Eugenio Ruiz, el filósofo rural
El campo y los libros marcan la vida de uno de los pocos hijos de Lugo de Llanera que son testigos de su pasado agrícola y su presente industrial
Hubo una época en que en Lugo de Llanera no había polígonos ni naves industriales. Años en los que casi todo era campo. Décadas con familias más que numerosas que tiraban de la ganadería y de la agricultura para subsistir. De aquella época, en la que Lugo de Llanera no soñaba con convertirse en lo que es hoy, una suerte de «ciudad dormitorio» residencial, a 8 minutos en tren de Oviedo y con más de 4.500 habitantes censados, queda ya muy poca gente. Aún menos que hayan nacido allí. Uno de ellos es Eugenio Ruiz. Desde su nacimiento, en 1925, no ha abandonado Lugo de Llanera. A través de los libros ha viajado a lugares que quedan muy lejos de donde nació. Lo ha visto, dice, casi todo. Y no cambiaría nada. «La felicidad no es más que salud y mala memoria», asegura, parafraseando a alguno de los que, antes que él, han utilizado esta frase.
Para llevarle la contraria al dicho, Eugenio Ruiz, que lleva la friolera de 86 años viendo la evolución urbana de Lugo de Llanera, tiene las dos cosas: buena salud y buena memoria. Sólo un bastón delata que por él, como por su pueblo convertido en pequeña ciudad, también han pasado los años. «Lugo era un pueblo bucólico, pastoril. No se parecía a esto en nada», rememora, mientras intenta abarcar el aire con las manos, sentado a la mesa de la sidrería a la que acude cada mediodía, antes de comprar el pan y el periódico e irse a casa. Es la jubilación la que le ha permitido seguir una rutina diaria impensable durante sus años de trabajo agrario.
El asfalto que hoy domina el casco urbano de Lugo de Llanera era, en su infancia y primera juventud, un gran solar de tierra en el que jugaban «al fútbol con pelotas hechas con trapos», apunta. Cuando tocó empezar a cortejar, en aquellos bailes con música de gramola, Eugenio afirma que había «mucho más respeto que ahora», porque, asegura, «la juventud se divertía de otra manera». No se siente en derecho ni cree que sea la persona adecuada para dar consejos a los adolescentes de hoy. «Sólo decirles que el sexo, fuera de su tiempo, puede llegar a ser una esclavitud», asegura.
Las ideas, poesías, teorías e historias que Eugenio Ruiz aprendía en la antigua escuela de Lugo de Llanera le acompañaron durante la Guerra Civil. Con 12 años ayudaba ya en el campo. En plena contienda, reconoce, «el que tenía qué comer era un afortunado». A pesar del tiempo transcurrido, no ha conseguido olvidar los combates en el monte Naranco de Oviedo. Tampoco el miedo. Y cada noche, dice, sabían si esa mañana había habido combates por los cuerpos de milicianos muertos que aparecían, esperando el entierro en el antiguo cementerio. «Los heridos los llevaban al sanatorio», añade.
Tras la guerra, rememora, «no hubo que reparar grandes daños, aunque nos bombardeó una vez la artillería». En los años que siguieron hasta hoy, Eugenio señala al tren como catalizador de los cambios que ha sufrido su pueblo. «Lo tuvimos siempre», rememora, como quien habla de un bien muy preciado, «así que la vida del comercio y de las compras siempre se hizo en Oviedo». Con ocho vacas y siete hectáreas de terreno, y casado con Aurorina, de la que enviudó hace años, para Eugenio la vida en Lugo de Llanera cambió de forma drástica con la llegada de las naves industriales y los polígonos. El primero, el de Silvota.
«Cuando empezaron, más que una expropiación fue un expolio», sentencia. Todavía hoy, pasados los años, lo ve injusto. La construcción del Polígono afectó a muchos de los vecinos de Lugo, y aunque fueron a los tribunales, «no tuvimos derecho a nada más que a lo que nos daban». Para la segunda fase de construcción del polígono que cambió Lugo de Llanera llegaron hasta el Tribunal Supremo. «Algunas ventajillas económicas sí que hubo», reconoce, «pero del terreno, nada».
El «pueblín» se iba convirtiendo en un «pueblón», según la descripción del presidente de la asociación Amigos de Lugo de Llanera, Luis Ángel Díaz, y Eugenio Ruiz lo vivió «como un cambio de civilización». «Viven otro tipo de vida», añade.
Instalado en la parroquia rural de Santa Rosa, Eugenio Ruiz no cree que debido a la actual crisis económica haya que volver a la agricultura. «Ya produce Brasil para el resto del mundo», señala. Igual que ahora, su vida de agricultor estuvo hecha a base de costumbres. El trabajo empezaba a las siete de la mañana y terminaba casi a última hora. «Una vez te acostumbrabas a ello, no lo notabas», asegura. Por supuesto, «de vacaciones, nada». Tras la siesta era la hora de ir al bar. Quienes le conocen bien afirman que iba «como un señor». Alto, espigado, bien vestido «y con pañuelo en el bolsillo de la chaqueta».
Tras la jubilación, aún tuvo alguna vaca, y cultivó «verduras y fabes», como recuerdo de cuando «el 80 por ciento de las familias vivía del campo y tenía 10, 12 o 14 hijos». De la vida que llevó Eugenio Ruiz «no cambiaría nada». La curiosidad por la lectura le permitió hacer «como Julio Verne, que nunca viajó a ningún sitio». Ahora sólo necesita «buena salud y mala memoria».
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