Crecer y multiplicarse

La entrega a la alternativa residencial ha expandido la capital morciniega y ha triplicado en dos décadas los habitantes de la cabecera de concejo asturiana que más ha evolucionado demográficamente en este siglo

Marcos Palicio / Santa Eulalia de Morcín (Morcín)

Jaime Fernández arregla coches en la frontera entre el pasado y el futuro. Mirando desde la puerta de su taller, hacia un lado Santa Eulalia de Morcín sigue teniendo una panera y una hilera de viviendas de planta y piso, más o menos las mismas «cuatro casinas» pegadas al pie del Monsacro que agotaban el paisaje de una pequeña aldea con Ayuntamiento cuando él se estableció aquí, en 1973. Pero al volver la vista a la derecha, el siglo XX cede el paso de pronto al XXI. Los edificios modernos de ladrillo marrón y tres alturas, vecinos de la «corrala» circular de chalés pareados apiñados en la urbanización «Montsacro» y del parque infantil con jardines, de la pista polideportiva y de la piscina, transforman de pronto aquel poblado en la nueva ciudad dormitorio que germinó en este punto plano de la vega del Caudal poco antes del cambio de milenio. Hoy, Santolaya no es Santolaya. Santolaya ya son dos, este pueblo arrinconado por su apósito residencial y aquella aldea devenida en arrabal metropolitano. La capital morciniega de 2012 es en realidad el fruto de la estrategia para mezclar en provecho propio y en el momento preciso la onda expansiva del sector inmobiliario con la disponibilidad de terreno llano equidistante de Oviedo y Mieres. Y al hacer «una pequeña villa» donde había un pueblo típico ha construido un amortiguador para la pérdida demográfica del municipio, menos pronunciada por eso en Morcín que en el resto de la cuenca minera del Caudal.

El resultado está a la vista en esta explanada no hace tanto tiempo desierta y ahora plenamente urbanizada que va de la Santolaya agraria de siempre a las líneas rectas paralelas de la nacional 630 y el río Caudal. El paisaje, el físico y el humano, ha cambiado absolutamente en la planicie por donde antes se retorcía el río Morcín, hoy canalizado, atravesando la vega fluvial, que Jaime Fernández recuerda anegada con cierta frecuencia en aquella otra vida distinta de la localidad. Pero hace años que las avenidas y las inundaciones son humanas. Hay aquí, ahora, tres veces más habitantes que hace veinte años, 714 contra poco más de 200 y con casi 300 de ganancia respecto al año 2000, cuando ya se habían edificado los primeros bloques de la urbanización. Es ésta la capital de concejo asturiana que en términos relativos ha ganado más población en este siglo, el 64 por ciento de 2000 a 2011, y al vecindario no se le oculta la paradoja de que esto haya ocurrido precisamente en mitad de la cuenca minera, dentro de uno de los emblemas de la depresión demográfica asturiana en las últimas décadas. La gran evasión es aquí la gran expansión.

La respuesta al porqué está, o estuvo, en aquella oferta de vivienda próxima y asequible justo en aquella época del pasado en la que sí había compradores. La clave reside en el sosiego de un atardecer de primavera sin sitio en los columpios del parque infantil y en las vistas de la urbanización a la naturaleza verde de la sierra del Aramo. Es «la tranquilidad inigualable» que María Prieto, presidenta de la asociación de mujeres Solamalena, resume señalando a la pared verde del Monsacro contra la que se apoyan juntas la vieja aldea y la nueva reedificación urbana. Santa Eulalia, apenas dos centenares de habitantes en los noventa, ha sobrepasado a La Foz como núcleo más poblado del municipio y configura en la forma y el fondo un islote de expansión demográfica, un salvavidas, un clavo ardiendo para un concejo que aun con la multiplicación de la capital ha perdido en lo que va de siglo el seis por ciento de su población total, doscientos de los 3.000 residentes que alojaba en 2000. No tiene nada que ver, es cierto, con el 13,2 por ciento que se fue de Mieres o con el 16 que se dejó Riosa en el mismo período, pero es que Morcín tampoco es Santa Eulalia, la nueva configuración de la capital evoluciona en abierto contraste con el resto del concejo. Según la cuenta de Jesús Álvarez Barbao, alcalde socialista de Morcín, «tenemos en todo el concejo 799 vecinos mayores de 65 años para una población total de 2.870», pero la capital, además de crecer, se multiplica. Abundan las familias jóvenes con hijos, y las obras que se ven en el bajo de un edificio de dos alturas, junto a la Caja Rural, son las de una escuela para menores de tres años que abrirá en septiembre. «Ya hay once niños apuntados, 73 en el padrón. En el resto del concejo se ven sillas de ruedas, y aquí, carricoches», remata complacido.

