El cemento fragua en Agüeria
Arturo Villar, presidente de la Peña Tudelano, busca un punto de entendimiento donde apoyar las «múltiples posibilidades» del valle de Tudela por encima de las viejas rivalidades entre Olloniego y Veguín
«Los de Veguín y los de Olloniego se juntan en los partidos de la Peña Tudelano, pero ni la gente de Veguín ha querido nunca que ganase el Nalón de Olloniego ni la de Olloniego el Comercial de Tudela Veguín». De un vistazo a su campo de fútbol, Arturo Villar ha destapado la realidad social compleja del valle de Tudela. En el césped de El Llerón, Tudela de Agüeria, vetusta capital de concejo de cuando este valle fue administrativamente independiente de Oviedo, el presidente y fundador del club ha identificado el centro. La mitad del camino entre las dos cabezas de esta vega del Nalón. A un lado el viejo pueblo minero de trazado semiurbano, de tradición y restos medievales y paso obligado del Camino de Santiago; al otro la villa nueva edificada urbana hace muy poco más de un siglo a las espaldas de la primera planta cementera que funcionó en España. Encajada entre los dos, puede que Agüeria sea el cemento, un lugar adecuado para mirar por encima de la competencia entre pueblos distintos y concebir un plan sobre las potencialidades comunes de esta ribera llana y accesible.
Villar, que nació en Agüeria y vive en Olloniego, que estudió parte del bachiller en Veguín, fue jugador y entrenador del Nalón y es hijo y yerno de mineros de este valle, puede sostenerlo con pleno conocimiento de causa: el fútbol, algo es algo, ha fraguado la argamasa para cimentar cierta cohesión social en esta vaguada con una cabeza en cada extremo y los viejos rescoldos de las antiguas rivalidades. Que el campo del Tudelano es un enlace y el equipo un punto de encuentro. Que en el fondo, he aquí la prueba, sí hay una comunión en lo social y una materia prima compartida que invita a pasar de puntillas sobre las desemejanzas para poner el acento en las capacidades compartidas.
«Ésta es una zona con múltiples posibilidades», se lanza Villar. Llana, con terreno libre incluso después del crecimiento voraz del polígono industrial, a un paso de Oviedo y de las cuencas mineras y de las autovías que van a León y a Gijón... Mirando desde el campo de El Llerón, el presidente de la Peña Tudelano puede observar desde el centro la porción del Nalón que recorre los confines del concejo de Oviedo desde el Sur -donde Olloniego limita con Mieres- hasta el Este, en la frontera que separa la parroquia de Box (Tudela Veguín) del municipio de Langreo. Es un lugar donde cabría, dice, si no un gran desarrollo residencial sí otro provecho aparte del que hoy le sacan las dos fases del gran polígono industrial de Olloniego-Tudela: «Una residencia deportiva», aventura, «o tal vez una gran superficie comercial. Yo hasta propuse hacer un camping de 12.000 metros cuadrados... Si se me apura, hasta sería un lugar perfecto para la feria de la Ascensión». Pero el reparto de los crecimientos del concejo ovetense decidió compensar a este universo fronterizo con el área empresarial.
En Agüeria, el reducto rural que está geográficamente encajada entre los universos más urbanos de Olloniego y Veguín, «navegamos bien» entre dos aguas. Desde aquí se percibe hoy, «poco a poco», más conciencia de valle. Por lo menos más que en el entorno de la mayoría de edad de Arturo Villar, cuando de valle de Tudela aquí «no hablaba nadie» y los de Agüeria, el pequeño reducto agrario escondido entre los polos industriales, elegido «pueblo más guapo de Asturias» en 1970, escoraban alternativamente hacia un costado o hacia otro. Él basculó primero hacia Veguín, en los tiempos en los que se estudiaba el bachillerato en la academia del Frailín, centro educativo de la otra vida activa de la villa, vecino de la iglesia en las alturas del pueblo, emblema de aquella época en la que la abundante industria local apretaba el paso a pleno rendimiento y había sesiones dobles en el cine Price, cuyo rótulo lastima hoy sobre la fachada ocre del edificio sin uso que fue su sede. Compañero de milicia de clase del cantante veguinense Tino Casal, con el tiempo le llamó también el Olloniego del pozo minero, en el apogeo máximo de la vitalidad de un pueblo volcado hacia su explotación hullera. Desde Tudela Agüeria «íbamos a coger el tren» a la estación intermedia, a Santa Eulalia de Manzaneda, dejando las madreñas acumuladas en la estación. Arreciaban los años sesenta y la suma de la población del valle tocaba techo con más de 8.600 habitantes en total y casi 3.000 de ellos en Olloniego, 2.700 en Tudela Veguín... Nada que ver con la penuria de hoy. Aquellos 3.000 que había sólo en Olloniego son ahora todos los residentes de la vega entera y el resultado resquema a los ojos de uno de la quinta de 1950 que la ha visto cambiar desde dentro, que ha tomado distancia durante veinte años de idas y vueltas como director de varias sucursales bancarias en Cantabria. El retroceso demográfico de la última década configura un caso excepcional en el concejo de Oviedo, anudado directamente al final de casi toda la industria. Es el descenso que resulta de la mezcla entre la raíz agraria del valle, su industria en retirada y la expansión urbana de la gran ciudad a espaldas de estas poblaciones fronterizas.
Tudela Veguín sigue siendo este sitio donde el silencio total inquieta, donde los niños creían que se habían quedado sordos si paraba el ruido y, aun hoy, algo pasa cuando cesa el zumbido de la cementera. La planta, menos mal, sigue aquí, casi literalmente metida en el casco urbano. Olloniego, en cambio, «no tiene ya ni un taller de bicicletas». Creció y fue el punto del valle donde construyó alguna vivienda nueva, precisa Villar. «En mi edificio ahora casi el más viejo soy yo», pero el vistazo a la travesía de la vieja carretera del Padrún, eje de la vida urbana, informa claramente sobre el deterioro de las fuentes de energía tradicionales.
Para salir adelante, o al menos para no perderse del todo, tirarán más todos a la vez, sostiene. El «yo soy tudelano» de Arturo Villar vale para Agüeria y para el valle de Tudela y esconde, deliberada o inconscientemente, una consideración de la vega como entidad colectiva que sólo tendrá sentido, asegura, «si es para sacar esta zona adelante empujando todos en la misma dirección». Porque «soy tudelano» tiene nombre de gentilicio el club de fútbol que él y unos amigos, con cincuenta socios a mil pesetas por barba, construyeron aquí en 1982. A mano. «Todo lo hicimos nosotros». Treinta años después, con la paleta cargada de cemento, son seis equipos de fútbol y uno de bolos, en total alguno más de cien jugadores reclutados en todo este otro valle del Nalón. «Muchos de Olloniego y de Veguín».
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