De Aller a hoy

Caborana, crecida y menguada al ritmo de la minería, desafía el ocaso del carbón con cierta sensación de abandono en la tarea de actualizarse para contener el declive y orientarse en el nuevo mercado residencial

Marcos Palicio / Caborana (Aller)

El hueco sin ventana en la fachada lateral de un edificio en ruinas deja a la vista una cisterna. Intenta disimularla sin demasiado éxito una lona azul parcialmente caída y totalmente decolorada en la que al parecer hubo una vez un anuncio de la estación invernal de Fuentes de Invierno. En la fachada frontal hay un cartel que dice «se vende» encima de un número de teléfono tachado. Crecen sólidas ramas entre las piedras. Dos mujeres asustadas esquivan la acera al llegar a su altura y una de ellas advierte en voz alta que «un día va a caer sobre nosotros». En el número 65 de la avenida Ángel del Valle, la travesía urbana de Caborana, el toldo no logra ocultar uno de los indicios del abandono que pronto se adueñará del retrato lastimero de esta población en la voz de algún vecino de la localidad que abre la puerta del concejo de Aller para el que accede al valle remontando el río desde Mieres. «La lona la pusieron en 2007 para tapar el váter, porque les daba vergüenza que lo pudieran ver los Príncipes cuando pasaron por aquí de camino  hacia Moreda para entregar el premio al "Pueblo ejemplar"», informa Marcelino Suárez, presidente de la Junta de Iniciativas de Caborana, una asociación de vecinos que ya existe desde mayo de 1967, pero que lleva en su denominación aquellas ideas que este pueblo continúa pidiendo a gritos en abril de 2012.

La plataforma ha llegado hasta hoy con más de trescientos socios, tiene la sede a la espalda de la iglesia, en un edificio estirado que fue economato de Hunosa, y sangra por una herida que se parece, con algunas variaciones, a la del día de finales de los sesenta en el que se redactó su acta fundacional. Por razones distintas, el inventario de penurias también hablaba entonces de la búsqueda de soluciones para el «éxodo masivo de matrimonios» o para la «precariedad de servicios básicos». No es exactamente lo mismo, pero el paralelismo del discurso llega a sorprender en un vistazo a la villa de hoy. Los matrimonios se siguen yendo y ya no es la razón aquella «escasez alarmante de viviendas» que denunciaba el origen de la junta, pero la actualización de los motivos de la huida -el daño de las prejubilaciones, el oscurecimiento de las alternativas de empleo en la sociedad de después de la mina, alguna impericia en la dotación de servicios para construir aquí un lugar agradable para vivir- se ha llevado casi quinientos de los cerca de 1.800 residentes que tenía Caborana al comienzo de este siglo. Ya nadie se atreve a llevar la comparación hasta los 11.000 que recuerdan aquí del máximo apogeo del carbón. Y al analizar las razones hay quien vuelve a referirse a la huella bien visible de la insuficiencia de algunas prestaciones, a los dos únicos pequeños comercios del pueblo, al esqueleto de un complejo deportivo sin final, al «furacu» que lleva 22 meses cortando un carril del Corredor del Aller al paso por Caborana, o a la alarmante similitud de todo eso con la atención deficiente que hizo alzar la voz de la junta hace ya 45 años. El sentimiento colectivo, resume Marcelino Suárez, «es de abandono».
 
