Rioseco se moja
Capital del único concejo de las Cuencas que ha ganado población en este siglo, la villa busca iniciativas que diferencien su oferta turística y que activen motores auxiliares para ayudar a asentar el progreso
«Rioseco». El topónimo de la capital de Sobrescobio está escrito con la tipografía inconfundible de las viejas estaciones de tren y ocupa las fachadas laterales de un edificio de dos alturas, amarillo, con ribetes de piedra y hechuras igualmente distintivas de la arquitectura ferroviaria de siempre. Por delante, sin embargo, hoy sólo pasa ya la carretera AS-117, el corredor del Nalón remontando el río camino del puerto de Tarna; ni andenes ni trenes ni rastro de las vías que traían y llevaban mineral de hierro y pasajeros hasta el final de los años sesenta del siglo pasado. Rioseco era final de trayecto para aquel viejo ferrocarril minero, «La Campurra», que venía y se iba a Pola de Laviana en un pasado distinto, más atento a la industria del entorno que a la explotación turística del paisaje rico que envuelve la villa. Ahora, a este lado del alto Nalón, los optimistas prefieren ver en la casa repintada de amarillo la estación de arranque de un futuro diferente, con el inmueble de lo que fue apeadero como casi único testigo persistente de lo que ha dejado de pasar en Rioseco. Pero decir que la capital de Sobrescobio ha perdido el tren, aunque rigurosamente cierto en su sentido literal, probablemente sea aventurarse demasiado en el figurado. O eso se percibe con la vista en el censo y el oído en las opiniones de los coyanes de siempre y de los nuevos lugareños importados, que de todo eso hay en este concejo elevado por el padrón a la categoría de grata excepción en las cuencas mineras. Islote de cierta prosperidad demográfica en un entorno que acelera el despoblamiento, Sobrescobio es el menos poblado de los diez concejos del Nalón y el Caudal y sobre todo el único que ha visto progresar su pequeña población en la última década. Empezó 2001 con 808 habitantes y está en 906, avanzando al ritmo sostenido que ha pasado a Rioseco en el mismo período de 340 a 360. Crece la capital coyana a remolque de cierta calidad de vida tranquila y de un escaparate de servicios esenciales que cubre lo básico y deja el resto, río abajo, para la cercanía de la parte más poblada de la cuenca del Nalón.
Eso dicen aquí, que «nunca hubo banco» y ahora acaba de cerrar una caja y queda otra. La lenta regeneración demográfica en esta pequeña villa limpia encuentra algunos ejemplos vivos en casa de José Luis Márquez, coyán que fue 48 años emigrante en distintos puntos del planeta, incluidos la isla caribeña de Aruba y una plataforma petrolífera del Golfo Pérsico, y que ahora tiene el retiro en una vivienda apacible del barrio de La Viesca. «No sólo he vuelto», señala, «he traído esposa e hijos», ella natural de Aruba y afligida hoy porque ha bajado la niebla y llueve y ha vuelto a reparar en que «me hace falta mi sol del Caribe». Hace más de tres años que sabe que eso no lo va a encontrar aquí, pero sí, tal vez, otra manera de solazarse con el verde del monte feraz y el pueblo de piedra limpia que contempla al salir desde la puerta de su casa. He ahí la materia prima que ofrece esta villa, el paisaje para ver y vender que también dio qué pensar a Pedro García y Celestino Pérez, propietario y gerente de un hotel de tres estrellas que apenas lleva un mes abierto en una vieja casa indiana recuperada junto a la carretera que se convierte en avenida al atravesar Rioseco. Asentirán asimismo los canteros que rematan la piedra encaramados a la fachada de una casona en proceso de rehabilitación para ser otro hotel, y con ellos Laura Fernández, propietaria del nuevo establecimiento, que también se había ido y ha vuelto a Rioseco, que regenta un bar junto la antigua estación del tren y suele presumir de vivir «a las afueras de Oviedo». Cerca, pero a cubierto del alboroto de la gran ciudad. Tranquila, empeñada en ganarse la vida explotando la certeza de que hay aquí «muchas cosas que se pueden hacer con el turismo» y valores a la vista en cualquier dirección de la mirada. Piensa en eso tan difuso que se llama turismo activo y que hace decir al alcalde, el socialista Marcelino Martínez, que «en Redes falta algo para ofrecer al turista». En esta pequeña villa con cerca de ochenta camas para visitantes, y subiendo, un hotel recién abierto y otro en construcción, hay mucho que ver y mucho trabajo para hacerlo visible, viene a decir Laura Fernández. Razones suficientes, sigue, para seguir echando la caña hacia el cada vez más exigente turista de experiencias y ambiente agrario tradicional, para buscar aliento y mantener activo el espíritu de conservación del entorno que está descrito en el monolito de piedra donde se resumen, junto a la iglesia, los motivos que trajeron hasta aquí el premio al «Pueblo ejemplar» de Asturias en 2009. Ese «empeño en conciliar el desarrollo rural con la conservación del patrimonio cultural y natural» marca el camino que más sintéticamente asumen los carteles donde Sobrescobio se promociona empaquetado en un lema que presume de tener aquí «La tierra como era».
