El doctor se desmarca en Luarca
El luarqués Óscar Luis Celada, ex futbolista y médico de la selección campeona del mundo, regresa con regularidad al «refugio tranquilo» de la villa donde nacieron sus dos vocaciones
Un vistazo rápido, Luarca en perspectiva «aérea» desde la carretera del faro, no consigue encontrar un rincón donde aquel niño no haya jugado a la pelota. Óscar Luis Celada (Luarca, 1966) era todavía para todos el hijo de don José, el médico, cuando casi el único riesgo del balón en las calles de la villa era perderlo a manos de un guardia urbano. Si no se lo han quitado Laurido o Calzón, el niño que luego será futbolista y médico, ahora doctor del Zaragoza y de la selección española campeona del mundo, se vuelve a ver persiguiendo una pelota en prácticamente todas las imágenes de los recuerdos que permanecen asociados a los escenarios de su pueblo natal: «Podíamos jugar en un millón de sitios: en el parque, el La Feria, en La Llera, en la estación del tren, en el campo de San Timoteo, junto al instituto en Villar? Hasta cuesta arriba en La Peña, la pendiente que sube hacia El Chano». Ahora ya no. Hoy aparcan coches en La Llera, junto al puerto, y en La Feria, una explanada pegada al río Negro, y ya cuesta más, asegura, ver un partido improvisado fuera del parque. «En ese aspecto sí ha cambiado un poco» esta villa en la que el hijo de don José pasó a ser Óscar, el futbolista, y al fin el doctor Luis Celada.
En lo demás, física y sentimentalmente, se ha movido menos. Tal y como la ve Óscar desde 2011, Luarca continúa siendo aquel refugio tranquilo que cada cierto tiempo sirve para recordar «a la familia y a los amigos» y para retroceder hasta muchos agostos de San Timoteo y otros tantos saleos de la Virgen del Rosario por la mar próxima a la Villa Blanca. Es aquí donde empezó todo; esto que hoy decora todos los recuerdos de infancia fue también el escenario único hasta la mayoría de edad. Hijo de palentinos, «me siento luarqués, o más bien valdesano» para no excluir a nadie, porque su padre, cuando él nació, era todavía el médico de Trevías y allí, a orillas del Esva, transcurrió la infancia más tierna. Con el padre y la familia se mudó a Luarca a los 2 años, a recopilar allí «todos estos recuerdos de infancia y adolescencia» que ahora revive y que tienen la villa casi por decorado único. Aquí empezó el fútbol, en serio a partir de los 12 años en el Marino de Luarca, el Luarca Promesas y, por fin, antes de la edad juvenil, en el equipo «grande» de Preferente y Tercera, con aquellos derbis contra el Navia que eran los primeros «partidos importantes». El Preescolar en el colegio «de las monjas», la EGB en el «Ludus», hoy desaparecido, y el Bachillerato y el COU en el Instituto de Villar... Todo está en Luarca. También aquí se cruzó un verano María, una madrileña veraneante en Luarca «de toda la vida» que hoy es la esposa y la madre de sus dos hijas.
A los 18 años, la compatibilidad de una vocación doble transformó Luarca en escenario a tiempo parcial de veranos, vacaciones y fines de semana. Óscar se fue a Oviedo a estudiar Medicina y a Gijón a jugar al fútbol, nueve años entre el filial y el primer equipo del Sporting y otras tantas temporadas en Primera sumando las de rojiblanco con las del Zaragoza. Después de ganar con los maños aquella Recopa de 1995, la del gol «imposible» de Nayim al Arsenal, el deporte profesional se fue agotando en Las Palmas, primero en la Unión Deportiva y al final en el Universidad. El fútbol, no. Tras la retirada se quedó a vivir en el campo a su manera, ejerciendo la medicina a la vez en el Zaragoza y la selección nacional.
El tercer asturiano del equipo campeón del mundo en Sudáfrica, con Villa y Mata, recibió el pasado verano su propio homenaje en casa, pero aquí la gratitud colectiva no es de ahora, «siempre me he sentido muy querido por el cariño que la gente tenía a mi padre». Por eso vuelve, por eso y para intentar que sus hijas «pasen unos veranos lo más parecidos posible a los nuestros». «Ellas y mi mujer están aquí todo el verano, yo a veces tengo que ir y venir, pero mi punto de referencia es siempre Luarca. Cuando pasan los meses sin ir, siento cierta necesidad». Regresa, compara y descubre que «la villa tal vez tenía más vida en otro tiempo. Por su situación, en la desembocadura del río y rodeada de montañas, puede que no se haya masificado tanto como otras poblaciones, afortunadamente. Por ese lado está muy parecida, no tengo la sensación de que haya cambiado tanto».
En la playa Tercera, por ejemplo, se sigue jugando «el "cuadrín de la playa" que organiza desde hace cincuenta años la peña Ferrera» y que guía la memoria hacia aquel escenario central en el recuerdo del centrocampista. Hay otro «maravilloso» que también permanece casi intacto, el cementerio. En su acantilado, con La Atalaya detrás y las playas al frente, este camposanto «no da ninguna sensación tétrica, todo lo contrario». Allí están enterrados los padres y «una tía que se ha muerto recientemente. Lo he visitado mucho, porque lo asocio con momentos de reflexión, de paz y tranquilidad interior». Le falta, eso sí, «el antiguo teatro Colón, enfrente del Colegio de Las Graduadas, junto al río», con aquellos bancos delante y dentro «las películas de miedo» y los otros espectáculos a los que no podían asistir los niños.
Si hay que dar vida al escenario, el doctor Luis tendrá presente a la familia y a los amigos; a los profesores, a los entrenadores y, entre otros muchos, a «mi padrino Antón, Antonio el de la Farmacia Rodríguez, una de las personas más espléndidas que hay en Luarca». Su pueblo son ellos, pero «como médico», también «marca un poco» haber compartido decorados con Severo Ochoa, un premio Nobel de Medicina cuya casa en Luarca, «Villa Carmen», todavía no había sido reciclada en cetárea cuando los niños «subíamos a visitarla, porque nos impactaba mucho».
Su guía imprescindible de la Villa Blanca define «obligatoria» la subida al cementerio y a La Atalaya, bien por el Cambaral o por la carretera del faro. Tampoco sobraría hacerse acompañar en el ascenso hasta El Chano, por La Peña o por La Pescadería, contemplar desde allí «la desembocadura del río, el pueblo y las playas» y volver a bajar para volver a subir a Villar por Los Escalerones. Dar un paseo por el puerto, esperar un atardecer en el muelle nuevo, caminar hasta el campo de San Timoteo y parar en Los Martillos, los malecones que pusieron decorado a los primeros cortejos de los 13 o 14 años? Y si al final hay que volver a marcharse, sentir la satisfacción que da «ir por el mundo representando a Luarca. Por mi trabajo, por el fútbol y la repercusión que tiene, me siento, modestamente, un embajador de Luarca. Y eso me hace mucha ilusión».
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