de expansión rápida, interesada en asentar una identidad que la distinga de la ciudad contigua y le permita revertir a su favor la vecindad

Marcos Palicio / Las Vegas / Los Campos (Corvera de Asturias)

La avenida de Santa Apolonia atraviesa el río Arlós, que baja casi invisible, encajonado entre los edificios, y al otro lado la ciudad sigue. Sin separación ni alteraciones evidentes del paisaje urbano, nadie diría que no sigue en Avilés si no fuera porque en el centro del puente hay un cartel que le ha cambiado el nombre. Ahora la calle se llama avenida del Principado; esto ya no es Avilés ni su concejo y, aunque la transformación haya podido pasar desapercibida al ojo despistado del forastero, al cruzar a esta orilla ya está en Las Vegas y en Corvera. El portal número 44 de la avenida del Principado corverana sucede casi inmediatamente al 169 de Santa Apolonia avilesina. Al pasar el límite han cambiado la forma de algunas farolas y el color de los semáforos, que aquí son amarillos y cuentan hacia atrás los segundos que quedan para el verde de los peatones, pero la sustancia urbana permanece. El indicador de entrada en Las Vegas señaliza una frontera imperceptible entre poblaciones y municipios, una linde que contiene en su falsa invisibilidad a la vez la razón de ser y un problema para esta orilla que no quiere confirmar la apariencia física de ser solamente una «barriada» de la gran ciudad contigua. El núcleo más poblado de Corvera -7.528 habitantes tras un leve descenso en el censo de 2010- progresó a toda velocidad al calor de la vecindad urbana de Avilés y la cercanía de la gran industria, pero hace tiempo que retuerce las estrategias para tratar de hacer más visible aquella frontera fluvial oculta entre los edificios, para reforzar su identidad. Poco a poco, confirmará pronto algún vecino, van urgiendo los esfuerzos por hacer ver que esto es algo más que un apéndice urbano que le ha salido a la Villa del Adelantado y olvidar que a veces todavía no queda más remedio que identificar a esta pequeña ciudad y a su concejo como eso que está «al lado de Avilés».
Está, sí, en su acceso sureste, literalmente pegado al casco urbano avilesino por el barrio de Villalegre, trazado en torno al tramo final de la carretera AS-17, que viene hasta aquí desde Llanera y formando ya una unidad urbana también hacia el Este con la expansión residencial de Los Campos y el más primigenio asentamiento industrial de Entrevías. Emblema de la extensión urbana de raíz industrial en el noveno municipio más poblado de Asturias, la suma de las parroquias de Las Vegas y Los Campos supera ya ampliamente los 10.000 habitantes y cerca del setenta por ciento de la población actual de Corvera.
Los 7.500 residentes de hoy rebajan los casi 8.000 del comienzo del siglo en Las Vegas, pero este entorno inequívocamente urbano, que cruzan al menos cada hora varias líneas del autobús de Avilés, tiene a la vista las huellas de su explosión acelerada. Para bien y para mal. Alberto León, recién licenciado del Ayuntamiento después de 36 años como concejal y alcalde, era «un guaje» cuando esto se acababa en «cuatro casas» y tiene memoria para situar el comienzo de la construcción de la villa en torno a los años cincuenta, no por casualidad al mismo tiempo que Ensidesa. Corvera de Asturias empezó 1950 con 4.000 habitantes, acabó 1960 con  casi 10.000 y en los ochenta tocó techo en más de 18.000. Hoy son algunos más de 16.000 y Ovidio Rodríguez, hostelero con restaurante en Santa Cruz, parroquia de Los Campos, se dice convencido de que «hoy llega aquí un ciudadano de la Corvera de hace veinte años y no sabe dónde está». No reconocería la gran avenida que transforma en travesía urbana la AS-17 y que al mediodía va a ser imposible cruzar si están fuera de uso los semáforos. Puede que le costara identificar el parque Europa, donde una vieja casería es ahora el teatro El Llar y la Casa de la Llingua, o que le sorprendiera, más allá, el promontorio que ocupan juntos el polideportivo y las piscinas municipales, el centro sociocultural, el colegio, la escuela infantil y el ambulatorio, a sus pies el centro de servicios múltiples y alrededor, prácticamente por todas partes, los restos abundantes que ha dejado aquí la expansión inmobiliaria de los años anteriores al estallido de la burbuja.

