Prósperos años nuevos
En pleno retroceso demográfico, Luarca pide un cambio de sentido que explore caminos diferentes dentro y fuera del turismo y construya un futuro con más alternativas de empleo y fe en las propias posibilidades
-¿Haylos?
-Pocos.
El diálogo escueto, el transeúnte acodado en la barandilla del muelle y el pescador de pie en los pantalanes del puerto de Luarca, habla de calamares, pero bien podría referirse también a las personas y a las escaseces que a veces aquí también duelen tierra adentro. Sobre todo, va a decir algún vecino, cuando se apaga el verano. Han pasado las dos de la tarde y empieza una tarde luminosa, de un invierno inusual en esta villa peculiar de población detenida, recién cerrada la década levemente por debajo de aquellos 5.500 habitantes que la parroquia contaba ya en 2000. El trajín de idas y venidas, sin embargo, revuelve a esta hora el puerto, donde han empezado a amarrar embarcaciones cargadas de pescado y las apariencias fingen que tampoco acierta aquel primer diagnóstico sucinto sobre la cicatería de la mar en Luarca. Calamares no, pero en el suelo de la lonja sí se ordenarán pronto cajas de pulpos, centollos, rayas, congrios, lubinas... «No hay un pexe», dirá el patrón mayor de la cofradía, Manuel Joaquín Gayol, para llamar la atención sobre la realidad habitual de un oficio que refleja la de la localidad que lo acoge. Aquí también faltan peces y brazos: hoy la pesca da de comer a 120 familias; «hace doce años éramos el doble, 240».
Vista desde La Carril, en plano picado y sin entrar en detalles, Luarca está quieta. Tranquila. Acomodada a la línea curva que marca el río Negro antes de hacerse a la mar en el barrio de la Pescadería, la Villa Blanca huye como Cudillero del modelo de capital emergente que destaca en otras partes de Asturias. No encaja en el papel de islote capaz de atraer habitantes desde un entorno rural decaído hacia su propuesta de poblamiento semiurbano, pero la situación admite matices. La limitación geográfica ha desplazado la expansión de la villa hacia su alfoz y, aunque el casco urbano y el conjunto de la parroquia decrezcan, Almuña, arriba, encaramada en la rasa justo antes del descenso de Luarca hacia la mar, cuenta con más del doble de habitantes que hace una década, 826.
«Hace tiempo que no sale un hijo de pescador a la mar»
De ese retroceso general, la cofradía de pescadores es un reflejo, y «el encarecimiento de la vivienda, un problema», afirma Miguel Nogueira, propietario de un hotel de tres estrellas en el centro de la villa. «En Tineo y Cangas del Narcea, por ejemplo, la gente mayor del concejo se concentra en la capital. Aquí, como las casas son más caras, se nos van a otros sitios». Y «no hay industria» y en el vecindario se escucha decir que de un tiempo a esta parte se han perdido alternativas de empleo y que el turismo vive cada vez más confinado en el destello fugaz de la Semana Santa y el mes y medio escaso de verano que va de mediados de julio a finales de agosto... «Por lo menos desde hace 24 años», interviene Luis Laria, luarqués adoptado y presidente de la Coordinadora para el Estudio y la Protección de las Especies Marinas (Cepesma), «la mayor empresa de la villa ha sido siempre el Ayuntamiento».
En la balanza del futuro pesa eso, van a decir a coro algunos vecinos, y cierta atonía en la forma de ser colectiva, pero en el plato opuesto, también, la certeza de que hay alternativas y, especialmente, materiales para cimentarlas. O para reconstruirlas, precisa Laria rodeado por los escombros del museo del calamar gigante, que la fuerza de la mar destrozó el pasado noviembre apenas tres meses después de su apertura y que ya tiene financiación y proyecto para volver a abrir en primavera, remodelado y protegido. «Yo soy positivo», asegura, porque en un vistazo rápido a la calle se ven «elementos que funcionan». Con muchísimo esfuerzo, pero funcionan. Alberto Asenjo, empresario hostelero con restaurante y discoteca en la villa, se dice persuadido de que «Luarca tiene futuro si creemos en Luarca, o más bien en nosotros mismos», y en los motivos para agitar los brazos y llamar la atención desde aquí. Valdrá la fe «si no seguimos pensando que alguien va a venir a traernos el garbanzo a casa», enlaza Evaristo Guardado, hermano mayor de la Cofradía del Nazareno; si se encuentra el modo de caminar un paso por delante de lo que demanda el porvenir. Es el turismo visto con otros ojos, dicen que removido por dentro, y a su lado algunas alternativas diversificadoras. He ahí la lección teórica del principio del camino a la búsqueda del tiempo perdido, porque «estuvimos al menos veinte años», calcula Miguel Nogueira, «sumidos en un abandono total por gestiones nefastas. Se perdió la oportunidad de coger el carro por dejadez municipal y en parte lo estamos pagando ahora».
