Presenten armas
Trubia y San Claudio ejemplifican la reconstrucción residencial de dos poblaciones marcadas por la industria, la armera y la cerámica, que han expandido Oviedo hacia el Occidente
En el barrio de Junigro, el centro de la Trubia edificada por la fábrica de armas, tres hileras largas y paralelas de cuarteles de planta y piso limitan directamente con un moderno edificio azul de cinco alturas. Sólo la calle General Elorza, popularmente del Río, separa la austera vivienda obrera de mediados del siglo XIX de la casa de la clase media del XXI, el punto de partida de la meta. Para pasar de aquel pasado a este presente basta con cruzar esta calle que también tiene la plaza de abastos transformada en polideportivo, el casino reconvertido en centro social y al fondo, ya en la plazoleta del General Ordóñez, el centro de salud en lo que fueron las escuelas. Cuando alguien con memoria advierta que el bloque azul está levantado sobre el solar que ocupó el economato de la fábrica se comprenderá definitivamente el viraje de este lugar desde el monocultivo industrial paternalista hasta este aspecto de apéndice urbano, a esta otra vida residencial. Trubia viene de los cuarteles de Junigro y va hacia el caserío renovado, al paseo alfombrado de césped que ha sustituido a la trinchera de vías del tren de Renfe en paralelo a la calle Suárez Inclán y a los siete edificios sucesivos de fachadas coloridas que ahora acompañan el camino hacia lo que en tiempos fue la estación del Norte. Observando la nueva calle del Vasco desde detrás del mostrador de su confitería, Begoña Suárez puede dar fe de que «cuando la ven los mayores recuerdan que antes era muy estrecha y que limitaba con el muro que sustentaba la vía del tren. Se quedan asustados».
Siempre al ritmo que imponía la fábrica, la arquitecta que diseñó y edificó a su gusto este lugar en la confluencia del río Trubia con el Nalón, la población llegó al cambio de siglo en un sostenido descenso que situó el fondo en los 890 habitantes de 2004, menos de 2.000 en el conjunto de una parroquia que recuerda vagamente haber superado los 5.000 en los años cincuenta. El trayecto que viene de los albores de este siglo, el de la gran expansión inmobiliaria previa a la caída de la crisis, rebasa en Trubia el cuarenta por ciento de ganancia en ocho años, con casi cuatrocientos residentes más para llegar a 1.261 en el recuento de 2012, 2.056 en la parroquia y la sensación de que la reconversión ha llegado a tiempo. Ha salvado lo más crudo de la crisis inmobiliaria, asumirá pronto el vecindario, pero sin acompañar completamente la metamorfosis estética y la explosión demográfica con una reforma paralela de la oferta de servicios. El rearme de Trubia es un proceso inconcluso, dirán aquí. Está demasiado reciente el divorcio progresivo de la dependencia total de una fábrica que ocupa dos kilómetros de carretera paralelos al río Trubia, que conserva 368 trabajadores y recibirá otros 272 cuando se traslade aquí la plantilla de la factoría ovetense de La Vega. Una placa junto a los nuevos edificios dice que «Trubia XXI», la promoción que encabeza el proyecto expansivo de la villa, se ha desarrollado de 2004 a 2008: tal vez estén demasiado próximas también las segundas nupcias con la función residencial. El caso es que en el límite suroeste del concejo de Oviedo, a doce kilómetros de la capital, donde la geografía otorga a este pueblo la cabecera urbana de los valles del Trubia y las fronteras administrativas insisten en decir que está en Oviedo, la dilatación demográfica reciente va a pedir un envoltorio de servicios que alguien llama «infraestructuras» con una voz que no viene solamente de aquí. No muy lejos, en la frontera oeste, el eco repite la demanda en San Claudio, otro ejemplo de reconversión industrial periférica donde el censo no dice la verdad sobre la evidente hinchazón del parque de vivienda nueva y la población observa los planes de crecimiento con la sensación de que tal vez para seguir, antes de levantar las otras 4.200 viviendas que programa el planeamiento urbano, convendría perfeccionar algunos servicios. Donde Trubia pide una mejora de comunicaciones o de instalaciones de ocio, aquí el problema es una depuradora, los accesos a través de un paso a nivel que aísla demasiado a menudo la localidad, aquella vieja Ronda Norte desnutrida por la crisis...
