Frontera minera
Administrativamente ovetenses, Olloniego y Tudela Veguín encarnan una realidad fronteriza, más cercana a la de las Cuencas que a la de Oviedo, marcada por el fin de la minería y el replanteamiento de la industria, demográficamente decaída y a veces desatendida
El puente de piedra, comido por la maleza, conserva sólo tres de sus cinco ojos y hoy va de ninguna parte a ninguna parte, por encima de un prado sin río, cortado en los extremos y con el camino pasando a su lado en lugar de por encima. Un rótulo del Camino de Santiago informa de que «la ponte de Olloniego» es de fábrica medieval, reformada en el siglo XVI y está «en seco desde 1676». La vieja pasarela resiste en pie justo antes de la entrada de Olloniego, frente al cementerio, junto al torreón cilíndrico de Muñiz y a los restos del palacio de los Quirós, recién desbrozado, detrás de una señal de «prohibido tirar basuras». Hay algún vecino dispuesto decir con sus palabras que un puente olvidado, que fue un día paso obligado sobre el Nalón en el camino a la Meseta y que ha perdido el uso, abandonado hasta por un río que «tuvo el capricho de cambiar de cauce», según escribió Aurelio del Llano al pasar por aquí en 1928, ejerce hoy mejor que nunca como metáfora del pueblo que siempre tuvo a sus espaldas. Olloniego, en otro tiempo hito en la única ruta a Castilla, también se siente a veces desplazado en esta esquina del concejo de Oviedo que está casi a la misma distancia de la capital que de Mieres y que tiene una realidad de economía minera posindustrial y un declive demográfico reciente más propios de la cuenca que de Oviedo. Esa indefinición desemboca en una impresión amarga de orfandad, se apresurará a lamentar Carmen Barbosa, la presidenta de la asociación de vecinos, en aquel desamparo del que no está en realidad «ni aquí ni allí». Pronto se extenderá la sensación de que a Olloniego el cómputo del declive minero le sale a devolver, de que ha entregado en ese proceso más de lo que ha recibido y que al final, hoy, puede que se parezca demasiado a un puente sin río que cruzar ni caminos a los lados, a un antiguo lugar de paso desplazado por la modernidad de una autovía que pasa demasiado cerca y hace demasiado ruido.
El hogar del pozo que ganó los fondos mineros para Oviedo se reivindica como tal a ojos vista, aunque no se vea el castillete, desde una placa a un costado de la iglesia con un hacha y un pico, y casco, lámpara y vagoneta, erigida en 2009 «en memoria de todos los mineros fallecidos en las minas de Olloniego y de los hijos de este pueblo que dejaron su vida en la minería». Este pueblo se sabe minero y emblema de una realidad peculiar, a veces indefinida, muy suya pero con alguna concomitancia en el resto de la vega del Nalón que va de aquí a Tudela Veguín a través de un territorio fronterizo cuya titularidad tampoco fue muy estable a través siglos. Olloniego y Tudela fueron concejos distintos e independientes de Oviedo antes de pertenecer juntos a uno solo -el de Tudela, con capital en Tudela de Agüeria- y de pasar a depender administrativamente de la capital en el año 1857. La anexión, por supuesta decisión popular, hace bromear a algún vecino de Olloniego con la posibilidad de que «ya supieran entonces que aquí iba a haber fondos mineros», porque ahora, andando el tiempo, este pueblo se ha convertido, a la vista de sus vecinos, en una mina de verdad para Oviedo. Una distinta de aquella que cerró para siempre en 1994. «Para ellos somos un fondo económico», rematará Arturo Rodríguez, presidente del grupo de montaña Armatilla.
