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Salir del bache sin salir del valle

Turón, el ecosistema más minero de Asturias, que ha perdido 8.000 empleos y 16.000 habitantes, pide apoyos para revalorizar su mezcla única de patrimonio natural y arqueología industrial

Marcos PALICIO / Turón (Mieres)

 

En una plaza del barrio de San Francisco, el picador veterano, ya con boina y madreñas, está congelado en bronce en el momento solemne de entregar al guaje, a modo de testigo, una lámpara. El «Homenaje al jubilado» se levanta entre los bloques de ladrillo visto y fábrica reciente que componen el centro más urbano del valle de Turón. El monumento lleva aquí desde el día de Santa Bárbara de 1979, pero lo que quiso ser un testimonio de respeto a la constancia del relevo generacional ha terminado deviniendo en dolorida evidencia de que no existe, en tributo lastimero al pasado perdido del pueblo que no tiene a quién dejar la lámpara, que se ha jubilado de la mina. Desde que no sale carbón de ninguna de las cuatrocientas bocaminas que tuvo la parroquia más minera de Asturias, desde que se han quedado en el camino 8.000 empleos y al menos 15.000 habitantes en medio siglo, los que siguen aquí ya no son turoneses. «Somos turonistas», corrige Arsenio Suárez, presidente de la asociación Mejoras del Valle. «Ya no es sólo que hayamos nacido aquí, quedamos los que además sentimos el pueblo». Resisten los que tienen aquí un compromiso además de un lugar de nacimiento. 

Turón es esta entidad geográfica difusa que no existe para el Instituto Nacional de Estadística, el valle estrecho que desborda los límites oficiales de la parroquia de su nombre y no tiene un núcleo de población específico con el topónimo popular del río que lo atraviesa. Pero Turón existe, todavía. Desde donde el río vierte al Caudal, en Reicastro, hasta donde Urbiés dibuja el último límite del concejo de Mieres por el Este, Suárez ha vuelto a calcular los 15.000 habitantes que había en el censo a mediados de los sesenta y «que en realidad serían más de 20.000». Hoy, la parroquia de Turón, la entidad oficial que comprende el corazón urbano del valle, sobre todo la trama rectilínea que comprende La Cuadriella, La Veguina, San Francisco, La Felguera y Lago, retiene a muy pocos más de 4.000 resistentes donde todavía se superaban los 5.000 a comienzos de este siglo. Hace cinco años que cerró el último pozo del entorno, Figaredo, y la sangría sigue, 1.000 residentes menos en la última década, un veinte por ciento sólo en lo que va de siglo y más, mucho más, si se asume el vértigo de ampliar el retroceso hasta aquel otro Turón distinto de los 8.000 empleos bajo tierra. Por el camino que va de 8.000 a cero se ha hecho evidente la certeza de que «hay que cambiar, olvidarnos de lo que fuimos y centrarnos en lo que queremos ser». Arsenio Suárez ha salido a mirar la naturaleza por encima del castillete del pozo San José, a volver a comprobar que crece la hierba en las escombreras y que el valle ha cambiado de color.

Es la ruta del negro al verde y «por lo menos hemos ganado en calidad de vida, esto es ahora más guapo que hace diez o quince años». El río ahora baja limpio por donde «llegó a haber 22 lavaderos de carbón entre La Cuadriella y Figaredo», y Juan Carlos García, presidente del club turonés de Amigos de la Camelia, aún se asombra identificando líquenes sobre los troncos de los árboles. El nuevo Turón limpio se incorporó hace ya veinte años al paisaje protegido de las cuencas mineras, «una idea estupenda de 1991», al decir de Ángel Fernández Ortega, montañero y escritor turonés. Sería el futuro si hubiera pasado del papel y las buenas palabras. Para que el retoñar de Turón fuera algo más que una realidad física había paisaje y patrimonio, había otro yacimiento que explotar en la combinación de la naturaleza con el muestrario completo de arqueología industrial que ha dejado aquí a su paso el vendaval minero. Turón, afirma Ortega, «sigue en condiciones de generar otra clase de atractivos económicos». La mina de ahora es otra, hay una veta nueva en «la naturaleza y el medio ambiente, y en su combinación con la arquitectura minera, la etnografía y la historia de este valle», pero para esta explotación «también necesitamos ayuda». Apoyos, atención, «contenido» para la expresión «paisaje protegido», porque hasta ahora, remata Ortega, aquí «todo ha quedado en promesas». El veterano montañero habla del óxido en el viejo castillete de Santa Bárbara, en Carabatán, se refiere a la ruta senderista que recorre el valle y «lleva desde mediados de los noventa sin tocar», y apunta hacia la lampistería reconstruida sin uso en el pozo Espinos, en Enverniego, en esa construcción «singular, casi el símbolo de Turón» al decir de Arsenio Suárez, que sigue restaurada y vacía. El símbolo histórico del valle es a la vez emblema lastimoso del Turón de hoy, metáfora triste de este lugar con la fachada remozada y el interior pendiente de desarrollar.