Además de una definición exacta de lo que le rodea, «Trubia en tres tiempos» es el título de un mural pintado por el artista Ricardo Mojardín sobre la pared de un antiguo cargadero de carbón que ha quedado incrustado en el jardín de una de las nuevas promociones de vivienda del ensanche urbano trubieco. «Trubia en tres tiempos» tiene un carro con bueyes, un tren de mercancías cargado de carbón, parte de la fábrica de armas y un extremo sobre fondo verde en el que ya se ven niños jugando al fútbol o montando en bicicleta. La obra del pintor boalés simula un recorrido por las tres etapas de la historia de esta villa que fue agraria, industrial, armera y ferroviaria y que ha terminado por encajar una vieja tolva de carbón, repintada y decorada, en el parque trasero de una urbanización. El mural enseña el paso de esta villa por los tres sectores productivos, del primario agrícola al terciario de los servicios, pasando por el secundario industrial. Vendría a ser la representación gráfica de esto que Josefina Quiroga, presidenta de la asociación trubieca de amas de casa, encuentra al mirar por la ventana. «El noventa por ciento de todo esto», señala, «pertenecía a la Fábrica de Armas hasta que la factoría dejó de ser militar, se privatizó y además de obreros Trubia perdió habitantes». Envejeció como aquellas viviendas obreras de otro tiempo que aún acaparan el centro del plano urbano, pero hace tiempo que se renueva. El paisaje y la población. A la vista está. «Las condiciones eran muy distintas», sigue Quiroga, cuando la juventud se iba de aquí diciendo «eso es un pueblo, no hay nada», y un censo de hace aproximadamente una década calculaba «más de trescientos habitantes mayores de 65 años». Hace tres cursos, sin embargo, en primero de Infantil ya «empezaron diez alumnos, hace dos fueron doce, el año pasado dieciocho, el próximo serán 22. Y así sucesivamente». Elvira Fernández tiene diez niños nuevos en un grupo de baile, «Nocéu», «que estuvo a punto de desaparecer». Esta Trubia es otra. Y aunque no sea el suroeste el extremo hacia el que preferentemente se expande Oviedo, aquí sólo el conjunto residencial de la antigua estación de Renfe son 239 viviendas nuevas y eso se nota. Esto no es el Norte y «no va a ser un Lugones», acepta Begoña Suárez, «pero lo bueno es que sin dejar de ser un pueblo se renueve y la población se asiente».
Tiene su importancia el matiz de la referencia al pueblo, al carro que remolcan dos bueyes en la porción del mural de Mojardín consagrada al pasado de Trubia. Importa el pueblo, en su dimensión social, como arma para derrotar al fantasma de la ciudad dormitorio, el espíritu de confraternización agraria frente al aspecto de barrio residencial periférico que esto ha adquirido invirtiendo su parte de la burbuja inmobiliaria del cambio de milenio. Hubo vivienda asequible con su magnetismo para una población de parejas jóvenes de esas que «vienen sólo a dormir porque están cerca de Oviedo», pero poco a poco, confirmará Begoña Suárez, «también hay otra partida de habitantes, de hijos de gente de aquí que antes tenían que irse y ahora pueden quedarse. Esa es una población más arraigada». Incluso aunque por su propia estructura industrial Trubia sea el resultado de una mezcla hecha por aluvión «con habitantes de muchas procedencias», recuerda José Antonio Balán, que fue portero del Oviedo en los ochenta y es ahora el presidente del Juvencia.
