El pan americano
La capital del tercer concejo español que más se despobló en el siglo XX, históricamente remolcada por el espíritu emprendedor emigrante, pide un plan que tire de sus potencialidades y frene el éxodo juvenil
Un hombre en mangas de camisa camina muy erguido y mirando al frente, sin equipaje. Es de bronce y mide tres metros. Grande, para que se vea bien, la escultura se recorta contra la pared posterior del nuevo Centro Rural de Apoyo Diurno de Pola de Allande, al fondo del parque del Toral, y no se entiende sin acercarse para leer en una placa sobre el pavimento que está aquí como homenaje «a todos los emigrantes asturianos que con su presencia y trabajo han contribuido a la formación del continente americano». Al «monigote» del saber popular allandés le dan la réplica en ultramar dos estatuas idénticas en Santo Domingo y San Juan de Puerto Rico, erigidas allí a la inversa, con dedicatoria al «inmigrante», y sin salir de Pola otro monumento anterior que también reconoce lo mucho que esta villa y su concejo deben a los «americanos». Ellos, que en Allande son eso y no indianos, han dejado una huella perceptible por todo el paisaje urbano de La Puela y para rendirles tributo ya estaba aquí, antes del gran hombre de bronce del parque, una esfera de hierro simulando el globo terráqueo en la plaza de los Hermanos Cadierno. Por si no bastara, la capital allandesa se atraviesa por la avenida de América y en el resto de su callejero relucen otros muchos tributos a expatriados ilustres. El tiempo ha acostumbrado a esta villa a despedir a sus hijos a centenares desde hace siglos, en esa cadena de la búsqueda de fortuna en la que el ejemplo triunfador de unos arrastra a otros y muchos se van, cruzan el océano y ya sólo vuelven de visita. Ahora sigue pasando, pero de otra manera.
En la Pola, la pequeña capital del tercer municipio español que perdió más población en el siglo XX, «quedamos cuatro gatos». El diagnóstico de Antonio García Linares, cronista oficial del concejo, ex alcalde, hijo predilecto y propietario de una gasolinera en la villa, deja a la vista la certeza de que los jóvenes no acaban de identificar aquí alternativas solventes de futuro laboral. Ya no es a América, pero todavía se van, «y no será que no hay espíritu emprendedor», porque las pruebas de lo contrario se tocan de nuevo en América, «en la calle del Conde y la calle Duarte. Son las más comerciales de Santo Domingo y están repletas de negocios levantados casi exclusivamente por gente de Allande. De aquí y de La Guardia (Pontevedra)».
En el paisaje de hoy resisten 456 habitantes en este trazado urbano encajado entre montañas, en el pasillo acogedor donde la Pola apenas hace sitio para que pase el río Nisón y que ha perdido casi un centenar de moradores en la comparación con el comienzo de este siglo. Pola de Allande encabeza un concejo que ha perdido la mitad de su población desde los años setenta y que acaba de dejar 2010 a punto de rebajar los 2.000 supervivientes. La villa capital allandesa diluye la atracción de su pequeña oferta de servicios abanderando un reducido universo rural envejecido que tuvo una densidad de 26,80 habitantes por kilómetro cuadrado a comienzos del siglo pasado y que apenas llega a seis al comienzo de éste. Puede que Tineo y Cangas, los dos grandes núcleos de población y servicios del Suroccidente, estén demasiado cerca. Lo que queda aquí se lee en un panel con su plano en el parque del Toral que enumera y resume en quince los comercios de Pola, sin contar los bares: una farmacia, tres supermercados, dos panaderías, carnicería, bazar, relojería, ferretería, confección, electrodomésticos, materiales de construcción, librería, zapatería y decoración.
