Verde botella
Nava ha abierto el siglo con una explosión demográfica que contrasta con el declive del concejo y que la enfrenta al reto de crecer sin atentar contra su identidad de villa semiurbana incrustada en el medio rural
Las piernas de un escanciador, la postura recta, pero no rígida, que pide el primer mandamiento del manual, sustituyen a la primera «A» de «Nava» en el viejo mural, amarillo sobre fondo azul y verde, que vigila la plaza de Manuel Uría. Hay cerca de aquí, también, una antigua Oficina de Turismo con forma de tonel, un museo que recibe a través de una barrica y una fuente que hace brotar el agua desde tres caños que quieren ser botellas de sidra incrustadas en la piedra. Esta villa que enseña por todas partes su carné de identidad, que ha vivido siempre de transformar en bebida las manzanas que le daba el campo, se ha visto de repente al alcance de la voracidad uniformizadora de la «Ciudad astur» y se resiste a caer. La calma del pequeño núcleo urbano empotrado en el campo se llama «calidad de vida» y es el valor que cabe conservar, asentiría el hombre que duerme acostado en un banco delante del Museo de la Sidra unos minutos antes del mediodía. En la voz de algún vecino con décadas de resistencia, la proximidad de Nava al centro de casi todo en Asturias y el fuerte incremento demográfico de los últimos años han puesto a la «villa de la sidra» en la tesitura de saber crecer. Se diría que quiere prosperar sin perder la personalidad, aumentar sin abandonarse a la ferocidad urbanística, diferenciarse de la gran área metropolitana cada vez más próxima y conservar, en fin, esta tranquilidad de la mitad del camino entre el campo y la gran ciudad. Seguir verde manzana, verde botella.
Hasta ahora, la capital naveta encaja sin calzador en la horma de la pequeña población de servicios, con su fecundo paisaje rural protegiendo el trazado urbano incipiente y su capacidad de atracción sobre el alrededor consiguiendo que la población de la villa progrese en el centro de un concejo declinante. Nava se ha apartado de la hemorragia demográfica asturiana ganando dos centenares de habitantes desde el año 2000 -tenía casi 2.300 al acabar 2009- y se ha desarrollado en aparente contradicción con un municipio cuesta abajo que ha perdido más de sesenta moradores en el mismo período. El secreto, rebusca el Alcalde, es la proximidad de los servicios que ofrece Nava para que los pobladores envejecidos de su alrededor rural encuentren el primer paso a la salida del pueblo. No sólo de este municipio, también de los que lo rodean. Claudio Escobio piensa en las necesidades que cubre «un ascensor para subir y bajar de casa» o en la simple posibilidad de «hacer la compra debajo de casa, de tener el médico cerca» o beneficiarse de una red de prestaciones públicas que el regidor define «de primer orden». Está cubierto el ciclo completo de la educación preuniversitaria, precisa, y las infraestructuras deportivas y culturales se asocian a un entramado comercial que permite «hacer vida casi sin necesidad de salir hacia ningún lado».
Y este sosiego que a veces hasta deja dormir en la calle. El hombre acostado en el parque aceptará cuando despierte, seguro, el eslogan de Leocadio Redondo, que además de pintor y ferroviario jubilado es el cronista oficial del concejo. «Ven a Nava y estate tranquilo», dice que propuso sin eco en su día. Él no quiso salir de aquí, «por una cuestión de principios», ni en los treinta años que trabajó en Oviedo ni en los doce en los que tuvo puesto en Gijón y defiende, ahora que está todo mucho más cerca de Nava, la identidad de esta villa a tiro de piedra del río, el monte y la playa, a diez minutos de la autovía y a media hora de todo el centro de Asturias. Fue esa proximidad la que operó una cirugía estética que tiene fecha en torno a la segunda mitad de la década de los noventa. «Una de las claves es el urbanismo», analiza Elías Carrocera, director del Museo de la Sidra, y con él «el hecho de que en algún momento, que tiene una fecha concreta, Nava haya empezado a vivir de cara al río y no de espaldas como antes», cuando el cauce del Viao funcionaba «casi como una cloaca a la que no queríamos mirar». «Descubrimos que la trasera también era guapa e importante» y ahí se fragua la Nava de hoy, en «la superación del río como límite mental y físico» que da lugar a la configuración urbana actual, define Leocadio Redondo. La villa ganó espacio y gente. El tiempo y el estallido de la construcción tomaron el bisturí para cambiar la cara de la villa. Entre muchas otras intervenciones ocuparon la salida en dirección a Infiesto con un barrio de chalés clonados y compensaron la extensión con alguna que otra «aberración urbanística» en el entorno de la plaza de la Najosa, vanguardista edificio de servicios múltiples sobre aparcamiento «semisubterráneo» cuestionado en la postura crítica de algún vecino más por el encaje estético con el entorno que por la funcionalidad.
