Energías alternativas

La capital de La Ribera, condicionada por medio siglo al lado de una central térmica, busca compradores para articular una oferta residencial distinta en torno a su universo rural próximo a la Asturias metropolitana

Marcos Palicio / Soto de Ribera (Ribera de Arriba)

Soto de Ribera es eso que se inclina en dirección al que mira desde el puente de piedra sobre el río Caudal. Es en realidad eso que asoma por detrás de una gran valla publicitaria que dice «puede ser tuya» sobre la foto de un edificio blanco de tres alturas con «viviendas protegidas a precio concertado», «ya finalizadas», de «entrega inmediata». Casi vacías. La pequeña capital de Ribera de Arriba da la bienvenida con el escaparate de una inmobiliaria. Antes de entrar, en la misma puerta, para que el visitante llegue advertido de lo que se le ofrece al cruzar primero el río, ancho y remansado, y luego la vía estrecha del tren de Feve. Al otro lado empieza el ambiente agrario en envoltorio urbano, el primer atisbo tímido de la propuesta de un entorno residencial distinto, un refugio rústico a menos de diez minutos del centro. Aun con su aspecto peculiar, compartiendo domicilio con la central térmica que cumple este año cincuenta de vecindad con el pueblo, aquí dicen que este lugar podría pedirse un cierto recorrido residencial. Uno diferente, de paisaje agroindustrial, que de momento es todavía mercancía sin vender. Género sin apenas comprador, como la mitad de las casas de la promoción inmobiliaria que se anuncia junto al puente. A su vista, alguien echa de menos un plan, un proyecto de villa, una campaña publicitaria y una hoja de ruta para orientar el sentido de esto que un vecino retratará pronto como «la aldea de Astérix» en Ciudad Astur. Son menos de cuatrocientos habitantes encajonados en mitad de un entorno metropolitano de 700.000, al lado pero al margen del progreso demográfico de la Asturias metropolitana hay un reducto agrario a un paso corto de la gran ciudad que se traicionará a sí mismo, al decir de algunos de sus residentes, si deja escapar por completo el carácter rural. Si se urbaniza, si sucumbe a la tentación de hacerse barriada urbana en lugar de «pueblo pueblo» y  efectúa el giro hacia el futuro renunciando al aspecto que ha tenido siempre. Habrá quien eche en falta en ese contexto un plan de vida para darle una vuelta a la función residencial, una estrategia de búsqueda de compradores para su paisaje diferente y sin ninguna necesidad de obviar la presencia permanente de las chimeneas de grosores y alturas variables que siluetean ahí al lado una central térmica.

«La mejor comunicada de las capitales de concejo que rodean a Oviedo» tiene un mínimo cogollo urbano, algunos servicios dispersos por el resto del territorio del concejo y un conjunto de valores que son, según alguna opinión, primeras calidades al alcance de un amplio mercado potencial. Soto de Ribera es todo eso y estas casas nuevas sin vender, eso y a lo mejor también un problema de difusión. Los pisos que se anuncian en el puente son treinta viviendas de protección oficial edificadas en La Costana, en lo alto de «La Rampla» que enhebra el caserío en ascenso desde el río y el ferrocarril, repartidas entre dos inmuebles gemelos terminados desde hace tiempo. Acosados por la crisis y todavía «a medio vender», lamentará el socialista José Ramón García Sáiz, alcalde del municipio hace veinticinco años.

Alguien dirá que son grandes, y por grandes caras al precio oficial del metro cuadrado de vivienda de protección. También que no salieron al mercado en su mejor momento, pero el silencio a su alrededor se sigue entendiendo mal. Porque ahí al lado Santa Eulalia de Morcín tiene una urbanización completa y éstas «están en un buen sitio», entendiendo aquí por un buen sitio este cerro levemente elevado, el punto de la capital «desde donde menos se ve la térmica». Javier Prado, presidente del grupo de montaña Riberano, acaba de introducir el elemento corrector de la planta de generación eléctrica que domina desde los años sesenta este valle donde el Caudal vierte aguas al Nalón. Mirando hacia la pendiente de las cifras de población, que han pasado en este siglo por debajo de los cuatrocientos habitantes, de 415 a 381 de 2000 a 2011, aparece enseguida la silueta humeante de «la térmica». Juan Manuel González Caballín, ingeniero, casín de Caleao por nacimiento y riberano por vocación después de dos décadas de residencia en Soto, tiene el estudio profesional domiciliado en el pueblo y experiencia para apuntalar la certeza de que la demografía no despega en la capital riberana, pese a su vecindad con todo el centro de Asturias, por una razón «de fondo». O más bien de lo que hay al fondo. «Soto pivota alrededor de la térmica», dice, «y hay gente que eso no lo acepta», ni siquiera aunque el impacto de la planta sea hoy exclusivamente «visual, porque la contaminación es mayor que aquí en cualquier lugar de las proximidades de Oviedo». El hórreo y la vara de hierba son en El Polleo el primer plano que se recorta sobre un fondo de chimeneas y montañas de carbón. Esto es un paisaje diferente.