La oferta no basta, porque «la juventud se va», confirmará Aurelia Gómez, propietaria de una casa de turismo rural en Cereceda y madre de dos de tantos que se fueron a estudiar y ya vuelven de visita. «La gente joven te comenta que volvería si hubiera oportunidades de empleo», afirma el alcalde de Allande, el socialista José Antonio Mesa, pero por ahora no. Ni los jóvenes ni los mayores, repartidos por los concejos del entorno por la amarga carencia de otra de las demandas fundamentales del vecindario: una residencia de ancianos. En el colegio público, mientras tanto, hay cierto hábito de aulas con menos de diez alumnos y la falta de alternativas tiene al menos tres dimensiones en el análisis de García Linares. Está el potencial agroalimentario poco explotado, alguna falta de iniciativa para desarrollarlo y el espejismo del parque empresarial que demanda el vecindario, pero también colaboran el desapego de «las segundas y terceras generaciones» de descendientes de emigrantes, porque ahí la ligazón «ya no es la misma», y en un lugar muy visible la configuración de los ejes de comunicación al margen de los intereses del Suroccidente. El camino para llegar hasta Pola de Allande desde el centro de Asturias ya no tiene el aspecto de antes, pero el que sale hacia la provincia de Lugo, tampoco, protesta el cronista oficial del concejo. «El proyecto de la carretera entre La Espina y Fonsagrada quedó en nada», se cortó «una ruta histórica de siglos» y con ella una vinculación de vecindad de esta zona de Asturias con los territorios limítrofes de Galicia que aquí, donde todo apoyo es poco, se aprecia como muy explotable en la pelea contra la soledad de la Pola.
Por aquí pasan más conducciones eléctricas que carreteras, lamentará un vecino poco conforme con los molinos gigantes de los parques eólicos en los que este concejo ha encontrado una alternativa de financiación contra el olvido. La generación eléctrica, y su contrapartida de impacto visual en los montes del concejo, ha sustituido a los antiguos motores agrarios y trae dinero, sí, pero «ni mucho menos en cantidades equiparables a las que Cangas del Narcea o Tineo reciben de fondos mineros». La frase del Alcalde echa leña al debate sobre la amargura de este concejo que por tener mineros pero no minas perdió empleos sin compasión ni compensación. «Todos los concejos de nuestro entorno, los más grandes y los más pequeños, Cangas, Tineo, Degaña e Ibias, se beneficiaron cuando decayó la minería y pudieron hacer cosas», lamenta García Linares. «Aquí la mina también daba de comer a muchas familias, pero eso no llegó».
En el Casino, que es únicamente bar y restaurante, a veces no se puede evitar escuchar en la sobremesa retazos de una conversación telefónica de negocios en un acento que mezcla el asturiano de siempre con algo parecido al dominicano. Son los allandeses de fuera, los que prosperaron y han vuelto de visita a este lugar donde, sin embargo, extraña por comparación cierta «apatía y falta de iniciativas» para hacer que las buenas semillas germinen dentro de la villa. Buenas, dicen aquí, para el desarrollo de alguna pequeña industria vinculada con el hábito agrario del concejo. «Estamos dentro de la comarca del chosco de Tineo y en la zona geográfica del Vino de la Tierra de Cangas. ¿Por qué no lo promocionan?», se pregunta García Linares. En parte, una vez más, porque no hay suelo industrial, le responde Gustavo Gómez, presidente de la Sociedad de Cazadores El Avellano, ni «un plan global de dinamización de todo el pueblo».