La nueva Nava recrecida del siglo XXI se reconoce con dificultad en la memoria de los navetos mayores. Físicamente, todavía hay otras fronteras y la próxima es la vía del tren, interviene Julián Fernández Montes, ex alcalde, primer regidor asturianista del Principado y director del Coro Errante, señalando hacia la línea que «cercena el crecimiento natural de la villa hacia la ladera sur, orientada al Mediodía». Y está el área de Grandiella, del antiguo campo de fútbol, aprecia Leocadio Redondo, pero siempre que no se deje sin atender ese desafío esencial que pide que Nava no se olvide de parecerse a sí misma. El ruido del entrechocar de las botellas al pasar por la máquina etiquetadora suena a advertencia al pasar por un lagar a las afueras, lo mismo que las seis flores del manzano, blancas sobre fondo rojo, que ondean dentro de la bandera del concejo en el balcón del Ayuntamiento, donde sigue la gran pancarta que anuncia la trigésima tercera edición del Festival de la Sidra. Esto no es Lugones, «ni una urbanización ni un pueblo inventado», destaca Fernández Montes. «Hay una raíz», «un ritmo lento de villa», porfía Leocadio Redondo, adalid de la potencialidad de Nava como «slow city». «El futuro no se ve en grandes industrias ni en nada parecido», le sigue Elías Carrocera, «sino en mantener y aumentar la calidad de vida de una villa rural».
A buscarla vinieron hace cuatro años Marcos Álvarez y Mónica Franco, que regentan a dos kilómetros de Nava, en Fuensanta, el primer hotel rural del concejo. Con la perspectiva distinta que tiene el que viene de fuera, él asiente a la tesis de la identidad intocable y detecta en la calle alguna falta de concienciación para asimilarla, pero sin el inmovilismo de la ciudad residencial ni las renuncias que luego se pagan, las del «desarrollo sostenible y equilibrado». Es aquí donde cabe, dice, su apuesta por el turismo, los dos hoteles que cuenta la villa y toda la oferta de alojamientos rurales que completa el entorno agrario de Nava exprimiendo la capacidad magnética del alrededor verde y del equipamiento cultural interior, a la cabeza el Museo de la Sidra con sus 40.000 visitas anuales y desde su fundación en 1996 cierta imagen de faro de los lugares que se pueden visitar aquí. Pero el sector turístico, acaso menos desarrollado dentro que fuera de la villa, pide el auxilio de cierto «desarrollo empresarial, industrial, educativo...», continúa Marcos Álvarez.
En Nava tira la sidra, sí, pero a lo mejor el «emblema» no puede solo aunque haya evolucionado en los últimos año y aún tenga camino por delante, según la versión del lagarero Francisco Ordóñez -alrededor de un millón de litros anuales en Viuda de Angelón-. Su potencialidad será capaz si se asocia a la pujanza del área emparentada con los servicios y el comercio y a las posibilidades de la pequeña industria muy vinculada, en lo posible y como siempre, a los frutos que da el entorno rural de esta Nava semiurbana.
«No nos quedó el gen de los fenicios, a veces no sabemos vendernos»
El parque empresarial que recibe en el acceso norte de la villa, en una ubicación que en opinión de Elías Carrocera también coarta el crecimiento de la villa, estuvo pensado en su origen para no ser un «polígono al uso» y orientarse con prioridad hacia la actividad agroalimentaria que ha movido siempre la villa. «Esto no podía ser Asipo», rememora Julián Fernández Montes, y es cierto que al final no lo ha sido del todo, pero tampoco aquel parque especializado que se imaginaba al principio. Tras múltiples retrasos y palos en las ruedas por la incertidumbre económica, las doce parcelas del parque, todas vendidas, van tomando forma y el Alcalde se lanza hacia «una segunda fase». «Queremos ampliar la zona industrial», afirma Claudio Escobio al explorar las potencialidades de futuro en la capital del concejo y concentrar una parte de él en la certeza de que este lugar «puede tener potencial agrario» a través de la pequeña industria vinculada con los frutos del campo. «Ahí está el sector sidrero, que está tirando», señala Escobio apuntando hacia su «renovación de tecnologías en los últimos años en los que se está sacando un buen producto y cada vez más diverso».