Separados por más de 700.000 metros cuadrados de enorme polígono industrial en dos fases, en Olloniego se siente permanente el ruido sincopado de los coches que casi tocan el pueblo al pasar por una autovía sin pantallas acústicas; en Tudela Veguín se oye siempre el zumbido constante de la primera cementera de España. En Olloniego ya no hay pozo y Tudela ha perdido sólo parte de su industria, suficiente para acompasar cierto declive demográfico y la sensación de que la mancha urbana ovetense se ha expandido al margen de estas parroquias limítrofes con las cuencas mineras, Olloniego en la frontera con Mieres, Tudela en el camino a Langreo. Las dos a veces en tierra de nadie, una con sus asentamientos prehistóricos y sus restos medievales; la otra con poco más de cien años de una historia que vincula su nacimiento y desarrollo a los de la cementera que lleva en la razón social el topónimo del pueblo, y viceversa. El eco de la queja por el abandono se amortigua al alejarse de Olloniego y acercarse a Veguín, pero la semejanza salta a veces por encima de la rivalidad enquistada entre las dos cabeceras históricas de esta porción sólo administrativamente ovetense de la vega del Nalón. Son el otro Oviedo fronterizo, muy distinto al del Nordeste, física y figuradamente alejado del ensanche urbano y residencial que forman La Corredoria y Colloto. En el reparto de los crecimientos, por tradición o disponibilidad de espacios, esta vega se quedó con el de la expansión industrial.
La contrapartida del polígono de Olloniego-Tudela, que se comió una porción abundante de la vega desde comienzos de este siglo, se antoja una indemnización leve por el descenso de la actividad industrial y la pérdida de la minería en términos de empleo autóctono. «No sacamos ningún provecho de los fondos mineros. Puede que haya diez personas del valle trabajando en el polígono», apunta Dolores Gómez en Olloniego. Y eso duele, al decir de Miguel Llaneza, secretario de la asociación vecinal de San Frechoso y vecino del viejo castillete herrumbroso, porque «todo el dinero sale de ese pozo. Era para crear empleo y este pueblo no se llevó nada», denuncia. O casi nada, o migajas que no resisten, a su entender, la comparación con las raciones del pastel de la reestructuración minera que se comieron otras áreas del concejo. Será, otra vez, la miseria de la periferia arrumbada, la sensación de Gómez de que «somos unos grandes desconocidos para el Ayuntamiento» y la certeza final, recurrente, de Llaneza: «Olloniego no es en la práctica ni Oviedo ni cuenca minera, aunque el 96 por ciento somos mineros o hijos de mineros».
Al mirar la travesía larga que ordena a los dos lados el caserío semiurbano de Olloniego siempre aparecen, enriscadas en la loma por donde el pueblo sube a mirar el valle, las tres hileras de bloques de ladrillo que configuran la barriada minera de Nuestra Señora de La Armatilla, para todos aquí «barrio de Corea». Corea está ahí para informar de aquel pasado industrial y hullero a los transeúntes que atraviesan el caserío por la carretera AS-242, la vieja de Oviedo a Mieres por el alto del Padrún, viendo una pequeña villa semiurbana de manual, con sus bloques de vivienda en altura repartidos entre limpias callejas estrechas con casas de corredor y galería y muchos hórreos. Corea enseña la realidad del declive que sucedió al fin de la minería y que aquí coincidió en el tiempo más o menos con la apertura del paso por Olloniego de la autovía de la Plata. Combinados, el ocaso de la mina y la accesibilidad pusieron los cimientos para ir rebajando los cerca de 3.000 habitantes que tenía la parroquia en los años sesenta del siglo pasado y cambiarlos por los 1.300 de 2000 o los apenas mil que resistían en la última actualización del censo, 776 de ellos en el núcleo urbano, todavía cabecera de la parroquia más habitada del valle. A ese ritmo, el Colegio de Primaria pasó «de 40 alumnos por aula a 62 en todo el centro», recuerda Carmen Barbosa, y la vida fue perdiendo los dos cines, las salas de baile, los comercios y las tres orquestas que escuchó aquí el alcalde pedáneo, Luis Michelón. A pie de castillete, la explicación del proceso se ramifica en viajes de ida y vuelta hacia el pasado. Miguel Llaneza retrocede hasta el pozo, a «la primera vez que se cerró, en 1972. Mucha gente que vivía aquí se trasladó a Oviedo, a Mieres, a