La villa se hizo ciudad
La histórica capital de Langreo, antiguo eje comercial del Valle, trata de reinventarse exprimiendo sus potencialidades en la mejora del paisaje urbano o el reaprovechamiento del suelo industrial
Es difícil individualizar físicamente a Sama en la ciudad de Langreo. El conjunto urbano se ha compactado en su peculiar forma lineal, se adentra en las agüerias transversales y se expande por los concejos vecinos. E incluso se articula con los núcleos fabriles y los nuevos polígonos empresariales traídos por los fondos mineros al concejo de Oviedo. De modo que el valle medio-alto del Nalón conoce hoy la ocupación continua de su fondo de valle desde Soto de Ribera hasta Pola de Laviana, con las escasas excepciones de los escobios calizos y los estrechamientos producidos por los contrafuertes de los cordales. Prácticamente estamos ante un corredor continuo salpicado de diferentes usos y de residuos de otros tiempos, que le dan un cierto aspecto de incoherencia, que trataría de cohonestar el proyecto de futuro Ciudad Lineal del Nalón.
Hablar de Sama hoy nos lleva a las décadas centrales del siglo XX, cuando era la capital de un territorio de intensa actividad minera e industrial, la villa central, la de la administración y el comercio, la de plano ordenado y, a su modo, empaque urbano, la de las grandes cafeterías siempre llenas, pues la ciudad vivía a tres turnos. Hoy el pozo Fondón y la Química del Nalón siguen acotando su casco urbano, que se desborda al Sur, en Ciaño, y al Norte, en Lada y La Felguera, pero el interior se ha reurbanizado amablemente, frente a la anterior villa, salpicada de pozos, talleres, lavaderos y chimeneas, que veía densificarse el poblamiento en las laderas que la rodeaban y cómo La Felguera y los restantes distritos urbanos crecían en una mezcla promiscua de pozos, instalaciones industriales y barriadas.
Sama en los años de actividad febril intentó no perder la calma, mantener una apariencia de orden, reflejado en la traza ordenada y regular de su pequeño ensanche urbano y al que daban aliento ciudadano sus plazas, el parque y la calle Dorado. Con todo ello Sama se rearmaba como plataforma urbana capaz de acoger con dignidad los ejes comerciales y de ocio, y los servicios profesionales y municipales. Al otro lado del río, en Los Llerones y La Montera, hoy se localizan los equipamientos educativos, deportivos y de ocio. Todo ello constreñido por las vegas del río, las vías férreas y las carreteras. También por pozos mineros y fábricas. Y en sus alrededores, abundante construcción en ladera de la época del auge de la minería, hoy con procesos de deterioro, en los núcleos de El Robledal, Triana, El Valle, Les Pieces, El Pontón, El Maeral. Sama también tiene su Güeria, la del arroyo Triana, en la que se ubican barriadas y pueblos engrosados: Prado la Fuente, Cuetos, La Joécara, La Raposa, La Foyaca, La Güeria, Los Cuarteles. Sobre las laderas medias de los cordales que la rodean, Les Yanes y Costadarcu.
Hace más de medio siglo el Racing de Sama y el Círculo Popular de La Felguera se fusionaron para constituir el Unión Popular de Langreo. El mundo futbolístico se adelantó a los tiempos y cuentan que hubo aficionados que no pisaron jamás el estadio de Ganzábal, situado al otro lado del puente. Los localismos son asunto común cuando dos poblaciones pugnan por ser la cabeza. La fusión futbolística precedió en dos décadas a la urbana. En 1983 la iniciativa del Ayuntamiento abrió el camino para que la aglomeración urbana pasara a ser una sola ciudad, con título, la de Langreo, en la que quedaron englobados los distritos urbanos de Sama, La Felguera, Barros, Riaño, Lada y Ciaño. Una ciudad de 40.000 habitantes, la cuarta de Asturias, que heredó la capitalidad de Sama, que aún así siguió aspirando a constituir una suerte de distrito central, densificando el sector del Puente como bisagra sobre la que giran las dos grandes hojas de la ciudad: Sama y La Felguera.
Sama de Langreo era hasta 1980 la villa capital de un concejo que se había transformado intensamente, durante siglo y medio, al calor de los altos hornos y de la explotación de los yacimiento hulleros, primero en las laderas y después en el fondo del valle donde se abrieron los grandes pozos. Éstos, con sus instalaciones auxiliares y los talleres siderúrgicos fueron los núcleos de atracción de miles de partículas vitales que se asentaron sobre un territorio gestionado con una lógica de taller, y gobernado con los avisos del turullu; en el que primaban las necesidades de la producción y quedaban en segundo lugar las de la reproducción, lo que aún se percibe con nitidez en el paisaje. La población crecía con la llegada de oleadas de inmigrantes, que se metían donde podían, desde establos aislados a casas en los pueblos, en las autoconstrucciones de ladera y, finalmente, en las barriadas de viviendas de las empresas y en las de protección social que proliferaron al lado de pozos mineros y fábricas. Crecieron así lo que hoy son distritos de la ciudad de Langreo: La Felguera, Barros, Lada, Ciaño, Riaño. Y otros menores, cada uno mirando a un centro de actividad productiva o a varios.
En 1983, el Ayuntamiento se decidió a enfrentar el resultado de la lógica del pasado que se percibía como caos heredado. Y, en pleno inicio de la reestructuración, apostó por hacer de todo ello una ciudad, la ciudad de Langreo. El impulso inicial fue notable, en la búsqueda de estrategias de ordenación territorial que permitieran crear una ciudad con todos sus atributos y enfrentar sus muchos problemas. Hubo hitos importantes en la mejora de las comunicaciones, en el saneamiento de las aguas, la recuperación del río o el impulso de nuevas áreas residenciales. Luego aquel impulso pareció decaer y en ese marco se inscribe la continuidad del declive demográfico, que afecta al casco urbano, pero, sobre todo, al poblamiento marginal.
Probablemente necesita Sama, como el conjunto de la ciudad de Langreo, volver a creer en sus posibilidades de futuro. Que las tiene, si consigue aprovechar la importante mejora en su integración territorial, propiciada por las infraestructuras, la reutilización de su red de transporte ferroviaria y del transporte público metropolitano y la cooperación con sus vecinos en el impulso de las potencialidades de la ciudad lineal. Queda aún mucho por hacer, en el capítulo de la mejora del pasaje urbano y, en particular, en el tratamiento del poblamiento marginal y de los edificios deteriorados, así como en el reaprovechamiento eficaz del suelo empresarial en desuso.
Como ayer la ciudad sigue enfrentada a muchos retos, pues el tiempo no se detiene y las oportunidades de desarrollo son efímeras. Tiene su historia y su volumen, importante, pues 40.000 habitantes le proporcionan entidad suficiente para dar el salto a núcleo residencial metropolitano. Para ello se necesita ilusión, empuje, iniciativa y cambiar la visión, interna y externa, sobre una ciudad aún en fase de reconstrucción.
Orden en el caos
Sama es distrito central de una ciudad especial, compuesta de muchas cosas diversas que a veces cuesta coser. Salta los límites municipales y forma un continuo urbano en una cinta lineal que atraviesa San Martín y llega hasta Pola de Laviana. Lo que hemos venido denominando Ciudad Lineal del Nalón. La ciudad de Langreo es su componente más extenso y poblado. Sama, distrito central, pone un poco de orden urbano en el caos heredado de los años de intensa actividad minera e industrial. Y debe asumir la tarea de impulsar los procesos de construcción de una ciudad nueva, compleja y atractiva.
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