Amador García fue minero y preside la asociación sociocultural de El Vallín, un centenar de socios en una aldea de apenas veinte habitantes permanentes cinco kilómetros al sur de Santa Eulalia, «donde no todos están afiliados». Ha venido a recordar que «aquí giraba todo en torno a la minería» y que «una vez que está como está, no sé quién se habría quedado en Morcín si no hubiese sido por la urbanización». La importancia de tener un sitio accesible y asequible adonde «bajar», literalmente, cuando la vida en el pueblo se pone cuesta arriba, ha configurado en parte la razón de ser que ha moldeado la nueva Santa Eulalia. «El parque lleno de críos» es un indicio de que los nuevos colonos de la capital no son sólo mayores del concejo, y «una alegría», resume María Prieto, la estampa de las colas ante los toboganes laterales del barco que concentra el sector infantil del parque pegado a la urbanización. La nueva Santolaya recreció el concejo en el momento justo y en el lugar oportuno. Puede que la mezcla aún hubiera funcionado mejor si hubiese sido simultáneo el desarrollo del polígono industrial de Argame, enlaza García, pero la urbanización sí brotó «cuando más se empezaba a despoblar el municipio», aclara José Marcelino García, coordinador del Club Deportivo Madalena Morcín, y aprovechando la ventaja geográfica de una explanada que está casi, en expresión de Jaime Fernández, «a la sombra de la catedral de Oviedo». Por eso se llama «Puerta Vetusta» la urbanización con chalés adosados que prolonga la expansión de la capital morciniega por el sur hacia Parteayer. Por eso al salir a la nacional 630, dos indicadores, uno en cada sentido, explican sin más palabras una parte del fenómeno: del cruce de Santolaya a la derecha dice diez kilómetros a Mieres; de aquí a la izquierda, los mismos diez a Oviedo.

La definición canónica de la ciudad dormitorio es una tarde avanzada en la N-630 tratando de calcular el porcentaje muy alto de coches que al llegar a la recta de la carretera toman el desvío que conduce a Santa Eulalia. La conclusión del alcalde de Morcín -«ésta ya no es la Santolaya del 95»- resuena como una obviedad con mucho calado. «Donde antes te pedían una cuba de hormigón para acceder a las fincas», afirma, «ahora piden conexión de fibra óptica, un gimnasio, una piscina, una Casa de Cultura... Y hay que poder y saber responder». La capital morciniega se entregó a los brazos de la función residencial  entreviendo el reverso tenebroso en la exigencia de una dotación completa de servicios y en la amenaza del viraje hacia la urbanización impersonal sin vida propia por debajo de las calles desertizadas.  Pero aquí dicen que eso no ha pasado. O no del todo. O ya no tanto con el paso del tiempo. Roberto González regenta uno de los cuatro bares que ocupan la línea de bajos comerciales del primer bloque de edificios que se construyó en la urbanización «Montsacro» y al clasificar la tipología que se percibe desde detrás de la barra distingue abiertamente entre «la gente que vino a vivir y los que sólo venían a dormir». Al final, poco a poco, se van imponiendo los primeros, influye la preexistencia del pueblo, la sensación de no estar durmiendo en un brote de ladrillo artificial creado de la nada, y funcionan la argamasa aglutinadora de las asociaciones, las fiestas, las actividades colectivas o los más de ochenta niños inscritos en el equipo de fútbol. «Cuando constituimos la asociación, lo hicimos precisamente para tratar de fomentar esa convivencia», apunta Prieto, en contra de la corriente despersonalizadora de las urbanizaciones sin vida propia. «Esto es una ciudad dormitorio», admite Amador García, «pero a lo mejor ya no tanto como antes». Siempre hay casos puntuales, no es infrecuente que despierten los recelos cuando se anuncia el aluvión de foráneos, pero este modelo es distinto de aquel otro patrón de aglomerado humano que mejor conocían aquí, el de las colominas mineras de la mitad del siglo pasado. «Muchos de los nuevos habitantes han venido desde los pueblos de Morcín y de otros concejos próximos», concreta, «tampoco son exactamente habitantes de fuera, con una cultura diferente. No es como cuando surgieron las colominas, vinieron los andaluces, los extremeños, los portugueses y en algún caso se pudieron generar problemas de convivencia. No es el caso». Había que darle tiempo y «los que vinieron recién casados», observa, «son en buena medida éstos que ahora llenan los parques de críos y han adquirido ya una ligazón y un cierto arraigo con el pueblo».