La Felguera, y cuando volvió a abrir, ya no retornaron. En 1994, con el cierre definitivo, ya se acabó». Arturo Rodríguez indica en dirección a la autovía, muy audible desde cualquier punto del pueblo, y conjetura que «la caída tuvo que ser drástica desde que se inauguró, en octubre hará diecinueve años. Olloniego era, como el resto de la cuenca, un valle aislado con la vida más cerrada sobre sí misma... Ahora Oviedo está a tiro de piedra» y «sólo hay que mirar las calles», le acompaña Pablo Rodríguez, responsable de la asociación cultural y de festejos. Ahora los diez minutos de trayecto a Oviedo podrían amenazar con el fantasma de la ciudad dormitorio, malo porque todos suscribirían el deseo de Barbosa sobre la necesidad de que «esto siga siendo un pueblo», pero todavía no ha llegado. Los carriles de salida tienen más ocupación por factores múltiples y para Ramiro Marcos, presidente de la asociación vecinal de La Mortera, también triunfa aquél que dice que de aquí «los niños tienen que ir a estudiar a Oviedo desde los once años y los padres se sienten más seguros si el crío va a clase desde allí. Todo eso también influye».
Por la AS-242, que se transforma en avenida Príncipe de Asturias al hacerse urbana para atravesar Olloniego, pasan dos peregrinas del Camino del Salvador, las mochilas al hombro, y se quedan mirando a las banderas verdes que cuelgan de las ventanas. Captado su interés, ése era el objetivo, sabrán pronto que son otro emblema de la falta de atención sobre la que siempre vuelve el vecindario de esta periferia doliente. Protestan contra el ruido constante de los coches que casi atraviesan el pueblo al esquivarlo por la autovía de la Plata. Reinciden en «la gran reivindicación» de unas pantallas acústicas cuya instalación «estaba aprobada desde que se inauguró la autopista en 1993» y que siguen sin llegar, denuncia Carmen Barbosa. «Hemos empezado con las banderas verdes, pero iremos a más», prometen.
Las enseñas solas, sin más mensaje, sin decir más, invitan a preguntar los motivos que dan estímulo al espíritu combativo. A inducir la respuesta señalando hacia el centro social cerrado, a decir que «a pesar de ser una de las poblaciones más grandes del concejo no tenemos biblioteca», al parque infantil vecino de la autopista y cercado por una cinta del Ayuntamiento, «porque se está hundiendo», o a los hórreos «abandonados», remata Dolores Gómez, «que tenemos muchos y alguno desde 1772». Por no hablar del transporte y de los autobuses de la línea Oviedo-Mieres que llegan llenos y «dejan gente en tierra», o de la consideración de «zona C» para la limpieza y de rigurosa «A» «para pagar impuestos», se queja Barbosa. Por lo menos, las ramas cortadas apiladas en el viejo patio del palacio de los Quirós informan de que ha empezado, poco a poco, el plan de recuperación del conjunto histórico. De momento lustrando y desbrozando «para evitar que se caigan los muros». Luego vendrá la restauración y la cubierta, el área recreativa y la zona de juegos o el «recorrido botánico con especies autóctonas» por el entorno. La edificación de viviendas sociales alrededor puede que pueda esperar. Dadas las circunstancias, sentencia Gómez, «no vamos a pedir peras al olmo. Ya es muy importante que estén limpiando».
La industria del cemento y la argamasa social colectiva
En Tudela Veguín, el zumbido tiene todas las respuestas. Sólo la calle Tino Casal y la vía del tren separan el caserío de los depósitos de la fábrica de cemento, que tienen el topónimo del pueblo impreso en cuatro tanques pegados y forman parte de una enorme instalación fabril absolutamente visible desde todas partes. La cementera se adueña de inmediato de cualquier mirada desde este casco urbano que se eleva por la loma para mirar hacia la parte de la vega del Nalón que la planta, a fuerza de crecer, ha ocupado casi por completo. Tan importante que a la vista se diría que hasta el río, respetuoso, la esquiva por el lado más alejado del pueblo. Veguín era Veguín, y Tudela, Tudela hasta que se instaló justo aquí primero el tren y luego la primera factoría productora de cemento de España, a partir de 1898, y puso argamasa entre los dos nombres y dio a luz un pueblo nuevo. Por eso es «la industria» la respuesta. Da lo mismo que la pregunta cuestione por el origen de la población que por la involución demográfica del último tiempo.
