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La canción de los trenes perdidos

Víctor Manuel repasa el Mieres distinto del que abandonó en los años sesenta y confirma lo que ya cantaba en los ochenta, que «no dejaron ni migajas de los años de abundancia»

Marcos PALICIO / Mieres (Mieres)

Hay un verso escondido en una canción de 1983 que define sin retoques lo que pasa en 2012. En uno de los retratos cantados de su villa natal, «Por el camino de Mieres», Víctor Manuel San José ya escribió entonces, antes del último estribillo, una frase sin sujeto que dejaba en el aire la sentencia «no dejaron ni migajas de los años de abundancia». Sigue sirviendo hoy, con ese trazo valdría para redondear el dibujo. «Ni migajas, así fue». El cantautor mierense asiente, ratifica la lastimosa vigencia del aquel verso suelto, de la melodía con la que sigue pudiendo acompañar hoy la memoria de un pasado distinto. La certeza ha resurgido ahora, avanzado el siglo XXI, al volver a pensar en poner banda sonora a Mieres, en buscar letra y música para la comparación de aquella capital minera y siderúrgica atravesada por trenes de mercancías chirriantes con esta nueva villa más limpia y menos viva. La vida ha resucitado en el río Caudal -«ahora tiene peces, yo siempre lo vi negro»-, a medida que menguaba en un trazado urbano que ha llegado hasta hoy con menos población que nunca desde el apogeo mierense del carbón y del acero. «Ésa es la diferencia con el tejido industrial del País Vasco, por ejemplo», concluye Víctor Manuel. «El capitalismo vasco ha reinvertido históricamente. Nosotros..., deseando que nos comprase el Estado».

No es sólo suya en Mieres la sensación de que el balance de la reconversión se hace con el recuento de algunos trenes perdidos. Las vías que ya no están, que atravesaban la villa de lado a lado en la infancia del cantautor, bien podrían haberse llevado los trenes figurados que se escaparon desde que a la villa se le agotó el combustible de la locomotora. «Por el camino de Mieres», decía aquella vieja canción, «ya no me despierta al alba el runrún del tren de chapa, la sirena de la fábrica». La nostalgia de aquel sitio distinto empapó los primeros discos y de algún modo sigue ahí. «Mi padre, por cierto, era ferroviario», dice otro verso de otra canción, que da título a un disco de 2001, «El hijo del ferroviario», para que se entienda y adquiera pertinencia la metáfora constante del ferrocarril, para calibrar también el peso del poso mierense en la obra de Víctor Manuel.

Al volver, al abrigo de Mieres, recorriendo la distancia en el espacio y desandando la que también ha puesto en el camino el tiempo, el cantante mierense que se fue a Madrid a buscar fortuna en 1964 experimenta cierto vértigo al confrontar lo que dejó con lo que queda. Hoy, la villa ha sustituido por un paseo ancho y agradable los raíles que se acercaban a la vieja estación del Vasco en la Mayacina y ha rehabilitado y repintado el edificio sin alterar su esencia para transformarlo en Centro Municipal de Servicios Sociales. «No tiene nada que ver», confirma. «Para ir a Ribono a ver a los güelos había que subir con madreñas o chanclos. Ahora hay carretera, afortunadamente. Antes el carbón ennegrecía todo»; ahora, con el tiempo, al menos ha dejado de tener sentido la reclamación que hacía Víctor Manuel en aquella otra estrofa de «Por el camino de Mieres»: «Río muerto, cuánto diera por clarear tus negras aguas».

«Por el camino de Mieres, / entre aldeas y montañas, / junto al Puente de la Perra / puedo verme en la distancia». La confesión, incluida en la misma canción de 1983, sigue siendo verdad, admite el músico mierense. El puente de hoy es peatonal, no hay tráfico y tiene el piso empedrado y bancos, pero continúa sirviendo para recordar. Los ojos de la memoria del cantautor han vuelto a contemplar Mieres, a lo que queda de la parte de la villa que veía desde casa y que despierta casi al unísono todos los sentidos. El «primer sonido es el del tren de mercancías arrastrándose perezoso, chirriando hasta detenerse en la estación de Mieres»; «el olor, el de la hierba recién cortada», y la vista, la de la ventana de casa: «En primer término, el Puente de la Perra; a la izquierda, en diagonal, el Vasco; más lejos, a la derecha, el castillete de Barredo». Aquella villa no era ésta: el puente es peatonal, la estación del Vasco se ha desplazado unos metros de su lugar original y Barredo es un campus universitario. Ni siquiera sobrevive el teatro Capitol, donde un joven Víctor Manuel -entonces «San José»- debutó cantando y tocando la armónica en el primer concurso artístico de otoño, año 1963.

Ni migajas, pero aquel pasado de villa singular, moderna y adelantada a su tiempo, pero cabecera al mismo tiempo de un denso universo rural, sirvió para fabricar un músico de éxito. «Al menos en los comienzos», asume el cantautor mierense, el lugar de nacimiento y el ecosistema de la infancia «fue determinante» en el origen de la vocación y en su desarrollo. Cabe ahí aquel Mieres junto a «les caxigalines que cantaba mi madre, las primeras canciones que escuché cantar a El Presi. Todo mi primer disco -"Víctor Manuel", 1969- está empapado de melancolía, de nostalgia por el paraíso perdido. Todo eso lo escribí ya en Madrid. Con los años ha ido remitiendo, pero de vez en cuando me vuelve».

Mirando al frente, y teniendo presente lo que ha llovido, Víctor Manuel aboga por subir la apuesta de la calidad residencial. «Supongo que el destino de la villa ha de ser el de la ciudad dormitorio», afirma, «aunque para fijar a la gente los fines de semana tal vez habría que tener más cosas de las que tenemos. Más espacios deportivos, algo de actividad cultural..., que no sea todo comer y beber». 

Acaba de ser premiado con el galardón anual de la asociación Mierenses en el Mundo por la ligazón automática de su nombre con esta villa. Cuando los dos se juntan, como pasó en el cierre del San Juan de 2006 y vino a cantar con Ana Belén en el Hermanos Antuña, el momento siempre se hace «especial», «emotivo». «Me acuerdo de que al día siguiente de aquel último concierto», rememora, «entré en una panadería y una dependienta muy joven me dijo algo así como que no se imaginaba que le iba a gustar tanto. Vamos, que fui su descubrimiento». Los trenes de Víctor Manuel van cogiendo pasajeros nuevos por el camino. Aquel disco ya se llamaba «Por el camino», era 1983 y el camino iba entonces, como ahora, a dar a Mieres.

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