Las cosas del palacio
El arquitecto Nicolás Arganza revive su infancia en el Tineo de posguerra visto desde la casona de Merás, que fue su hogar y cuya rehabilitación ha dirigido recientemente
El edificio de piedra, blasonado con su escudo de armas y una torre a cada lado de la fachada larga y estrecha, guarda las espaldas de Nicolás Arganza. En su recuerdo, el palacio de Merás es principio y fin, la casa del niño que vio desde aquí la Guerra Civil en Tineo y el orgullo del arquitecto que muchas décadas más tarde y por encargo del nuevo propietario ha firmado la rehabilitación del inmueble para el uso que tiene hoy, hotel de cuatro estrellas con treinta habitaciones y spa. Aquel niño y este arquitecto son la misma persona y juntos se han parado al inicio de la calle Pío Cuervo, junto al Ayuntamiento y la plaza del Fontán, en este rincón de la villa natal que la memoria de Arganza ha seleccionado sin vacilar como su preferida. Hijo ilustre de la localidad, con abundantes huellas de obra repartidas por sus calles, Nicolás Arganza (Tineo, 1932) tuvo su casa en este palacio de 1532 mientras los estudios le permitieron vivir en la villa. Desde aquí, «desde el balcón de la cocina», vio a sus 5 años cómo entraban las tropas nacionales para transformar la casona en cuartel y al padre partir al exilio «en Francia, Santo Domingo y México». Desde aquí se distinguía a José Maldonado, último presidente de la República en el exilio e «íntimo amigo de mi padre», y todo aquel Tineo «muy distinto», dominado por las penurias de la guerra, la dependencia casi exclusiva de la ganadería y apenas ningún rastro de la industria, que aún tardaría en venir a darle vida.
Nicolás Arganza había nacido muy cerca de aquí, en una casa que luego sería oficina de telégrafos en la calle Mayor, la muy empinada que sube hacia la iglesia por la parte izquierda del Ayuntamiento. Pero el hogar pasó a ser pronto este palacio del siglo XVI que el bisabuelo materno había comprado en 1895 a los descendientes de los propietarios originales, la familia Merás, y repartido al sesenta y cuarenta por ciento con Pompeyo Pérez, comerciante leonés de Sahagún de Campos. «Mi bisabuelo era vaqueiro, de Cezures, y traía y vendía vino de León. Compró el palacio para asentarse en Tineo» y ahí vivió Arganza casi de continuo hasta que los estudios le llevaron, primero, a Oviedo y, más tarde, a Madrid. En el palacio con sus padres, sus cuatro hermanos, «al principio mi abuelo» y casi siempre la compañía invisible de algunos de los otros habitantes ilustres de aquella casona con solera: María Solís de Merás, la esposa del Adelantado de la Florida, «y la que le empujó a marcharse a colonizar América», o aquel Garci Fernández de la Plaza, que ha pasado a la historia como el bravo combatiente que mató al pirata Barbarroja?
Vivir allí era «muy agradable», rememora Arganza, si la memoria criba las penurias de la guerra y la posguerra, menos trágicas para aquel niño que jugaba con proyectiles, que se recuerda desfilando con las tropas y al que Alvarina, «una muchacha que teníamos en casa», llegó a tener que bajar de un camión militar que estaba a punto de partir hacia el frente. Así recuerda él los retazos de lo que sucedió en aquel Tineo una vez que los Voluntarios de Pontevedra tomaron la villa para el Ejército nacional y desalojaron el palacio para hacerlo cuartel en 1937. «Para recuperarlo», funciona la memoria del arquitecto, «mi abuelo tuvo que pagar 60.000 pesetas, de las de entonces, y hacer una rehabilitación completa que le costó otras 37.000».
Cuando el recuerdo sale por la puerta del palacio, descubre que Tineo es sobre todo «un verano». Uno cualquiera de aquellos que se disfrutaba «a tope» y desplazaba el escenario central hacia el campo de fútbol, que estaba entonces en El Viso, y donde Arganza colaboró en la organización del nacimiento de un equipo de fútbol que se autogestionaba y en las épocas estivales se enfrentaba a los rivales del entorno geográfico de la villa. «Un año hasta vino el Avilés», recuerda, «que acababa de jugar por el ascenso a Primera; ganamos 3-1 y yo metí un gol». En aquellos veranos de San Roque, «la fiesta de todos», don Paco y Aurelio el de la Roca dirigían la banda y «delante del Café Cervantes ponían un "picú"» para cubrir los descansos de los músicos sin detener el baile. Había verbena todos los jueves y domingos y no demasiado lejos un río con «lo que llamábamos la playina de Posada», donde la chavalería se bañaba antes de sudar en el largo y empinado camino de vuelta a casa. Tineo son en la memoria esos veranos, porque en invierno «recuerdo años de no poder salir de la villa desde el día antes de Reyes hasta el 22 de enero».
Puede que también hiciese frío en Tineo aquel día en clase de Matilde que «se me ha quedado grabado. Yo estaba haciendo un dibujo de un marinero en una barca y me dijo: "Se te dan bien las matemáticas y tienes talento para dibujar, tendrías que estudiar Arquitectura"». El joven Arganza recordó el consejo cuando terminó el Bachiller en el Colegio San Francisco de Tineo -con un paréntesis de cuatro años en el Hispania de Oviedo- y se marchó a Madrid a hacerse arquitecto y jugador internacional de rugby. «Durante seis años», evoca, «jugué todos los partidos con la selección, menos dos, uno en Italia y otro de los Juegos del Mediterráneo en Barcelona».
Al acabar la carrera, el ejercicio profesional también le devolvió a Tineo para dar los primeros pasos de una trayectoria que desde 1962 continuó en Oviedo, pero siempre con el rabillo del ojo fijo en esta villa con palacio. Arganza nunca dejó de observar el crecimiento y la transformación de aquel Tineo muy rural en la villa de traza urbana con motor industrial que ha llegado hasta el siglo XXI. Asesoró a ayuntamientos y vio en los años setenta, afirma, la posibilidad de un polígono industrial en aquella zona de La Curiscada, que ya tenía entonces una fábrica de piensos y donde, con el tiempo, Arganza diseñó el edificio que hoy es centro de empresas. Hizo ese y otros muchos inmuebles, públicos y privados, que dejaron su firma en esta villa, que «cambió, porque cambió la forma de vida», y en la que son «suyos» el polideportivo, la recuperación del palacio de los García de Tineo para Casa de Cultura, la fábrica de Cafento en La Curiscada? Y este viejo «nuevo» palacio de Merás, donde le asaltaron de golpe todos aquellos recuerdos cuando hace unos años el empresario Benjamín Alba compró el viejo inmueble y encargó la rehabilitación a Arganza. «Fue precioso, una gran ilusión y se lo tengo que agradecer a Benjamín, que no lo dudó un momento».
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