Muchas manos de pintura
El pintor Álvaro Delgado añora la Navia que conoció hace más de 50 años, el paisaje y sobre todo el paisanaje, que inspiró una extensa parte de su obra
-Tus colores están en Asturias.
-Pues no conozco Asturias.
El pintor Álvaro Delgado Ramos (Madrid, 1922) recuerda más o menos así el diálogo que le trajo hasta aquí. Acababa de comenzar la década de los cincuenta del siglo pasado y el artista hablaba con Luis Álvarez, un marchante argentino oriundo de Miñagón (Boal) que estimuló su curiosidad por conocer aquella tierra que a lo mejor ya había pintado sin saberlo. Tuvo que venir y pasaron diez días, suficientes para dejarse seducir por la cordialidad de la gente que se emocionaba el día de su partida. Le preguntaron si volvería y contestó que sí. Pidió informes sobre «un sitio donde pudiera haber un cierto confort. Me indicaron Navia y allí fui» a encontrar «amistades fenomenales» que forjaron el propósito de volver. Al final, «dada la cordialidad de los indígenas y la belleza de aquel escenario», el pintor madrileño se quedó a vivir largas temporadas «en el primer edificio que tuvo ascensor en Navia» y a retratar paisajes y paisanajes por toda la comarca desde un estudio que tuvo en El Espín, en la orilla de la ría naviega que ya es Coaña. Tanto ha pintado y pateado el Occidente que hoy es oficialmente hijo adoptivo de Navia y de Luarca y tiene calles a su nombre en las dos villas, que comparten sin disputarse su paternidad. La de Navia es ahora peatonal y sale de la avenida de los Emigrantes; en Luarca, «donde he parado mucho», «tuvieron visión de futuro y le pusieron mi nombre a una calle que conduce al cementerio», bromea. Además, en la capital valdesana se llaman como él una sala de exposiciones y un colegio rural en Moanes (Valdés), al que asisten alumnos de los dos concejos.
Las estancias en el refugio naviego se fueron alargando a veces hasta «tres o cuatro meses al año», en los que el artista «trabajaba, hablaba con la gente» y pintaba aquellos colores, pero ya mirándolos de frente. Su casa continúa aquí, aunque hace tiempo que el artista madrileño ha descubierto que «la vida tiene un precio» y que algunos de aquellos amigos de conversación fluida se han ido marchando, que se les echa de menos. «Yo siempre digo que no vivimos, convivimos, y que la gente que se va se lleva parte de nuestra biografía, dejando profundos agujeros negros».
Todo eso sintetiza lo que el pintor vino a encontrar en Navia, en una evocación que Delgado extiende ahora a todo el occidente asturiano. Lo apuntó prácticamente entero, rememora con nostalgia, compartiendo una motocicleta con Justín Álvarez, «el Neno», «un médico analista con el que conocí toda la zona, desde Luarca hasta Castropol, y a través del que conocí a otro gran amigo que ya está anclado en el mundo entero, el empresario Francisco Rodríguez -presidente de Reny Picot-, y ahora siempre que nos encontramos cultivamos la nostalgia del tal Justín».
De aquellas excursiones, de sus apuntes del natural y en especial de la experiencia del contacto con «los oriundos» tenían que salir cuadros. Muchos cuadros: «Hay una parte extensa de mi trabajo domiciliada en esa zona», confirma el artista, «y la he agrupado bajo un título único, "crónica del Navia"». La serie larga es el fruto tangible del ir y venir constante por esta comarca «que me sedujo», el tributo secreto a la gente «acogedora» que seguía llorando cuando se iba Delgado. «Así me asomé a Luarca, un sitio precioso con personas muy cordiales y amistosas; así me encontré con Tapia o Castropol, uno de los pueblos más bonitos de España», y no sólo con el paisaje, también, y sobre todo, con el paisanaje. Desde el punto de vista personal tanto como en la perspectiva artística. Pictóricamente «me interesó mucho, por ejemplo, algo que ya no existe, los mendigos que acudían a las fiestas de Villaoril». Así pintó aquí retratos costumbristas de la índole más diversa y marinas, paisajes y un bodegón que decora el comedor del restaurante Casa Consuelo, en Otur (Valdés), «porque otra de las cosas seductoras es que Asturias es un lugar donde se come muy bien».
Pintó espejos muy personales de la vida de estas tierras y así sigue después de tantas décadas, volviendo a su refugio de Navia y a sus decorados eternos del occidente asturiano. Aunque ahora, dice con sorna, «soy un sujeto "escacharrao" y, más que ir, me llevan, todos los años aparezco por allí». Si debe escoger un lugar en la villa que le acogió, eso sí, se queda con cualquier rincón de «la Navia vieja». Alrededor de ella, lamenta, «se ha edificado sin personalidad, y me sorprende que eso no se haya cuidado, porque casi todos los pueblos del Occidente tuvieron siempre una fisonomía muy singular». Su suerte es tener la casa «sobre la ría, porque paisaje de enfrente es un prodigio, y el estudio cerca de la bocana del Navia, donde el panorama es una maravilla. Eso fue lo que me sedujo».
Vuelve a esta Navia nueva del siglo XXI aunque ya no sea lo mismo, sobre todo desde la generalización de eso que el pintor denomina «el fenómeno del turismo. Aquello que me encantaba por su soledad», relata Álvaro Delgado, se llenó de pronto con la «presencia ruidosa del turista en camiseta» y redujo levemente su interés por las visitas regulares a este sitio en el que alguna vez el pintor estuvo «hasta que aparecía el turista en junio. Luego me marchaba y volvía en septiembre». Un día en un bar, rememora, «me dijeron "ahora viene usted menos, don Álvaro". "Es que hay cantidad de gente ruidosa", contesté».
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