Para todos, el tránsito del monocultivo industrial a la nueva vida residencial, la mudanza desde los tres chalets de ingenieros que exponen la ruina de sus cristales rotos frente a la estación de Feve a los parques, los jardines y las urbanizaciones cerradas sobre sí mismas ha sido más estética que profunda. Francisco Grimaldos, componente de la asociación de vecinos de Trubia, está en la pasarela doble, larga y azul, que cruza primero las vías del tren y luego el cauce del Nalón para conectar Trubia con Soto y encuentra un indicio de abandono, de la mejora de servicios que debería haberse acompasado al desarrollo inmobiliario y que a día de hoy no se ve del todo. Señala la herrumbre en el suelo de la parte más moderna del puente, mira a continuación hacia la porción minúscula que queda para el paso de peatones a un lado de la más antigua, del siglo XIX, y se descorazona. Nada que decir ya del puente de La Riera, aguas arriba del Trubia, que se llevó por delante una riada en febrero y sigue partido por la mitad frente a la iglesia, obligando a un rodeo de dos kilómetros. Balán confirma «una carencia de infraestructuras deportivas, culturales o de ocio que den servicio a ese incremento de población», señala el polideportivo en la vieja plaza de abastos, cuyas dimensiones lo inhabilitan para casi todas las competiciones, y la piscina en mitad del pueblo, «sin un centímetro de hierba y situada en un sitio expuesto constantemente al paso de los camiones de Química del Nalón». Josefina Quintana prefiere el autobús urbano, el mismo único servicio a la hora, sin búho, de cuando eran muchos menos habitantes, y Begoña Suárez enumera, con un ojo en cada uno de los dos extremos de la pirámide de población, un centro de día para mayores y una escuela para menores de tres años. «El crecimiento aquí se planteó más como expansión inmobiliaria que de servicios», concluye Grimaldos.
La autosuficiencia industrial de la historia de Trubia, la entrega permanente en los brazos del paternalismo fabril ha pasado a la historia. Quedan, eso sí, los restos espolvoreados por el caserío urbano. Para no olvidar, siguen ahí los cuarteles de Junigro, el aprendiz inmortalizado en bronce limando una pieza como homenaje a la primera escuela de formación profesional obrera que hubo en España, los cañones con nombres -«Aguardo» y «Batallo»- apuntando al cielo a los dos lados del puente sobre el río Trubia que conduce a la fábrica de armas y los dos entrelazados -del modelo «Sotomayor»- que decoran una rotonda ajardinada en el nuevo ensanche residencial. Sobrevive el vestigio ornamental, pero también sigue ahí la larguísima y enorme estructura de la fábrica, pegada al río y a la carretera, con su muestrario de instalaciones civiles y fabriles, con el edificio de la escuela de aprendices reutilizado para instituto de Secundaria y dentro y fuera de la planta otros pendientes de uso, sobre todo un museo de la industria armamentística trubieca. Permanece asimismo aquí, en la orilla opuesta del cauce, la planta productora de carbón de coque de Industrias Doy y los indicadores internos orientan también hacia Química del Nalón, pero Trubia se independiza poco a poco de su fábrica matriz, se terciariza. Un problema, sigue Balán, es que el paternalismo industrial que dio a luz a este pueblo determina que el Ayuntamiento de Oviedo haya estado hasta hace tiempo «poco acostumbrado a que Trubia le costara dinero». Por no hablar del complejo de periferia olvidada, o de cuando caen en la cuenta de que la geografía física riñe aquí con las fronteras, que Trubia es la referencia urbana de los valles del Trubia -de aquí a Santo Adriano y Proaza- y que sin embargo, administrativamente, esto sigue siendo el extremo occidental del concejo de Oviedo. Roberto Prieto, componente de la asociación de vecinos, ya lo ha pensado alguna vez. «Eso de que Trubia es Oviedo es relativo», le acompaña Balán. La toponimia es un indicio evidente y el nombre de este río traza un vínculo entre esta población y los valles que el cauce abre hacia el Sur, de los que absorbe alguna población y a los que ofrece servicios. Y ahora que éstos son en la nomenclatura turística «los valles del oso», Begoña Fernández ofrece en su confitería «susos», galletas con forma de huella de oso.
