Territorio minero

El valle paradigmático de la minería asturiana encara el desafío de ubicarse en el mapa vinculándose al área metropolitana y concibiendo un proyecto para sacar partido a sus activos

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez / Turón (Mieres)

Si usted va a renovar el carné de identidad en Valencia de Don Juan, por ejemplo, y a la pregunta sobre su localidad de nacimiento o residencia responde Turón, seguro que el policía sabe dónde está pero no la máquina que maneja, que intentará colocarlo en Urbiés. Y es que Turón no existe. En el mapa. Pero sí en la mente del funcionario que habrá conocido a muchos turoneses con casa o veraneo en la villa leonesa y que allí dejaron su impronta de buena gente. Trabajadora, cumplidora, bondadosa y con una pizca de generosa y alegre ingenuidad. Lo que demuestra la tesis de Delibes de que un pueblo no lo hacen las calles y los edificios, que ni siquiera le dan fisonomía. A un pueblo lo hacen sus hombres y su historia. Y la de Turón es densa y está vinculada al carbón. Tanto que es el valle paradigmático de la minería asturiana.

Hay una parroquia con este nombre, Turón, dedicada a San Martín. Santo que antes de serlo compartió su capa con un mendigo al que vio tiritando de frío. Le dio la mitad, pues la otra era del ejército romano. Generoso y responsable. Como los turoneses. Quizá por eso a él está dedicada la parroquia donde vive tanta gente así (4.197 habitantes), muy dada a los gestos entrañables, a veces expresados con voz más alta de la que otros esperan, pero nunca con doblez. 

El nomenclátor del Instituto Nacional de Estadística indica que la parroquia de San Martín de Turón contiene nada menos que 90 localidades distintas, de las cuales 70 están habitadas y 20 sin población. Sin embargo, cualquiera que llegue a Turón se encuentra con un núcleo urbano potente, de plano lineal, alargado de Oeste a Este, siguiendo el valle del río. De paisaje netamente ciudadano, con un entramado un tanto caótico, resultado de un desarrollo  ajustado a lo largo de más de siglo y medio a las necesidades de la actividad minera y al escueto fondo de valle. Tanto que en un país de grandones, donde llamamos Llanón a un escalón, aquí el núcleo se llama La Veguina, que es acompañado por  La Cuadriella, Vistalegre, La Felguera, Lago, Canabatán y Villafría, al menos. Digamos que si tuviéramos que reconstruir Turón, la capital de la parroquia sería el núcleo así formado, que concentra casi a la mitad de los vecinos de la misma.

Pero meter el bisturí geográfico aquí para partir en trozos el valle es difícil. Porque por un lado, todo él es una unidad. Desde la unión del río que da nombre al valle con el Caudal, en Figaredo, hasta La Colladiella son casi  una docena de kilómetros de largo. Algo menos de cuatro entre las cumbres del Navaliegu y Polio. En el fondo hay zonas que se llenan con la carretera y el río. En lo más alto, el picu Burra Blanca, entre la neblina, es testigo de todo. Por otro lado, en tan pequeño valle hay personalidades contrastadas. Es compartido por tres parroquias; la de San Martín es la mayor con 25 kilómetros cuadrados. Por el fondo desde Repipe  hasta Villandio no todo es Turón. San Andrés es San Andrés y lo mismo ocurre con Villabazal o Villapendi, que teniendo a los ojos de los de fuera la posibilidad de ser de Turón son de Villabazal y Villapendi, con todo lo que eso conlleva y a todo lo que eso obliga. No digamos nada de las aldeas de la solana, que salpican las laderas que bajan desde la cumbre de Polio: Carcarosa, Pandel de Berruga, San Justo… Mundo inclinado de grupos mineros que forjaron una vida superpuesta a un sustrato campesino, cuyas brasas aún perduran en un tiempo que ya no es suyo. 

Esto forma parte del espíritu del turonesismo, atmósfera local generada por un ambiente de trabajo de alta intensidad física, que atraía de todo a las localidades preexistentes en el valle, reforzando así, curiosamente, mundos particulares. A ello  ayudaba la geografía y la vertical organización productiva, pues afinando la disección no era lo mismo ser de la calle Rafael del Riego, la avenida principal, main street, la calle mayor, que de los cuarteles, aunque no los separase un ciento de metros.  

Turón, mundo mágico, lleno de resonancias y presencias, que le hizo pretender ser república independiente y aun más tarde conformarse con concejo propio, como contrapunto a Mieres, con quien, sin embargo, llegó a estar unida con una línea de trolebuses de la que quedan las columnas. Como quedan las trincheras de los antiguos ferrocarriles mineros situadas a distintas alturas, formando conjuntos en grupos de ladera, con planos inclinados, instalaciones, puentes y túneles, para dar  más de dos centenares de bocaminas, una colección de grandes pozos, aún activos en 1995 y todos ellos hoy enredados en un marasmo de vegetación, que intentó acobardar el proyecto «Turón. Patrimonio Histórico de la Minería Española», como estrategia de recuperación de la pieza y su entorno en un momento donde eso era posible. Desde la impasibilidad de sus 37 furruñosos metros y de su título de bien de interés, el castillete de Rabaldana contempla el paso del tiempo y las oportunidades. Turón que fue laboratorio experimental de tantas cosas, también podría preguntarse qué fue lo que pasó y no conformarse con apagar  la luz al salir. 

Si el mundo urbano de las comarcas mineras centrales no ha podido encontrar la salida en el laberinto de la reestructuración y se asoma peligrosamente a una marginalización territorial creciente en el área metropolitana, Turón, como el conjunto de las urbanizaciones lineales al sur de Mieres, acrecienta esta sensación de borde urbano en declive, como fondo de saco de comunicaciones y relativamente desarticulado con respecto al valle del Nalón, a lo que contribuyen las condiciones de la carretera del valle que asciende La Colladiella y Las Cruces.

Advirtiendo que no hay ruptura en la continuidad del paisaje urbano del valle del Turón, y por tratar precisamente el fragmento que es San Martín, damos las cifras que corresponden a su población, en descenso gradual desde 1970 y rápido en lo que va de siglo, donde ha perdido casi mil residentes en sólo diez años. Un mal comarcal que alcanza también a la cabecera urbana de Mieres, pero que aquí, en Turón, adquiere una singular gravedad.

¿Qué hacer en Turón? Primero, definirse. Como localidad, pequeña ciudad, urbanización minera, distrito, lo que convenga, pero que la sitúe de una vez en el mapa regional. Segundo, integrarse con los vecinos, de Figaredo, Mieres, Valle del Nalón, área metropolitana, formar parte de los proyectos territoriales comunes, desde su condición urbana y de entidad destacada. Y tercero, superar el pasado, que ha marcado a fuego lo que hoy es Turón, mediante un proyecto pertinente, potenciador de sus activos, que los tiene, y adaptado a sus posibilidades. Proyecto que no hay forma de sacar adelante adormecidos por el sueño, que si, por una parte, debe ser reparador de tantos trabajos, también produce ensoñaciones, no realidades. Y cuarto, poner al frente de la maniobra a los jóvenes, que los hay, con sus proyectos vitales, que no incluyen, por ley de vida, como el más frecuentado el de asistencia a los funerales. El acto social que llena diariamente las agendas.

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