Nadie se plantea ya, para qué, cómo sería hoy el valle sin el vapor de la torre de refrigeración, sin las dos chimeneas de los grupos de generación con carbón y las otras dos del nuevo ciclo combinado. Pero sí, tal vez, que conviene trazar una ruta y un plan de futuro, buscar una fuerza motriz, o más bien una fuente de energía en la terminología familiar de este pueblo adosado a una central eléctrica. Andrés Rodríguez, presidente de la asociación de mayores La Ribera, plantea el arranque de las necesidades con esta sensación de que «a Soto le falta un proyecto. Observando en dirección contraria a la térmica hay un paisaje bien comunicado y hasta opciones de senderismo, o de rutas a caballo... Lo que no hay es un proyecto, un planteamiento colectivo» ni una iniciativa decidida de explotación, ni apenas más empresa que las grandes -Hidrocantábrico, Mantequerías Arias- que se instalaron aquí buscando la proximidad de este entorno vecino de la gran ciudad. «Ganaderías quedarán cuatro». «Si alguien se sube a la torre grande de la térmica, o más fácil, a La Campona, las ideas aparecen rápido. Pero hay que mirar el concejo con los ojos de la imaginación», remata Rodríguez. El escritor Juan Antonio Cabezas, de viaje por Asturias para escribir la «Biografía de una región», vio al pasar por Soto «una aldea» que «en tiempos fue villa», una «Arcadia asturiana» donde los monumentos «son todos hechos por Dios». Pasó por esta, eso sí, antes de la central térmica.

A lo mejor le serviría la experiencia personal y profesional de Luis Manuel de Vicente, arquitecto con casa, huerta, gallinero y estudio profesional en El Polleo, el barrio elevado sobre el Nalón al Norte del caserío diseminado de la capital riberana. A su juicio, un comprador de vivienda «llega aquí y dice "esto es un pueblo". Y yo respondo que ahí está precisamente la gran ventaja. Que hay quien necesita vivir al lado de Parque Principado o poder ir a cinco bares y que a mí me basta con venir al único de Soto». Que le encaja esta dotación de servicios con el restaurante y el pequeño comercio, con la farmacia, la atención sanitaria, Oviedo al lado y en conjunto un equipamiento «perfecto para la población que tiene». Hace seis años que cambió La Fresneda por esto y hoy concluye que tiene lo que buscaba, «unas condiciones de vida que se acercan más a un núcleo rural que a una barriada urbana» y en casa una huerta con bancales y un gallinero con puerta de apertura y cierre automáticos que llaman la atención.

Aquí donde los hórreos y las gallinas sueltas por el suelo hormigonado ceden el paso de inmediato al pavimento urbano de La Rampla se materializa el punto de fusión del mínimo muestrario urbano con el ambiente rural de toda la vida. Cuando recibe visitas, De Vicente comprende que lo que para él es un valor «retrae a mucha gente, pero eso no es tan malo. Otra cosa es que el municipio pueda adolecer de una idea generadora motriz para atraer población de una tipología que encaje mejor con esto». De una estrategia para que esta oferta termine encontrando su público. Habla de la corriente urbanizadora que se traga pueblos ahí fuera y del alivio de que sus gallinas vivan a salvo aquí dentro. Y desemboca en la planificación urbanística. «Cuando se aprobaron las normas subsidiarias, se apostó por evitar un desarrollo residencial al uso, entendido éste como el de las "fresnedas" o los "acosados"», el más frecuente en las urbanizaciones que pueblan la periferia de las grandes ciudades. De Vicente celebra el criterio básico que persigue «preservar la idiosincrasia del concejo y no modificar su tipología tradicional» y él se ofrece como prueba de que el modelo tiene seguidores. Si se pervierte algún día, remata, «yo me marcho, sería el desastre, no tendría ningún futuro en un sitio como éste». La conclusión universal dice que «sí puede haber un desarrollo residencial, pero con una mentalidad adecuada», con una fórmula para publicitarlo. Así lo ven los que lo han escogido este paisaje desde fuera, por razones diversas, y entre ellos González Caballín, observando que «aquí el suelo no es tan caro y sin embargo no hay demanda», que una casa unifamiliar «no te cuesta en Soto mucho más que un piso en Oviedo» y que a pesar de todo «estamos en la gran urbe y no somos más de 390 habitantes. Quizá a la gente no le guste tanto la libertad de estar en un sitio como éste» o la labor de difusión de esta forma de vida diferente, «infinitamente mejor», a su juicio, «que la de la gran ciudad», está en mantillas o ha fracasado. No pueden competir, eso sí, ni deben querer, porque son otra cosa. «La idea es que no somos Lugones ni La Fresneda, pero estamos también al lado de Oviedo».