El Ayuntamiento también es nuevo en Santa Eulalia. La vida que trajo la expansión residencial atrajo servicios que no son tantos como si Oviedo y Mieres no estuvieran tan cerca, pero sí básicos, desconocidos y muchos más que en la vida anterior de Santolaya. «De no ser por la urbanización», afirma Mariflor Tuñón, presidenta del colectivo de mujeres por la igualdad Ayuri, «no tendríamos en perspectiva, por ejemplo, la escuela para menores de tres años, ni la mejora de la atención médica». «Ni las infraestructuras deportivas, el polideportivo, el campo de fútbol o la piscina», la acompaña María Prieto. Hay, eso sí, un solo autobús a Oviedo cada hora y por la otra orilla del Caudal ya no pasa el tren de Feve. «El pueblo ganó en servicios y comunicaciones», consiente José Marcelino García. «El tren es lo único que tenemos pendiente, lo único que perdimos».

El nuevo ecosistema urbano sube la apuesta con 21.800 metros más

La avenida Montsacro es la calle empinada que sube, en efecto, en dirección a la montaña sagrada, dejando a la espalda la vega llana que ha sido colonizada por los edificios de la urbanización. La iglesia, de origen prerrománico, a la derecha para el que asciende, tiene a la entrada la placa de su undécimo centenario, colocada en el año 1996 como una advertencia oculta, como para que se sepa que aunque lo parezca esto no es de ahora, que ya existía en el 896. Pero enseguida, enfrente, el Ayuntamiento reedificado y a su costado un bloque corrido de viviendas de ladrillo marrón, con supermercado y clínica dental en el bajo, vienen a ratificar también aquí el cambio de sentido operado en la capital morciniega. A través de la cristalera del edificio consistorial, el gran cartel verde de una promoción inmobiliaria da fe de que la nueva Santolaya no se agota en lo que ya tiene construido. Propone treinta viviendas de protección autonómica para transformar el prado del Ronzal en los «Jardines del Ronzal» y cubrir casi lo único que queda vacío entre la parte más nueva de la urbanización y el pueblo de siempre, junto al inmueble en cuyo bajo permanece el taller de chapa de Jaime Fernández. La recreación infográfica del anuncio sustituye la pradería por un inmueble de vivienda colectiva de tres alturas y bajocubierta, de 67.900 euros el piso de un dormitorio a 113.800 el de tres. Todavía no hay nada, con el proyecto en información pública y la crisis inmobiliaria en plenitud de facultades, pero el cartel es un indicio de que Santolaya ve terreno y mercado para seguir ganando metros a la edificación en altura.

También hay un letrero con foto que anuncia «próxima construcción de adosados» sobre la fachada deteriorada de una casa tradicional de piedra en Parteayer y otro que predice pisos y chalés pareados en el frontal de lo que un día pudo haber sido una cuadra. «Ahora no es el momento», admite el alcalde de Morcín, pero mientras tanto prepara el terreno, literalmente, para cuando escampe la crisis. Jesús Álvarez Barbao vuelve la vista hacia la gran extensión de 21.800 metros que ocupa el antiguo Parque de Maquinarias del Ministerio de Fomento, «hoy sin actividad», en la margen derecha del río Morcín, al otro lado de la urbanización Montsacro. «Estamos intentando que esas parcelas pasen a ser propiedad del Ayuntamiento», confirma, porque el Plan General de Ordenación del municipio ya las tiene calificadas para extender Santolaya con otras 235 viviendas más. Tras los planes sobresale una constatación de que esta zona todavía «tiene salida». «En el centro de Asturias, con precios asequibles, con buenas comunicaciones y zonas verdes sin ruidos... Necesitamos tener terreno habilitado y calificado para poder aprovechar la oportunidad cuando llegue. Para estar los primeros en la lista», concluye el regidor.

Barbao sube la apuesta residencial, persuadido de que el hecho diferencial de esta nueva «pequeña villa» en comparación con las del resto de la Cuenca está en la oferta de vivienda moderna y accesible por la que claman al unísono muchas poblaciones de su entidad y su entorno, deseosas de encontrar la fórmula para sacar partido a la proximidad de la Asturias metropolitana. La nueva imagen de Santolaya ha cimentado una razón para permanecer aquí, contrapesando una balanza en la que a raíz del ocaso del empleo minero ejercía toda su presión el magnetismo de la huida hacia la gran ciudad.

Amador García, «un nostálgico de los que echa de menos el hórreo para reunirse debajo», aun le encuentra una vuelta más al cambio profundo de la capital de su concejo. «La urbanización fue muy importante», afirma, «también para ayudar a dar vida a los pueblos». El Vallín, dice, «era uno de esos pueblos condenados a los que Santa Eulalia atrajo gente». Poca, es verdad, pero válida. Él sostiene que los servicios de la nueva villa funcionan también, lentamente, como cebo contra el vaciado del medio rural. «Mira qué guapo», dice que dicen. «Si hubiera una casina cerca...»

