Mieres debe soñar
La villa, que no dio el paso hacia la ciudad moderna de servicios, busca su sitio contra el riesgo de quedar atrapada por su historia
Es Mieres una de las cinco ciudades principales de Asturias, cabeza de un municipio que ronda los 43.000 residentes. Mieres vivió mucho. Tanto que corre el peligro de quedar atrapada por su propia historia reciente, en la que parece querer refugiarse, volver al pozu, a la certidumbre y al turullu regulador de la vida. Y tampoco aquello era para tanto. Sí, mucha gente, mucho carbón y también mucha necesidad. Mieres era un taller y en los talleres no se vive, se trabaja. Ahora Mieres debe trabajar para convertirse en una gran ciudad, el artefacto social más productivo.
El peligro de que te atrape la historia es que poco a poco el pasado se vaya tornando en ficción, que en vez de proyectarse tal como fue lo desdoblemos y nos inventemos lo que queremos que hubiera sido; si esa ficción la reforzamos con subsidios, momentáneamente ella nos trae consuelo y remedio, porque nos alivia de nuestros reveses, pero también va inhibiéndonos para la lucha por la vida, haciéndonos caer en el gran peligro, el aislamiento en un mundo mental propio. Nuestras relaciones con los otros se debilitan, abandonamos la actividad y terminamos desamparados; en ese momento la irrealidad mental se convierte también en física. Estas palabras se escribían en 1977 no como una profecía sino como un escenario posible y no deseado de futuro para Mieres, que hoy parece más cerca. Es el riesgo de la reestructuración, el desconcierto que acompaña el final de todos los ciclos.
El antídoto para alejarse de ese escenario era y es el proyecto. Mieres tiene muchas cosas buenas. Entre otras cosas la solidaridad de su gente. Y debe aprovecharlas, pero para eso necesita soñar, imaginar, arriesgarse a definir un proyecto propio, a medir sus fuerzas positivamente, creativamente, con la realidad.
Mieres fue tomando la vega, acobardando al temible Caudal hasta achicarlo en un canal, que por la villa más parece obra de quien hace cuneta de galería que humaniza un río. Y, sin embargo, su obra de regeneración fue monumental, pues el Caudal, no hace tanto, sí que era una auténtica cuneta a la que vertían lavaderos y poblaciones.
Están lejos los tiempos de la vega de maíz y los históricos asentamientos que jalonaban el camino (La Villa, Requexu, Oñón, La Peña…) a partir de los cuales la industria creó una villa que por su pujanza se escindió del conceyón lenense para vivir la suya propia. Y fue llenándola de factorías y todo género de artefactos productivos. Nubes de hollín, coquetos chalés de los directivos y técnicos y barrios uniformes de vivienda obrera, planificación urbanística ilustrada y bien comunicada, con notables comercios y servicios. Eso era Mieres. Una villa moderna. Su colmatación vino por oleadas, de la mano de las barriadas de colominas, tipológicamente adaptadas al tiempo de su aparición, que fueron brotando para atender la siempre urgente necesidad de vivienda, pero sin extender la vista más allá de la acera que rodeaba las edificaciones.
Hay poco espacio y fruto de la tradición hay costumbre de mezclarlo todo, entreverando usos. El resultado es una ciudad de plano alargado, que ocupa todo el fondo del valle, ciñéndose completamente a su traza, y conteniendo en su interior todas las infraestructuras sucesivas, la carretera general, la nueva de los sesenta, convertida posteriormente en autovía, las vías férreas, paseos, parques, nuevas urbanizaciones y nuevos emplazamientos industriales y de servicios. Se va así compactando el rosario de cuentas antes aisladas que constituía el peculiar modo urbano con el que se expresaba Mieres, la villa, la cabeza de una constelación de elementos aislados, cada uno de los cuales era una empresa y un poblado. Lo que, por cierto, da idea de la estricta planificación urbana del pasado, siempre supeditada a las necesidades de la producción. Lo que está menos claro es que en épocas más recientes la ordenación del territorio haya sido orientada por un proyecto concreto, integrador. La incorporación de Santullano más parece fruto de la espontaneidad del sistema que de la búsqueda planificada de una nueva centralidad en el camino de construir un nuevo Mieres, integrado por las poblaciones cuyo destino no será el de independientes villas sino el de hacer más grande la ciudad de Mieres del Camino, cuyo casco urbano se estira sin discontinuidades desde La Peña hasta Turón y el puente de Ujo. Esta centralidad lineal queda cortada al Norte por el lavadero del Batán y por los viaductos de enlace entre las autovías que marcan la frontera urbana septentrional dejando marginados de la villa los desamparados pueblos de Ablaña y Cardeo, entre los que se entreveran instalaciones industriales como la térmica de La Pereda, voraz consumidora de escombreras, y los polígonos de Fábrica, Lloreo y Baíña, con su depuradora. El poblamiento se desparrama en un segundo plano por las güerias, especialmente la de San Juan, pero también la de San Tirso y otras menores, y tapiza las laderas bajas de los cordales con un ciento de lugares brotados en los años de auge minero, generalmente antes de la construcción de las grandes barriadas. Destaca la urbanización de Returbiu (Rioturbio) en la parroquia de Santa Rosa, con 1.162 residentes y un rápido declinar, característico de este tipo de núcleos de población en las comarcas mineras.