«Mirando fotos de aquellos años sesenta», el presidente del Gimnástico de Caborana, Óscar Rodríguez, asiente con las pruebas a la vista. «Sigue todo igual, quizá con la diferencia de que entonces estaba más cuidado y ahora en algunas partes está hecho un asco». En la localidad allerana, engarzada en la continuidad urbana de raíz minera que por el Norte se introduce en territorio de Mieres y por el Sur borra las costuras de aquí a Oyanco, cuatro kilómetros río arriba, el ocaso de la minería es sólo el principio de la explicación. A continuación se suma la desatención y la merma de prestaciones y en la versión más extendida por el vecindario triunfa el amargor de la periferia arrumbada cada vez que, exagerando, «casi tenemos que ir a Moreda hasta para comprar un kilo de patatas». Aquella población, físicamente pegada a Caborana, conserva con respecto a ésta la ventaja residencial y la concentración de las servicios, aunque, en este lugar, la interpretación del alcalde de Aller, el socialista David Moreno, natural de Caborana, dice que ha fallado más la iniciativa privada que la pública. «Hay un nuevo consultorio médico», repasa, «un hogar del jubilado de reciente remodelación, un buen colegio, la única escuela para menores de tres años del concejo, biblioteca, fibra óptica, gas canalizado» y un plan de choque «diseñado» contra la ruina de los edificios que ha empezado a incoar expedientes y tiene en el presupuesto municipal una partida para ocuparse de demoler los inmuebles y repercutir después el coste al propietario cuando no se atiendan los requerimientos de la Administración.

Aquí, mientras tanto, permanece perdida en el tiempo la imagen de los treinta bares que había «sólo en la carretera general». Son leyenda las decenas de botas de vino que todavía en los últimos ochenta colgaban de las paredes del bar La Bolera esperando a los mineros que pasaban hacia el turno de las cinco de la mañana en aquellos dos pozos cuyos castilletes aún asoman al fondo de la villa, más próximo el moderno del Santiago, a lo lejos el antiguo del San Jorge. Hoy, la población allerana mejor comunicada y más próxima al resto del área central de Asturias, la que tiene el único polígono industrial y la única explotación hullera en funcionamiento del municipio, lamenta no haberse convertido en un lugar atractivo para retener a los trabajadores con los que sobrevive la industria allerana, o no haber recibido el auxilio que necesitaba para relanzar la apuesta residencial que a lo mejor se imponía al salir de la mina. José Manuel Masuncos, carpintero resistente con mueblería en Caborana, coleccionista pertinaz de radios antiguas, se pregunta por qué no se arbitran las condiciones para que sea de verdad un valor la situación de este pueblo en la boca más baja del valle del Aller, estos 22 minutos escasos de desplazamiento a Oviedo que él ha medido con precisión. «¿Por qué no se puede vivir aquí y trabajar en el centro de Asturias?»

«Faltan atractivos» es el mantra que repite el eco a lo largo de la villa, el eslogan que acompaña a la vista de los bajos comerciales cerrados o al relato de que aquí hubo un hipermercado, detrás de esos barrotes una pescadería y más allá una tienda abandonada tiene en el escaparate un mensaje de justificación del cierre con aspecto de llevar demasiado tiempo aquí: «Cerrado por enfermedad». Al final, el tiempo ha obligado a esta población a no tener gustos y apetencias demasiado refinados: las propuestas de los socios del hogar del jubilado dentro de un programa público de nombre significativo -«Aprender a envejecer»- concluyeron aquí que «sólo con que hubiera un supermercado ya estaríamos mucho mejor». Pero sólo hay dos tiendas pequeñas. En esta población envejecida la estampa habitual de las personas mayores acarreando bolsas de la compra desde Moreda lastima y se basta sola para explicar por qué «hay mucha gente de Caborana viviendo en Moreda, pero muy pocos que hayan decidido hacer la ruta a la inversa». Pocos, remata Óscar Rodríguez, «aunque aquí los pisos hayan llegado a estar a mitad de precio». Pocos porque rejuvenecer es empezar por el principio, por renovar el parque de viviendas, «destruir lo que está mal hecho» y quitar de la vista los inmuebles en ruinas que tienen demasiado abierta, demasiado visible la herida de la huida.

Por detrás del deterioro urbano asoman los números que desde la década inicial de este siglo han rebajado el lugar de Caborana del segundo al tercero entre las poblaciones más habitadas del concejo de Aller. Hasta 2005 sólo estaba por delante Moreda, ahora se ha sumado Cabañaquinta. Resisten 1.281 habitantes censados donde en 2001 hubo cerca de 1.800. Hay casi tantos habitantes como niños en edad escolar en los años cincuenta y la caída de los últimos años, el 26 por ciento, incluso supera en términos relativos el veinte que ha perdido en el mismo período todo el concejo de Aller, que es de todos los de las Cuencas el más castigado por la sangría demográfica que sucedió a la reconversión industrial minera. A la pregunta por los motivos responde de modo simbólico el esfuerzo por ocultar sin resolver la ruina del edificio de la calle Ángel del Valle. «Soy partidario de que quiten la lona, de que se vea claramente», dice Benjamín Cordero, presidente del hogar del pensionista, una institución con más de mil socios y sede en el inmueble casi recién rehabilitado, este sí, donde estuvo la casa sindical.