La explicación del crecimiento veloz está a la vista cuando se coge altura y estas «vegas» del río Arlós se miran desde lo alto de la colina que las encajona. Subiendo a contemplar la localidad desde el lugar donde la plaza de la Libertad agrupa todos estos edificios de servicios aparecen las razones: desde la puerta del polideportivo «Toso Muñiz», a la izquierda se perfila cercano el casco urbano de Avilés; al frente se dibuja la silueta inconfundible de las chimeneas de la vieja Ensidesa, hoy Arcelor Mittal. La proximidad de la ciudad y el aposento de la gran siderurgia en Trasona ha hecho esto ser tal como es, pero el motivo y el remolque es sobre todo el de siempre: la industria. Todavía. «Sigue siendo el sector que tiene más tirón», confirma Ovidio Rodríguez pensando en Arcelor, pero también en sus satélites y en las tres áreas industriales -Cancienes, la Consolación y La Rozona- que tiene esta zona urbana en un radio de apenas cuatro kilómetros. Del respaldo estadístico a su percepción se ocupa el alcalde de Corvera. «Somos -apunta el socialista José Luis Vega- el municipio asturiano que, después de Gijón, cuenta con más empleos industriales, casi 9.000 de los 11.000 que tenemos en total, lo cual no quiere decir que sean todos trabajadores del concejo: aquí tenemos 7.000 y de ellos unos 1.400 en paro», precisa. De regreso en la raíz de la imagen actual de Las Vegas, Alberto León sabe que «si se hiciera hoy, no sería así», pero también que cuando se edificó había prisa. En aquellos primeros años cincuenta, explica, «se buscaba sobre todo salvar la vivienda. Había venido mucha gente emigrada a trabajar en la fábrica y muchos vivían en barracones, en tiendas de campaña, en hórreos y paneras, o tres o cuatro familias en la misma casa. Lo más urgente era, pues, proporcionarles un sitio en el que vivir» y así empezó a crecer Las Vegas, o más bien a explotar, siguiendo un guión urbanístico apremiado por la necesidad de velocidad que de algún modo pasa la factura ahora, dicen aquí: «Quedó un poco encajonado», valora Ovidio Rodríguez, «y debido a aquel mal diseño inicial, queda poco espacio hacia donde crecer».

Descontados los espacios extensos que han ocupado los servicios públicos, esta pequeña ciudad sí puede aprovechar todavía, dicen aquí, terrenos en el entorno de la cuesta de La Estebanina y la zona de La Estrada, en el terreno pendiente a los dos lados del eje principal que forma la transitada AS-17, aquí avenida Principado.

Sin perder de vista que «el boom de Corvera fue Ensidesa», que «a partir de ahí creció todo» al decir de Bras Rodrigo, director de la banda de gaitas del concejo, en la formación apresurada de este paisaje urbano tal como ha llegado a ser hoy hay que añadir un factor esencial de motivación económica. Más o menos en Las Vegas, como en Los Campos, «una explicación está en la diferencia de precio que tiene el mismo tipo de vivienda» en esta Corvera urbana en comparación con su entorno avilesino al decir de Mar Serrano, presidenta de la recién constituida Apymec, la Asociación de Autónomos para la Promoción y Mejora del Comercio en Corvera. «La cuestión económica es uno de los núcleos fundamentales para la gente que decidió asentarse aquí», apostilla Manuel Sánchez, vecino de Los Campos, sin desdeñar la dilatación de la oferta de servicios que se acompasó a la expansión urbana y que, poco a poco, se ha materializado en la necesidad cada vez más esporádica de «bajar a Avilés» que siente Serrano después de dejar hace cinco años la Villa del Adelantado. Salvando la «pérdida de identidad» que alumbró la estructura demográfica y la vecindad  de Avilés, la sensación de Francisco García Naranjo, presidente de la Asociación de Vecinos «Xuníos» de Los Campos, confirma que aquí «ya no echas de menos casi nada», al menos nada esencial. A mí me parece un sitio muy atractivo para vivir», concluye. «Optó por una construcción bastante moderna, con buenos trazados», le acompaña Ovidio Rodríguez. «Yo creo que tiene futuro». Un futuro, lo acompañan, en el que cabe revertir la amenaza de ocultación bajo la sombra de Avilés aprovechándola en favor propio, situándose en primera línea de la onda expansiva de la transformación en industria cultural y turística de la vieja tradición industrial avilesina. Ya que nadie está tan cerca como Las Vegas, Los Campos y la «ciudad de Corvera», se impone pensar algo que ofrecer: esta quietud residencial, aquella oferta cultural...

Igual que por un lado Avilés no necesita terminar para que empiece Las Vegas, por el otro también se pasa sin apenas advertir la separación de Las Vegas a Los Campos, esta extensión residencial que el tiempo ha acabado por fusionar aunque pertenezca administrativamente a otra villa y a otra parroquia, casi 1.000 habitantes aquélla y más de 3.000 ésta en el recuento del repunte demográfico que han experimentado las dos desde el arranque del milenio. Los Campos ha cambiado por 989 los 788 residentes del primer año del siglo, y expone hoy un encanto a veces más tranquilo y menos comercial que Las Vegas, con más vivienda social para explicar en parte su progreso demográfico superior y un muestrario más que básico de servicios, con su estación de ferrocarril, su colegio y su instituto, su parque amplio con polideportivo y su centro cultural. Todo eso que han sabido apreciar las familias que a primera hora de una tarde de final de verano pasean despreocupadas a lo largo de la calle Horacio Fernández Inguanzo, paralela a la AS-17 y a resguardo de su tráfico intenso.