Elvira Fernández también se acuerda de cuando «defendimos que era más lógico considerarnos, a efectos sanitarios, cabecera del área de los valles del Trubia en lugar de consultorio periférico de Oviedo, pero había que cambiar el mapa sanitario y la iniciativa no prosperó». Trubia se ve a veces más vinculada al mundo rural que disminuye a sus espaldas que al urbano que crece en la capital del Principado. Pero este lugar, termina el presidente del Juvencia, «todavía tiene que acabar de divorciarse de la fábrica. Pretender que se desligue también del Ayuntamiento igual va a ser mucho». De la fábrica, eso sí, «se va soltando, aunque mentalmente haya todavía mucha dependencia», aunque inconscientemente aún se la considere muchas veces, como antes, «el gran paraguas de Trubia».
San Claudio en tres tiempos y el censo virtual
En La Cruz, cima de una leve pendiente que sube a otear la vega de San Claudio, un cartel ofrece 353 viviendas de protección autonómica junto a una recreación infográfica de esta misma ladera cubierta con doce bloques de facturas y alturas diferentes. En la loma real, sin embargo, asoman solamente tres inmuebles en construcción, sin terminar; todavía ni siquiera los cimientos de los demás. Es ésta casi la única promoción inmobiliaria en marcha en un pueblo reurbanizado que no crece ya al ritmo de hace algunos años, pero que tiene a la vista los resultados de la parte del pastel del crecimiento urbano que en el reparto de las expansiones ha cobrado este Oviedo del cercano oeste. No es el norte irreconocible de La Corredoria y Colloto, van a decir también aquí, pero ha crecido hasta niveles desconocidos incluso en el apogeo de la loza y la cerámica. Los pisos que hay sin contar La Cruz ya son suficientes para que el alcalde pedáneo, Santiago Menéndez, se haga una idea y sufra un poco por la falta de compañía de una dotación de servicios a la altura de la hinchazón demográfica reciente de la localidad. Menéndez viene de enseñar el pueblo reedificado urbano con parques y nuevas urbanizaciones y de cuestionar la parte del censo que sólo asigna en la revisión de mayo 2.629 vecinos a la parroquia de San Claudio. «La población real duplica por lo menos ese número», apunta, si se cuentan los que sí viven y no están censados y todos los que se ven un día cualquiera por la calle irreconocible que sube de Rivero a San Roque y que hacen engordar la población, pero no la estadística. Andrés Lázaro, presidente del colectivo vecinal «San Cloyo», habitante importado y reivindicador social organizador de fiestas, invita a comprobarlo de un vistazo al parque infantil y las pistas polideportivas. Enfocando al jardín amplio que rodean por todas partes los edificios de cinco alturas del residencial Monteverde, Lázaro reincide en el lamento: «Hay montones de niños menores de tres años y, curiosamente, la Consejería de Sanidad sostiene que no tenemos población suficiente para tener un pediatra». La proximidad y la disponibilidad de la vivienda asequible, la tranquilidad del entorno rural a diez minutos del centro han puesto a los habitantes del San Claudio de siempre en la pista de lo que pasa cuando un pueblo se hace barrio y se aproxima a la ciudad dormitorio.
El alcalde pedáneo calibra el alcance del problema cuando de repente se cruza en el supermercado «con gente que conozco y que ni siquiera sabía que llevaba años viviendo en San Claudio». Rosi Pérez, que mira todo esto desde el otro lado del mostrador de la sidrería Casa Rubiera, asiente a la sensación de que para el comercio y la hostelería la expansión urbana no ha ganado tantos clientes como habitantes. El fenómeno expansivo de San Claudio, que como Trubia tuvo sus «tres tiempos», su intenso pasado industrial y su orientación agraria antes de este presente de enfoque terciario residencial, se explica sólo, al primer vistazo, mirando al pasar antes de llegar desde la capital del Principado. Estéticamente, sostiene Menéndez, Oviedo «creció hacia La Corredoria mucho más que hacia esta zona», y esto conserva por eso y pese al auge inmobiliario cierto regusto a campo, un cóctel de sabores que tiene su público. A la vista está. En el poblamiento disperso de San Claudio, a un paso del centro reedificado, «todavía se mantiene el encanto de la zona rural. Si ahora mismo te secuestro y te saco en Pedreo», pone por ejemplo, «puedes pensar que estás en los Picos de Europa. Y en realidad estás a media hora de Oviedo andando. En coche, a cinco minutos». La aceptación del modelo explica la mutación estética que incrustó un trozo de ciudad en este sitio que dio nombre y marca a una fábrica de loza, que conserva como sustituto un polígono industrial con quince empresas y en torno a un centenar de empleos y que se ha convertido en un refugio a salvo de la voracidad urbana, pero muy cerca de ella. «Significa que hay mucha gente que por la apetencia de vivir en un sitio tranquilo y en un ambiente estupendo», aclara Lázaro, «trabaja en Oviedo o en los polígonos del entorno y tiene su residencia en San Claudio».
