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El cuartel general de la memoria

El militar degañés Luis Manuel López, director de la Academia de Caballería de Valladolid, revive la «sensación de libertad» de la infancia en su villa natal

Marcos Palicio / Degaña (Degaña)

De repente, todo va más despacio. El tiempo se ha ralentizado en retroceso hacia la infancia de un niño de siete años que se asoma a la ventana y encuentra un monte verde intenso y una carretera que atraviesa en línea recta un valle largo y estrecho a 825 metros de altitud. La primera mención de su pueblo natal ha puesto de inmediato en situación al general Luis Manuel López González (Degaña, 1955), este adulto que ahora ya sabe que aquí, en el territorio inmutable de los recuerdos, Degaña es sobre todo «una sensación de libertad». El director de la Academia de Caballería de Valladolid se ha refugiado un instante en la quietud de aquel pueblo donde «todo transcurría con lentitud», a otro ritmo, más sosegado. Un escenario ideal para nacer y crecer y recordar, o así lo definirá después con nostalgia el militar ajetreado que dejó la villa a los siete años y ha multiplicado destinos distintos dentro y fuera de España, pero que todavía y para siempre responde «de Degaña» cuando preguntan de dónde es.

Este niño es de aquí por el destino profesional de sus padres, Manuel, guardia civil, y María Luisa, maestra; ha nacido en la casa escuela y juega mucho en el «gran espacio libre» alrededor de la casa cuartel. Luis Manuel López ha vuelto a la pequeña explanada que rodea el acuartelamiento degañés, un edificio alargado de fachada encalada y tejado de pizarra que vigila el pueblo desde la parte superior de la carretera que viene de Cangas del Narcea y se marcha al valle de Laciana por el puerto de Cerredo. El niño todavía no lo sabe, pero aquí está naciendo un militar. «Estoy convencido», acepta ahora, «de que crecer y vivir en compañía de aquellas familias y de los compañeros de mi padre, en aquel ambiente de servicio y disponibilidad permanente en beneficio de los ciudadanos, influyó a lo largo de mi juventud en que naciera en mí una profunda vocación castrense».

Desde el ingreso en las Fuerzas Armadas -julio de 1973- hasta la asunción de la dirección de la Academia de Caballería -mayo de 2009-, el destino múltiple del general de brigada le ha puesto al frente de diversas misiones, entre ellas el mando de la agrupación «Castillejos» en Kosovo en 1996, pero no ha podido borrar las huellas de aquel pequeño pueblo del confín meridional de Asturias en el que sus padres sirvieron al menos quince años. Ellos marcaron esencialmente su relación con el pueblo. A través de sus ocupaciones de servicio a la comunidad tuvieron, al decir del general López, la grata posibilidad «de conocer perfectamente a todos los habitantes de Degaña y de otros pueblos limítrofes con los que tenían mucha relación, algo habitual en aquella época. Es a través de sus recuerdos, de las amistades que allí dejaron, de los contactos que han seguido manteniendo con personas del pueblo y de otras informaciones que me han transmitido como yo me he seguido relacionando con las costumbres y ciertas personas de Degaña», confirma. «Me consta que aún hoy son conocidos y siguen manteniendo buenos amigos en el pueblo».

La vida de servicio del guardia civil y la maestra los alejaron de Degaña antes de que la itinerancia del militar difuminase las raíces y los recuerdos, pero ni una ni otra han sido capaces de borrar los retazos «lejanos pero gratos» que sobreviven en la memoria degañesa de Luis Manuel López. La ruptura del contacto «con aquellas gentes» no ha evitado que «su recuerdo me haya acompañado todos estos años» ni ha oscurecido la certeza de que «siempre me he sentido de Degaña». He ahí los motivos de la gratitud y la renovación del sentimiento de pertenencia que recibió el militar cuando el ascenso a general vino acompañado de una felicitación del alcalde de Degaña «en nombre de mi pueblo».

Ha vuelto, celebra, «en alguna ocasión» a reconstruir la villa minera que dejó a los siete años, «para revivir recuerdos y fijar paisajes en mi mente», a comprobar lo que ha sido de ella y a buscar y enseñar las raíces «acompañado por mis padres, alguna vez por mi esposa e hijos para enseñarles dónde había nacido su padre, y con mi hermana, que también nació en este querido pueblo». Es ahí donde regresa aquella sensación de libertad. «Cuando vuelves a pasear por esas calles», asegura, «te asalta siempre algún recuerdo, especialmente en los entornos donde acostumbrabas a jugar». El niño vuelve a los alrededores del cuartel, a la escuela y a la plaza del pueblo, una bajo la otra frente al Ayuntamiento, y a la carretera poco transitada que sigue atravesando Degaña de Este a Oeste. Hoy es la AS-15, entonces el camino por donde los niños veían venir «el Alsa o lo que llamábamos "carromatos", cargados de artículos para su venta. Recuerdo especialmente un día en el que alguien quiso mover uno de éstos y desapareció con él fuera del alcance de mi vista, prado abajo al otro lado de la carretera. Yo creía que había volcado y que el intrépido conductor se habría matado, pero al final sólo se llevó un buen susto».

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