La villa bulliciosa
La capital maliayesa, que ha crecido al ritmo que marcan las comunicaciones y su vitalidad comercial, reclama estrategias que aprovechen su buena situación para atraer más industria y empleo
En su rincón de la calle del Sol un pasillo estrecho y alargado sin más ornamento que decenas de zapatos llenando el suelo y las paredes, Alfonso Martínez tiene mucho que hacer. Un zapatero de tercera generación, 33 años de oficio y más de cien si añade los de su padre y su abuelo, sigue teniendo calzado de sobra para reparar en Villaviciosa. Sin rótulo en la puerta, ni falta que hace. No es un caso único, afirma «Fon» a la vez que clava en el tacón de una bota, pero sí ejemplifica un modo de vida que «se ha perdido en las ciudades», que conserva aquí una parte de la vitalidad que tuvo en el pasado y aún pone el marcapasos en el corazón de una villa arrimada al centro por la mejora de las comunicaciones y doliente por las heridas de alguna industria perdida. La Villa es el centro de Asturias, quieren aquí, y más concretamente, un centro comercial desde que la huida de alguna gran compañía agroalimentaria y la carencia de suelo industrial mantienen ciertas heridas sin cerrar. Sin salir de la calle del Sol, confirmará el paisaje urbano, hay un hotel que se ofrece a los peregrinos y «otra zapatería ahí enfrente», señala Fon, «que también ha pasado de tíos a sobrinos». Ahí está también «Fran, el electricista, esos fontaneros que te lo arreglan todo... Otra manera de entender los oficios». Y no demasiado lejos un muestrario completo de superficies comerciales y bares, muchos, restaurantes y sidrerías, hasta aproximadamente un centenar de establecimientos entre hosteleros y hoteleros para atender a una población en expansión y abierta contradicción con la penuria demográfica de su provincia.
Villaviciosa es en el idioma de la calle sólo la Villa, porque de algún modo define el concepto. Se puede aceptar como el paradigma de «la villa» por su magnetismo para los habitantes de un entorno cada vez más amplio, materializado aquí en una incorporación masiva a la espiral explosiva de la construcción que encuentra ahora su reverso neblinoso en una resaca hecha de porvenir incierto. Aunque no hayan dejado de verse grúas en el panorama de los barrios nuevos que alumbró el «boom» inmobiliario de los comienzos optimistas de este siglo. Los más de 6.000 habitantes que al final de 2009 le asignaba a Villaviciosa el Instituto Nacional de Estadística eran menos de 5.000 en el comienzo de este siglo, un veinte por ciento más desde que es recto y rápido el camino que comunica con Gijón y Oviedo, desde que las autovías han puesto a la Villa muy cerca de casi todas partes. Las carreteras han traído hasta aquí clientela para «unos 5.000 pisos en seis o siete años», calcula el alcalde, Manuel Busto, y motivos para que él venda Villaviciosa como «el sitio donde mejor se puede vivir de Asturias»
El «gran drama» de un polígono industrial indispensable e inexistente
La culpa la tienen la vieja geografía y la nueva accesibilidad, a partes iguales las coordenadas y la vocación de servicios que siempre ha distinguido a la Villa. «Alguien que trabaje en la Universidad Laboral de Gijón», pone por ejemplo el Alcalde, «llegará antes desde Villaviciosa que desde La Calzada» y sabrá que aquí puede tener todas las necesidades cubiertas. El camino cronometra catorce minutos, pero precisamente por eso hay quien protesta contra los peligros de la mutación definitiva hacia una villa residencial en la que ya tienen casa bastantes más de los que están censados. A este lado de la ría maliayesa, en este «punto neurálgico» de las comunicaciones del centro de Asturias, la segunda residencia duele tanto como un padrón mentiroso que no pasa de 5.000 moradores, calcula el Alcalde, aunque vivan muchos más de los que pagan impuestos y el incremento de los últimos años, eso sí, haya sido «indudable». En la villa asturiana más poblada al este de Gijón, a Teresa Iglesias, presidenta de la Asociación de Comercios y Servicios de Villaviciosa (Acosevi), le parece que «debería ser obligatorio tener al menos una persona empadronada por vivienda», y para Miguel González Pereda, uno de los fundadores de Cubera, la asociación Amigos del Paisaje de Villaviciosa, «el Ayuntamiento debería hacer un esfuerzo por captar de alguna manera a esa gente de fuera para que vivir aquí sea atractivo para ellos, y la compensación más adecuada es siempre la económica».
