La dieta del potito
Sevares echa en falta nuevas fuentes de riqueza distintas a su gran industria de alimentos infantiles y servicios, capaces de contener la pérdida sostenida de población que ha experimentado en la primera década del siglo
La vaca pinta que mira hacia atrás, dibujada dando leche sobre una ventana de la fábrica de Nestlé en Sevares, no es una vaca cualquiera. Además de decorar la fachada, ilustra una metáfora sobre el poder de la factoría para mover el pueblo que la aloja. «Tenemos» en «la nesle» «nuestra vaca lechera», dice el retrato de un vecino que calibra el peso de 220 puestos de trabajo y más de 77.000 toneladas anuales de productos para la alimentación infantil y leches dietéticas líquidas. Puede que no sea una cualquiera, pero está sola. El tramo de la N-634 en el que se acuesta Sevares tiene una gran industria blanca que destaca en casi cualquier vistazo al paisaje y dos bares y ni un solo hotel; un centro logístico -para Nestlé-, supermercado, bar tienda y librería; una gran empresa de transportes -que viaja para Nestlé-, todavía una oficina de Correos, un par de talleres de coches, una cafetería cerrada, un antiguo hotel sin actividad y la caja de ahorros. Ya está, ni consultorio médico ni farmacia, protesta alguien por aquí. Poco más que potitos en la dieta blanda que alimenta la economía local y nutritiva leche infantil para engrasar los motores del pueblo. Demasiado cerca de demasiados sitios, el poder de la industria agroalimentaria ya no retiene a la gente en esta vega regada por el agua de tres ríos -el Color y el Tendi vierten aquí al Piloña-, que al terminar 2009 echaba en falta casi cincuenta de los 520 habitantes que iniciaron el siglo en Sevares. El último recuento demográfico del año pasado asignaba al pueblo 476 moradores y un ritmo de descenso que reproduce aproximadamente el que ha sufrido el concejo de Piloña, con sus dolores del octavo municipio de España que más población ha perdido en el último siglo.
De Sevares se van, porque aquí todavía se nace un poco. La escuela de Primaria tuvo ocho matrículas nuevas el curso pasado y tendrá otras cinco el próximo, suficientes para mantener las puertas abiertas, que no es poco. No está mal, hay sitios peores aunque no hace tanto que una sola clase de sexto de EGB contaba sesenta alumnos y en todo el colegio había doscientos donde quedan hoy pocos más de ochenta. Hay quien se conforma con que no lo hayan cerrado, pero el problema viene a plantearse después, cuando crecen, o eso puede demostrar con la experiencia José Fernández Cobián, presidente de la junta vecinal del pueblo y, mediada la treintena, el único de cuatro hermanos que sigue viviendo aquí. Faltan alternativas, alicientes, estímulos. El empresario Manuel Robledo, propietario de la flota de camiones Hermanos Robledo, con sus setenta trabajadores y sus cincuenta vehículos, prefiere llamarlo «atractivos para que la gente se instale aquí» o, volviendo el argumento del revés, «iniciativa emprendedora entre la población joven». Será que la juventud no es distinta de la del resto del mundo y «no se quiere exponer a montar un negocio ni a invertir en sectores que puedan ser arriesgados ni a tirar del carro». El caso es que en Sevares, este paisaje acaparado por los 43.000 metros cuadrados que llena «la nesle», cuesta dar con la fórmula que gobierna el cambio de sentido hacia ese punto de madurez en el que la gente decide pegarse al terreno porque le resulta atractivo y rentable.
Ángel Ruiz, sin embargo, se ha clavado aquí. Alicantino, fue director de la fábrica piloñesa de Nestlé después de hacer a la inversa el camino habitual de los que se marchan del pueblo a buscarse la vida. Como sus hijos, sin ir más lejos. Él tuvo que venir a trabajar y por convicción decidió quedarse a vivir, pero era 1969. Se enamoró de este sitio de Asturias que al principio no encontró en el mapa, «no sabía ni dónde estaba», pero que terminó siendo su casa. Ya se dice de Sevares cuando vuelve a su tierra de visita y hasta discute allí que sea aquella «la millor terreta del mon». Se acuerda de que en su época los trabajadores de la planta «teníamos la obligación de vivir junto al centro de trabajo» -en las casas, eso sí, que la empresa proporcionaba entonces a la plantilla- y asegura que con el tiempo la conexión entre la factoría y el pueblo «se ha diluido un montón». Eran otros tiempos. Hoy, «si consigues encontrar trabajo aquí, te quedas, pero la mayor parte de los que llegan a la fábrica desde otros puntos de la región ya no tiene necesidad de residir aquí», cuenta el alcalde pedáneo. Dicho con los números de la multinacional suiza, que manda aquí desde 1970, 72 de los 220 empleados de la gran industria alimentaria son de Sevares y «otros muchos de pueblos de la zona, como Infiesto, Arriondas o Cangas de Onís»... Pero la mayor parte paran aquí poco cuando se les agota la jornada laboral y van y vienen, porque ahora sí pueden, desde «media Asturias».
