El destino juega en Las Vegas
El balonmanista Rubén Garabaya, campeón del mundo y medallista olímpico, asegura que su vida «habría sido radicalmente diferente» lejos de Corvera
De no haber ocurrido aquí, todo esto habría sido «radicalmente diferente». Pero sucedió en Las Vegas y Las Vegas era ya entonces este sitio apasionado por el juego donde «casi no había nadie que no practicara algún deporte» cuando Rubén Garabaya Arenas, de 12 años, contestó que sí a la oferta de un entrenador del Balonmano Corvera. Han pasado más de dos décadas y la hoja de servicios confirma que la respuesta era la acertada. El niño creció -mucho, hasta más allá de los dos metros-, se hizo pivote y campeón del mundo, medallista olímpico de bronce en los Juegos de Pekín, subcampeón de Europa... No se apea de la Liga Asobal desde hace catorce temporadas y ha ganado también tres Copas del Rey y una Recopa de Europa y lleva más de 150 partidos disputados con la camiseta de la selección española.
El Naturhouse de La Rioja, su equipo de ahora, es la quinta estación de un recorrido por la geografía del mejor balonmano español que empezó en el Corvera, el primer destino y el único asturiano en la trayectoria de un deportista que se hizo mayor en algún punto entre el parque Europa y la plaza de la Libertad de Las Vegas. En 1997, siete años después del primer día y cumplidos los 19, el pivote llamó la atención del Ademar de León y después vinieron a preguntar el Cangas de Morrazo, el Valladolid y el Barcelona y ahora empieza su segunda temporada en Logroño. Desde todos esos sitios, Garabaya reconoce una mirada de reojo permanente hacia aquel momento clave en el que casi por azar se le cruzaron de repente, juntos, el balonmano y Las Vegas, la combinación ganadora de aquel instante en el que todo empezó muy lentamente a tomar sentido en las perspectivas del niño que hasta entonces «no había hecho deporte», ni conocía el balonmano ni vivía en Corvera. Ahora acepta que de algún modo el futuro comenzó aquí, que aquel barrio con apariencia de principio de ciudad y su inclinación hacia el impulso del ejercicio físico hicieron que todo cambiara de repente: «Si yo no hubiera vivido tan cerca de Las Vegas», confirma, «si no llega a ser por el Balonmano Corvera, mi vida habría sido radicalmente diferente».
Es cierto que la familia de Rubén Garabaya (Avilés, 1978) no vivía en Las Vegas, pero casi. Su casa estaba en Villalegre, el barrio de Avilés que ya estaba entonces literalmente pegado por el Sudeste a la pequeña ciudad corverana y que fue el lugar adonde los progenitores emigraron siendo niños, la madre desde Osa de la Vega (Cuenca), el padre desde Candelario (Salamanca). El destino, que los juntó aquí, también decidió después que Julio Marcos fuera, además de entrenador del Corvera, «el monitor de gimnasia de mantenimiento de mi madre». Que la animara «a que nos apuntara a mi hermano Luis Miguel y a mí al balonmano» y que, dicho y hecho, los dos respondieran a la vez que sí. Todo se aceleró desde aquel primer día de los tiernos 12 años en el que los dos vinieron a probar al entorno de las piscinas municipales, donde se entrenaba el balonmano en Las Vegas antes de que la villa tuviera listo el polideportivo Toso Muñiz. Si hacía buen tiempo, se jugaba en las pistas exteriores de los dos colegios públicos de la localidad; si llovía, el entrenamiento se trasladaba a los bajos de uno de ellos, donde «aprendíamos a fintar sí o sí», bromea, prácticamente por pura supervivencia, porque «si no lo hacías te podías comer las columnas que había en mitad del casi medio campo de que disponíamos».
Toda esa precariedad mejoró con la construcción del polideportivo, el edificio que hoy sigue dominando Las Vegas encaramado a su promontorio, en este espacio abierto entre los edificios de la nueva población que pasa por ser el lugar que la memoria del deportista ha seleccionado entre los esenciales de su relación con la villa. Mirando desde aquí, otra vez, Garabaya vuelve a la camiseta amarilla del Balonmano Corvera y rescata del olvido a Julio Marcos y su olfato de cazatalentos. Y recuerda «a mi padre», enlaza, «con su gran dedicación y el tiempo que empleó en nuestra práctica deportiva», y a la madre, que «falleció antes de poder verme triunfar con la selección, así que es fácil imaginar en qué pensaba y de quién me acordaba» cuando ganaba y recibía trofeos y medallas.
Volver al principio es regresar a Las Vegas, el entorno donde pasaba casi todo para Rubén y los otros niños que crecieron aquí en la frontera entre los años ochenta y los noventa. Hacía tiempo que por la villa había pasado la gran expansión industrial que configuró apresuradamente la villa en la segunda mitad del siglo pasado y ya la localidad era más o menos la de ahora. Este espacio urbano bien surtido de servicios se mantiene casi intacto, pero si rasca descubre que faltan cosas, escenarios modificados tan importantes a los ojos de un niño como el cine Las Vegas, en la calle Palacio Valdés, muy cerca del río Arlós y de la frontera con Villalegre, hoy sustituido por una academia de peluquería. «Aunque yo era muy pequeño, recuerdo con mucha intensidad las tardes que pasábamos allí, el cine nunca ha vuelto a ser igual. Lo cerraron hace muchos años, una pena...».
Aunque el deporte le haya impulsado lejos, concede Garabaya, «nunca he dejado de venir, así que los cambios que se han ido operando en la villa los he vivido como si no me hubiera marchado nunca. Creo que la mayor diferencia entre Las Vegas de mi niñez y la actual, aparte del crecimiento inmobiliario, son los espacios verdes». Pero puede que lo principal siga estando aquí, la vitalidad del deporte -«siempre ha sido importante en el municipio, no sé si hay algo mejor en lo que un Ayuntamiento pueda invertir nuestro dinero»- y el Balonmano Corvera, que nació poco después que él y acaba de cumplir treinta años. Es la otra Las Vegas, la de Nevada (Estados Unidos), la que se vende como «capital del juego», pero ésta, a su manera, a su escala, también ha jugado mucho.
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