Tapia, letra y música

Manuel Galano, escritor en fala, retrata su villa a través de su memoria de la vitalidad social y cultural de la localidad y de su pasión por el teatro y la música

Marcos Palicio / Tapia de Casariego (Tapia de Casariego)

«Su veraneo por un duro». El primer premio de aquella rifa, que vendió participaciones por toda España en la «prehistoria» de la promoción turística de Tapia, ofrecía como primer premio una estancia de un mes en la villa para cuatro personas «y un dinero de bolsillo»; el segundo ganaba las mismas vacaciones para dos viajeros. Manuel García Galano, escritor en gallego-asturiano, músico vocacional, corresponsal de prensa y memoria viva de Tapia de Casariego, también vendió rifas de aquéllas. Estaba allí cuando empezaba casi todo, en torno a los años cincuenta del siglo pasado, y sigue aquí para contarlo. El recuerdo ha llevado a Manolo Galano (La Roda, Tapia, mayo de 1922) de regreso hasta aquel proyecto del que formó parte cuando echaba a andar la orientación turística de Tapia y existía aquí el Centro de Iniciativas y Turismo, «el segundo que hubo en Asturias después del de Llanes», constituido a instancias del gobernador civil Labadíe Otermín, «para canalizar el impulso asociativo de la villa». Galano sabe que «siempre hubo grupos de gente dispuestos a contribuir al desarrollo de Tapia».

Los carteles de promoción del sorteo, diseñados por el dibujante Tomás Niembro, invadieron España, y los promotores «trabajamos como negros, porque había que adelantar el dinero de los impuestos vendiéramos o no». Con los fondos que consiguieron llegaron a sufragar «el primer alumbrado público que tuvo la villa». Es sólo un ejemplo muy significativo de lo que Tapia es, a la vista del escritor involucrado para siempre en la vida colectiva de la villa. Aquí, además de vender rifas y de trabajar oficialmente como «funcionario administrativo», Galano escribió y representó más de veinte obras de teatro y sainetes en fala, tocó el órgano en la iglesia y el saxofón en la orquesta «Allegro», fue corresponsal de LA NUEVA ESPAÑA en los primeros años setenta y, además, directivo del equipo de fútbol y de la comisión de fiestas, y miembro de honor de la Academia de la Llingua e hijo predilecto del concejo... «Autodidacta en todo», dice que Tapia, resumiendo mucho, no es en su corazón y en su memoria un lugar, sino «dos cosas, la música y el teatro». Y también por eso cuando ahora regresa desde Oviedo, al menos quince días en verano, «por un lado me alegro de que exista la Casa de Cultura que tanto eché de menos; por otro, me entristezco de ver que me faltan tantos amigos».

Esta Tapia no es aquélla, «me habría gustado que hubiese crecido de manera más racional, porque se expandió un poco atropelladamente», pero todavía, si se esfuerza, puede reconocer aquel sitio en constante movimiento que salía a venderse como destino turístico con todo el esfuerzo de sus vecinos, que regalaba vacaciones por meses y tenía «un éxito extraordinario». Galano nació en La Roda, «el centro geográfico del concejo», y vivió en Tapia desde los 24 años hasta su jubilación. Como su hijo Miguel Galano, pintor de reputación y prestigio, Manuel pintó a su modo y en fala frescos de la vida que conoció en la villa. El último, recién publicado, se titula «Faraguyas», tiene como subtítulo explicativo «Pequeños relatos de pequeñas cosas» y enseña la vocación literaria y el compromiso con la memoria de las historias de su tierra que lleva dentro un escritor autodidacta que un día, «viendo que había gente en Tapia que escribía», se preguntó «¿por qué no yo?». Así sigue, frisando los 90 y aunque le dé, confiesa, «un poco de vergüenza que me digan que soy el más veterano». «Lo que tengo es una gran voluntad, es eso lo que me empuja». Eso, la tristeza de «que se perdiera el vocabulario», y el afán de contar cuentos le llevaron a publicar además «Mareaxes tapiegos», sus obras teatrales y sainetes en «Erguendo el telón» o «Vento d'outono», que recopila sus colaboraciones en la revista «Entrambasaguas».

La memoria de Manolo Galano coincide con la de esta villa que el escritor tapiego se complace en retratar a través de su historia remota, la de cuando este territorio se ganó su constitución como concejo gracias al prohombre que ahora mira desde su pedestal en el parque, Fernando Fernández-Casariego. El primer marqués de Casariego, «un benefactor, se comprometió a construir un hospital para que la Reina le concediera el concejo» segregando en 1863 dos parroquias del municipio de Castropol, Serantes y Tapia, y otras dos que pertenecían a El Franco, El Monte y Campos. El hospital acabó siendo un instituto de Segunda Enseñanza que ya estaba entonces donde hoy, frente al edificio consistorial de Tapia. Aunque lo sostenía una fundación del marqués, en 1904 «el Gobierno dispuso que no podía subsistir un instituto sin un determinado número de alumnos y al poco tiempo fue ocupado por un internado de agustinos, el Santa Isabel, que duró hasta 1927». «Venía gente hasta de Ribadeo», apunta el escritor, y Tapia era «la Atenas del Occidente». Galano se deleita repasando la transformación auspiciada por el marqués, que sufragó «la escuela, el Ayuntamiento, el Murallón, para que la villa no fuese invadida por la arena, y colaboró con la construcción del puerto, que hicieron unos parientes suyos».

A este puerto arribó en un arca de cedro, en el siglo XVII, el primer maíz que vino de América y que entró por aquí, según una de las versiones, gracias al tapiego Gonzalo Menéndez de Cancio, marqués de La Florida. Y este puerto es muy distinto del que Galano conoció, con «ochenta familias que vivían de la pesca, cuatro fábricas de conservas» y una economía diversificada, con medio millar de explotaciones ganaderas en el concejo y alguna pequeña industria auxiliar. Esta villa no es lo que fue, pero seguirá siendo la suya.

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