«La industria» es la respuesta universal que sirve, combinada con otras, para explicar el declive demográfico, más severo que en Olloniego en esta población sin autopista directa a Oviedo, pero a un paso del nudo que da acceso a la Autovía Minera hacia Gijón y al comienzo del Corredor del Nalón en dirección a Langreo. Más cerca de La Felguera que de la capital de su concejo. «Un piso se compra con más facilidad en Langreo o en Oviedo», afirmará José Ramón Mortera, secretario de la Asociación de Vecinos «San Julián», haciendo memoria para concretar cuánto hay que retroceder, a lo mejor casi una década, para encontrar las últimas promociones de vivienda edificadas en Tudela Veguín. Alguien aduce que no hay demasiado espacio en esta parte más estrecha del valle y que además un pueblo vecino de una gran planta productora de cemento a veces «espanta un poco», pero hace mucho tiempo que ha quedado sentado que aquí el matrimonio con la industria era en la salud y en la enfermedad. De momento, en plena crisis aguda de la construcción, el zumbido de la cementera, unos 150 empleos directos y doscientos en total pese a la crisis de la construcción, sigue siendo la fe de vida de este pueblo.
Andrés Herraiz, alcalde pedáneo, habla con las espaldas cubiertas por la silueta ineludible de la factoría, al fondo también por el corte que la cantera le ha hecho a la montaña. Define su pueblo como este lugar que debe su génesis a la fábrica, su desarrollo y su declive a la actividad fabril. Y no sólo a ésta. La planta de cemento lleva ininterrumpidamente ahí desde 1898, pero aquí fábricas las hubo «por todos lados y de todas clases». Él trabajó en Hidrocarburos Hasa, pero la memoria incluye una sierra, tejeras, una cerámica, y, sí, también minas, y a su ritmo «dos cines -el Price conserva el rótulo a la vista-, una sala de baile, 28 bares». Se acabó casi todo y el sustituto, el gran polígono de Olloniego-Tudela, «no aligeró la necesidad que la gente de la zona tenía de trabajar», coincide Ramón Palicio. «Se trasladaron empresas ya formadas, que ya estaban funcionando», abunda Isidro Leñador, presidente de la Asociación de Vecinos «San Julián». El caso es que el apogeo de los 3.000 habitantes de los sesenta, cuando eran 8.600 en la suma del valle de Tudela, ha dejado apenas setecientos en el cogollo más urbano de Tudela Veguín y pocos más de mil en su parroquia de San Julián de Box, con más de un 25 por ciento de retroceso desde el inicio del siglo.
No le dejarán mentir sobre la ligazón industrial ni el primer chalé tras la estación del tren, que es «el del ingeniero», ni los cuarteles de planta y piso, adosados de inspiración obrera que acompañan a la travesía de la AS-354 al pasar por aquí desde San Esteban de las Cruces. Ni el grupo San Julián de Box, dos pabellones de tres alturas y ladrillo visto formando barriada obrera a la salida del pueblo por el Este. La arquitectura enseña el camino hacia el origen mientras Nieves Corgo, presidenta de la asociación local de amas de casa, vuelve hacia los más de cuatrocientos alumnos del colegio en los años setenta y los compara con los pocos más de cincuenta del curso que viene. El envejecimiento y el éxodo aderezan el cóctel que ya había anunciado la geografía: esto es la cuenca. Esto también es el valle del Nalón y aunque costó, «ha quedado claro que éste es un valle minero», afirma Ramón Palicio. Se refiere a la pelea con final feliz que terminó certificando en mayo de 2011 que «Oviedo tiene fondos mineros por Olloniego, pero desde el año pasado también por Tudela Veguín». Todo el valle es ya zona 1 de ayuda a la reconversión minera, porque hasta que cerró Coalsa, en Anieves, en 1993, «hubo hasta 1.500 mineros en el valle».