El turismo es la locomotora básica. «No hay otro con tanta fuerza», afirma Piedi Iglesias, presidenta de la asociación de mujeres coyanas «El Torrexón», ni va a poder tirar solo, concede el Alcalde, de este lugar que asienta en una superficie plana una pequeña villa limpia elevada a cuatrocientos metros de altitud, pegada a la cola del embalse que lleva su nombre, en pleno parque natural de Redes y cercada por un circo de crestas de montañas con apariencia de estar casi al alcance de las manos del que mira. Eso es lo que aquí la naturaleza da gratis, «faltan emprendedores» para sacarle partido, imaginación para ofrecer actividad al visitante y algún estímulo al que encuentre motores auxiliares que hagan descansar de vez en cuando al propulsor principal turístico. El Alcalde habla de la ganadería, del medio rural cuyo declive quitaría su sentido el turismo rural, pero en Rioseco sobran dedos de una mano para contar ganaderos, opone José Manuel Trelles, presidente del club juvenil La Panoya, porque «buena parte de la agricultura y la ganadería acabó a raíz de la construcción del embalse». «Había tres vegas y no queda más que una», afirma, y en todo el concejo hay hoy más cabezas de vacuno que hace una década -cerca de 1.600 en los datos oficiales, todas de carne-, pero casi la mitad de aquellas ochenta explotaciones. «Hoy no se puede vivir del ganado», zanja Iglesias. Afortunadamente, la recámara guarda otras balas y hay quien quiere ver algunas en las obras del primer polígono industrial del parque de Redes, que se construye en Comillera y que debe tener las claves «del futuro de este concejo», en la opinión del Alcalde: «Si conseguimos traer empresas, seguiremos asentando población».
Ahí, en la entrada de Sobrescobio por el Norte, muy cerca de la capital, se localiza también la fórmula de explotación del recurso principal del pueblo y que en Rioseco, a pesar de lo que diga el topónimo, es junto a la naturaleza el agua. «Llevamos más de dos años negociando con una empresa» que embotellaría agua «con el nombre de Sobrescobio y del parque de Redes», afirma, «y tenemos buenas expectativas de que al final vengan». El vecindario pone la fe en los otros recursos naturales que están a la vista, en el territorio virgen de la industria transformadora de la madera, en el recorrido de la agroalimentaria, en la penuria de que no haya ningún elaborador de queso casín aunque sea este concejo parte del territorio de la Denominación de Origen o, sobre todo, en cierto déficit relacionado con la «mentalidad» colectiva. Hugo Prado, propietario de un hotel con restaurante en Rioseco, ha vuelto de pronto a los años en los que la gran empresa golosa y segura estaba ahí mismo, río Nalón abajo, en los concejos vecinos de esta comarca hullera, y prácticamente no hacía falta pensar en buscarse el futuro. Era la época de esplendor de la minería del carbón, con secuelas que se vuelven desagradables en la comparación con otros paisajes de montaña potencialmente turísticos. «Como Taramundi», propone Prado. «Allí, el concejo entero lleva mucho tiempo implicado en la necesidad de vivir del turismo mientras aquí esperábamos a que viniera la empresa grande a salvarnos; eso tiene que ir cambiando». Poco a poco, le ataja Laura Fernández, pero «ya está cambiando». «Siempre se pensó en el sueldín y las ocho horas», concede. «Esta es una forma de vida que te tiene que gustar, pero que también ofrece posibilidades. A mí me parece más sacrificado ir ocho horas diarias a una empresa, a veces para que te exploten, que vivir aquí con una calidad de vida estupenda».