A la pregunta de «¿qué llevas dentro?» que sugiere la letra del himno oficioso de la Villa se responderá que bastante gente animando el comercio, mucha menos actividad industrial de la que debiera y, sobre todo, de la que había. Es el declive de la zona rural, explicará Teresa Iglesias. El laberinto del futuro en el campo acaba por borrar los proyectos rurales de las personas mayores y encamina el primer paso a la salida del pueblo hacia la referencia urbana de la comarca, al paisaje semiurbano próximo y conocido, hacia Villaviciosa. Es éste un fenómeno universal que aquí han multiplicado las carreteras, le acompaña Miguel González Pereda, que, sin embargo, encuentra en algún lugar de la memoria aquel tiempo en el que «iba al Colegio de San Francisco y Villaviciosa tenía veintitantosmil habitantes y un censo de vacas de en torno a las 30.000 cabezas». La ruina del medio rural, «a cambio de nada», precisa, y después la caída de la pequeña industria asociada a él ha conducido a la Villa «a marchas forzadas» de un hotel a cien en veinte años y hacia una situación en la que «el turismo y los servicios salvan los muebles y el sector terciario es el único que aguanta el tirón».
Queda poco rastro de los otros, denuncian los maliayeses, por todo eso que le pasó al campo, aquí también, y por el espacio escaso para instalar cierta industria relacionada con sus frutos. Etelvino González, presidente de Cubera, identifica «el gran drama» de la villa en el desierto de parcelas de suelo industrial. «Cualquier pueblo de 2.500 habitantes cuenta con un polígono de 21 unidades funcionando, y aquí no hay. Cabranes era un concejo que prácticamente no existía y ahora tiene un polígono industrial al que se está yendo la gente de Villaviciosa», protesta. «A la hora de analizar la Villa, o partimos de esto o no hemos entendido nada». Porque aquí a lo mejor sí se vive, pero se trabaja poco, sigue el inventario de asignaturas pendientes. Adolfo Sánchez de la Venta, director de la revista «El llagar de Sobigañu», anima a comprobarlo cualquier día «entre las siete y las ocho y media de la mañana» en el acceso al casco urbano junto a la iglesia de La Oliva. «Salen quince coches y entra uno, es igual que el éxodo de los israelitas cuando salieron de Egipto», exagera. «Las carreteras, fantásticas, traen y llevan, pero aquí se usó solamente el carril de ida», denuncia Miguel González Pereda viendo poco retorno. «No ha venido ninguna pequeña industria, ni mediana, ni grande. La Villa creció aprovechando el tirón de la fiesta de la construcción, pero una vez que termine el festejo, veremos a ver quién paga los gastos».
En la búsqueda de alternativas se llora el final de alguna fábrica estrechamente apegada a los frutos del entorno rural de la Villa. Fue «el absentismo, la conflictividad y la incompetencia de los trabajadores», denuncia Etelvino González, lo que se llevó de aquí a Nestlé, que en realidad no se fue, que «no cerró, sino que cogió los trastos y los puestos de trabajo y se fue a veintitantos kilómetros». En sus terrenos está Capsa y aquí todavía resiste robusta la sidra, con unos catorce lagares en todo el concejo y mucho mejor desde que en algún momento de los años noventa «nos dimos cuenta de que la sidra no era un producto más, sino un patrimonio cultural de los asturianos, que a partir de ese momento se ha consolidado como una bebida que nos identifica», dice el diagnóstico de Tino Cortina, que también prolonga la tradición familiar en un lagar de más de medio siglo de vida, con ocho trabajadores hoy y más de dos millones de litros de producción anual.
La manzana se huele en los rincones y empuja este lugar con 150 establecimientos comerciales registrados por la asociación profesional del ramo, 150 de los 213 consignados en el conjunto del concejo. El sector servicios, o así lo ve Miguel González Pereda, «es de lo mejorcito que puede haber en Asturias y muy pocas poblaciones de este nivel lo pueden tener». Su oferta consigue que «no sea necesario ir a buscar nada a otro sitio» y concede al comercio «lo más salvable» de la actividad económica de este lugar, al que también hay quien le atisba la necesidad de «un reciclaje», interviene Adolfo Sánchez, porque unas veces el trato y otras algunos precios ponen peros a «muy buenos establecimientos de hostelería». Pero aquí «esto es rentable, hagas lo que hagas, si eres bueno y capaz de transmitir a las manos lo que tienes en la cabeza», sentencia Alfonso Martínez desde el fondo de su zapatería en el número 34 de la calle del Sol. La cuestión será si la capacidad de remolque del comercio y la hostelería y el turismo pueden arrastrar en solitario a la Villa y a su concejo, y por eso vuelve la petición de auxilio señalando hacia el suelo industrial. Al «tejido empresarial» que también echa en falta Tino Cortina al mirar a su alrededor: «Villaviciosa sigue adoleciendo de una falta de mejora de infraestructuras que permita atraer empresas. Ése es su reto». Con su cuarto de hora de tiempo de desplazamiento desde Gijón y «a veinte minutos de Oviedo», le sigue Miguel González Pereda, «ésta podría ser la zona residencial del centro de Asturias, sí, pero con una industria limpia y sus puestos de trabajo».