Las cifras revelan la dinámica mierense, que llevó al concejo a tener 70.000 habitantes en 1960 y condujo a la villa desde los 14.000 de 1950 a los 27.500 de 1986. A partir de aquí, la tendencia se invierte y la pérdida de población ha sido continua. En la década final del siglo XX el concejo baja de los 50.000 habitantes y hoy suma menos de 43.000. La villa ha pasado en este siglo de 26.500 a 24.500. Otros 6.700 residen en las parroquias circundantes, algunas plenamente incorporadas al casco urbano. De ellas sólo Santullano muestra una tendencia positiva en la última década (de 1.009 a 1.212 residentes). El resto decrece: Mieres extrarradio (1.472), Siana (968), Cuna (451), La Peña (918) y Santa Rosa (1.725).
Mieres, que fue adelantada de la industrialización y su modernidad, no ha sabido coger el paso después. Sin duda, hoy su casco histórico es el propio de una villa recoleta y cuidada, tranquila, pero eso parece que no es suficiente. Mieres es más, y puede ser más, aunque las oportunidades de desarrollo son efímeras. No tuvo la visión estratégica de salir de los estrechos límites que le marcaban el lavadero y el polígono de Vega de Arriba para integrar al conjunto urbano del Sur, para sumarlos a un ambicioso proyecto urbano de hacer una gran ciudad y no sólo por crecimiento sino, ante todo, por rehabilitación. Por otra parte, la integración es la tendencia sistémica, hacia allá avanza el sistema local, acelerar la tendencia, optimizarla es labor de liderazgo, que tiene que ofrecer un proyecto, ampliamente compartido para identificar el futuro y tomar con decisión el camino. La villa no se atrevió, o no vio la oportunidad, de dar el paso a ciudad, no se decidió a renovar con decisión su paisaje urbano y su caserío, no apostó decididamente por las actividades terciarias y por una expansión urbana moderna que detuviera la pérdida demográfica, a pesar de ser ella misma más central dentro de Asturias con la conectividad que le proporciona la Autovía Minera. Su mayor apuesta, La Mayacina, aún hoy está a medio salir del cascarón, después de tres décadas. Demasiado tiempo y dudas, aún contando con recursos abundantes.
Pero Mieres ha tenido y tiene oportunidades de dar los pasos pendientes. Ahí está la nueva centralidad de actividades terciarias y asistenciales de Santullano, segregada de la villa por el polígono industrial, y para la que es urgente mejorar su relación con ella, por lo que en unos tiempos de recursos muy tasados la solución está en Ricastro y en la escala comarcal, concretamente en el polígono de Villayana. Las barriadas de colominas han conocido imprescindibles mejoras para suplir insuficiencias apreciadas como básicas hoy en día, pero dejan un gran recorrido para su reforma estructural, que las reurbanice, convirtiéndose así en oportunidad para la promoción de actividad y empleo que atraiga población joven. La sede universitaria es un gran equipamiento que añade valor a la Universidad de Oviedo y a Mieres, cuya interrelación se irá haciendo mayor a través de la acción de instrumentos de cooperación en varios campos, como una de las finalidades intrínsecas de la Universidad, cooperar al desarrollo territorial, especialmente en las localidades que la acogen. Hay oportunidades, aunque no sobra tiempo y sigue siendo necesario el proyecto pertinente que las integre.
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