El «todos a una» necesario para que todo avance, sin embargo, se aparece ahora como un pequeño obstáculo en Nava. Es eso que Marcos Álvarez llama «el recurso paisanístico», a su juicio, «uno de los que más hay que trabajar» aquí y, traduciendo, un estado de conciencia más acentuado sobre lo propio, porque las personas «son la sangre» de los proyectos, «son las personas las que hacen las cosas» y las que las proyectan hacia el exterior. A juicio del empresario, el futuro de esta bisagra entre la Asturias central y la del Oriente «pasa por tener bien claro el presente» y saber lo que hay de diferente aquí para poder aprovecharlo. Es ahí donde se dispersa en ocasiones la mentalidad colectiva de los navetos. A mitad de camino entre el localismo y el elogio exclusivo de lo ajeno, los recursos propios merecen otra consideración. Los hay naturales, culturales, una escuela de música «de referencia», una gran biblioteca y una Casa de cultura; etnográficos, más de un centenar de elementos en el catálogo arqueológico del municipio, y evidentes, la sidra, el comercio y el esmero en la atención al visitante.
«Tenemos un camino amplísimo por recorrer», destaca Leocadio Redondo, «en el entorno del museo y en el mundo de la sidra», porque este equipamiento «debe ejercer una función dinamizadora de todo este mundo, y necesitamos un sector servicios moderno y competente para dar calidad a las personas que nos visiten». Que todos los ciudadanos «se impliquen en la labor turística», zanja Julián Fernández Montes, porque tal vez «no nos quedó el gen de los fenicios, no sabemos vendernos».
El futuro de las sidras, en plural y sin alcohol
Sidras de nueva expresión, espumosas... Y sin alcohol. Un bar de Nava anuncia desde la cristalera una bebida autóctona a prueba de alcoholemias, enfrentada a la apariencia inmovilista y tradicional del universo sidrero asturiano con una versión para abstemios o conductores. Isidra ha superado la reticencia inicial de los sidreros de siempre y va a por su segunda temporada en el mercado. Rubén Pérez, «padre» de la idea desde el llagar El Piloñu de Nava, tratará de colocar unos 200.000 litros este año con el apoyo de la incorporación que ya percibe en la mentalidad del consumidor habitual de sidra. Costó mucho, sí, el desarrollo tecnológico del producto, casi tanto como su acceso a la voluntad de la clientela, pero Pérez ya puede sostener que supera expectativas y que el año pasado dobló sus previsiones de venta.
La bombilla se encendió buscando algo diferente sin atentados graves contra el catecismo sidrero tradicional. «Se acababa de instaurar el carné de conducir por puntos», recuerda Pérez, y El Piloñu se lanzó a la corriente de lo «sin». Una ingeniería superó después las dificultades de un producto «muy termohábil, que se degrada con facilidad cuando se manipula», y consiguió «desalcoholizar» sidra «sin machacar el producto». Sólo los muy sidreros, concluye Pérez, notan ya la diferencia y la técnica empieza a dar pasos para exportarse a la sidra vasca y al vino.
El Mirador
_ La industria
El proceso complicado de la puesta en marcha del Parque Empresarial de la Sidra tiene todas las parcelas vendidas y el alcalde de Nava, Claudio Escobio, piensa «en la segunda fase» y en la orientación de su sector secundario hacia la pequeña industria.
_ La cultura
Con los equipamientos bien visibles, el desarrollo cultural de la villa tiene forma de asignatura pendiente a pesar de una escuela de música «de referencia» o «una gran biblioteca» poco aprovechadas, protesta Leocadio Redondo, por cierto desinterés perceptible en la villa.
_ El museo
Al recurso turístico fácilmente identificable en el edificio del Museo de la Sidra se le ve algún recorrido por delante mirando hacia dentro del tejido social naveto. «Hay gente de Nava que no lo conoce, o que no sabe que los martes la entrada es gratuita», alerta Marcos Álvarez, y Leocadio Redondo señala el ejemplo a seguir de «gente mayor» que ha puesto su experiencia sobre el universo sidrero colaborando como guía del museo.
_ El verde
La apuesta de Nava por la calidad de vida pide «alguna otra zona verde». Redondo señala hacia el trayecto que va «desde el final de lo urbanizado hasta el puentín medieval de La Laguna» y el Alcalde asiente a esta necesidad asociada en la voz del cronista oficial a la ampliación de los espacios peatonales sin perder plazas de aparcamiento.
_ El aparcamiento
«Es tal vez donde más justos andamos», diagnostica el Alcalde. A pesar de los nuevos espacios habilitados, el estacionamiento no ha dejado de ser un problema en esta villa que quiere seguir siendo de servicios.
_ El urbanismo
Nava ya ha crecido hasta duplicar prácticamente el número de habitantes que tenía hace medio siglo. Por eso emerge la disyuntiva sobre el modelo de desarrollo urbanístico y la condición que plantea el Alcalde para el próximo plan urbano, que no será el más adecuado si no garantiza «un crecimiento ordenado y moderado» ni mantiene «nuestra tipología de villa, nuestras esencias y nuestra calidad de vida».
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