Las condiciones que definen aquí la existencia tranquila se han vuelto recurrentes en el argumento. Otra vez la calidad de vida, de nuevo el refuerzo de la mirada alrededor, la invitación a contemplar el paisaje cuidado de la capital coyana. A los hórreos que informan de que hubo otro pasado y a las madreñas sobre el pavimento, renovado y reluciente, con el escudo del concejo impreso en las baldosas. La calma es la postal de esta pequeña aldea aseada donde Hugo Prado sintetiza las virtudes comercializables con la certeza de que tiene todo eso «a tiro de piedra de casi todos los lugares importantes de la región, pero a la vez con un poco de tranquilidad», y José María Álvarez, veterano coyán comprometido, agradece además la concentración de «todos los servicios básicos». La farmacia, el consultorio y el banco, sí, y también la biblioteca casi nueva con telecentro, el centro social y en El Pedrosu, junto al río, una residencia geriátrica con 25 plazas y bolera, piscina, cancha de tenis y un edificio hecho de madera y vidrio que aloja el centro cultural con el nombre del ex alcalde Vicente Álvarez González. Hay quien dice que se ven los fondos mineros y europeos y el Alcalde presume de tener «todos los pueblos urbanizados».
El embalse empantanado y el agua que no aplaca la sed
Pero Rioseco miente. Ni el río está seco ni falta el agua en esta zona, que abastece, contando lo que aporta río arriba la presa de Tanes, a más de un ochenta por ciento de Asturias en la estimación del alcalde de Sobrescobio. El agua de aquí, no obstante, apaga la sed ajena y en cierto sentido deja intacta la propia. Se mira y no se toca, porque al embalse se le niega todavía un aprovechamiento turístico que podría tener, al decir de algunos coyanes inquietos, respuestas a la pregunta por el futuro de la capital y de su concejo como destinos para visitantes. El alcalde, Marcelino Martínez, afirma que «siempre hemos apostado por que se permita el uso lúdico del pantano» y confía en el anuncio del Gobierno regional de que también está por la labor, y señala que las restricciones que impone la protección del parque natural incitan al mismo tiempo a «ser cautos y a sentarnos a valorar bien las condiciones». El Ejecutivo regional anterior, de su mismo partido, se había negado siempre, y en Rioseco la sensación de que el porvenir se empantana sin el atractivo del turismo activo dirige algunas miradas hacia el punto donde acaba el pueblo y empieza sin separación el agua embalsada. El empleo del pantano para algo más que la contemplación estática de la lámina de agua puede ser una salida también a los ojos de Vanessa Rivero, componente del club La Panoya, pero también hay quien comparte con Hugo Prado la impresión de que «aunque el turismo activo es necesario, hay que ser razonables y saber que este embalse a lo mejor no se presta. Su misión prioritaria es almacenar agua, y hay días en que se ve lleno al atardecer y a la mañana siguiente amanece casi vacío porque depende de las necesidades del mercado».
Él también admite, no obstante, que para consolidar el destino y aprovechar que toda esta naturaleza está «a menos de una hora de todos los sitios importantes del centro de la región» lo fundamental «es hacerlo atractivo», y para eso hay que «ofrecer actividades a la gente». Bajando a la arena, esperando el final de la obra de ampliación y reestructuración expositiva en la Casa del Agua, Prado concreta con ejemplos que «la caza genera riqueza, rinde fuera del verano y trae gente de toda España», y la experiencia de Laura Fernández se acompaña con la berrea del venado, que está muy confinada en unos días concretos del otoño pero podría ser el equivalente de aquí, ataja Francisco Gómez, a la expectación que despierta en Extremadura el espectáculo fugaz «de los cerezos en flor del valle del Jerte». Está la observación de aves, una de las diversiones que tuvieron los príncipes de Asturias en su visita para entregar el «Pueblo ejemplar» hace dos años, o la admiración de un turista francés a la vista de los colores del otoño en los bosques coyanes. De aquel «oh, là là» infiere Gómez que el turismo aquí no tiene por qué ser territorio exclusivo de las temporadas altas si aparece la tecla para salvar el gran obstáculo: la difusión, la diferenciación del destino y las fórmulas para hacer saber que existe. «La propaganda, que mueve castillos», sentencia José Luis Márquez.
A la puerta del nuevo hotel recién restaurado en la travesía de Rioseco un felpudo ambicioso da la bienvenida en doce idiomas. Es el segundo alojamiento colectivo del parque de Redes con tres estrellas, presume su propietario, y por eso, a su entender, «hay espacio». Suficiente para ellos, para el que Laura Fernández restaura en el barrio de La Viesca y hasta para el camping que pretende habilitar este Ayuntamiento en Villamorey y que avanza, con los planos diseñados y los terrenos comprados, en pugna con otro proyecto similar que se prepara en el vecino concejo de Laviana.