Caborana, la puerta norte del concejo de Aller, la mezcla agraria y urbana trazada en ascenso sobre el río y el Corredor del Aller, tiene bien a la vista el sitio de donde viene y la compleja realidad a la que desafía toda la cuenca hullera asturiana. Con los castilletes de los pozos dibujados al fondo, en el plano se intercalan la edificación rural con una muestra completa de la tipología del hábitat minero de la cuenca hullera asturiana. Abajo los pabellones de tres y cuatro alturas del Grupo José Antonio; arriba, trepando por la loma del pasillo estrecho que abre por aquí el río Aller, las colominas y los «cuarteles». El caserío sube por la colina escalonando por un lado las hileras de bloques idénticos de la barriada minera de Fátima y por el otro los «cuarteles» unifamiliares, los viejos «adosados» mineros, identificados en el pueblo por el piso que ocupan en el ascenso por la pendiente. Los del primero, del segundo, del tercero Legalidad, antes pintados todos iguales, ahora «cada uno de su padre y de su madre»... Por configuración estética, expectativas de futuro y sensación de abandono Caborana es un lugar parecido a lo que Tuilla representa en la cuenca vecina del Nalón. Con la diferencia esencial de la buena comunicación y el empleo. Aquí el pozo sigue abierto, Santiago es el único en servicio del concejo de Aller y será el último de las Cuencas en cerrar si se cumple de aquí a 2018 el calendario de clausuras de Hunosa. El grupo Aller alimenta a más de trescientos trabajadores, aunque «el ochenta por ciento sea de fuera» y Óscar Rodríguez, que trabajó dentro veinte años, todavía se acuerde de que en los ochenta del siglo pasado «sólo en mi relevo entrábamos más de mil». La mina sigue aquí, pero se está yendo. Por lo menos alguien agradece que en lo que fue una escombrera haya ahora un área industrial, cinco empresas y menos de un centenar de empleados que mayoritariamente vienen, trabajan y se van. Aunque también casi todos de fuera, aunque sea la excepción más que la norma el caso del gijonés que se quedó a vivir aquí tras conseguir un empleo en Vetrotool, la planta de maquinaria para la industria del vidrio que ocupa una parcela del polígono.

La rivalidad aparcada en la «ciudad lineal» y el cobro de una «deuda social»

Para sentirse huérfano es imprescindible haber tenido padres. Por eso «tal vez lo que más nos duele», afirma Benjamín Cordero, «es que todos los alcaldes que ha tenido Aller desde 1979, los tres, son de Caborana». El actual, David Moreno, también recuerda aquella villa «poblada básicamente de gente vinculada a la minería», que fue al amparo de la industria extractiva, «un motor económico importante». En la realidad reciente del despoblamiento, «ha sido una de las pocas zonas en las que se ha habilitado un suelo industrial paliativo de la actividad minera» y servicios públicos sanitarios y educativos. El regidor mira al área empresarial asentada sobre el terreno que fue una escombrera. El presidente del Hogar del Jubilado habla sin apartar la vista del «partenón», el esqueleto de columnas blancas que se alza en la orilla contraria del río y del Corredor del Aller, junto al campo de fútbol de hierba sintética, la piscina descubierta y el edificio amarillo del Centro de Recepción de Visitantes de Aller. Ese armazón es lo poco que queda del principio de una obra sin final, de un gran complejo deportivo con campo de fútbol, piscina climatizada y polideportivo para todo el concejo, pagado con fondos mineros del plan 1998-2005 y ahora con la financiación en el aire, detenido desde 2010. En Caborana ya casi ni se acuerdan de que el proyecto original incluía un embarcadero y una inversión de cinco millones de euros. «Todo es virtual», remata Cordero. También la fusión efectiva de esta población con Moreda a través del «bulevar» y el área de equipamientos comunes que debía ocupar Sotiello, ese lugar intermedio entre las dos localidades al que ahora «llego y me parece que paso de Estados Unidos a África». Ya no importa la histórica rivalidad, ahora la necesidad obliga y unir suena como resistir.

