En el valle vallado

El matemático Juan Luis Vázquez, criado en La Ribera, evoca la vega limpia y verde previa a la industria y a sus efectos sobre la fisonomía y la población, «unos muy positivos, otros no tanto»

Marcos Palicio / Soto de Ribera (Ribera de Arriba)

El Castañéu, en Las Segadas, es un barrio «aislado» del resto del pueblo por la carretera nacional 630 y su hija la autovía que va a Mieres y a León. Pero hubo un tiempo en el que desde aquí se veía «el valle entero». Al frente Soto de Ribera y al final el Aramo. A un lado Bueño, «al otro mi padre era capaz de ver hasta Llavares». Ni centrales térmicas, ni humo, ni autovía ni el terraplén que la soporta. «La bella vista y el buen emplazamiento no duraron». A Juan Luis Vázquez, catedrático de Matemáticas de la Universidad Autónoma de Madrid y Premio Nacional de Investigación en 2003, ovetense de nacimiento criado en el valle de La Ribera, la marcha atrás en el tiempo le ha devuelto a una casa con su pequeña finca y una vista «hermosa» que domina toda esta vega donde el río Caudal va a morir en el Nalón. A sabiendas de que hoy a simple vista se diría que el valle ya no está, tapado por la térmica, oculto tras el humo, Vázquez ha retrocedido en el tiempo para mirar, otra vez sin obstáculos, toda esta vaguada amplia que después asaltaron el progreso y la gran industria eléctrica, las carreteras y el ferrocarril. La central es de 1962. Vázquez, de 1946 y de aquel valle verde sin humo que por estar tan cerca de todo tiene ahora un enjambre de chimeneas, un bosque de líneas de alta tensión, una pradera de vías y asfalto. Antes no. Antes la vega se veía y en casa había «esfueyes y amagüestos», días enteros a la hierba y excursiones al monte; sacar patatas, ir a castañas, recoger maíz, «segar un poco»...

La central es más bien una frontera temporal, el antes separado del después por una columna de vapor de agua. «Antes de la térmica», apunta Vázquez, «el valle se componía primordialmente de agricultores. Mi padre y otros muchos trabajaban para el ferrocarril, la Renfe y el Vasco», y la industria se agotaba en dos canteras. Con la térmica llegó «el desarrollo industrial» y tras él una ristra de efectos secundarios, «algunos muy positivos, otros no  tanto», afirma el matemático. La mezcla, cita Vázquez, se compone del «profundo cambio de fisonomía de la vega, los puestos de trabajo y las nuevas urbanizaciones». Cambió el paisaje físico, le siguió el humano y «a mí, que era estudiante, me llamó la atención la llegada de los peritos, de uno de los cuales fui muy amigo durante un tiempo. Una vertiente distinta del progreso afectó al valle y a mi familia, esta zona fue utilizada para instalar las vías de comunicación del centro de la región. Con un ferrocarril, una carretera general ampliada, y la autovía Oviedo-Madrid con su gran terraplén, el núcleo urbano de Las Segadas sufrió un durísimo golpe. Fue aún peor para mi familia, pues el barrio de El Castañéu quedó aislado al otro lado de las vías de comunicación. A veces lo comentábamos, ¡cuánto tenemos que hacer en Les Segaes para que los asturianos puedan viajar bien!».

Su parte de la historia es la que se cuenta con referencias a «un modo de vivir que ya no existe», una vida «frugal», «con muchas relaciones humanas, mucho trabajo y pocas excepciones, que por eso se notaban más: una boda, la fiesta patronal...». El recuerdo le devuelve aquel valle preindustrial transformado en un «cuadro humano» de reconocimiento mutuo que funcionaba «como una orquesta sinfónica de la vida diaria», afinando hasta configurar «una vivencia que me ha acompañado siempre». «Había una simpatía natural por los vecinos», enlaza, «una confianza en la bondad del prójimo que se echa de menos en un mundo más rico, complejo y raro. Me vienen a la memoria las tareas colectivas como la hierba o les esfueyes y aquellas excursiones al monte, a La Mostayal, Les Xanes, la Madalena o el Picu la Corona. Pero también la pista de baile de Dorita o de Ruisánchez, en Las Segadas, o la de Pepe Luis y Sara, en Soto de Ribera».