Pero hay una base colocada y el éxito de la edificación «es más cuestión de ideas que de costes», sigue Laria, metido de lleno en el cambio de sentido: «Se están modificando tanto los conceptos económicos que no sé si tendremos capacidad para el cambio. Bajó el sector agrícola, el ganadero está casi en situación de pre-extinción y la pesca...». En la pesca «hace tiempo que no sale el hijo de un pescador a la mar», le atajará el presidente de la cofradía luarquesa, Manuel Joaquín Gayol. Para darle una vuelta a la villa, el presidente de la Cepesma pide algunos ejemplos parecidos a las iniciativas transversales de «la Cofradía de San Timoteo, que vitaliza de forma singular las actividades lúdicas de la villa», o de la del Nazareno, que articula en torno a sí aquella Semana Santa de referencia. Juan Antonio Martínez Losada, «Estremera», cronista oficial del concejo, confía en lo que puedan dar de sí el auditorio, que sustituirá al viejo cine Goya, o el museo permanente de Severo Ochoa y la Casa de las Ciencias, o el proyecto del observatorio de mareas y la reapertura de la muestra del calamar gigante... Y sí, puestos de trabajo, también. Se han perdido cuatrocientos en las últimas décadas, calcula Antonio Suárez, «Tono», presidente de la Cofradía de San Timoteo, y no queda rastro de la industria metalgráfica, nada de las conserveras, de las lácteas o de las fábricas de madera. Todas se fueron marchando «sin prácticamente nada que las sustituyera». «No hay industria», y el alcalde de Valdés, el socialista Juan Fernández Pereiro, señala hacia los alrededores de la villa. Se ampliará el polígono industrial de Barcia-Almuña, se tramita urbanísticamente el Parque de la Madera para concentrar empresas del sector en Barcia o se avanza hacia una planta de transformación de purines y generación de biogás promovida en Otur por la cooperativa La Oturense.
Lo principal, eso sí, está una vez más a la vista. El secreto se esconde detrás de esa fachada unitaria de casas blancas que se desliza hacia el Cantábrico para que se sepa por qué hizo fortuna desde los sesenta el sobrenombre de la «Villa Blanca de la Costa Verde» que acuñó el ex alcalde Ramón Muñoz. «Luarca es una villa preciosa donde puede que falten cosas por modernizar, pero sigue siendo una referencia para el turismo; hay que apostar por él descaradamente», propone Alberto Asenjo. «No hace falta ser un gran técnico para verlo». Turismo renovado por dentro, turismo diferente y nuevo para responder a la certeza de que habrá que diversificarse, pero nunca «vamos a poder prescindir de él». Quedan seis hoteles, aproximadamente doscientas plazas en la suma del casco urbano y su entorno, y el Alcalde invoca la impresión de que «hacen falta más». El que fue el mayor hotel de la villa, sesenta habitaciones frente a la plaza Alfonso X el Sabio y el Ayuntamiento, duerme cerrado aguardando desde hace años, y lo que no puede esperar es la enumeración de iniciativas para evitar que esto siga pareciendo «un cementerio» en los inviernos. No sólo segundas residencias con las persianas bajadas y algo más que veraneantes que cada vez se quedan menos tiempo, esos «que aquí llamamos "los madrileños"», aunque no tengan por qué ser siempre de Madrid.
Para abrirse a otras posibilidades, Asenjo entiende eficaz el contacto intensivo con los touroperadores y apunta que un gran hotel aquí «igual supone aún un riesgo muy grande. El dinero es temeroso e invierte allí donde ve posibilidades», pero con lo que hay, «restaurantes y hoteles de mucha calidad», sobra para empezar a contemplar el aprovechamiento turístico de otra manera. Mejor. Pereiro pide unión entre los empresarios, iniciativas y servicios comunes -un spa o una central de reservas, pone por ejemplo- y cauces de comunicación fluidos entre establecimientos turísticos, pero a él le reclaman algo mucho más básico: «No puedo llegar en un autobús a comer porque no hay dónde aparcar», alerta Celestino Sánchez, presidente del Club Náutico de Luarca.
Escarbando en el turismo, él pone rumbo a Punta Muyeres, en el extremo de la playa Tercera, para volver a revolver una quimera irrealizada desde 1932, «el puerto más seguro de Gijón a Ribadeo». Tendría, calcula, «capacidad para quinientas o seiscientas lanchas» y, además de «mucha vida para Luarca», traería tres beneficios enumerables: «Diez puestos de trabajo fijos, un comercio de pertrechos y un valor añadido enorme». De momento, habrá de conformarse con responder a la demanda con la promesa municipal de un puerto deportivo mayor y una escuela de vela en los planes pendientes de definir que avanza el Alcalde. Sánchez, mientras tanto, apuntala el pedido con la experiencia. Por falta de espacio, asegura, «el verano pasado tuve que decir que no a cuatro clubes náuticos, dos de la Bretaña francesa, uno inglés y otro alemán, que traían en total veinte veleros y ochenta personas que iban a pasar tres días aquí».