La construcción del complejo deportivo tendrá que liberar el suelo que ahora ocupa en Sotiello el pabellón Antonio Vázquez Megido y dar aire a aquella idea del gran bulevar allerano, de la conexión física con Moreda como un modo de empezar a superar la vieja rivalidad entre pueblos vecinos. «Siempre hubo una piquilla muy grande», interviene Óscar Rodríguez, «que nunca entendí y que ha ido remitiendo. Antes había gente de aquí muy reacia a ir a Moreda, pero creo que hoy ya pasa mucho menos». Será porque son cada vez más diferentes aquella villa de servicios y esta población que le va a la zaga en la dotación de comodidades básicas. O que la crisis de la minería, que sufren las dos, induce a pensar en la fusión de fuerzas, en la eliminación «de la barrera física que había en Sotiello» para construir con nuevas fases del plan parcial de vivienda pública una continuidad urbanística, «una ciudad lineal» de 5.000 habitantes. De momento, la triple parálisis del bulevar, el polideportivo y la piscina «nos ha bloqueado totalmente», sentencia Marcelino Suárez. El valle bajo del Aller ha capitalizado la pérdida de alternativas de futuro y población, pero las inversiones, termina el presidente del Gimnástico de Caborana, «las echaron todas hacia arriba», a la parte alta, tradicionalmente limpia de minas, donde paradójicamente sostienen que sucede exactamente lo contrario, que el concejo escora sobre todo hacia la parte baja, la de los pozos, la más próxima a la Asturias metropolitana.

Sea como fuere, al decir del presidente del Gimnástico «el Ayuntamiento debería tener más en cuenta que Caborana es el primer pueblo al entrar en el concejo de Aller» y, en opinión de José Manuel Masuncos, también la certeza de que «este municipio se mantuvo siempre de Caborana». Puede que quepa aquí eso que el historiador local Manuel Álvarez Cejudo, «Lolín», llamó en su obra «Las cosas de Caborana» «deuda social». Es la traducción de la sensación de pérdida no pagada que percibe colectivamente la población que se entregó a la mina dejando muchas vidas en el camino y recibió a cambio los efectos prolongados de una crisis que ni siquiera coincide en el tiempo con la que duele en el resto del mundo, porque aquí ya dura demasiado. Lolín percibe «avances», tal vez «escasos y muy lentos». Entre otras evidencias del tiempo perdido, Lolín identifica en su obra el principio del fin en el desmontaje del colegio de los hermanos de La Salle -el de «los frailes de Caborana»- y lamenta el declive físico del palacio de los Ordóñez, la casona blasonada del siglo XVII cuya ruina resalta en cualquier mirada con perspectiva sobre Caborana. Había pensado un museo con hotel rural y usos etnográficos y culturales, además de una campaña de promoción y restauración de la imagen pública de esta «puerta de Aller» que necesita, «como primera gran prioridad», sigue el historiador vocacional, «un asentamiento nuevo de población joven e ilusionada por seguir aquí». Y ya que las dificultades de paso echaron abajo el símbolo que fue el puente de Cutrifera, singular construcción en plano inclinado que bajaba el carbón de los grupos mineros de la loma y era la «puerta» de Caborana, puede servir como emblema el palacio, su parcela y su hórreo de puertas de madera tallada como «no lo debe de haber en Asturias». Podría llegar a ser, vienen a decir, un punto de apoyo para mover el rumbo.