Al futuro en teleférico o más medio rural para más turismo rural

Santa Eulalia de Morcín tiene un único hotel rural de dos estrellas con poca vida entre semana, con nueve habitaciones solas en la capital y sin demasiada compañía en el alrededor agrario del municipio. A la capital morciniega le falla la infraestructura más que la materia prima, pero a la pregunta por el futuro brota enseguida una referencia al turismo. Sale el proyecto de trayecto en teleférico a la cima del Monsacro desde las vegas de Cardeo, cuatro kilómetros al oeste de Santolaya, y lo mucho que se mueve Fuente Dé desde que tiene un funicular que sube turistas sin esfuerzo a los Picos de Europa con 23 empleos directos. El de aquí, una antigua aspiración a la singularidad que se planteó primero partiendo de La Foz, existe solamente en el papel de un estudio y en la imaginación del Alcalde, que opone a los reparos medioambientales la necesidad del desarrollo turístico de la zona. «No hay ninguna infraestructura de este tipo en Asturias», afirma Jesús Álvarez Barbao. «Si también renunciamos a proyectos de este tipo que puedan atraer turistas, que nos expliquen qué hacemos. No sería la solución definitiva, pero sí un aporte importante, y con lo que significan para la historia de Asturias las ermitas del Monsacro, con su vinculación con las reliquias de la Cámara Santa, no se ha invertido ni un euro. Ya nos toca». Las tres posibilidades planteadas por el Ayuntamiento cuestan cinco, siete y nueve millones de euros y «ahora esas inversiones asustan», asiente el alcalde de Morcín, ex minero, «pero asusta más el presente del carbón».

Al bajar a la calle, José Marcelino García saca la báscula de precisión para medir el provecho y los daños. «Por mí no hubiera existido ni la urbanización», afirma, «pero tal y como están las cosas hay que poner en la balanza las ventajas y los inconvenientes. Es cierto que rompería todos los esquemas, pero pensando en el futuro estaría más tranquilo si lo hubiera».

Con teleférico o sin él, el decorado de montaña que compone el fondo tras la capital morciniega asentirá de inmediato a la racionalidad de valorar un rendimiento turístico. Con muchas salvedades y un largo camino que se puede hacer o no en la cabina de un funicular. Por aquí se menciona la batalla por la navegabilidad y la admisión de la pesca en el embalse de los Alfilorios, por allí la mejora de las comunicaciones que levan de aquí al Angliru y a Quirós y los valles del Trubia, y por todas partes la sensación repetida muchas veces sobre una asignatura difícil, que no tiene sentido el turismo rural sin el medio rural. «Para que haya turismo», concluye Mariflor Tuñón, «es imprescindible mantener la agricultura y la ganadería, las actividades que conservan tal y como lo vemos el medio ambiente».

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ El Monsacro

En una reivindicación extensible a todo el municipio, Morcín se pide hacer los posibles por sacar más partido al mayáu de les capilles, a la ubicación y a la historia del Monsacro, el monte sagrado, el primer «escondite» de las reliquias de la Cámara Santa hasta que el rey Alfonso II las trasladó a la catedral de Oviedo. La explotación del recurso turístico se adelantaría, en la versión del Ayuntamiento, con la infraestructura singular que traería el teleférico para ascender a la cumbre desde las vegas de Cardeo.

_ Los servicios

La expansión residencial de la capital morciniega pide un perfeccionamiento de los servicios públicos que en parte se acomete con una escuela para menores de 3 años con apertura prevista para el próximo septiembre. El Alcalde confía en incorporar asimismo un local de usos múltiples que ocuparía el bajo de 186 metros cuadrados en un edificio de viviendas de próxima construcción.

_ Las carreteras

La mejora de la comarcal MO-1, de Santa Eulalia a Busloñe en el camino de la capital morciniega hacia Riosa y el Angliru, se adelanta en las pretensiones del alcalde de Morcín junto a la adecuación de la vía MO-2, que por Peñerudes da acceso a Quirós y a los valles del Trubia. Son dos obras, lamenta Álvarez Barbao, afectadas por la parálisis de las partidas para la reestructuración de las comarcas mineras.

_ El agua

Figura entre los patrimonios del concejo a los que sacar rendimiento no sólo con la explotación turística. Mientras el Ayuntamiento sopesa pedir compensaciones a Oviedo por el abastecimiento de agua desde el embalse de los Alfilorios, plantea un coto de pesca y reivindica el permiso para uso lúdico del acuífero, excluyendo la navegación a motor.

_ ¿Más vivienda?

Los planes para seguir recreciendo la capital consideran un edificio de vivienda protegida que no ha pasado de los carteles que dan la bienvenida en Santolaya y un proyecto de urbanización del único el terreno de la vega que queda libre, el del Parque de Maquinaria del Ministerio de Fomento, en desuso, sobre el que el Ayuntamiento admite intenciones de compra, recalificación y edificación cuando escampe la crisis.

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