Aldea perdida y pola encontrada
Disminuida por el ajuste minero y la competencia residencial de la Pola, la Laviana rural pide una diversificación de actividad que permita equilibrar la composición de su población
Laviana está edificada entre cordales. Son los que flanquean el río principal, el Nalón, que hace de colector de base, y los que orlan los pequeños ríos transversales. Cada uno de ellos abre un pequeño valle, en cuyo fondo de vega se ubicaron prósperas aldeas, recrecidas por el asiento de mineros desde hace ya siglo y medio. A diferencia de Lena o de Aller, que reparten sus extensos concejos entre el sector de cordales de la cuenca hullera central y el sector de cordillera, Laviana encuadra toda su superficie en el primero, lo que le da un carácter menos agreste.
La fertilidad de la tierra baja y el desarrollo en altura de pisos bioclimáticos que alcanzan el nivel de las brañas primaliegas (1.300 metros de altitud) han permitido a sus parroquias contener una cultura agraria esmerada, que no desapareció con la llegada de la minería, sino que se amestó con aquélla, dando productos de la tierra tan sofisticados como la «República Independiente de Tolivia», lugar de origen del agro-rock-hullero, según unos, o del agro-pop-carboneru, según otros, pero que estremeció a toda España con los glayíos de Sindo'l cabreru y le dio a conocer lo que para el paisanaje significaba Xixón, que antes de la reconversión rimaba con perdición y noches canallas en Cimadevilla.
En cualquier caso, Tolivia pertenece a una singular federación que transmite el sonido de la caleya a Villoria y El Condado, o a las parroquias vecinas de Santa Bárbara, Urbiés o Serrapio. Las primeras conocieron a mitad del siglo XIX las pioneras minas de carbón, hierro y cobre, apenas túneles de ataque frontal a las capas, cuyo rendimiento estaba lastrado por la ausencia de comunicaciones, pues la carretera no llegó a Laviana hasta 1872 y el ferrocarril, una docena de años después. Con ellas vinieron a Laviana importantes grupos industriales y a través de ellas se fortaleció su vinculación con Gijón.
A las primeras denuncias carboneras por paisanos calicatiadores, siguieron los grupos de montaña, que se concentraron en Villoria y El Condado, absorbidos por corporaciones industriales de capital foráneo, como Coto Musel, Fradera y Charbonnages de Laviana, o regionales, como Duro Felguera. Ellos van reorganizando las antiguas parroquias con grupos de minas repartidas en pisos, unidos por un dédalo de planos inclinados y trincheras, con plazas de madera, talleres, lavaderos, tolvas y trenecillos cuasi-urbanos como La Campurra, que recorría Villoria, o el que cruzaba El Condao rumbo a Rioseco. Tanta actividad reclamaba mano de obra, lo que contribuyó a fijar la población de las aldeas locales y atraer a trabajadores, sustancialmente en las cuatro décadas del paso del siglo XIX al XX y en las de 1950 y 60, y explica la apreciable dimensión de Villoria y El Condao y, en menor medida, de Entrialgo, Canzana, Puente d'Arcu, Ribota, Muñera, Llorío y Soto, entre otros.
Sin embargo, estas localidades del agro-rock-hullero no han dejado de perder población desde 1960. Aunque sin la actividad minera hoy tendrían un tamaño significativamente menor, ya que el empleo minero ayudó a mantener su población en los años de mayor emigración rural en Asturias y España, los que van de 1950 a 1970. En el primer decenio del XXI El Condao pasa de 548 a 469 residentes y su parroquia, de 802 a 643. Villoria decrece en el mismo período de 687 a 601 y de 1.435 a 1.079 la parroquia. El ajuste minero, la atracción residencial y los servicios a mayores y pequeños que ofrece la Pola se traducen en pérdidas en el resto del concejo, que busca la buena vida urbana.
En cualquier caso, estamos ante unas localidades que han sabido mantener una identidad cultural original en Asturias y una vitalidad envidiable. Y éste es un factor fundamental para afrontar el futuro desde una perspectiva activa, vital para el aprovechamiento dinámico de las oportunidades.
Ciudad Astur se extiende digitalmente, de cada dedo salen ramificaciones. La traza alargada extiende longitudinalmente la ciudad hasta alcanzar valles altos. La estrecha manga de estos, la escasa anchura de los dedos, hace que el poblamiento se densifique y abigarre dentro de ellos. Por eso, tenemos formas de vida peculiar, con rasgos urbanos allí donde el paisaje se muestra en una plenitud rural. Eso, como prueban las cifras, es atractivo. Villoria, El Condao, Tolivia y los otros lo tienen. Para ellos, el desafío es traducir esto en mayores y más diversas actividades y empleos, para lo que es necesario establecer el modelo de equipamientos y atenciones que específicamente estos pueblos, que por tamaño pueden ser polas, necesitan para mantener tamaño y equilibrar composición de su población. Un reto alcanzable para polas con iniciativa y capacidades demostradas.
Federaciones de pueblos irreductibles
Villoria, El Condao y, como ellos, otros pueblos de Laviana, están bien nutridos, favorecidos por la permanencia de la actividad minera, las jubilaciones y la potencia de la malla que los engarza con la Pola, y a través de ella con las sucesivas escalas del mundo metropolitano. Federación de viejas aldeas vaqueras, recrecidas por los empujones de la minería y mantenidas por azacanados ganaderos-mineros. Hoy soportan con dignidad la usura del tiempo, la mengua vital de los pocos nacimientos y la competencia residencial de la pola capital. Pero lo hacen sostenidos por una cultura local fuerte, original, peculiar, que resistirá la uniformización y la banalización, y cuyo himno de marcha, puede que compuesto por «Los Berrones», es «Nosotros nunca nos rendimos».
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