La «Movida» de Manolo el fíu la reina
El empresario dio a conocer su pueblo por toda España en los 80 con locales como Lady Pepa y El Puente y la creación del Festival de la Angula
San Juan de la Arena (Soto del Barco),
Julio Iglesias cantó en directo su famoso «Gwendoline» en La Arena. Fue hace bastante tiempo. A principios de la década de los 70. Pero son muchos los que recuerdan la actuación del famoso cantante, que iniciaba una exitosa carrera y aún estaba casado con la no menos famosa Isabel Preysler. Ésta también acudió a La Arena, pero cuentan que prefirió quedarse en el coche, sin entrar al Lady Pepa. Ella se lo perdió. Porque de aquella el Lady Pepa era lo más de lo más en discotecas. Por su escenario pasaron «Los Diablos», «Los Mustang», «Rumba 3», Teddy Bautista... En sus mejores tiempos más de medio millar de personas se llegó a reunir una noche de fiesta en la sala.
«Pues sí que pasó gente, sí... Venían los que sonaban en la época». Manuel José Fernández Faedo -conocido por todos como «Manolo el fíu la reina»- fue el alma y el propietario del Lady Pepa desde que la fundó, en 1969, hasta que pasó el testigo a su hijo, a finales de los 80. Nadie hay en La Arena (los más veteranos, porque la disfrutaron, y los jóvenes, porque han oído hablar de ella) que no sepa de la discoteca, santo y seña de una década, la de los 80, en la que el pueblo brilló y se hizo popular (con permiso de la fama angulera) por el bullicio que había en sus calles, el ambiente en sus locales (bares, restaurantes, cafeterías, salas de baile) y el sinfín de fiestas y actividades culturales que se celebraban y que atraían a gente de toda Asturias y de fuera. Eran los años de la «Movida» en Madrid. En La Arena, tuvieron la suya propia.
Y detrás de la mayor parte de todas estos negocios e iniciativas estaba el fíu la reina. A él se le debe, entre otros, el Festival de la Angula, que el próximo año cumple un cuarto de siglo; el Desfile de Disfraces veraniego, que marcó estilo en su época, o el legendario pub El Puente, instalado en el puente de mando de un barco que «atracó» un buen día sobre las dunas de la playa de Los Quebrantos y allí se quedó hasta que lo derribaron para ensanchar la carretera.
Hoy Manolo Fernández vive, ya jubilado, en Benidorm, pero siempre que le apetece regresa a La Arena, como ha hecho este verano. Hace 18 años que se fue y lo que ha encontrado en esta última visita le ha dejado un poco disgustado. El equipo de fútbol, el Arenesco, está a punto de desaparecer. La directiva cumple 10 años al frente, necesita relevo, pero no lo encuentra. «No hay compromiso social como antes. Yo estuve metido, por ejemplo, en la comisión de fiestas. Llegó un día en que no podía más porque tenía muchas cosas y lo tuve que dejar, pero encontré relevo. Ahora no pasa eso», se lamenta.
Es difícil no ver el pueblo cambiado cuando uno se va fuera a vivir y regresa cada cierto tiempo. El empresario se encuentra cada vez con menos gente conocida, porque los amigos se van muriendo... «Ley de vida», dice. «Cuando uno muere, uno menos del pueblo. Antes éramos todos hijos de alguien, ahora eso se acabó», explica. «Voy todos los días hasta la playa de Requexinos caminando y este año no he dicho «¡hey!», que es el saludo popular entre los de La Arena. Todo gente de fuera a la que se saluda con más formalidad».
La historia del fíu la reina es la de un hombre hecho a sí mismo y marcado por el lugar donde nació. Para empezar, no se libra del mote, una costumbre muy extendida en La Arena. El de Manolo Fernández se debe a su madre, la del bar La Reina, que hasta hace un puñado de años siguió abierto, con distintos propietarios, en la travesía principal. El fíu la reina, como todos los de su generación, tuvo su primer trabajo en la mar. «Hijo de pescadores, pues ya me dirás...». Y en cuanto tuvo oportunidad, colgó las redes para trabajar en la fabricona, en Ensidesa, la empresa que a mediados de siglo se instaló en Avilés y dio de comer a tantos y tantos en toda la comarca. En 1959 entró a trabajar allí, pero nunca rompió lazos con La Arena, donde montó su primer negocio, la citada discoteca Lady Pepa, heredera de los salones de La Reina, el bar de sus padres.
El hijo le dio un meneo de aúpa a la forma de concebir el negocio. «Los salones eran de esos en los que había que sacar a la madre antes de bailar con la hija, con los bancos apoyados en las paredes... La cambié toda: puse la moqueta y quité la luz...». Y también prohibió la entrada a las madres. Toda una revolución en la época que le costó caro, pues no fue fácil llenar la sala al principio. «Dos días antes de abrir llamé a las «jefas» de La Arena para enseñarles el local. Quedaron encantadas, decían que era muy guapo, las invité a champán y las avisé: allí sólo se entraba con el marido, si no, nada», relata. «Acto seguido me pusieron a parir, se enfadaron y se fueron».
La cosa fue que nadie entraba al Lady Pepa al principio. Y es que, entre otras cosas, Manolo Fernández fue pionero en cambiar el horario del ocio. De aquella, los bailes eran los domingos por la tarde, pero la discoteca comenzó a abrir los sábados por la noche. «Tuve que traer a amigos e invitarlos. Un día se juntaron más de 200 hombres y tan sólo 5 o 6 mujeres. ¡Y bingo! Al sábado siguiente, aquello se llenó». Luego vinieron las actuaciones: «Julio Iglesias preguntó nada más llegar por los guardias, se extrañó de que nadie le protegiera. Le dije que el cuartel estaba ahí al lado. Que no se preocupara, que cantase, que la gente iba a estar más pendiente de otras cosas».