Aquella pugna por la oficialización del reconocimiento del valle minero es otro síntoma de que esto es Oviedo, sí, pero un Oviedo no sólo geográficamente más próximo a las comarcas mineras que a la capital del Principado. Uno periférico a la vez de la gran ciudad y de la cuenca hullera del Nalón. La periferia, eso sí, pesa más aquí que en otras zonas fronterizas del concejo ovetense. Vicentina Villarino, vocal del colectivo vecinal, no piensa en compararse con La Corredoria, el extremo que cierra el municipio por el Nordeste con su exuberancia residencial, pero Ramón Palicio propone a Trubia como ejemplo paradójicamente cercano. Está «más lejos de Oviedo que Veguín», trazado también a la orilla del Nalón y con su similar condicionante industrial en la Fábrica de Armas. Sin embargo, señala, allí «se supo promover un plan de construcción, hay mucha gente joven y la población se mantiene». He ahí el antídoto contra el impacto visual de la gran industria: «Si hay pisos y se venden aquí por 42.000 euros y en la ciudad por 120.000, la gente viene. ¿Por qué si no se mudaron a Trubia o a Santa Eulalia de Morcín?». También porque allí había más espacio, pero «no estamos hablando de montar aquí La Corredoria», opone Palicio, «sino de tratar de atraer a mil habitantes más».
La omnipresencia de la industria no duele además como solía desde que en esta población cementera hizo su trabajo la argamasa social reivindicativa. Indujo «una acción medioambiental ejemplar en toda España en torno a los años noventa», unos seis millones de euros de inversión de la época en filtros y en una salida para los camiones que hoy no tocan la población y «se nota». «Ni comparación con Aboño», el otro pueblo «cementero» de Asturias. Herraiz invita a imaginar Tudela atravesada «por cientos de camiones al día» y José Fermín Palicio, presidente de la asociación cultural «Amigos de Veguín», vuelve a 1998, «un año crucial» por la sutura de aquellas heridas medioambientales y la frontera del «plan de choque» que le hace decir que este lugar «no está abandonado por el Ayuntamiento. Claro que hay cosas que hacer», afirma, pero se agradece la presión social y su eco en las demandas que consiguieron esa iglesia nueva o el centro de salud, a su lado en la travesía, de fábrica igualmente reciente.
El centro social de La Manzanilla lleva demasiado tiempo esperando una remodelación integral que estuvo aprobada con fondos mineros y queda pendiente la vivienda. Hace tiempo que las únicas grúas son las que amplían con nuevas naves la superficie del polígono de Olloniego-Tudela, que se come poco a poco esta parte de la vega del Nalón y también tuvo su porción de controversia a cuenta de su nombre. José Fermín Palicio, defensor del esfuerzo coordinado en todo el valle, entiende que fue «un error de denominación intencionado» llamarlo solamente de Olloniego. Dado que las naves se extienden por el valle, fundamentalmente por territorios de Santianes, Santolaya de Manzaneda y Anieves, en Veguín entendieron justificada la recogida de firmas que ha terminado por fusionar en el nombre oficial las rivalidades de esta vega peculiar con dos cabezas alejadas y realidades en muchos sentidos compartidas.