«Siempre pensé que la situación física en la que se encuentra el pueblo y sus buenas comunicaciones eran una virtud que convenía explotar», afirma Fernández Cobián, «pero ahora tengo mis dudas». Por un lado casi se ven Villamayor e Infiesto, en el otro acecha Arriondas... Tal vez demasiada competencia en muy poco espacio para atraer servicios que traigan personas hacia la oferta inmobiliaria sugerente que, al decir del vecindario, sí existe en Sevares. Y aunque la comunicación preferente del centro de Asturias con la costa oriental y Cantabria ya no pase por aquí, «que no nos quiten la carretera general», reclama el alcalde pedáneo. Que no les falte ni el tráfico ni su condición de lugar de paso estratégico indispensable hacia Covadonga y el oriente interior, viene a decir, aunque sólo sea porque al pasar todavía se les ve. Sólo así seguirán manteniendo a su pueblo en el mapa, afirma el presidente de la junta vecinal mientras señala hacia un edificio de viviendas sociales en alquiler que ha recibido únicamente dieciséis solicitudes para sus nueve pisos de protección oficial. No muy lejos de allí, en una finca vacía junto a la N-634, donde no hace mucho crecía la publicidad de una promoción inmobiliaria, un cartel ofrece también «venta de parcelas de suelo industrial en Sevares desde 520 metros cuadrados».
Las barbas del vecino villamayorino y la «lotería» que trae el trabajo a casa
Hay quien piensa por eso el futuro con cierta resignación a objetivos accesibles. «Casi es mejor admitirlo», sostiene Ángel Ruiz, «pretender que esto se pueda convertir en un centro de actividad es tal vez soñar con algo que no tiene demasiado sentido», y a él tampoco le cuesta imaginar una alternativa «que nos permita vivir con tranquilidad aquí aunque la actividad y algunos servicios estén en otros lados. A mí me preocupa más el desarrollo de las personas que el del pueblo», sentencia, y por la fuerza de los hechos, sin haberlo planeado así, «esto tal vez no se ha convertido todavía en una zona residencial, pero casi». La apuesta, eso sí, no equivale a dejar sin desbrozar todos los recursos que quedan por explotar a este lado del Piloña. Muchos más de los que se aprecian en el primer vistazo, claman aquí, y algunos muy directamente enlazados con el entorno «natural y verde» que ha escogido el Ayuntamiento de Piloña como lema turístico.
Hay caza y pesca, confirmaría la corza que salta de pronto a la carretera que comunica el barrio de Capina con la travesía de la N-634, y muy poca fuente de riqueza en las labores tradicionales del campo, pero sí «rutas de senderismo preciosas», afirma Francisco Javier Escobio, director de la sucursal de Cajastur en Sevares, «y piscinas naturales en el río Color», «y una feria de ganado en Semana Santa», añade Maribel Díaz, componente del grupo de teatro local, «Ensin reparu», y muchas casas de alojamiento rural en la parroquia... Pero la pescadilla se muerde la cola otra vez después de colisionar contra la misma piedra. «Falta iniciativa», escasea la fuerza transformadora que encuentra ejemplos sin salir de la comarca y que es esa materia imperceptible que ha permitido vivir de alquilar canoas en Arriondas o convertir el centro agrícola y ganadero que fue siempre Cangas de Onís en un hipermercado turístico mucho más rentable.
En Sevares tampoco ayuda una forma de ser colectiva que, según dicen aquí, padece de una falta de decisión para asumir responsabilidades que puede llamarse apatía. José Fernández Cobián preside, además de la junta vecinal, la comisión de fiestas y percibe muchas colaboraciones al rebufo de una idea impulsora, pero, otra vez, muy poca iniciativa para alumbrar proyectos motrices. Aun así, a trompicones, hay algunos. El grupo de teatro «Ensin reparu» vive plenamente «desde hace seis o siete años», apunta Maribel Díaz; se refunda el club de piragüismo Los Caimanes y nace un equipo ciclista con «36 chavales» que viene de organizar el Campeonato de Asturias de bicicleta de montaña... Se atisban brotes verdes en forma de reacciones contra cierta indolencia comodona heredada colectivamente, tal vez, de la época en la que aquí había trabajo «limpio» y bien remunerado a la puerta de casa.