El doble filo de la cercanía y el censo mentiroso

En La Costana, casi lo más alto en el poblamiento disperso de la capital riberana, han crecido tres bloques sucesivos de adosados amarillos dispuestos en hileras de a dos. Es casi la única edificación residencial reciente y comparte el espacio de Soto con la escasa construcción en altura anterior y con la vivienda rural tradicional, la fachada color salmón con galería y torre de «La quinta» y los dos bloques de pisos protegidos de fachada blanca y sus carteles de «se vende» en las ventanas. A su espalda, en La Roza, la calle con farolas moradas que va de la iglesia de San Saturnino al nuevo Ayuntamiento limita a derecha e izquierda con un puñado de fincas vacías. Ésta es la zona de expansión en la teoría del nuevo Soto con el nuevo centro arriba, distinto del de hace algunos años, con el corazón y el Ayuntamiento junto al río y la estación del tren, cuando aquél bajaba negro de carbón y ésta funcionaba. En la capital del río limpio y sin trenes de pasajeros, el nuevo puente atirantado que va de la nacional 630 a Soto de Ribera enlaza con el caserío disperso a la altura de La Viesca, elevándose en cuesta por encima del río Caudal y de la vía del ferrocarril. La pasarela y el edificio consistorial desplazaron el eje tradicional del pueblo, que siempre estuvo abajo, junto al río, al final del puente de piedra levantado en 1808 y restaurado en 1864, cuando el Ayuntamiento estaba donde hoy la plaza con parque infantil de Daira Echdeiria, homenaje al municipio saharaui de la región de Smara hermanado con Ribera de Arriba. «El crecimiento también debe subir hacia aquí», persevera el Alcalde señalando la pradería llama elevada en el entorno del nuevo edificio consistorial, pero ahí está a la vista  que las tentativas han frenado en seco. «Es la zona más accesible y de más fácil desarrollo» en la capital, apunta, pero de momento espera. Joaquín Gómez regenta el único bar del pueblo y desde detrás de la barra vuelve a volver la vista hacia la escasa vivienda nueva construida hasta ahora, al ejemplo de la urbanización ocupada de Santa Eulalia de Morcín, tres kilómetros escasos al Sur, y a la sensación de que «hace falta más terreno para construcción más barata, porque las familias no están hoy a la altura de comprar casas a 22 millones de pesetas». Es el doble filo de la «lanza» esencial de esta capital de concejo a tiro de piedra de la capital autonómica. «La cercanía a veces también nos perjudica», afirma el Alcalde. El desplazamiento es muy corto y la competencia fuerte. De ahí la necesidad de rastrear el terreno a la búsqueda de un hecho diferencial, de poner en el mercado esa huerta, señala Covadonga Alonso, presidenta de la asociación juvenil «Xorrecer», esa «que no puedes tener en Oviedo».

Ribera de Arriba, bisagra entre la cuenca minera del Caudal y el universo de asfalto de Ciudad Astur, resiste demográficamente a cubierto de la penuria de los valles hulleros que se alzan al Sur, pero no se ha enganchado del todo a la explosión de la Asturias metropolitana. El concejo tenía en 2011 justo los mismos 1.984 habitantes que en 2001, compensando el leve descenso de la capital por el atractivo del desarrollo residencial en Soto de Rey, y aquí el Alcalde hace un inciso. Con los datos de la Seguridad Social, afirma García Saiz, «hay trescientas cartillas más que personas censadas en el conjunto del municipio». «Más niños del concejo que van a clase a Oviedo que alumnos en el Colegio Público Pablo Iglesias». Covadonga Alonso enfoca hacia El Polleo, al centro educativo con las clases menos llenas de lo que debería. «Hay padres que viven aquí y se censan en Oviedo para no mandar a sus hijos al Colegio de Soto», confirma, y ahí es donde resulta trascendente, a su juicio, «concienciar a la gente de que una educación aquí supone también luchar por lo nuestro, porque después esos niños no se crían juntos, no juegan en la calle y la distancia contribuye a que no exista un sentimiento de pueblo». Todo sería más fácil en las aulas, propone, con una estrategia de «integración real» de la abundante colonia portuguesa, enseñando a pescar en lugar de dar peces, poniendo primeras piedras desde el principio del camino hacia la articulación de una sociedad unida.

«Xorrecer» es un nombre adecuado para una asociación juvenil en Ribera de Arriba. Crecer, apunta Covadonga Alonso, también debería identificarse aquí con hacerlo juntos, porque «en Soto no somos gregarios», afirma Andrés Rodríguez. «Faltan apoyos» y espíritu de grupo, le sigue Alonso con la experiencia de la organización de unas fiestas intermitentes, recuperadas con esfuerzo para un pueblo en el que «fallamos en bastantes cosas» de la integración colectiva.

