Por los tubos de la memoria
Un viaje en el tiempo, de la Edad Media al tercer milenio, a descubrir lo que son y lo que fueron algunos lugares clave de Llanes
La máquina del tiempo tiene una entrada por el siglo XIII, a los pies de la torre medieval que antes que oficina de turismo fue cárcel y atalaya defensiva en la Puebla de Aguilar, cuando todavía Llanes no era Llanes. La salida devuelve al siglo XXI unos pocos metros y cientos de años más allá, junto a la puerta de un hotel que en el XVII era convento de Agustinas. Nada fue lo que parece en este viaje a saltos a través del tiempo que en la superficie sólo cruza calles de la villa, pero que cubre en realidad un trayecto que va y vuelve de la Edad Media al tercer milenio. Se ve que Llanes no es sólo fonéticamente plural.
Lo saben de sobra Higinio del Río, periodista y director de la Casa de la Cultura llanisca, y Guillermo Sordo, empresario y presidente durante tres décadas del bando festivo de San Roque. El paseo que ellos guían arranca en el corazón de la villa medieval, dejando a la espalda el torreón, las ruinas barrocas del palacio del conde de la Vega del Sella y la basílica. Antes de salir a la calle Mayor, en Posada Herrera, lo que hoy es un bar, Xaréu, guarda también el recuerdo lejano de otras vidas. Fue palacio, el de Juan Pariente, explica Del Río y confirma una placa que atestigua que aquí, en septiembre de 1517, durmieron el emperador Carlos V y su hermana Leonor después de su entrada en España por Tazones y antes de su salida de Asturias por Colombres, cuando tampoco él era, todavía, emperador. De la edificación original sobrevive únicamente el arco de piedra que ahora da la bienvenida a la clientela del Xaréu.
Donde la calle Mayor muere en Mercaderes se sale del Llanes medieval. Es la antigua puerta de Villa, un acceso en la muralla que aquí ya no está pero que en muchos otros puntos de la población deja a la vista que es Llanes «la localidad del norte de España que más metros de defensa conserva» desde la Edad Media, se vanagloria Del Río. Al frente, la capilla de San Roque tampoco fue siempre iglesia para venerar al santo «y al perru». También hospital de peregrinos al abrigo de la fachada que le hizo «Fermín Coste, el arquitecto que trajo el fútbol a Llanes, uno de los fundadores del Sporting».
En la plaza de Parres Sobrino, que antes era del mercado, Ramón Melijosa, peluquero, dedica unos minutos a la contemplación del pasado próximo en el que organizaban fiestas y «marchas populares en bicicleta con hasta quinientas personas». Ya no. «La juventud no es lo que era», concluye. Esta plaza, tampoco. No está el mercado, que sobrevive en el puerto, pero sí el recuerdo de aquel episodio de la Guerra de la Independencia en el que los franceses quemaron aquí los libros de Blas Posada, el padre del preboste local que luego fue ministro y que nació en esa casa, justo allí, donde el tiempo ha puesto una sidrería, a unos metros de donde atropellaban a aquella anciana en «El orfanato», la última película que ha puesto a Llanes a dar la vuelta al mundo. Lo cuenta Sordo, que lo vio desde su zapatería, La Sirena, aquí mismo, en la plaza, y da fe una silla de director de metal que señaliza «Itinerarios de cine» por Llanes y que informa de que en Parres Sobrino también se habían rodado antes «Parranda» (1977), de Gonzalo Suárez, y la serie de televisión «Los jinetes del alba» (1990), de Vicente Aranda.
El viaje adelante y atrás en el tiempo de Llanes llega al puente sobre el Carrocedo, «anterior al siglo XVI», informa Higinio del Río, «porque de esa época ya hay constancia de una reparación». Unía la villa con lo que fue el extrarradio después de una marisma por donde «las barqueras», siempre mujeres, «trasladaban en balsas los carros que venían de Santander en los siglos XII y XIII». Junto al puente, Carrocedo arriba y en una plataforma sobre el río estuvo desde 1924 hasta los noventa el teatro Benavente, hoy ausente, y al otro lado del cauce también falta el hotel Universo, adonde Cosme San Román, pionero «desconocido» del turismo llanisco, cocinó todo lo que había aprendido en el París inquieto de principios del XX. Tampoco están la ballenas que se veían desde el puerto «hasta el siglo XVIII», confirma la enciclopedia de Higinio del Río, pero sí la lonja, edificada en el agua sobre sus dieciséis columnas, y la Casa de las Sirenas y más allá la capilla de La Magdalena, y aquí los escenarios de la primera película «de impacto» en este Llanes de cine, «Porque te vi llorar», de Juan de Orduña (1941). Y más allá, del blanco y negro al multicolor, asalta el presente en los «Cubos de la memoria», que envuelven la escollera del puerto y la apuesta turística del nuevo Llanes.
Siguiendo tras el puente por la calle de Las Barqueras, el viaje vuelve a retroceder hasta la segunda mitad del siglo XIX en el barrio «castizo» de El Cuetu, edificado entonces «por gente humilde, pero no marineros», informa Higinio del Río, pero aquí el tiempo también ha hecho de las suyas. Hasta esta zona vinieron a convivir y a edificar mansiones los ricos indianos llaniscos y hoy, interviene Guillermo Sordo, es «la zona de la movida veraniega». Está el palacio de Ramón Sánchez, que también tuvo su «otra vida» cuando alojó a los pilotos alemanes de la Legión Cóndor que visitaron Llanes en la Guerra Civil, o las casas de indianos de la familia Mijares y de los Leones, adquirida ésta por el empresario astur-mexicano José Antonio Pérez Simón. Y el palacio de Santa Engracia, que sobrevive apuntalado, adonde se peregrinaba en tiempos a ver «el primer coche que hubo en Llanes y que compró el propietario de esta casa, Sinforiano Dosal».
Avenida de la Concepción arriba, el nombre del palacio Parterriu ya dice poco sin sus ocupantes de ficción. Es la casa de «El orfanato», un poco más abajo de lo que fue plaza de toros. La tradición taurina entró en Llanes en 1894, de la mano de la marquesa de Argüelles para ser atractivo turístico, y sobrevivió hasta los cuarenta. Hoy aquella plaza es parque. Circular como el antiguo coso, pero ya sólo parque.
El viaje quiere ir a morir al presente, camino del nuevo Llanes de la segunda vivienda veraniega, y por eso deshace lo andado volviendo sobre sus pasos y orillando de nuevo lo que fue muralla medieval para detenerse en la calle del Castillo. Higinio del Río y Guillermo Sordo se paran frente al Casino, esplendoroso edificio modernista y vestigio de la sociedad elitista de principios del siglo pasado, cuando tres «bolas negras» de los miembros del selecto club social impedían la admisión de un nuevo socio. Hoy, evidentemente, tampoco es eso. Durante la Guerra Civil fue ayuntamiento y hoy es del Ayuntamiento, que tiene su propio edificio junto a él. Calle arriba, el gran convento de la Encarnación, o eso era en el XVII, ha devenido en gran hotel y su huerta es el parque de Posada Herrera. En el centro, la estatua del llanisco ilustre, presidente y ministro en el convulso XIX español, tampoco es lo que era. «El bronce de la original se fundió durante la guerra para hacer proyectiles», termina Del Río. Más arriba sigue el Llanes de hoy, el de las urbanizaciones y las residencias de veraneo, pero esa ya es otra historia.
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