El viejo pozo San José, que alza su castillete repintado en rojo entre los seis bloques que componen el barrio de San Francisco, señaliza otro indicio del desengaño y la sequía de las contrapartidas por la riada humana que se llevó la minería. A los pies de la estructura hay un espacio acristalado, «muy bien puesto, con mucha luz», sigue Suárez, pero cerrado a cal y canto, sin rastro alguno de lo que dicen que les prometieron que sería el Centro de Interpretación de la Minería del Valle de Turón, con su exposición de trescientas piezas de interés arqueológico industrial. Ni una. Sin ayuda, dicen aquí, da igual que Turón siga siendo esto que el alcalde de Mieres, Aníbal Vázquez, retrata como un compendio de todas las artes mineras que en el mundo han sido. «Hay mina subterránea, a cielo abierto, planos inclinados... Y eso podría tener muchas posibilidades, si hubiera fondos para encadenarlo con la actividad terciaria y generar riqueza». Turón, remata, «podría ser el primer parque de arquitectura industrial minera de este país».

El problema es el verbo en condicional, la certeza de que toda esa materia prima está ahí, abandonada, esperando su turno y dejando escapar oportunidades sin que nadie se decida a rentabilizarla. De su valor da fe Ángel Fernández Ortega con una mirada, por poner sólo otro ejemplo, hacia la bocamina «del cuarto de San Pedro, en el cordal de Longalendo», que mantiene en una inscripción sobre la puerta la información muy valiosa del año de su apertura: 1891. Turón tiene bien a la vista la sustancia, la condición simultánea de paisaje protegido y paraíso de la arqueología industrial. Para que se sepa, en una pared de la travesía urbana del valle, donde acaba La Veguina y empieza La Felguera sin fronteras visibles en el trazado urbano, hay un enorme mural coronado con la leyenda: «Turón, patrimonio histórico de la minería». La estampa reproduce varios ejemplos de construcciones mineras y una manifestación con una pancarta donde puede que se resuma todo: «Luchando por nuestro futuro».

La protesta ciudadana pintada es un remedo de las voces que se alzaron aquí muchas veces. Las más frecuentes del siglo XXI encuentran modos distintos de pedir que se devuelva a este valle una parte de lo que en su día pagó con creces, que de eso hay pruebas abundantes en el monumento, con más de 1.000 nombres de fallecidos en accidentes mineros que lleva seis años ayudando a la memoria en las inmediaciones del pozo San José. A cambio de todo eso, sin embargo, Turón se ha quedado con las casas en ruinas y con la fractura del relevo generacional que lamentaría el minero de bronce que pasa el brazo izquierdo por encima del hombro del guaje en la estatua del barrio de San Francisco. No muy lejos de allí, en la ventana de una primera planta, en el mismo centro de La Veguina, un letrero anuncia que se vende un piso en La Calzada, en Gijón, consciente tal vez de que las apetencias mayoritarias de la población están muy lejos de aquí. Juan Carlos García da fe retrocediendo hasta el momento en el que «la juventud empezó a emigrar. Del año 2000 en adelante no hay jóvenes en Turón, sobre todo, con carrera. No tienen aquí ningún sitio donde trabajar».

Pilar Suárez, directiva de la asociación de amas de casa de Turón, se acuerda ahora del proyecto de Ciudad de la Ciencia que el ex presidente del Principado Vicente Álvarez Areces prometió para reutilizar los 75.000 metros cuadrados «ociosos» del pozo Figaredo. Iba a ser el tercer centro tecnológico de Asturias, tras los de Gijón y Llanera, pero sigue siendo una ruina. «Sería bueno para que la juventud se quedase aquí si hubiera trabajo», apunta Suárez, pero el solar sigue vacío mientras en Turón pierde unidades la base de la pirámide de población y a pesar de todo, el movimiento juvenil es un activo evidente de este sitio donde Pablo Rodríguez, estudiante, presidente de la Plataforma Juvenil del valle, tiene claro que «quiero quedarme». Lo dicho, turonistas.