Alguien toca madera y pide, ahora que pelan las barbas del vecino y la crisis amenaza con arrancar Chupa Chups de Villamayor, «que aquí no falte» Nestlé. Pero esta «lotería» indispensable para entender el Sevares de hoy tiene un cierto reverso tenebroso. Más que asumible, pero real. Durante mucho tiempo, rememora José Fernández Cobián, «la gente del pueblo entraba a trabajar en la fábrica con dieciséis o diecisiete años cobrando más de mil euros al mes y podía olvidarse de todo». «Esa culpa la tiene nuestra vaca lechera», asiente Francisco Javier Escobio, «pero que no nos falte nunca». Para mejorar el futuro, eso sí, «la única esperanza es que la gente joven sea emprendedora y tenga iniciativa», vuelve al relato esta carencia esencial que, por otro lado, «tampoco es diferente de las que se aprecian en otros núcleos de población de la misma entidad», advierte Ángel Ruiz, convencido como está por la experiencia propia de que «arriesgar y jugársela por ahí debería ser encantador para la gente joven»; pero éstos, concluye, resignado, «son los tiempos que vivimos y no queda más remedio que hacerles frente con ilusión».
Aquí «los hubo mejores», acepta Alfonso Díaz Acebal, jubilado después de 47 años en la hostelería local y hablando con el refuerzo del recuerdo de cuando «había siete bares abiertos en Sevares» y en esta orilla del Piloña se daba muchísimo más de comer y de beber que ahora. Mirando al frente, ahora que de aquellos siete apenas quedan abiertos dos, se echa de menos a la gente y preocupa la onda expansiva del cierre de Chupa Chups en Villamayor, «una pérdida importante para todo el concejo de Piloña». El municipio, bisagra entre el centro y el oriente asturiano, extenso, disperso y rural pero históricamente enriquecido también por la gran industria alimentaria de este corredor entre Villamayor y Sevares, corre el riesgo de tener que dejar de presumir de tener «quinientos o seiscientos obreros en cuatro kilómetros, una riqueza que no tienen, creo yo, en ninguna parte», asegura el hostelero piloñés. No dice pues la verdad el viejo refrán que con alguna mala leche recomendaba «en Sevares no te pares, y en Villamayor, cuanto más lejos, mejor».
El Mirador
_ La sanidad
«Necesitamos una farmacia y el ambulatorio». Por la boca de Maribel Díaz, los vecinos de Sevares piden servicios, aunque en el caso de los sanitarios no ayuda la proximidad de Villamayor, con su centro de salud a cuatro kilómetros de aquí.
_ El «pueblo»
La urbanización del Sevares rural empieza a ser plenamente visible una vez cubiertas las dos primeras fases de un plan pactado en tres. Se han pavimentado caminos, iluminado y completado el saneamiento con una nueva traída de aguas. Pero queda la tercera fase, «para Capina, El Valle y Los Reborios», concreta José Fernández Cobián, que debería estar finalizada en 2011.
_ Una acera
La unión física de las dos partes del pueblo, la travesía urbana y los barrios altos rurales, reclama al menos «una acera» que haga visible la unificación mental de los dos Sevares.
_ Lollón
Un manantial subterráneo desaprovechado, una pista polideportiva inutilizada y una piscina natural en el río. Son los valores de Lollón, una zona del Piloña muy recuperable para la expansión del pueblo, afirma Javier Escobio. Sería, dicen, un lugar agradable para un área recreativa si se llegase a un acuerdo para borrar del paisaje una antigua cuadra de cerdos abandonada.
_ La naturaleza
Los valores naturales del entorno permiten que «se puedan conseguir ingresos a partir de la caza y la pesca si se promocionan», asegura Fernández Cobián. Lo mismo que con el senderismo por el alrededor «verde» de la parroquia y con otras «variantes de actividad» que conduzcan una parte de la dinámica económica del pueblo desde la industria alimentaria hacia algo parecido al turismo, aunque en este punto también se hacen necesarios establecimientos que articulen una base todavía escasa de infraestructura turística.
_ Los servicios
Toda la demanda de mejora se podría sintetizar en una oferta de servicios de todo tipo que arrope a la gran industria alimentaria que alienta la actividad económica en el pueblo y haga atractivo este lugar para vivir.
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