Crecida en el Nalón
La capital lavianesa, que se expande a costa de la población de su entorno y remolcada por su oferta urbana de vida cómoda, reclama más suelo industrial y mejores infraestructuras para avivar el turismo
El edificio es blanco, azul y gris, grande y ancho, tiene ocho alturas en la parte más alta y en mitad de su fachada norte un hueco rectangular hecho a propósito por el que se ven al fondo las antiguas tolvas de carbón de Pola de Laviana. La imagen está tomada desde la orilla del Nalón, junto al paseo fluvial que circunvala el gran inmueble, y algún lavianés intrépido la va a aceptar para ilustrar la vida nueva de la pola anciana renacida residencial, donde los depósitos ya son fósiles, vestigios de arqueología industrial que ya no almacenan mineral ni cargan trenes de mercancías. Hace tiempo que el paisaje de esta villa muy urbana, referencia demográfica del curso alto del Nalón, se define a través de la apuesta residencial mejor que con el residuo de la muy añeja pujanza minera. Ahora puede que el retrato mejor enfocado de la Pola actual sea esta panorámica en la que la mina se ve arrumbada en segundo plano y la calidad de vida, la atracción residencial y la fuerza de arrastre del sector servicios han pasado decididamente al primer término. Será por eso que la silueta del edificio «Puerta Europa» se apropia inmediatamente de la primera vista de la capital lavianesa a los ojos del que llega desde el norte remontando el Nalón. Es casi lo más nuevo de una Pola vieja rejuvenecida que cada vez acapara un porcentaje más alto de la población de su concejo, que físicamente se expande y ha ganado en este siglo casi el mismo número de habitantes que ha perdido el municipio. Cabecera de un concejo en sostenida pérdida demográfica, con el poblamiento empujado hacia su cota más baja desde los años sesenta, los cerca de 9.000 residentes que el último censo asignaba a la Pola son casi setecientos de ganancia respecto al comienzo del siglo y el 63 por ciento de los poco más de 14.000 que conserva Laviana. El entorno rural de su concejo y de los vecinos del Nalón dan alimento a la décima localidad más poblada de Asturias.
Ni hay carbón en las tolvas ancianas de Laviana ni esta Pola se reconoce tanto en aquella otra, «la villa blanca de la cuenca negra» que vendía el viejo eslogan de los años sesenta y setenta. Hoy la cuenca es menos negra y la villa menos blanca, pero ésta conserva todavía la esencia del propósito que anunciaba la vieja consigna publicitaria. Asentada en el extremo sur de la ciudad lineal del Nalón, histórico fin de trayecto del ferrocarril de Langreo y de la continuidad urbana e industrial que apenas da tregua desde Riaño, unos veinte kilómetros río abajo, la Pola de Laviana sigue a su modo a la venta en aquel mismo mercado. Todavía pone en el escaparate su calidad de vida empaquetada en un muestrario amplio de servicios a la puerta de casa, así crece a remolque de su capacidad para concentrar en su trazado urbano a la población rural de un entorno despoblado y envejecido. La geografía tiene mucho que decir, apuntan sus habitantes, porque aquí se expande el valle, en este punto se tranquiliza la urbanidad apelmazada de la cuenca y la Pola mantiene casi intacto cierto atractivo residencial para todo el alto Nalón e incluso, así ha sido siempre al decir de algunos, para una parte del bajo. De hecho, San Martín del Rey Aurelio, vecino inmediato al descender por el Nalón, es el concejo que aportó más habitantes a Laviana en la última estadística de migraciones internas publicada por SADEI, con 72 en el año 2009, por delante de Gijón (41), Langreo (39) y Oviedo (27), y de los 24 que llegaron de los valles más altos del Nalón, en la suma de Caso con Sobrescobio.