El éxito le llevó a abrir la cafetería Sharon, aún en funcionamiento; puso en marcha El Puente, con actuaciones musicales nocturnas, y un buen día le dio por organizar un desfile de disfraces. Lo que empezó a raíz de la idea de un grupo de amigos que se disfrazaron una noche en La Arena acabó siendo uno de los acontecimientos del verano en Asturias. «La primera vez lo organicé a puerta cerrada: nadie sin disfraz podía entrar. Tuvo tanto éxito que al año siguiente hablé con el Ayuntamiento para sacarlo a la calle. Había premios fuertes, como un viaje a Mallorca».
El desfile dejó hace unos cuantos años de celebrarse por eso, quizá, de la falta de compromiso social a la que el empresario recurre para explicar la desaparición de su querido Arenesco. Tampoco quedan discotecas en La Arena -aunque igual a esto se pone remedio pronto, cuentan.
Sí que sigue adelante una de las iniciativas, quizá, por las que La Arena tiene una mayor deuda con el fíu la reina: el Festival de la Angula. A punto de cumplir un cuarto de siglo, los inicios de un certamen único en España no fueron fáciles y sólo el empeño de su creador logró hacerlo realidad. Y lo que pocos saben: el festival es deudor de las Cebollas Rellenas de El Entrego y de Carlos Arias Navarro. Tal cual.
«Un día leí en la prensa que le daban la «Angula de oro» a Arias Navarro en el restaurante Miramar. Me di cuenta de que era de las pocas veces que La Arena salía en la prensa. Por esa época yo había ido a El Entrego, al Festival de las Cebollas Rellenas y me quedé con la idea, era algo que atraía a gente...».
Y nació el Festival de la Angula de San Juan de la Arena. «Nadie quería, ni en el Ayuntamiento, ni en la Cofradía de Pescadores... Me decían que estaba tonto, que eso no tendría éxito. Pero yo me empeñé. Fui para Oviedo y hablé con tres o cuatro periodistas y reuní a los hosteleros en el Lady Pepa». Al final, la gente entró por el aro, pero no muy convencidos.
«El hostelero que más pedía: 5 kilos de angula para vender en el festival. Yo encargué 50». El tiempo dio la razón a Manolo Fernández. «El primer año despachamos más de 80 kilos, pero el segundo fue de los mejores. Se abrió al mediodía, y una hora después estaban todos los restaurantes pidiendo más angula». La cosa fue que ese año se despacharon sobre los manteles de La Arena unos 1.100 kilos de angula. Claro, de aquella, la especie no escaseaba como sucede ahora: la citada cantidad bien puede ser lo que se pesque y se subaste ahora en la rula en toda una costera.
Se pescaba más y también costaba menos. La ración se vendió a 450 y 500 de las antiguas pesetas en la primera y segunda edición del certamen. No era un precio caro para la época. «Siempre dije que había que cobrar poco por la angula. En caso de subir algo, pues en el vino. Pero la angula había que venderla a precio de coste para atraer a la gente». Un consejo difícil de aplicar en las últimas ediciones del certamen, donde la cotización de la angula en la rula se ha disparado e impone a los hosteleros un precio por menú o ración sólo para bolsillo para cierto poder adquisitivo.
El festival siguió adelante, pese a que el fíu la reina se fue a Torremolinos. «Un empresario asturiano fundó por allí una cadena de restaurantes y me llevó a coordinar uno de ellos». Allí estuvo unos años, mientras sus negocios en La Arena siguieron rumbos distintos. En Torremolinos permaneció hasta que una hija acabó de estudiar. Y volvió a La Arena, villa que volvió a dejar hace unos pocos años, ya jubilado del todo. La cambió por Benidorm: «Me gusta el clima y yo me adapto fácilmente a todo».
¿Y cómo se ve el pueblo desde la distancia? «Imposible explicar a alguien en Benidorm cómo son los de La Arena... Quizá somos un poco chauvinistas. Tenemos un carácter peculiar. Por ejemplo, el que viene aquí, si al cuarto día no tiene mote, es que no se le tiene en cuenta para nada». Por La Arena, cuando vuelve, se encuentra con sus familiares y amigos de la infancia. «Cuando nos juntamos todos, estamos como pez en el agua». Con ellos rememora viejas historias y hazañas, como la rivalidad con los de San Esteban (más tarde fue con los de Soto), cuyo principal exponente fueron los partidos de fútbol. «Los de San Esteban estaban en la parte más rica, más pujante... Allí hubo industria, la actividad carbonera. En La Arena estaba la gente más humilde».
Manolo Fernández habla de muchos años antes, de una época en la que triunfó con sus negocios y en la que dio fama y alegría a La Arena. Una fama y una alegría que todos desean que vuelvan. «Cada época tiene su manera. En los 80 había más poder adquisitivo y un obrero de Ensidesa, de Cristalería, se podía permitir salir a cenar con la mujer varias veces al mes. Cualquier chaval podía tomarse cuatro o cinco cubatas en una barra. Cosa que hoy no pasa. Pero la juventud es la que da vida a un pueblo y hay que cuidarla».
Ahí se queda el consejo.
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