 

Los fósiles de la minería ya son vecinos de los restos de la reconversión

Una nave alargada en La Cuadriella, grande, metálica, gris, visible por detrás del edificio de las «casas de los ingenieros» de la Sociedad Hullera del Turón, es la cuota del pinchazo de la reestructuración minera que corresponde al valle. Ya sólo es dolorosamente física la presencia de Diasa, la gran farmacéutica en proceso de liquidación que recibió cerca de tres millones y medio de euros en ayudas para instalarse en el polígono turonés. Arsenio Suárez pasa caminando por delante de ese otro fósil, mucho más moderno, de la industria que tuvo el valle y «me pongo de mal humor». Aquí duele especialmente el fracaso de la industria, dice, «porque fuimos lo que fuimos, porque tenemos muy poca superficie industrial y lo poco que tenemos en La Cuadriella está como está». No hacen falta más explicaciones. El área empresarial está emplazada en lo que fue el corazón de aquel viejo entramado fabril minero, también es vecina del chalé que fue vivienda de Rafael del Riego, director de la Sociedad Hullera del Turón hasta su fusilamiento en 1934, y de la chimenea de la antigua central eléctrica, pero funciona mucho menos. Se ocupa con cuatro únicas empresas desde que la farmacéutica abandonó este lugar con los noventa puestos de trabajo que había garantizado, y la gran nave gris está vacía y el presidente de «Mejoras del Valle» confirma que «este pueblo merece un polígono, pero no queremos más monocultivo». No le parece un buen negocio pasar de la exclusividad minera a la dependencia moderna de una sola empresa, y por eso el espacio vacío lastima con ferocidad: «No puede ser que la mejor parcela sea un aparcamiento. Tenemos que pedir que esos terrenos se vendan a una carpintería metálica, a un albañil... A pequeños empresarios de la zona».
«Ha sido un fracaso». Las cuatro palabras pronunciadas en diciembre de 2010 por el entonces presidente de Hunosa, Juan Ramón García Secades, asumiendo el error de Diasa en Turón, son más madera para el desamparo de este valle donde ya se juntan los restos de la minería con los fósiles de la reconversión. Pero el valle desamparado asume también, como Secades, su parte correspondiente de la responsabilidad. «Nosotros también debemos entonar el mea culpa por no haber sido capaces de sacar todo el partido a lo que tenemos», apunta Suárez, mirando a la senda verde que traza «la columna vertebral del valle» y constatando que apenas hay servicios, «ni un sitio donde comer de aquí hacia arriba para los que decidan aventurarse a conocerla». «La Administración puede y debe hacernos cosas», remata, «pero nosotros tenemos que saber exprimirlas». Y mientras esté tan enraizado como aquí el viejo espíritu paralizante de las prejubilaciones mineras, «vamos a tardar en resucitar».
Aquí, sin embargo, todavía no se ha rendido nadie. Ni se han cansado de pedir, aunque sean solamente «los dos jardineros», recuerda el líder vecinal, que reclamaron en un encuentro con el alcalde de Mieres. «Ya nos conformamos con pequeñeces, con que no tenga que segar una yegua las pocas zonas verdes que tenemos en el pueblo». Ángel Fernández Ortega ha vuelto a la naturaleza a buscar la certeza de que «tenemos que exigir, porque tenemos argumentos». Descorriendo los visillos para echar un vistazo fuera del valle, se le hace la boca agua con «lo que han conseguido sacar de la senda del Oso», o con los réditos que deja el parque natural de Redes en Sobrescobio, el único concejo de las Cuencas con un saldo demográfico positivo en los últimos años. De regreso a Turón, vuelve a volver la certeza de la riqueza derrochada. Por ir resumiendo, como él escribió una vez, «este valle puede presumir de haber sido literalmente el eje geográfico y geológico del fenómeno industrial que mayor repercusión habría de tener en la conformación de la moderna historia de Asturias y, por ende, de España». Y está parado. Fernández Ortega señala la cúspide de la chimenea de La Cuadriella, a la que le falta la corona, y recuerda que hubo que movilizarse para defenderla cuando ya habían empezado a demolerla.
En esa fuerza colectiva hay también un indicio de permanencia, un activo de un valle muy bien definido a través de la fuerza de su músculo social. Aún hay 200 jóvenes asociados a la Plataforma Juvenil, más de 400 en «Mejoras del Valle» y al menos otros tantos en el grupo montañero San Bernardo; trescientos socios del Club Deportivo Turón, 549, «muchos de fuera», en el club turonés de Amigos de la Camelia, y 34 cantantes y el director en el «Coro Minero de Turón», entidad vertebradora de la sociedad del valle a través de la música, que nació en los pujantes años cincuenta entre los trabajadores de Hulleras del Turón y sobrevive en el siglo XXI a la penuria de voces jóvenes. Cantan con mono y casco de minero, negándose a renunciar, acaso como todo el valle, a perder el lugar de donde vienen. «Vamos bien por donde vamos», rematará Arsenio Suárez, «pero también necesitamos un poco de atención».

