Cuando el pueblo era la leche
José Prieto, sobrino del fundador de la fábrica de productos lácteos de Sevares, regresa al origen de la industria que mueve la localidad piloñesa
Sevares eran dos y José Prieto, el niño, se veía «un poco más culto» por haber nacido abajo, junto a la carretera, por donde pasaban los coches en lugar de en el entorno más rural de los barrios altos. Y eso que enfrente de su casa, en la travesía de la localidad piloñesa, no se había instalado todavía el motor que aún hoy da cuerda a su pueblo, esa enorme fábrica de productos lácteos que ahora es de Nestlé y que nació en los años treinta del siglo pasado en la imaginación y del espíritu inquieto de Manuel Granda Joglar, su tío, el indiano emprendedor que más adelante también fundaría en Villamayor Granja Asturias, el embrión de lo que luego ha sido Chupa Chups. José Isidro Prieto Granda, el hijo del maestro de Sevares, nacido allí el 5 de mayo de 1918, llegó a director de la factoría y hoy vive en Barcelona retirado, pero sin ninguna gana de jubilarse de la memoria.
La suya es la de Sevares y sabe por eso que para buscar los orígenes remotos de esa fuerza motriz que aún impulsa su pueblo hay que viajar a México. Allí se habían ido a por fortuna Isidro y Juan, los dos hermanos mayores de Manuel Granda, y su madre, viuda, «no quiso quitarle a Manolo la ilusión de ir tras ellos». El pequeño de la familia «tenía mucha iniciativa», rememora Prieto. Después de algún tiempo allí, entró a trabajar en una fábrica de hilados y tejidos y pronto la empresa dispuso que se fuese a Manchester para completar su formación. Habría ido, estaba dispuesto al traslado y tomó un barco, pero no con esa dirección, porque un mensaje de su madre desde Asturias alteró el punto de destino. «En ese momento», cuenta Prieto, «mi abuela le escribe diciéndole: "No quiero que México sea la tumba de mis tres hijos"», y Manolo abandona su viaje a Inglaterra y regresa a Sevares. El cambio de planes no mató su espíritu empresarial, primero fue una carnicería y más tarde, en los años previos a la Guerra Civil, en torno a 1929, una fábrica de queso. La factoría se instaló ya en los terrenos que hoy ocupa Nestlé y, en plena contienda, se asoció con unos industriales catalanes -Massanes i Grau, MG- para enviar producción a Cataluña. Nació así Rilsa (Reunión de Industrias Lácteas), cuya escritura de constitución, José Prieto asocia acontecimientos, «se firmó en Nava el mismo día de la entrada de las tropas franquistas en Gerona», el 5 de febrero de 1939.
Los azares de la guerra llevaron a Prieto a los dos bandos, primero al republicano y después, «por saber escribir a máquina» mientras estaba prisionero en Navarra, al nacional, pero ésa es otra historia. El final de la contienda lo devolvió a casa y, gracias a los progresos empresariales de su tío, a trabajar en la emergente compañía láctea familiar, a apostarse en una atalaya privilegiada para ver cómo con ella «iba creciendo» el pueblo. Se hizo cargo de la dirección de la planta hasta que la propiedad cambió de manos y una empresa suiza se hizo con MG y, por extensión, con Rilsa antes de que fuera absorbida por Nestlé. Era 1968 y el director de Massanes i Grau se llevó a José Prieto a trabajar a Barcelona -«todos los jefes de compras roban y sé que usted es una persona honrada», le dijo- como director del servicio de abastecimiento y transportes, como responsable de las compras de la compañía.
El sitio que había ocupado en la planta de Sevares le garantizó una perspectiva excepcional sobre la evolución de aquel pueblo al que, poco a poco, «iban viniendo a trabajar desde toda la parroquia». Era la época en la que apenas pasaban vehículos, por lo que con el tiempo fue la N-634 y «las chicas bajaban a la estación a ver pasar el tren», cuenta por experiencia José Prieto, que acabó casándose con la hija del jefe de estación, Celsa Villanueva. Con el tiempo, el recuerdo fue dulcificando también ese Sevares alto y rural del que el niño se acordaba. Sobre todo, el barrio de El Pedregal, «donde vivía otro de mis tíos, José Joglar, que trabajó en el año 1926 en la obra de la traída de aguas a la zona superior». La memoria de aquel niño que algunas noches se quedaba a dormir allí «fotografió» inconscientemente todo lo que veía con el propósito secreto de dibujarlo después con fidelidad, una vez jubilado. Porque Prieto, que aprendió el arte del grabado en la Escola Massana de Barcelona, encerró El Pedregal en ese formato para llevarlo a una de sus exposiciones barcelonesas.
Al final, así pues, José Isidro Prieto Granda ha querido terminar encarnando la prueba viviente de todo aquello que él mismo firmaba en un artículo publicado recientemente en la revista «Piloña», donde colabora escribiendo con asiduidad sobre la historia de su pueblo y su concejo. «Podemos decir», aseguraba allí el sobrino de Manuel Granda Joglar, «que las ciudades, las villas, las aldeas, los pueblos tienen su propia historia , como la tienen los ciudadanos, los hombres y las mujeres que habitan estos núcleos y que contribuyen a su devenir».
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