Los colores del Aramo

La piragüista Jana Smidakova, una de las primeras habitantes de la urbanización de Santolaya, eligió la capital morciniega por su combinación de hábitat urbano y naturaleza a los pies de la montaña

Marcos Palicio / Santa Eulalia de Morcín (Morcín)

En verano, el verde son muchos verdes distintos en la ladera que baja el Monsacro hasta Santa Eulalia de Morcín. La licencia para poder comprobarlo desde la ventana y esa otra posibilidad de asistir a la explosión de los colores en otoño o aquella otra de salir a correr y descubrirse de pronto a cerca de mil metros, en el mayáu de les Capilles, que corona la montaña sagrada, tienen la clave de la respuesta. La pregunta era por qué aquí, por qué la familia de la piragüista Jana Smidakova escogió precisamente la urbanización incipiente de la capital morciniega para echar raíces una vez que estuvo claro que se alargaba el año único que inicialmente iban a pasar en Asturias. Resultó que aquel «sitio tranquilo» al que vinieron de visita un San Mateo, invitados a casa de una amiga, estaba edificado en mitad de la naturaleza, pero a diez minutos de la gran ciudad. Tan cerca de Soto de Rey que la pequeña deportista en ciernes, ahora dos veces diploma olímpico, otras tantas medalla de plata en los Mundiales y el pasado fin de semana bronce en el Europeo de Zagreb, entre otros trofeos, podía ir en bicicleta a sus primeros entrenamientos en piragua. Era 1998, Jana tenía 14 años y había pasado uno desde que descubrió el piragüismo, casi siete desde la mudanza de la República Checa a Oviedo.

De la gran urbanización que hoy ocupa casi por completo la vega por donde el río Morcín corre a fundirse en el Caudal apenas asomaban entonces otros dos bloques haciendo escasa compañía al suyo. Todavía sin piscina. Ni rastro de las hileras de chalés adosados, ni de los cimientos de los otros edificios marrones de bajo y tres alturas más bajocubierta que ahora acompañan a la carretera N-630 de paso por Santolaya. Stepan y Bohumira, Jana y su hermana Bohumira cambiaron Oviedo por una casa con vistas al Aramo y se incorporaron al catálogo de los primeros «colonos» de esta urbanización que expandió un pequeño pueblo hasta mucho más allá de sus límites originales. Pasaron a ser parte primigenia del apéndice urbano que le salió a la pequeña aldea morciniega, contribuyentes a la expansión de la capital municipal asturiana que más ha incrementado su población en lo que ha transcurrido del siglo XXI.

«Nosotros somos de pueblo», afirma Smidakova, y por ahí se ramifica la respuesta a la pregunta por los motivos del apego a Santolaya. Lubina, el suyo, está en Moravia, cerca de Pribor, la ciudad natal de Sigmund Freud, y a 2.528 kilómetros de Santa Eulalia de Morcín. No es que se parezca demasiado a éste, pero aquella niña que volvía a casa «con las rodillas destrozadas» tampoco encontró demasiados problemas para adaptarse a la certeza de que hay algún sentido en el que Santa Eulalia, bajo su nuevo aspecto urbano, no ha dejado todavía de ser un pueblo. Uno diferente, es cierto, triplicado por una urbanización hasta convertirse en esta «miniciudad» de bloques de ladrillo visto, pero al fin y al cabo un pueblo en el que  todavía está Eulalia, esa señora que se llama como la santa que le da topónimo a la capital morciniega, que vive en la parte arrinconada de la Santolaya tradicional y «viene con frecuencia a traernos huevos de casa, antes o después de que mi madre vaya a llevarle a ella el pan que sobra para dar de comer a las gallinas».

A la vista permanente del Monsacro, esa mole de verdes diversos «que unas veces nos da la niebla y otras nos guarda de ella», se impone la sensación de que «aquí lo tenemos todo», la aldea a dos pasos de la gran ciudad, la naturaleza a las afueras de Oviedo. «Y es que a mí me gusta que siga siendo un pueblo», remata. Uno «donde confluyen las comodidades de los dos mundos, del rural y del urbano». Uno donde vivir a salvo sin alejarse demasiado del bullicio y verificar que «para mí no hay nada más placentero que un desayuno fuera», con vistas al Aramo. Sosegado. Por eso «cuando vengo digo siempre "voy pal pueblo"»; de ahí que se lea «a mi pueblo» en la dedicatoria de la fotografía de Jana Smidakova que cuelga enmarcada de una de las paredes del gimnasio de Santa Eulalia.

La presteza en el descubrimiento de esta aldea recrecida ha dado a la deportista una atalaya para ver, etapa a etapa, que Santolaya crecía y se multiplicaba, que en aquella vega con el río canalizado y unos pocos edificios iban progresando los servicios y las instalaciones deportivas, que  pasaba de ser un pueblo con su pequeña urbanización a «esta miniciudad con mucha juventud y parejas jóvenes con niños», donde hoy «hay alegría». Al principio, se podía prevenir el peligro de la supuesta impersonalidad de la ciudad dormitorio sin alma, el aislamiento de las urbanizaciones en la periferia de las grandes ciudades donde el vecino no sabría decir quién vive al lado. Y aunque eso también pueda haberse dado aquí en parte, Smidakova se acuerda de Paula, una niña que vive cerca de ella y que después de su regreso de los Juegos Olímpicos de Pekín colgó en su ventana, donde la vecina ilustre pudiera verla, una cartulina donde se leía «Enhorabuena por el diploma, Jana».

La piragüista del Oviedo Kayak le ve un recorrido a este lugar que tal vez tendría otras posibilidades si el polígono industrial de Argame se hubiese levantado aquí al lado mucho antes del estallido de la crisis, pero que sigue reuniendo condiciones de crecimiento. «Es una buena idea» la escuela de menores de 3 años que abrirá en septiembre y no sería un mal sitio, asegura, para instalar una clínica de fisioterapia cuando el deporte de alta competición ceda el paso y se decida a ejercer su profesión.

Para escoger un lugar especial tendría que verse el Aramo, nada difícil en Santolaya. «Hay dos cosas que me relajan especialmente», apunta, «mirar el mar y en esta época, pero sobre todo en otoño, mi estación favorita, contemplar los colores en la ladera que está detrás de la urbanización». En la naturaleza hay un camino. Atisbando un futuro en la contemplación de la montaña, ella opina que turísticamente «tal vez se podría explotar algo más toda esta zona», apostar más fuerte por un recorrido turístico que no incluye, desde su punto de vista, el proyecto de teleférico para subir  a la cima del Monsacro por la cara que mira a Santa Eulalia. «Hablo como deportista», enlaza, «porque tiene su historia comprobar que puedes subir por tus propios medios. Y llegar a la cima y ver todo lo que se ve desde ahí arriba es la recompensa».

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