«Antes venían a vivir aquí porque ésta era la villa limpia del valle; ahora lo siguen haciendo, aunque la diferencia ya no sea para tanto». José Antonio Fernández, portavoz de la asociación de vecinos «Clarín», acepta el tirón de esta villa de manual, atractiva como punto de destino más próximo para toda la comarca que encabeza y ajena por eso al despoblamiento del contorno rural que la circunda. «Yo siempre la defino como la capital del alto Nalón», abunda el periodista Carlos Cuesta, componente del colectivo gastronómico y cultural lavianés La Pegarata, señalando hacia las aulas llenas del Colegio Público Elena Sánchez Tamargo, pero también a cierto «maltrato urbanístico» como efecto indeseado de la expansión. Aquí, es cierto, el paisaje de la crisis del ladrillo todavía se permite alguna grúa coronando esqueletos de edificios en construcción y a veces también, a su juicio, alturas y dimensiones poco acordes con el entorno urbano de esta pequeña villa de crecimiento controlado. Lo que venden aquí es vida cómoda y tranquila, a resguardo del ruido urbano, en la naturaleza que limita con la industria. Puede dar fe el cartel de una gran promoción inmobiliaria en desarrollo entre el parque de los Príncipes y el río, donde el viejo lema publicitario se reinterpreta y perfecciona para promocionar Laviana también como «Puerta de Redes». Para darle la razón, al levantar la vista siempre asoma el perfil triangular de Peña Mea, visible al fondo del decorado desde casi toda la villa, como un vigía de 1.558 metros sobre los 290 de la Pola, como la señal que indica que a partir de aquí cambia rotundamente el paisaje. La vecindad del verde del parque natural emerge a las espaldas del asfalto de los valles mineros y con él acaso también atisba, van a corroborar los vecinos, otra posible apuesta para apuntalar el futuro de esta villa que también se anima a buscar un futuro turístico a la zaga de la marca explotable del parque. Para conseguirlo, eso sí, el vecindario va a tener que pedir una apreciable mejora de infraestructuras.
El de la Pola es el crecimiento agridulce que aplasta con su voracidad urbana una parte del futuro del campo de alrededor. Gana la Pola en el censo casi exactamente lo mismo que pierde Laviana, señal de que esta expansión que ha cambiado pastos por promociones residenciales, sobre todo, en los aledaños del río, «va en detrimento de la población rural y en parte también de la del alto Nalón». Víctor Fernández García-Jove, «Víctor Mayo», ex director del instituto y ex concejal, vicepresidente de la Hermandad de Donantes de Sangre, habla a la vista de la nueva Pola de ahora y del perfil de edificaciones nuevas que dibuja la perspectiva de la villa desde la orilla opuesta del río. La extensión física de la capital lavianesa ha hecho descender hacia la vega fluvial este caserío que en su versión tradicional se atenía más estrictamente al entorno de la línea que marcaba la vieja carretera AS-17, el antiguo Corredor del Nalón que atraviesa la villa y la enhebra, organizándola alrededor de la calzada que al pasar por aquí se transforma primero en la extensa avenida de la Libertad y se rebautiza luego, al llegar al portal número 107, antes de marcharse por Solavega y La Chalana, como avenida de Rioseco. A la vista del ensanche, José Antonio Fernández se previene contra la posibilidad de que esto deje de ser lo que ha sido siempre, «no una gran ciudad, sino un pueblo, una villina que ojalá no pierda nunca esa esencia». Una villa de amplios espacios abiertos, «como no los hay en casi ninguna otra de Asturias», destaca Víctor Mayo enumerando de memoria «la avenida, las plazas de Fray Ceferino, La Pontona o Maximiliano Arboleya...». Una villa también de referencia comercial para el entorno, con «un sector servicios fuerte y negocios de buen nivel», retrata Cuesta, y una apuesta decidida por los servicios identificable a simple vista en cualquier recorrido por el casco urbano. El alcalde de Laviana, el socialista Adrián Barbón, prefiere como eslogan la sensación de que «la Pola está de moda» y localiza el camino del futuro en la perseverancia que necesita la transformación de la villa en un lugar cada vez más habitable, «la rehabilitación y mejora de espacios públicos» y el perfeccionamiento constante de la calidad de vida y del muestrario de servicios básicos. El que ya hay incluye desde el pasado verano un nuevo recinto ferial, emblema de la vocación del centro urbano del ambiente rural que asume la villa. La Pontona es una plaza y una feria ganadera con «56 ediciones consecutivas», presume Felipe Sánchez, presidente de la sociedad organizadora, y aquí mismo, en pleno casco urbano, la «parada de sementales», donde se crían caballos para el Ejército. Compartiendo el espacio sin dificultad está a su lado la fachada redondeada de una Casa de la Cultura rotunda, y no muy lejos, el CIDAN, que no es en Pola de Laviana un ex futbolista francés sino un gran edificio amarillo que alberga el Centro de Innovación y Desarrollo del Alto Nalón. Son todas pruebas de la vocación de cabecera comarcal que ha tenido siempre esta villa que a partir de hoy quiere ser lo que ha sido siempre, pero a los modos del siglo XXI. Que no debe olvidar, convienen sus vecinos, aquella condición de referencia urbana para un mundo rural que se ve a simple vista, por ejemplo, donde la Pola termina por el sur, en Solavega, y la última hilera de edificios de cinco alturas, unos verdes, otros blancos y marrones, todos casi nuevos, colinda directamente con los prados donde pastan unas vacas.