Desde los 6 años regía «la rutina del largo camino a la escuela en El Condado, que daba lugar a una excursión diaria». Antes y después, también «la libertad de salir a jugar por el pueblo», casi siempre el tren de cercanías, «y la tienda de Luisa del Sindicato». La geografía humana incluye «las conversaciones en la garita del "guardesu" (del paso a nivel)» y, sobre todo, «lo más importante del valle para mí es que mi mujer, Mari Luz, la compañera de tantos años de mi vida, mi colega y ayuda en tantos trabajos y viajes, nació y se crió en Las Segadas y allí la conocí».

El peregrinaje por las fiestas de prau, la llegada de la «música moderna». Con aquellos sonidos, no sólo con los de las chimeneas y los ruidos nuevos del montaje de la central, anunciaba la modernidad su irrupción en la vega de La Ribera. El matemático recuerda, por ejemplo, «lo poco que le gustó a mi buen padre cuando en los años sesenta introdujimos el twist en las fiestas de Santiago de Ferreros».

A ese lugar vino la industria a revisar todo lo que había y a poner sus propias condiciones. Con sus puestos de trabajo, sus carreteras, la colonia de chalés de Las Segadas y la transformación de aquel valle en otro para siempre distinto. Dentro de Juan Luis Vázquez, el matemático despertó más tarde. El interés por la ciencia nació en Oviedo, estudiando con los padres Escolapios, sumando «la dedicación e interés que mostraron en prepararme para la vida» con «los valores de la vida en el valle». «En esos años descubrí Oviedo, que es mi ciudad desde entonces», apunta Vázquez, «pero en ningún momento dejé de ser un muchacho del pueblo, y nadie me lo pidió. Supongo que ese amor al terruño y ese respeto de las ciudades por el campo en el que naciste y te criaste forma parte de la forma de ser más asturiana». Después, en Madrid, «con todo lo que nos tocó vivir en los 70», surgió «la pasión desbocada por las matemáticas, aunque supongo que la simiente estaba echada muchos años antes».

La distancia, la física y la temporal, se nota al volver a mirar el valle de la infancia y la adolescencia. «Conozco a la gente y la simpatía perdura», dice, «y cuando hablo con los amigos compartimos los recuerdos y emociones del pasado, pero el cambio de la forma de vida ha sido enorme». Hoy, aquella carretera que partió El Castañéu en dos y se llevó por delante la primera casa de alquiler de su familia es un indicio de la proximidad y la accesibilidad que tal vez cabe explotar en el futuro. En el Soto del presente, hay quien le sigue viendo un atractivo al doble juego del paisaje rural, como el arquitecto Luis Manuel de Vicente Díaz, que encontró aquí un refugio rural a un paso corto de la gran ciudad, que se será fiel, dice, si «crece de manera coherente y natural». Para el valle del futuro, Juan Luis Vázquez también atisba un valor en el paisaje. A la pregunta por el porvenir de los decorados de la crianza, responde que «los pueblos que están más lejos de las grandes infraestructuras han sabido espabilarse para aprovechar su cercanía a Oviedo y ofrecer su atractivo al turismo. A veces visito sitios como Bueño o Tellego, que están muy bien. Dado que en los últimos decenios he andado mucho girando por el mundo no he vuelto al valle todo lo que hubiera querido. Además, por esos mundos uno desarrolla más el sentido de ser "asturiano de todas las Asturias", que son muchas y no sólo el valle de la infancia, aunque éste conserve la clave de los recuerdos».

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