El único polígono, el último pozo y la rentabilidad colectiva de un pueblo vivo

Por el hueco entre los edificios envejecidos de la travesía central de Caborana se atisba el gris metálico de una larga nave industrial. Es el único polígono del concejo de Aller, la gran contrapartida por el ocaso de la industria minera, vecino todavía de un castillete muy moderno que aloja la «rebañaúra» de la mina allerana, más de trescientos obreros en el pozo Santiago, previsto para que sea el último que Hunosa cerrará en Asturias en 2018. Mientras Cabañaquinta espera por el suyo, una vieja escombrera reconvertida en pequeño parque empresarial da qué hacer a cerca de un centenar de personas contando el gran apósito de Marianes. Manuel Puga, vegadense afincado en Gijón, trajo hasta aquí Vetrotool y a Marianes Laminados de Aller -la primera pendiente de ampliar la nave, la segunda en proceso de recuperación de un ERE temporal- «a rebufo de los fondos mineros». Al calor de las ayudas para el asentamiento empresarial y de la proximidad de un gran cliente en la planta mierense de Rioglass, sus empresas de la industria del vidrio acercaron a unos noventa trabajadores en total, «la mitad son de la comarca», algunos del concejo y unos pocos de Caborana. Cinco años aquí le han dado para detectar cierta «falta de dinamismo» en un concejo ajeno a la tradición industrial fuera de la extractiva, pero ahí sigue residiendo una oportunidad aunque haya en el pueblo quien lamente que la mina no es lo que era -«el 80 por ciento no es de aquí»- y que pese al polígono «el empleo no está aquí». Lo que sí queda en Caborana de aquel movimiento minero es en una opinión compartida una vitalidad social sorprendente. Marcelino Suárez, presidente de la Junta de Iniciativas, cuenta los mil socios del Hogar del Jubilado, los más de 300 de la Junta y del Gimnástico de Caborana, añade el colectivo cultural de La Salle o una asociación juvenil y concluye que hay otro activo en este pueblo vivo.

 

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ El complejo deportivo

El proyecto ubicaba en Caborana el de todo el municipio a cambio de cinco millones de euros. Hizo un campo de fútbol de hierba sintética y las primeras columnas de la piscina climatizada. Está ésta parada, «en fase de resolución del contrato con la empresa adjudicataria por algunos incumplimientos», afirma el alcalde de Aller, David Moreno, y pendiente el polideportivo, uno de esos convenios de fondos mineros firmados y no ejecutados, más de dos millones de euros en la lista de espera.

_ El «furacu»

En Caborana llevan bien la cuenta de los 22 meses que lleva cortado un carril del corredor por un argayu a la altura del polígono industrial. El problema, según el Alcalde, pervive asociado al de la mejora de los accesos al área empresarial. Es un proyecto con cargo al tramo de fondos mineros que corresponde al Principado, cuya financiación se cortó tras las dudas que sembró el decreto que congeló esas partidas a finales del año pasado. «Defendemos el proyecto completo», confirma Moreno, «porque no sólo hay que resolver el argayu, también la conexión a la zona industrial de Caborana».

_ El patrimonio

Tiene en Caborana un emblema en el palacio de los Ordóñez, casona blasonada del siglo XVII en estado de ruina para el que el historiador local Manuel Álvarez Cejudo, »Lolín», concibió un plan de recuperación para un uso mixto, etnográfico y cultural, que continúa esperando.

_ La carretera

La que sale de aquí hacia Sinariego lleva otros 22 meses obstaculizada por un argayu que deja la localidad «casi incomunicada». Su arreglo estaba consignado ya en la línea municipal de fondos mineros correspondiente a 2009, pendiente ahora de la indefinición de esas partidas.

_ El cuartel

El de la Guardia Civil de Caborana es una oficina en la travesía principal a la espera de que cristalice el proyecto de construcción de un nuevo edificio en la parcela que hoy ocupa un aparcamiento. El Ayuntamiento cedió el solar al Ministerio del Interior, pero esto también espera, en este caso las gestiones para la dotación presupuestaria de los dos millones necesarios para la edificación.

_ Las ruinas

Las ruinas que dejó aquí el despoblamiento posterior al fin de la minería está pidiendo un remedio a gritos. El Ayuntamiento señala hacia su partida para acometer demoliciones cuando tras un requerimiento no actúen los propietarios.

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