Una ruta por el «paseo de La Habana», el extremo del puerto coloquialmente rebautizado así por lo que calienta el sol hasta en invierno, resguardado del viento por la peña cortada de La Atalaya, la entrada y salida de barcos por la bocana del puerto da una idea de lo que pesa todavía, a pesar de todo, la flota pesquera luarquesa. 35 embarcaciones y 120 marineros no son lo que fueron, pero todavía tiran. El problema es el futuro, porque, además de la falta de relevo, el patrón mayor de la cofradía, Manuel Joaquín Gayol, calcula ya «un veinticinco por ciento de gente de fuera». Porque también aquí la mar es una carrera de obstáculos en la que no cuenta tanto la competencia como la altura y el número de las vallas. «Cuando yo era joven no te daban opciones y ahora hay muchas menos sacrificadas que ésta», los meses de preparación en la escuela naval frenan propósitos de vocaciones y «no hacemos nada» con los cupos de merluza, que «favorecen claramente al arrastre». Y, al final, el premio se antoja corto. «Llevo 45 años en la mar, desde los 13, y jubilándome con el cien por ciento me quedaría una pensión de 896 euros».
El lugar de las veinte asociaciones culturales
«Luarca, capital del mundo». El titular de un periódico antiguo exagera en la pared de un restaurante de la villa la pujanza de una villa con un aire señorial forjado durante décadas en un carácter colectivo al que muy poco de lo humano le es ajeno. O eso dice el cronista oficial de Valdés, Juan Antonio Martínez Losada, «Estremera», cuando cuenta hasta veinte asociaciones culturales, «que no las tiene ningún concejo del Occidente». Hay banda de música, Conservatorio, coro, grupo de teatro, agrupación filatélica numismática, Asociación de Amigos del Camino de Santiago, Semana de la Ciencia, concursos de relatos en español y asturiano, cursos de cultura popular... «Una dinamización cultural que no se da en otros concejos». Se atisban fondos europeos para instalar aquí el observatorio de mareas y el embrión de una «oferta interesantísima» en proceso para empaquetar todo eso en el auditorio que tendrá el viejo cine Goya, con su muestra sobre la obra que le dio dos premios «Oscar» al director artístico luarqués Gil Parrondo, o la Casa de las Ciencias y el museo permanente para el legado del gran hijo ilustre de la villa, el premio Nobel de Medicina Severo Ochoa.
El auditorio estará «a lo largo de 2011», dice el Alcalde, y el museo, en Semana Santa, a la vez que la remodelación del edificio que acoge el Aula del Mar y la muestra del calamar gigante, con sus doce piezas únicas, la réplica del submarino «Nautile» que imaginó Julio Verne y sus 12.000 visitas desde que abrió su nuevo edificio en el muelle -el 14 de agosto- hasta que la mar entró a destrozar toda la primera planta en armónica colaboración con la falta de previsión de sus constructores el 9 de noviembre. Habrá que invertir más de medio millón de euros en la reconstrucción y la protección exterior con un muro de hormigón.
El Mirador
_ Las comunicaciones
La gran cruz de la lejanía no estará resuelta mientras no se reactive la obra de la Autovía del Cantábrico en los tramos próximos a Luarca. Aquí inquieta la parálisis que al pasar se observa a simple vista, que «en el tramo de Muros a Artedo hay cuatro personas trabajando en el puente y el de Otur está parado», protesta Celestino Sánchez, presidente del Club Marítimo de Luarca.
_ Los museos
En el palacio del Marqués de Gamoneda, frente al Ayuntamiento, Luarca tendrá su museo permanente de Severo Ochoa. Será en Semana Santa, si se cumplen los planes del Alcalde y, asociada a él, la Casa de las Ciencias. La mar destrozó en noviembre el museo del calamar gigante, que había abierto el 14 de agosto en el muelle nuevo y tuvo 12.000 visitantes en menos de tres meses. Él también regresará en primavera, si no hay contratiempos, con la inversión prevista de 572.000 euros para reconstruirlo y proteger su fachada con un gran muro de hormigón que simulará la proa de un barco.
_ El auditorio
Para otro de sus hijos ilustres, «a lo largo de 2011» se espera la puesta en servicio del auditorio que sustituirá al viejo cine Goya, con espacio escénico, 400 butacas y pretensiones de atraer una abundante «actividad cultural y congresual», dice el Alcalde.
_ Las playas
En conexión directa con las perspectivas de aprovechamiento turístico, el Ayuntamiento de Valdés patrocina un plan para la remodelación de las tres playas de Luarca y la recuperación del paseo marítimo, avanza el Alcalde.
_ La industria
Urge el reemplazo de la que se perdió, y Valdés, afirma Fernández Pereiro, planea ampliar el polígono de Barcia-Almuña o la puesta en marcha del cercano Parque de la Madera, en fase de tramitación urbanística. Manda eso y «el refuerzo del sector agroalimentario», enlaza el Alcalde, y más lejos el proyecto de la cooperativa La Oturense de impulsar una planta de biogás mediante la transformación de purines.
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