De ahí el aspecto de barrio urbano que no reconocería un habitante del esplendor agrario o del apogeo industrial. Por eso incluso contando sólo los del padrón hay aquí hoy muchos más habitantes que en cualquier década del siglo pasado. La expansión hasta los 2.600 residentes oficiales y los muchos más no censados es todavía asumible, de momento, pero antes del frenazo de todo lo inmobiliario los planes urbanísticos generaban algún sobresalto en la localidad. «Hay, según el planeamiento, once actuaciones urbanísticas pendientes en San Claudio, 4.200 viviendas», calcula el presidente de la asociación de vecinos. Sólo dos en desarrollo -aquella de La Cruz y otra en La Lloral, en la misma salida del cogollo urbano por la carretera que esquiva San Claudio de Oviedo al Escamplero-, y menos mal. Porque para dar cobertura a los residentes de otros 4.000 pisos esta población tiene que pedir servicios, empezando por los más básicos. «Todo ese desarrollo urbanístico me parece bien», resume Andrés Lázaro, «siempre que se añadan las infraestructuras que necesitamos». Empezando por el principio, la enumeración requiere «una depuradora» y después «los accesos a Oviedo, aquella ronda exterior que lleva veinte años en proyecto... Sería ideal que se resolviese todo eso antes de hacer esas viviendas. No me quiero imaginar 4.000 pisos más en San Claudio, 10.000 habitantes intentando entrar y salir de aquí» con las condiciones actuales de algunas infraestructuras, «caducas».
Al hablar de las carencias, aquí casi todos los caminos van a dar al paso a nivel del Rivero. El acceso principal a San Claudio se hace a través de «uno de los cruces de Feve que soporta más tráfico ferroviario» y aquí el «embudo» resquema, confirma Conchita Vázquez, presidenta del colectivo local de amas de casa. No cuadra con el nivel de la expansión demográfica que ha recrecido el pueblo ni con los servicios que demanda una población que trata de llamar la atención por su excelencia residencial ni con el tipo de edificación abierta que ha escogido una «ciudad jardín» con aire y césped entre los bloques de vivienda. «Llevamos dos años esperando la respuesta del Ministerio de Fomento», lamenta el presidente de la asociación de vecinos. También faltan aparcamiento y un uso público para el edificio alargado de planta y piso de las antiguas escuelas, una reparación y aceras en la carretera de Ponteo, que da salida al Escamplero, y, por qué, no el «pinchazo» de la Autovía del Suroccidente, que pasa de largo por encima de San Claudio, o un colegio para menores de tres años que reconozca que hay niños aunque no salgan en el mapa... El otro plato de la balanza, vuelve Santiago Menéndez, tiene «tres bancos, una farmacia, un consultorio nuevo gracias a la pelea de la asociación de vecinos, un colegio público también reciente, unas instalaciones deportivas muy interesantes y un centro social que da envidia». Es en este punto donde asoma el reverso del crecimiento incesante de la población de San Claudio, este lugar donde hay mucha gente aunque no lo diga el censo, y la ciudad dormitorio amenaza con ir sustituyendo poco a poco al pueblo que pierde vitalidad. Aunque eso todavía no pasa del todo. «Aquí hay cada vez más gente», remata Andrés Lázaro, «pero a veces menos vida».