No todo es así ahora ni ha sido siempre como se ve. Cierta superposición de estilos arquitectónicos y de ambientes distintos contiene la explicación de la evolución de Los Campos, el tránsito del poblado industrial de antaño a la villa residencial de hoy. Poco tienen que ver estos modernos bloques marrones de cinco alturas y jardines a la puerta con los humildes edificios vecinos del otro lado de la línea del ferrocarril, las casas bajas de la barriada industriosa de Entrevías, hechas casi a mano por sus propietarios a la mitad del siglo XX. He ahí el origen remoto de todo esto, el pasado que linda directamente con el futuro. Entrevías es el resultado singular de la obra de dieciocho «pioneros» que a comienzos de los años cincuenta del siglo pasado recibieron del Estado franquista la cesión del terreno y los materiales para construir sus viviendas. Estos «colonos» del siglo XX las inauguraron en 1954 y fueron oficialmente suyas después de dos décadas pagando un pequeño «alquiler».

Hoy, Entrevías y Los Campos siguen limitando con su pasado, pero ya forman parte de otra historia. Las aceras anchas y ajardinadas confinan con la vieja barriada obrera estrecha, pero tampoco esto reluce tanto ahora que las vacas gordas de la construcción y la industria han pasado y hacen daño. Este lugar de la Corvera urbana, residencial y fabril ha sentido tanto la explosión urbanística de los comienzos del siglo como la más reciente parálisis del ladrillo, la onda expansiva de la Ensidesa boyante tanto como los efectos próximos de la crisis industrial. Bras Rodrigo señala las persianas bajadas en bloques de viviendas de factura reciente y hace apenas una semana que el Ayuntamiento ha comenzado a retirar la maquinaria de algún solar con viejas previsiones de edificación en la cuesta por la que Los Campos fusiona su trazado con el de Las Vegas. Ovidio Rodríguez se acuerda de aquel gran proyecto de seiscientos chales que quedó en «ciento y pico» en el entorno de La Estrada, y Francisco García Naranjo, trabajador de Arcelor, puede dar testimonio fehaciente de la compañía desagradable que aquí le ha hecho a la crisis del ladrillo la de la industria, los ERE parciales o las fluctuaciones del ritmo de trabajo en la siderúrgica. «Yo hacía en el restaurante el “catering” de Arcelor», le acompaña Rodríguez, «y he experimentado un descenso del noventa por ciento».

Es en esas circunstancias, dicen aquí, cuando la urgencia de la cohesión social se hace más evidente al decir de algún vecino que celebra que la nueva asociación de comerciantes del concejo tenga 90 socios en apenas tres meses de vida o que haya 180 alumnos en la escuela de música y haya cumplido catorce años la banda de gaitas. Contra el riesgo de la reducción al reposo y la parálisis de la ciudad dormitorio exhiben aquí la vitalidad de una población que, según la opinión de Mar Serrano, «todavía puede sacar más partido de su gran oferta cultural y deportiva», con  equipos de natación, balonmano, remo, fútbol sala, tiro con arco... Hoy, domingo, una comida en la calle con mesa reservada para 2.000 cerrará las fiestas –las de Corvera, porque no hace tanto que las que se celebraban aquí eran las de San Agustín en Avilés, recuerda Ovidio Rodríguez–, y hasta un logotipo propio del concejo –con el topónimo junto a una manzana mordida– se aplaude aquí como un esfuerzo positivo para tratar de diferenciar esta identidad y esta oferta de vida apacible y bien surtida de servicios. «Necesitamos crear marca», destaca Bras Rodrigo, convencido de esa necesidad de sacar la cabeza, de evitar el sentido peyorativo de la consideración de «barriada» y, al final, la fusión por absorción con la que amenaza la vecindad inmediata de Avilés.

La queja del director de la banda de gaitas, que salió a tocar a sitios donde «pensaban que Corvera era solamente el nombre de la banda», subraya incluso el flaco favor que a esa pretensión hace el nombre de la «comarca de Avilés». «Nos absorbe», protesta Mar Serrano, aunque también sea cierto que en general, precisa, esa ocultación ya sea cada vez menos como antes. Hay motivos para festejar cierta reversión en aquella vieja tendencia a permitir que la villa grande se comiera a la pequeña. «Va corrigiéndose», zanja Ovidio Rodríguez riéndose ahora de aquella etapa de la Vuelta Ciclista a España que hace algunos años salió de aquí, de «Corvera de Avilés», en la versión de algún periodista despistado.

El «barrio resistente»

«Las Vegas tiene forma de barrio resistente, de barricada hecha con mano obrera y corazón de lucha… Algo tienen estos barrios que, sin querer, acabas apretando el puño».

Manuel Vázquez Montalbán



«La Vegona»

«Las Vegas, que cuando no existía el barrio los lugareños llamaban “La Vegona” o “Les Vegues del Río Arlós”, a diferencia de otras barriadas surgidas de la industrialización que solían uniformar el caserío, multiplica formas y colores, a veces de manera caótica, y las más de manera digna».

Nicomedes Santos, «Pepe Galiana», periodista y escritor



El verde

«En Los Campos, y en ajuste al topónimo, las verdes y extensas camperas todavía se mantienen, ajardinando sin querer el cada vez más extenso y, por momentos, abigarrado caserío».

Enrique Tessier, escritor y profesor

Los Campos

¡El pueblu de Los Campos

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