La doble vida del «monocultivo turístico»
Nueva, que ha iniciado el milenio creciendo en población y segundas viviendas, busca alternativas para llenar los inviernos pasivos que hay en el reverso de sus veranos bulliciosos
Nueva está como nueva. Antes de entrar por la AS-263, Llanes-Ribadesella, un rótulo condiciona el juicio del viajero primerizo anunciándole que llega al «pueblo más bonito de Asturias». El título, según sigue informando el cartel, ahora en letra más pequeña, es de 1953, del «primer concurso provincial», pero todavía cuela. Estéticamente, y a pesar de los estragos de la construcción reciente, el primer vistazo a la villa del occidente llanisco atraviesa un callejero sinuoso de aire rural bien cuidado, un pueblo con envoltorio y espíritu de pueblo, pero con seis hoteles, varias casonas nobles de piedra blasonada, un gran palacio del siglo XVII, ilustres casas de indianos y, a veces demasiado cerca, colonias de adosados y bloques de pisos tras los que se distingue la parte menos vistosa de la explosión urbanística que detonó con el arranque de este siglo. Ya no es Nueva la villa florida de 1953, la que tuvo Juzgado, Registro Civil, cine, casino y cuartel. A la capilla de la Virgen Blanca se le han adosado una vivienda y un bar bajo el campanario, pero en general la forma pasa. El problema, dirá luego algún vecino, emerge al rascar y llegar al fondo. Los hoteles hibernan y la fronda de persianas bajadas en las casas nuevas de Nueva enseña cuánto pesa esta apuesta única que se juega el futuro a un solo número, el «monocultivo turístico» del que habla uno que lo sufre, Juan Duyos, empresario hotelero. Pesa esta doble vida, la grieta entre el verano revoltoso de las tres fiestas y este invierno frío de las puertas cerradas.
Ahí resiste Pedro Gutiérrez Tamés, «catedrático de xíriga», la antigua lengua de los tejeros de Llanes, y con él los cabritos, la cabra y las gallinas. En la conservación de sus oficios, de los dos, atisba Duyos una salida por el retorno a la tierra, a esta tierra que recuerda haber sido muy fértil y que no hace tanto exportaba naranjas y limones, que presumía de retoñar plantas tropicales traídas por los emigrantes desde América hasta sus calles festoneadas de flores multicolores. «La agricultura y la ganadería volverán, aunque sea de otra manera», vaticina el empresario. «Habría que recuperarlas y potenciarlas» para ramificar el monocultivo y buscar actividades ajenas al turismo, «porque tenemos un clima privilegiado», enlaza. Y mucho más. Nueva, «jardín y mar» en la definición del poeta Emilio Pola, «reúne unas condiciones idóneas para estar y vivir» también cuando se apaga el verano, dicen a coro varios vecinos que alardean de coordenadas. Presumen de la localización de su pueblo en el centro el valle de San Jorge, a la sombra del Picu Socampu y del Benzúa y a tiro de todo lo importante del entorno. Bien comunicado y más o menos a mitad de camino entre Ribadesella y Llanes, «muy cerca de los Picos» y con la playa de Cuevas del Mar a dos kilómetros escasos. Cada vez lo sabe más gente, al menos dice eso la fría y a veces tramposa teoría de los números. Los 567 habitantes con los que arrancó el milenio en la villa ya eran 605 al terminar 2009, pero hay quien recela de un crecimiento «un poco ficticio» que se siente, aquí también, demasiado conectado con las residencias auxiliares para las vacaciones y los fines de semana. José Miguel Gutiérrez, además de empresario hotelero empleado de la farmacia de Nueva y presidente de la Sociedad de Cazadores del Oriente, celebra que el veraneo haya recrecido la villa con gente arraigada, «básicamente vinculada a esta zona», pero hace años aquí «éramos muchos más», apostilla. Y no hace falta retroceder hasta 1820, cuando Nueva inició el Trienio Liberal como capital de un municipio independiente, ni al esplendor de los comienzos del siglo XX, el de las tertulias literarias y el vigor del casino, la biblioteca y el orfeón.