En este punto, eso sí, el acceso pleno a la modernidad va a pedir caminos. Carreteras. Infraestructuras para diversificar el futuro y no dejarlo exclusivamente en manos de la oferta residencial de la ciudad dormitorio, hacer caso a la certeza que apunta Carlos Cuesta sobre la potencialidad de «la industria maderera y agroalimentaria o el turismo bien entendido, de naturaleza». Pero esa teoría casa mal con los ejemplos prácticos de «las empresas fuertes que se han marchado a Sotrondio», apunta, buscando más espacio y mejores comunicaciones. «Sería importante desarrollar más suelo para la actividad industrial», asiente Barbón, «porque lo que hay se nos ha quedado escaso». El polígono de El Sutu, al otro lado del río, «no da más de sí, y necesitamos que la villa tenga más de eso en su entorno».
Cuesta se inclina, además, «por traer hasta aquí la autopista», que desde el arranque de la Ciudad Lineal del Nalón llega ahora sólo hasta Sama, y José Antonio Fernández completa el argumento con la mirada en el otro lado y en la otra urgencia de adecentar la salida del Corredor hacia León por Tarna. «Puedes tener buenísimas ideas», concluye, para avivar la industria y el turismo, «pero hay que darles salida, y sin la autovía ni la salida a León no es posible. Vienen una vez y no vuelven más».
«Aquí no hay playa» y otros estribillos turísticos
La fotografía, en blanco y negro, está en un libro que repasa la historia del puente de La Chalana, emblema de esta villa y de su concejo. No tiene fecha concreta, pero localiza su escena de baño masivo en algún momento de los años sesenta o setenta. Es el Nalón en La Chalana, pero parece Benidorm en agosto, lleno sin sitio para un bañista más. En esta «puerta de Redes», última población de referencia antes del acceso principal al parque natural, hay quien lamenta que eso ya no pase como antes y al invocar la factibilidad de un porvenir con algún protagonismo de la explotación turística rodean la villa de signos de interrogación. «Hay que tirar por eso y apostar fuerte», se lanza José Antonio Fernández, y agilizar por ejemplo, habla el coro, el proyecto para conseguir que el entorno de La Chalana reciba la declaración de zona apta para el baño. Aquella playa fluvial «era un auténtico balneario», rememora Carlos Cuesta, mientras la memoria de Víctor Mayo vuelve a la mitad del siglo pasado, al puente convertido en trampolín para lanzarse al agua y a los trenes que llegaban a la Pola «llenos en los meses de verano y formaban un desfile de gente que parecía una manifestación tumultuaria». «Era la playa de la Cuenca», remata el portavoz de la asociación vecinal «Clarín», el trozo de río «donde muchísimos lavianeses aprendimos a nadar».
Hoy ya no. El proyecto existe y el Ayuntamiento lo asume como objetivo, aunque la tramitación sea lenta y se retrase. Para esta villa con cuatro establecimientos donde alojar visitantes el recorrido hacia el esplendor turístico tiene apenas resuelta la fase inicial y un largo camino por delante. Aparte de las comunicaciones enredadas, José Antonio Fernández vuelve sobre la polémica de la localización de un camping para dar servicio al parque de Redes que han propuesto a la vez este concejo y el vecino del sur en Villamorey (Sobrescobio). «No me digas que no tendría más salida en Laviana», apunta, «por comodidad y espacio», por la configuración de un concejo cuya zona alta ha llamado sin éxito a la puerta del espacio protegido, pero que aun sin formar parte de él tiene en los servicios y la infraestructura urbana de la capital un argumento a favor de su viraje decidido hacia el turismo. Es otra forma de pedir que aquella identificación de esta villa con la «Puerta de Redes» salga del letrero que promociona un edificio de viviendas y pase al fin al mundo real. Pero falta más decisión y dinero que ideas. La vieja mina de Coto Musel, la primera industria del concejo rehabilitada con el propósito de ser ecomuseo y centro de interpretación de la minería de montaña en Laviana, tiene la obra terminada y cerrada.