De momento, el recorrido por el paisaje rural urbanizado de Rioseco, acompañando por un lado al fluir del Nalón y por otro al de la carretera AS-117, enseña cierta lenta recuperación de la vida y la actividad cotidiana que da la base para empezar a hablar de futuro. Además de los que buscan aquí el refugio para el retiro, una quincena de niños en edad escolar pueden empezar a definir el tímido repunte al decir de algún vecino esperanzado. Marcelino Martínez, por su parte, celebra que los dos bloques de viviendas sociales entregados el pasado mes de mayo hayan tenido cerca del doble de solicitudes que plazas disponibles, quince, y Pablo Corte, dueño de la única tienda de alimentación del pueblo, es un comerciante que tampoco se queja demasiado: «En verano se trabaja muy bien, la Semana Santa es un miniagosto y no estamos para tirar cohetes, pero nos sirve para ir tirando».
Rioseco es lo que era
En las paredes del bar que ocupa el edificio vecino a la antigua estación ferroviaria de Sobrescobio, Laura Fernández ha distribuido fotografías en blanco y negro de calles llenas de gente, de trenes llegando repletos a Rioseco. Son de otro tiempo. Tampoco queda rastro de los «26 chigres» que dicen que hubo en el pueblo cuando se construía la presa, pero a la vista salta el empeño por envolver bien todo aquello que hubo en el pasado para conseguir que Rioseco tenga venta en el presente. La antigua aldea exclusivamente agraria quiere vender hoy un caserío lleno de hórreos, piedra vista y corredores de madera, un pueblo tranquilo y bien pavimentado, un paisaje rural adecentado, cómodo y limpio que informe a cada paso de que esto, a su manera, sigue siendo lo que era.
La idea puede que sea venderse sin renunciar a sí mismos, ir descubriendo poco a poco una nueva fórmula de sacarse partido exponiendo del modo más lustroso posible lo que siempre hubo a este lado del alto Nalón. Ésa será la idea si se acepta el eslogan de los carteles que anuncian Sobrescobio -«La tierra como era»- y se ve el viejo apeadero repintado, los indicadores que dirigen hacia las rutas naturales del alrededor y el homenaje que una placa rinde en la fachada lateral del Ayuntamiento a los coyanes que compraron para el pueblo el territorio de Sobrescobio en subasta pública por 810.000 maravedíes de los de 1566, arrebatando la propiedad a la Orden de Santiago antes de que la vela que medía el tiempo máximo para pujar se extinguiese completamente. En el callejero coyán se suceden los testimonios de gratitud, las invitaciones a no olvidar y a conservar limpia y bien pavimentada la vieja pola renovada que sigue siendo Rioseco.
El Mirador
_ El agua (I)
El tributo de Sobrescobio a su recurso esencial tiene al menos una perspectiva turística y una empresarial en Rioseco. En el sector de las vacaciones, la Casa del Agua es un edificio junto al Nalón, que está cerrado desde el año pasado para cambiar la exposición y ampliar el inmueble y que reabrirá «de aquí al verano» si se cumple la expectativa del Alcalde. La extensión constará de una nueva edificación rodeada de agua, opaca en la cara que da al Norte y con cristaleras en la fachada Sur, que está casi terminada. La mejora se completará con la nueva exposición, que reutiliza los contenidos del pabellón de España en la Expo de Zaragoza y que ya está en el concejo, a la espera de la autorización de los fondos para su montaje.
_ El agua (II)
En su componente empresarial, una de esperanzas de futuro del concejo está puesta en una planta embotelladora de agua con las marcas de Sobrescobio y del parque natural de Redes. La iniciativa ha cubierto dos años de negociaciones entre el Ayuntamiento y la empresa, se instalaría en el polígono industrial de Comillera y compartiría protagonismo con otra bebida, la cerveza artesanal que un grupo empresarial prevé empezar a fabricar en Rioseco.
_ La industria
El primer polígono industrial del parque de Redes, que está en obras desde la pasada primavera y a punto de concluir, interesa aquí por su promesa de generación de suelo atractivo para «alguna empresa agroalimentaria» que siga la estela de la embotelladora de agua o la cervecera y pueda auxiliar al turismo, afirma el hostelero Hugo Prado.
_ El camping
El alcalde de Sobrescobio sostiene que con su proyecto de habilitar un área de acampada en Villamorey «cubriremos toda la demanda del turista». El diseño está hecho, dice, y los terrenos comprados.
_ La cohesión
El futuro aquí, al decir de Francisco Gómez, depende también de cierta capacidad para conseguir «sentido común y visión global» y para juntarlos con el ingrediente indispensable de la fusión de intereses individuales en uno solo colectivo. «Tenemos que movernos nosotros y todos juntos», resume Hugo Prado.
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