Antes de que la pérdida progresiva de población y actividad se acompasase con el avance del siglo pasado, ilustra Duyos, «las familias tenían siete hijos y se iba uno; ahora tienen uno y también se marcha». Así envejece la población, alentada por la falta de alternativas laborales que ahora, aquí, esperan amortiguar con lo que sea capaz de atraer la superficie del polígono industrial de Piñeres de Pría, actualmente en desarrollo. En Cuevas del Mar, cerró hace año y medio una piscifactoría que daba empleo a ocho personas, «todas de Nueva», y en otra de las empresas pujantes del entorno, la cantera de Pedro Sonia, la crisis ha hecho también su trabajo dejando «seis empleados donde había diez», lamenta José Miguel Gutiérrez... «Pretender dar trabajo todo el año es difícil». Aquí la industria, de momento, se diversifica poco al otro lado de una muchísimo más que aceptable infraestructura turística y «el campo y la ganadería se van perdiendo», interviene el alcalde pedáneo, Tomás González Buergo, que calculando concluye que la profunda reestructuración del sector ha respetado en este punto del valle de San Jorge a cinco explotaciones ganaderas de leche y «alguna más de carne».
En Nueva, hasta alguna casa de indianos se ha reconvertido en negocio de alojamientos. La de don Tomás Buergo Pesquera, próspero emigrante emigrado a Cuba, se alza en la plaza de la Virgen Blanca, impoluta, con sus dos palmeras y otras tantas caobas que también se dan en esta tierra para explicar que sin la emigración ultramarina no se entiende Nueva ni Llanes ni este oriente de Asturias. Todo aquí, eso sí, florece en verano, de junio a septiembre, que en Nueva es como decir de San Juan al Cristo del Amparo, pasando por la Blanca para no dejar en el camino ninguna de las tres fiestas que atrincheran rivalidades sanas durante todo el año y guían la extensa e intensa temporada alta estival del pueblo. No tan intensa como la de Llanes, aclara Juan Duyos, y hay quien añade «afortunadamente». Se escucha por aquí que el verano empieza a ser «agobiante» en la capital del concejo y que por eso se prefiere el de Nueva, donde el bullicio «todavía no agobia». Y eso que la población de la villa «se multiplica por cuatro» y que el barrio de Triana, al otro lado del río Ereba, nada tiene que ver ni que envidiar al de Sevilla cuando aquí se cierra el estío a mediados de septiembre con el Cristo del Amparo. Este verano de juerga en verbena «salva al pueblo», afirma Eloísa Fernández de la Calle, presidenta de la Asociación Vecinal Ereba, y se pone en funcionamiento y se mantiene, destaca, «sin participación del Ayuntamiento de Llanes».
La «histórica marginación» de las periferias y un agudo sentimiento de orfandad
La sospecha de que las fiestas son importantes se hace certeza mirando el cielo, descubriéndolo cruzado por las jogueras, que siguen ahí, troncos verticales e impasibles, a este lado, la del Cristo del Amparo, junto a la capilla que guarda la imagen; más allá, la de la Blanca, en su plaza y al lado de su propia iglesia, adosada hoy a una vivienda y a un bar. Estos dos últimos festejos son los del fin de fiesta, ambos en septiembre, que es «el mes de la depresión» en Nueva cuando el que habla es José Miguel Gutiérrez. El día 14, cuando acaba el Cristo, ya se ve venir el vacío del invierno, pero también la esperanza de llenarlo sin renunciar a la vocación turística de la villa. Gutiérrez buscaría «monitores que señalasen y guiasen rutas, jornadas gastronómicas, ofertas de estancias baratas, la promoción de la pesca y la caza, que tienen su arraigo en la zona... Uno de los grandes problemas es que la gente no está informada».
Sucede en parte porque a veces Llanes, la villa capital, se mira demasiado el ombligo y muy poco hacia los lados. Se queja Nueva de orfandad -el Ayuntamiento apenas instala una caseta que hace las veces de oficina de turismo en verano, protestan- y vuelve a salir la «marginación histórica» que sufren las periferias, pero hay aquí quien también se inculpa. Pagando los mismos impuestos que en Llanes, se cuestiona Juan Duyos, «yo creo que no recibimos lo mismo, pero también los de Nueva tenemos nuestra parte de responsabilidad. Si la villa tiene carencias, tenemos que ser críticos con nosotros mismos», admite. En esa sensación de desamparo confluyen, asimismo, ciertas quejas de la asociación de vecinos, que extienden la censura hacia la Alcaldía de Nueva y su oposición a que se celebren concejos, «a que los vecinos participen en la gestión del pueblo», denuncia Agustín López Rivas. Él compara y se ve peor que el entorno inmediato, observa la playa de Celorio, «arreglada por tercera vez», y no puede evitar lamentar el desamparo de la de Cuevas del Mar. El colectivo vecinal llegó a manifestarse para pedir una senda peatonal, recuerdan, y piden con insistencia y sin respuesta atención, servicios y accesos para su arenal «abandonado». Nada resulta tan fácil, replica el Alcalde, que se enfrenta a un problema de deslindes por la triple propiedad de los terrenos que envuelven Cuevas y que implican a la vez a la Demarcación de Costas, a un particular y a la Confederación Hidrográfica del Cantábrico, porque a la playa va a desembocar el río Ereba una vez atravesado el pueblo.