La imagen de marca de dos pueblos en reconversión
«San Claudio, nuestra marca». La pintada llora la pérdida sobre los muros de aquello que fue fue una fábrica de loza y mucho más, una imagen de marca, un sello de identidad para este pueblo. Ahora que no se hace loza en el Rivero ni cerámica en La Lloral, que San Claudio sigue siendo una marca de porcelana que se fabrica en Marruecos, alguien retrocede hasta los tiempos en los que llegaron a 1.000 los trabajadores de la fábrica, con aquel alto porcentaje de empleo femenino. Santiago Menéndez es, además de alcalde pedáneo, el nieto de Elvira Fernández, «la primera mujer que trabajó en la loza de San Claudio», y sabe por eso que perderla «fue un mazazo». En 2009, con 45 operarios, acabó mal la lucha popular por dejar aquí la factoría. «La había comprado un especulador sin ninguna vinculación con Asturias, cuya única finalidad era hacerse con la marca», se queja Andrés Lázaro. Él se fue y San Claudio se quedó aquí, con su recuerdo de la loza y de la cerámica en La Lloral y los talleres Fuente Trubia. «Éste fue un pueblo eminentemente industrial», remata Menéndez, «que sufrió una transformación terrible».
En Trubia, que fue durante mucho tiempo una marca de cañones, de armas, obuses y proyectiles, el techo son más de 3.000 empleados en el momento más boyante de aquella fábrica de armas que se construyó en un pueblo en la confluencia del río Trubia con el Nalón. El tiempo le ha quitado un cero a aquella cifra, ha puesto aquí más industria, la Química del Nalón y la fundición de coque de Industrias Doy, y a veces por su culpa todavía manchas en la ropa tendida, pero esto ya es otra cosa, el futuro se rinde con otras armas.
El Mirador
_ Unos puentes
Puede que no sea la carencia esencial, pero tal vez sí la más visible. Trubia tiene un puente partido por la mitad desde una gran riada en febrero y dos pasarelas peatonales de hierro unidas entre sí, que superan primero la vía del tren y después el cauce del Nalón para ir a dar a Soto, que sufren un deterioro visible, incluidos unos cuantos agujeros en el suelo de una de ellas. La otra es un paso estrecho pegado a un viejo puente ferroviario que lleva una década en desuso y otro tanto de reivindicaciones vecinales de reparación. Tuvo consignados fondos de Fomento y no se llegó a arreglar; ahora, lo último es que el Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (Adif) ha iniciado su tramitación.
_ Un paso a nivel
La sensación de aislamiento sube en San Claudio cuando bajan las barreras del paso a nivel de Rivero, «uno de los que soportan más tráfico de Feve», y corta el acceso principal a la localidad. Es un problema «sangrante», confirma Santiago Menéndez, alcalde de barrio, cuya supresión urge más desde la expansión urbanística del pueblo y ha empeñado muchos años de protestas vecinales. Llevan al menos dos esperando una respuesta de Fomento, confirma Andrés Lázaro, presidente de la asociación de vecinos.
_ El transporte
Trubia tiene el mismo servicio único de autobús urbano cada hora que antes de incrementar su población hasta los niveles actuales. «Cuando pedimos al Ayuntamiento la inclusión en la ruta del búho», remata Roberto Prieto, componente de la asociación vecinal trubieca, «nos respondieron que les salía más barato pagarnos un taxi».
_ Aquella ronda
De la Ronda Norte por la falda del Naranco, básica para San Claudio, sólo sobrevive hoy un rastro pequeño, el proyecto de un vial de dos carriles en lugar de los cuatro previstos inicialmente y que sólo saca el tráfico desde La Florida. Queda pendiente el resto hasta San Claudio, pero aquí agradecen que no se abandone el plan y tampoco dejan de pedir una salida a la autovía A-66, que ven pasar de largo sobre el pueblo.
_ Más servicios
Para que San Claudio sostenga el crecimiento hacia lo planificado, lo primero es lo más básico, una depuradora. Por lo demás, en la demanda de una escuela para menores de tres años confluyen las necesidades de las poblaciones crecientes de Trubia y San Claudio. La relación se hace extensa con la reparación de la carretera AS-313, entre Trubia y Sama de Grado; en San Claudio con el arreglo de la que lleva a Ponteo y al Escamplero, otra vez en Trubia con el museo de la industria armamentística...
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