A Juan José Fernández, componente de la asociación de pescadores «Amigos del Nalón», le duele más la parálisis del centro ictiogénico y de interpretación de la trucha en La Chalana, aquella fórmula para dar a la pesca en el río una rentabilidad turística que quiso adosar al área de alevinaje una zona expositiva que se encuentra, según Adrián Barbón, en fase de «reajuste del proyecto y búsqueda de financiación». Otras voces, buscando munición para el turismo, hacen coro reclamando mejores condiciones para sacar provecho del «auténtico ejército» de escopetas de caza que se despliegan en el concejo. O «un lugar de referencia» que acoja la reclamación del hostelero Marco Antonio García de hacer de reclamo para remolcar un sector que al decir del empresario lavianés ha crecido y perfeccionado notablemente la oferta en los últimos tiempos.
No debería perderla, ni dejar de perseverar en la chapa y pintura del paisaje urbano que el alcalde de Laviana incluye en el debe de su gestión reciente, esa que le otorga la certeza de que la Pola es «un proyecto colectivo». Barbón habla de la mejora del barrio de Tapia, de Fontoria Nueva y Fontoria Vieja, de la remodelación del centro de la Pola o de la avenida de la Constitución, pero a la vez de la necesidad de «continuar con la rehabilitación de la zona urbana». De toda esta villa que ha conseguido no tener ya nada que ver con el retrato ingrato que hacían de la Pola algunos personajes de «La aldea perdida», del ilustre lavianés Armando Palacio Valdés, al comparar esta villa con Sama y quejarse -la novela es de 1903- de que Langreo tuviese ya entonces un paseo fluvial con castaños de indias y «ya un café con mesas de mármol», mientras la Pola no pasaba de «algunas tabernas indecorosas».
Una pola vieja, un pastel con cien años y un río de risas
El comité de bienvenida en el acceso a Pola de Laviana desde el Norte incluye un mural que se ha despintado en parte desde 2003, pero que todavía compone un resumen aceptable de lo que el viajero primerizo se va a encontrar al avanzar por la avenida de la Libertad. La pintura anuncia el Descenso Folklórico del Nalón del 23 de agosto de 2003 y se ha quedado aquí para recordar durante todo el año que Laviana se ríe de casi todo en el río todos los veranos y aprovechar, de paso, para retratar sucintamente lo que la Pola y su concejo pueden ofrecer al visitante. Así, en el grafiti está pintado el río con sus puentes, La Chalana y el Puente d'Arcu; un pescador y dos mineros, un oso, un jabalí y un rebeco junto a Peña Mea, un escalador, un escanciador y un gaitero, la Cruz de la Victoria y una vaca. Símbolos de lo que hubo y sigue habiendo dentro y alrededor de esta Pola vieja, con carta puebla realenga otorgada en el siglo XIII por Alfonso X el Sabio y arreglada para dejarse ver en el XXI, que si mira hacia atrás recuerda que ya hace un siglo que inventó el «bartolo», pastel autóctono de almendra y hojaldre con nombre de personaje de «La aldea perdida», y un equipo de fútbol centenario que se mantiene a flote aunque se llame como un barco hundido. El Real Titánico de Laviana acaba de empezar a celebrar en este 2012 su primer siglo de vida.
El Mirador
_ La carretera
Los más de 10.000 vehículos diarios que soporta el Corredor del Nalón a la altura de La Felguera y los 25.000 del tramo inmediatamente anterior, a su paso por Sotrondio, justifican al decir de los lavianeses la demanda de transformarlo en autovía donde todavía no la hay, de Sama hacia arriba. La de las infraestructuras supone una necesidad básica, apuntan aquí, para perfeccionar el futuro industrial y turístico de la villa.
_ El colegio
Como secuela de la expansión urbana de la Pola empieza a faltar sitio en las aulas del Colegio Público Elena Sánchez Tamargo. La ampliación y mejora de las instalaciones encabeza por eso algunas de las prioridades y las peticiones al Principado del alcalde de Laviana, Adrián Barbón.
_ El Gran Teatro
El Gran Teatro Maxi expone su fachada granate despintada al comienzo de la travesía de la Pola por el norte. Fracasó el intento del Ayuntamiento de Laviana de adquirir el inmueble a la familia propietaria, y hoy, «sin descartarlo» y a la vista del coste de la compra, rehabilitación y mantenimiento, el Alcalde prefiere perseverar en la prioridad de «la mejora de las instalaciones del colegio».
_ La Vega
El espacio que queda libre al norte de la capital lavianesa, entre la Pola y Barredos, tuvo un plan. Era un parque deportivo y escultórico, con obras de autores de toda Europa, del que sobrevive a duras penas un «módulo de atletismo» que lleva ocho años de tramitación sin efectos visibles. Hoy es una de las obras sin ejecutar del primer plan del carbón (1998-2005), damnificada por la parálisis de los fondos.
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