De regreso a la villa, en Nueva el frenazo inmobiliario que acompaña a la crisis ha hecho suspirar de alivio a más de uno. La construcción, defiende Juan Duyos, «ha dejado de ser un problema que amenazaba con cambiar el pueblo de forma sustancial. Si de lo que más puede presumir Nueva es de grandes casas bien hechas, hay que impulsar los trabajos de rehabilitación de los edificios ya existentes». Y esquivar desmanes como alguno que está a la vista y que ahora señalan los vecinos: la finca de una casa de indianos que se cortó para construir, demasiado cerca del edificio al decir de alguno, un bloque de pisos de varias alturas... «Hay una mezcolanza rara», conviene Duyos.
Pero puede que en la mezcla esté una clave de lo que hoy es Nueva, porque aquí la naturaleza también combina. No sólo los cultivos tradicionales con los tropicales y las flores exóticas. A este lado del oriente asturiano, Duyos conserva dos parejas de gacelas del desierto del Sahara y una cría recién nacida como últimos vestigios del centro de recuperación de fauna salvaje que trajo hasta aquí su padre, el coronel Ricardo Duyos. «Nuestra mayor riqueza es la naturaleza», insiste él, «y por eso debemos ser escrupulosos en la conservación del medio ambiente, sobre todo del río Ereba y de la playa de Cuevas del Mar, que son nuestros baluartes». Se trata de preservar el paisaje, pero también de no olvidar el paisanaje y todos esos «personajes de Nueva» que sigue habiendo «en muchas partes del mundo», que hoy se combinan ya con todos aquellos a los que se ve por aquí cuando llega el verano, dos directores generales del Banco de Santander, José Fernández y Serafín Méndez, o el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, y José Amedo, ex subcomisario de policía procesado por el «caso GAL». Casi todo se sigue mezclando en Nueva.
El Mirador
_ La playa
Cuevas del Mar y el acondicionamiento de su entorno acaparan algunas demandas de los vecinos de Nueva. Sin aparcamiento ni servicios suficientes, «llevamos casi diez años esperando que la arreglen», se queja Eloísa Fernández, presidenta de la Asociación Vecinal Ereba. «Hicimos una manifestación para reclamar una senda peatonal desde el pueblo y apenas arreglaron un arcén». La Alcaldía responde que la triple propiedad del entorno del arenal, particular, de Costas y de la Confederación Hidrográfica del Cantábrico, dificulta las actuaciones.
_ El saneamiento
Concluir la red es «la base principal» para las prioridades del alcalde, Tomás González Buergo, para que el río Ereba y la playa de Cuevas «queden limpios». La asociación vecinal no desecharía además el adecentamiento de «carreteras y caminos».
_ Un centro de día
«Hubo un proyecto para instalarlo», afirma Eloísa Fernández, pero los ancianos de Nueva siguen yendo a Llanes, «cuando aquí hay gente suficiente para tener un centro de día en condiciones o incluso una residencia de ancianos, porque tenemos mucha población de más de 60 años y locales suficientes, por ejemplo las antiguas escuelas».
_ Un museo
Se ve una alternativa de futuro en el legado de uno de los hijos ilustres de Nueva, Ricardo Duque de Estrada, el conde de la Vega del Sella, historiador y antropólogo, cuyos estudios sobre las numerosas cuevas del entorno bien merecerían, propone José Miguel Gutiérrez, «un museo en el edificio de las antiguas escuelas».
_ La madera
El abandono de las labores tradicionales del campo -«Nueva vivía de las vacas y de la leche, pero eso se acabó», afirma Juan Duyos- abre una puerta de aprovechamiento futuro, pero también «la madera», interviene José Miguel Gutiérrez. «Hay cientos de hectáreas plantadas que, si se cuidaran un poco, podrían ser una fuente de riqueza».
_ La promoción
Los vecinos reclaman una promoción turística individualizada de Nueva, porque el Ayuntamiento, dicen, se centra demasiado en Llanes.
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