Cuando la armonía riñe con la economía

La reflexión del escritor Juan Antonio Cabezas suena plenamente actual, pero fue escrita en 1956, antes de la central térmica que ahora se ve casi siempre y a veces se oye desde Soto de Ribera. Cabezas escribió al pasar por aquí que «el progreso tiene sus contrapartidas», que «no suelen ir de acuerdo la estética y la economía». Él se refería al río negro de tanto lavar carbón en los cincuenta, pero la frase encaja sin calzador como descripción del paisaje de hoy. Más de medio siglo después, el Caudal tira de nuevo a transparente, pero le darían la razón en la capital de Ribera de Arriba cada vez que al alzar la vista se adueñan del paisaje dos chimeneas, una gran torre de refrigeración, un armazón metálico, un monte de carbón. «Financieramente», eso dice el Alcalde, la central térmica guarda una clave de lo que pasa en este concejo insólito, económicamente desahogado en mitad de la crisis. Ya lo era antes y ahora más desde que en octubre de 2011 un largo litigio con Hidrocantábrico desembocó en una sentencia pionera en España que reconoce al Ayuntamiento el derecho a cobrar íntegramente los impuestos derivados de la instalación de la central de ciclo combinado. Así se multiplicaron los ingresos de un municipio que después de mirar sus cuentas no sufre tanto al observar el decorado industrial detrás de la pradería de lo que fue un día una aldea de manual.

Son más de doscientos puestos de trabajo y muchos cientos de miles de euros a cambio del quebranto estético para los que no piensan lo que Luis Manuel de Vicente, que la térmica es «parte del paisaje industrial asturiano». Esto tampoco es el Springfield de «Los Simpson», pero el primer recodo del Nalón justo después de recibir al Caudal no ha vuelto a su ser original desde 1962. Y ya que está ahí, Juan Manuel González Caballín apostaría por «acercar la industria al hombre, que en otros sitios se hace». «En estos tiempos de salidas profesionales difíciles y barreras, aquí tendríamos un aula estupenda si hubiese más lazos entre el pueblo y la central. Si los hay laborales, por qué no un convenio de colaboración para que la gente que salga al mercado laboral pueda trabajar o hacer prácticas allí».

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ Una residencia

En la finca de las antiguas escuelas de Soto, el proyecto de una residencia de mayores y un centro de día está en la misma situación indefinida de la mayor parte de los equipamientos que deberían financiar los fondos mineros recortados por el Gobierno central. El alcalde de Ribera de Arriba tiene «muy claro» que al menos el centro social «lo desarrollaremos este año, haya fondos o no, y si no los hay destinando recursos propios del Ayuntamiento».

_ El censo

La falta de correspondencia entre el censo oficial y la realidad del municipio ha estimulado al Ayuntamiento de Ribera de Arriba a buscar estrategias que inciten el empadronamiento. «Por primera vez», por ejemplo, el Alcalde adelanta que «promoveremos becas para libros y estudios» que podrían plantear un incremento de la financiación para alumnos con padres empadronados en el concejo.

_ La red

En el territorio de los servicios, el proyecto de desarrollo de una red wifi tiene puesta la tecnología «desde Soto de Ribera, a través de repetidores, en todo el municipio». José Ramón García Sáiz asegura que están instaladas las antenas a la espera de las autorizaciones, pendientes de la «exigencia que nos hacen de cobrar una tarifa por el servicio».

_ Una calle

Una nueva que iría desde La Viesca, al final del puente atirantado sobre el Caudal, hasta La Rampla, dotaría a la capital de un nuevo eje alternativo al vial pendiente que enhebra ahora el caserío central del pueblo.

_ Los servicios

La insólita solvencia de un Ayuntamiento pequeño con una gran central térmica permite pensar en perfeccionar servicios incluso en tiempos de crisis. El de Ribera de Arriba ganó en los juzgados a Hidrocantábrico el derecho a cobrar el importe íntegro de los impuestos por la instalación del ciclo combinado en Soto de Ribera. Con eso y los ingresos ordinarios de por sí gruesos «llevamos cuatro años sin subir los impuestos», destaca el regidor, pero también suben a ese ritmo las demandas de servicios. García Sáiz dice que será inminente la adjudicación del servicio de limpieza viaria con maquinaria en los núcleos urbanos del municipio y en el vecindario afloran algunas peticiones más o menos urgentes. «Veo alguna carencia servicios básicos en la capital», afirma Javier Prado, señalando hacia la separación del polideportivo y la piscina de El Llosalín. «Aquí se invierte lejos», remata, «no sé si habrá muchas capitales municipales que en los últimos años hayan crecido en este aspecto tan poco como Soto».

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