El florecer de la escombrera

El redescubrimiento del verde del valle sobre el negro de las escombreras es en Turón un camino hacia el futuro a la salida de la mina. La naturaleza surge como respuesta al doblar cualquier esquina en el centro más urbano de esta vega reverdecida por donde corre el río Turón a fundirse con el Caudal. El porvenir es la naturaleza en sus distintas acepciones, del atractivo senderista de la senda que atraviesa el valle a la posibilidad de plantar aquí un «Jerte» de la camelia. Juan Carlos García, presidente del club turonés de Amigos de la Camelia, busca el ejemplo en el partido turístico que la comarca cacereña saca año a año a «los veinte días de floración» de sus cerezos, y hablando de Turón y de camelias se ha preguntado por qué no. Sería una salida, obviamente no la única, pero sí un complemento «fácil de llevar a cabo», afirma. Necesita apoyos para estudiar la viabilidad de plantar camelias en las escombreras, sabiendo por experiencia que hay ahí un mercado con demanda y que los veinte días de floración del cerezo extremeño serían cuatro meses -octubre, noviembre, diciembre y parte de enero- en el caso de la camelia asturiana. Podría ser, a su juicio, una buena ayuda en la búsqueda de un emblema, de un referente identificador para la potencialidad turística de la recién restañada naturaleza del valle. Traería «turismo de invierno y sinergias con las estaciones de esquí», y si la apuesta es por la camelia odorífera, además de «una flor vistosísima», brota una posibilidad comercial: «El aceite de camelia es el mejor del mundo; el setenta por ciento de la población china consume esta variedad». Pero vuelve a hacer falta voluntad y ayuda, otra vez los grandes obstáculos para el rendimiento del valle, «porque ya tuvimos financiación para un minijardín junto al pozo San José» que nunca llegó a germinar. «Puede ser otra forma de revalorizar Turón».

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ El centro de salud

El edificio verde junto a la iglesia, en La Cuadriella, concentra las lamentaciones del vecindario en el capítulo de los servicios mejorables del valle de Turón. El nuevo centro de salud es aquí una demanda «irrenunciable» pospuesta sucesivamente desde 2007 y al decir de los vecinos otro indicio del desamparo en el que vive la parroquia.

_ La Salle

Donde acaba Vistalegre y comienza La Felguera, el Colegio La Salle de Turón resiste en pie con un candado cerrando la verja y algunas ventanas rotas denotando ruina en el edificio. Cerrado en 2006 tras 87 años de presencia en el valle, previa movilización y encierro de los padres, los vecinos urgen su reutilización, algunos apuntan a un proyecto para trasladar aquí el consultorio y otros a un centro polivalente, pero sigue exponiendo su estado de ruina.

_ La tecnología

Al pozo Figaredo le prometieron, en tiempos de Vicente Álvarez Areces, aquella Ciudad de la Ciencia que iba a ser el tercer centro tecnológico de Asturias tras los de Gijón y Llanera. Era un espacio de investigación y un museo y talleres... «Ideal para dejar aquí a la juventud que huye porque no tiene trabajo», afirma Pilar Sánchez, directiva de la asociación de amas de casa de Turón. Perfecto, si no fuese porque el proyecto, como tantos otros, tampoco ha pasado del papel.

_ El patrimonio

Las demandas, en el valle de Turón, desembocan casi siempre en el abandono del activo esencial de la parroquia, las muestras de arquitectura industrial minera que hacen singular a este sitio en España. Es la recuperación del pozo Santa Bárbara, comprometida y firmada sin ninguna conclusión visible, o las de San José y Espinos, ejecutadas por fuera pero sin contenido en el interior.

_ El polígono

La prolongación de la profunda historia industrial del valle es un polígono en La Cuadriella, con un puñado de empresas y una gran farmacéutica, Diasa, cerrada. En la población ha cuajado la sensación de que no conviene el trueque de un monocultivo, el minero, por otro, de que sería más efectiva una redefinición del uso del espacio para alojar pequeñas compañías con raíz en la zona.

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