Veguín y el principio
En inglés, begin es empezar. En Tudela, Veguín es el principio. Veguín, «Veguín de allá» en la toponimia de hoy, al otro lado del río, sería el núcleo rural original, el único hasta que el trazado del ferrocarril levantó la estación en un punto equidistante entre Tudela y Veguín y para no enfadar a nadie se inventó un topónimo unificado sobre la pared del apeadero, que poco después atrajo una fábrica de cemento y ésta construyó a su alrededor un pueblo... Eso pasó aquí más o menos en los últimos años del siglo XIX, en 1896 llegó el tren, en 1898 éste trajo la cementera y juntos dieron definitivamente a la industria su papel preponderante como germen de lo que hoy se ve a simple vista, certificando que la localidad se construyó con el cemento de la fábrica y que hoy esto es «un pueblo de 106 años», concreta Ramón Palicio junto a la estación. En el principio.
Empezando tarde, sin embargo, Veguín se adelantó. Tuvo la primera planta fabricadora de cemento de España. Alguien dirá que le pasó lo que a su hijo más ilustre, el cantante Tino Casal, enterrado aquí desde su muerte prematura en 1991, con su nombre en el indicador de la calle que separa Tudela Veguín de la cementera y que sube después hacia la travesía de la carretera AS-354. Casal era ese cantante que estética y musicalmente también daba la impresión de ir un paso por delante, recuerda Palicio, amigo del músico veguinense. La prueba se la dio una de sus alumnas cuando en clase, al ver un videoclip, exclamó que «ese señor no viene del pasado, viene del futuro».
Su pueblo, que también pareció en algún momento venido del futuro, tiene menos pasado que la otra cabecera más poblada del valle, el Olloniego al menos medieval con sus restos de puente y su palacio edificado entre el siglo XIII y el XVII, y en la toponimia de la parroquia El Portazgo, asociado al cobro de un portazgo, de un arancel por el paso de mercancías en el primitivo camino de Asturias a Castilla. El retroceso rápido a los orígenes da fe de que este otro valle del Nalón tiene en sus extremos dos poblaciones de génesis y configuraciones distintas anudadas en el siglo XXI, dicen algunos de sus habitantes, por un puñado de necesidades y expectativas comunes.
El Mirador
_ El ruido
Lo dicen en silencio las banderas verdes colgadas en las ventanas de Olloniego y de palabra, a coro, los vecinos. La autovía A-66 esquiva el casco urbano pasando demasiado cerca y haciendo demasiado ruido. Las pantallas para proteger al pueblo están a punto de cumplir diecinueve años de retraso. «En Alemania», define Dolores Gómez, «esto sería terrorismo acústico».
_ El «hundimiento»
El de la carretera AS-354, la travesía de Tudela Veguín, entre el centro de salud y el colegio público de la localidad, también lleva demasiado tiempo pidiendo ayuda, amenazando con el riesgo de incomunicar el pueblo.
_ La carretera
La vía interior que comunica Olloniego con Santianes está «cortada, medio hundida», protesta Arturo Rodríguez, y así lleva también más de cuatro años de denuncias sin respuesta.
_ El centro social
La reforma del de Tudela Veguín se ha quedado asimismo a vivir en la lista de demandas de la sociedad civil del pueblo. Hace dos años que un proyecto de arreglo integral, con instalación de ascensores y eliminación de barreras arquitectónicas, tuvo una consignación de 300.000 euros de fondos mineros, pero el desacuerdo entre el Ayuntamiento de Oviedo y la empresa adjudicataria mantiene la obra sin hacer.
_ Los servicios
El centro social de Olloniego permanece cerrado y el grupo de baile «El Castiello», sin sitio donde ensayar. «No tenemos biblioteca», denuncian los vecinos, ni uso el parque infantil ni contenido otros edificios públicos, alguien menciona «La Sindical», «que podrían ponerse a disposición de las asociaciones del pueblo. No sobraría una acera desde el cementerio, junto al conjunto histórico de los Quirós, que al menos, agradecen, está siendo adecentado para evitar su ruina total.
_ Más servicios
Tudela Veguín echa en falta el final de las obras de saneamiento en varios núcleos, la rehabilitación de su monumento a los mineros y, a lo mejor, aunque ahora parezca ciencia ficción, el rescate de aquel plan «Veguín-Manzanilla» que prometía vivienda de protección para jóvenes.
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