La Villa, por lo demás, también lleva dentro por momentos, afirma alguien por aquí, demasiado apego al «Villaviciosa hermosa» de su himno y muy poco interés por responder al «¿qué llevas dentro?» que sigue al piropo en la letra. La participación ciudadana se ha estimulado de un modo muy notable desde que hace ya casi tres décadas, «no había ninguna asociación cultural», y nació Cubera, pero «hay que contar con la idiosincrasia de la gente de la Villa, muy peculiar», afirma Etelvino González. Él detecta a veces algo así como un fallo «en la conciencia de tener problemas» y una mentalidad colectiva con más indolencia que espíritu autocrítico, a lo mejor demasiado convencida de «estar viviendo en el mejor sitio del mundo».
La importancia de llamarse sidra
La sidra ha creado empresas y da trabajo en Villaviciosa, pero el genio de la botella verde es la marca. El líquido identifica y hace reconocible este lugar, viene a decir Tino Cortina, lagarero en esta villa que de un tiempo a esta parte tiene en mejor consideración su producto estrella. La sidra permanece como el fruto más visible de la industria maliayesa, y «no sé si somos casi los únicos, pero sí que ésta es una actividad que ha perdurado a lo largo del tiempo». Ninguna crisis le es ajena y «hay lagares que cerraron», sigue, pero a lo mejor no fanfarroneaba tanto el publicista que para promocionar la sidra espumosa de El Gaitero encontró la etiqueta de «famosa en el mundo entero». La bebida del chigre ha ganado en algún caso las guías de la gastronomía selecta, y Cortina da por superada la etapa en la que «tal vez no éramos conscientes de que estábamos elaborando un producto que ahora tiene su reconocimiento en la prensa especializada y la crítica gastronómica». En el lenguaje frío de los números del Consejo Regulador, la sidra escancia riqueza en el concejo de Villaviciosa con siete de los 23 lagares inscritos en la Denominación de Origen, ochenta de los 260 cosecheros y 160 hectáreas de las 530 registradas en total.
Por algo todo esto, de aquí a Bimenes, pasando por Colunga, Sariego, Cabranes y Nava, se vende como la Comarca de la Sidra, aunque en algún momento el orgullo de pertenencia a la Villa haga afirmar, con Etelvino González, que «por situación, potencialidad e imagen, a Villaviciosa le corresponde la cabecera de la comarca», que ha puesto su sede y el Museo de la Sidra en Nava y en La villa la del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Protegida.
El Mirador
_ La industria
La disponibilidad de espacios para la instalación de empresas encabeza las prioridades de la Villa, al decir de algunos vecinos. Y eso que esto debe ser un «punto neurálgico», apunta Alfonso Sánchez, «para tener un polÃgono de grandes dimensiones y otro para empresas pequeñas».
_ El azabache
El alcalde, Manuel Busto, defiende la potencialidad del azabache, «porque hay mucho y está desapareciendo», como posible «movimiento industrial importante». Su apoyo divulgativo quiere ser el museo que, entre polémicas, el Ayuntamiento prevé instalar en la Casa de los Hevia, en el centro de la Villa, una vez rehabilitada.
_ Una ruta
Para explotar los atractivos de la rÃa y su entorno, Busto ofrece la adaptación de sus márgenes con «una ruta ciclista y peatonal hasta El Puntal o Rodiles».
_ El mercado
El sector comercial tiene su proyecto de dinamización para tratar de seguir tirando de la Villa, pero encuentra obstáculos: «Quisimos organizar una feria de muestras, financiada con fondos del "Proder" y de la que el Ayuntamiento sólo tenÃa que pagar el IVA, y se negaron», denuncia Teresa Iglesias.
_ La cultura
Hay quien echa en falta «una polÃtica cultural» y, fÃsicamente, un espacio adecuado para una «biblioteca magnÃfica con 30.000 volúmenes que incluye la mejor colección de cómics de Asturias y que tiene la mitad empaquetados», protesta Etelvino González, aunque el teatro Riera, eso sÃ, tenga «una buena actividad».
_ La rÃa
Si, como dice Miguel González, «tenemos que explotar el paisaje y la cultura», en el primer capÃtulo manda la rÃa, cuyo estado la convierte en «un problema grave» en el diagnóstico de Etelvino González. «Está creada por ley la figura de un foro de participación que ni siquiera se reúne una vez al año», denuncia.
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