De momento, de todo eso apenas se ve solamente el punto de partida, la tradición emprendedora que germinó en ultramar y alguna buena condición para hacerla real también a este lado del Atlántico. Ni la iniciativa, ni las ayudas, ni siquiera el suelo. El polígono industrial que el Ayuntamiento proyecta en El Mazo «va con un poco de retraso», asume Mesa, «por la necesidad de tramitarlo dentro del nuevo plan urbano» en proceso de desarrollo. Pero urge. José Muiña, presidente de la asociación de mayores del concejo, recuerda que «aquí se trató de hacer una mantequería, una chacinera o una piscifactoría, porque tenemos un buen río....». Isabel Ochoa, que regentó una carnicería en la villa durante un cuarto de siglo, sabe que «aquí viviría perfectamente la pequeña industria agroalimentaria, una quesería, una fábrica de embutidos o algo que aproveche lo que hay, las castañas que se pierden a montones en el monte...». O el mismo monte, sin ir más lejos. Hectáreas y hectáreas de bosque sin rentabilizar y pidiendo a gritos unas manos que lo aprovechen, un plan forestal que dé potencia laboral a las grandes extensiones de terreno poblado de especies autóctonas. Otro recurso vivo con menos atención de la que merece: «De aquí», rememora García Linares, «salían camiones cargados de madera de castaño hacia Portugal».
Todos los días 18 de cada mes sigue habiendo mercado, también de ganado, en el recinto ferial que se ve más allá de los plátanos centenarios del parque del Toral. Permanece contra el viento, aunque no sea ya «uno de los más importantes del Suroccidente» y sobrevivan cada vez menos explotaciones a pesar del esfuerzo de la cooperativa agrícola La Allandesa, reciente premio Empresa Asturiana de Economía Social. Ellos, 185 socios sobre todo de este concejo, llevan también siete años reclamando un polígono donde instalar sus expectativas de diversificación de la actividad agraria. Sin éxito, lamenta su presidente, Manuel Menéndez. Desde su nave en Riovena, la entidad suministra servicios a profesionales que, también en este municipio de extensa tradición ganadera, controlan ahora cada vez más animales en menos manos.
Un palacio dormido y un destino turístico «sin explorar»
La silueta del palacio de Cienfuegos, vigilando Pola desde las alturas, encaramado a una colina cercana, inquieta incluso antes de saber que aquí los propietarios primitivos torturaban a sus enemigos hace cientos de años. Hoy puede servir como símbolo del concejo «sin explorar» que observa el Alcalde cuando habla de turismo. El viejo caserón del siglo XIV duerme desde que dejó hace quince años de habitarse y tener explotación ganadera, y con su sueño se aletarga el proyecto de un parador «singular», propone José Antonio Mesa, que con financiación pública y de acuerdo con la propiedad privada pueda avivar la sensación de que el turismo es un complemento serio para las otras potencialidades de La Puela. Que no son de ahora. Hace tiempo que Antonio García Linares oyó a Jesús Arango, ex consejero de Agricultura «y uno de los artífices del desarrollo turístico de los Oscos», citar expresamente Allande al asegurar que aquel modelo era extensible a otras zonas de Asturias. Ahora el consumo de agua ya no se duplica en los veranos de Pola por el retorno de los emigrantes, pero la piscina municipal tuvo el año pasado 7.000 visitantes, «dos veces y media la población del municipio», presume el Alcalde.
De momento, no obstante, aquí «prácticamente el único turismo real que tenemos es el de los peregrinos»... Y que no falte. Lidia García, que regenta una cafetería en la villa, recuerda «un chorro tremendo» de visitas en este trozo del Camino de Santiago en el año santo 2010 y se queda con la sensación de que «habría que cuidarlo a tope». Restaurar y señalizar, acompaña Gustavo Gómez, para evitar caminantes perdidos en este punto donde el camino primitivo se bifurca y da a elegir entre bajar a Pola de Allande o tomar la variante más agreste «de los hospitales». Esta parte de la ruta, dicen los peregrinos por la voz de Gómez, «es la más natural y habría que cuidarla y promocionarla, organizar algunas jornadas, un "día del peregrino"...».
Para tratar de hacer frente a esa supuesta potencialidad turística, Pola de Allande se ha dotado de un centro de recepción de visitantes y presume de cierta base de infraestructura incipiente. La mayor empresa de la villa es, según los cálculos del Alcalde, un hotel con restaurante de reputación extendida, La Nueva Allandesa, y Linares incluye a la hostelería en el capítulo de los sectores «en auge» que han acumulado «un prestigio evidente en toda la provincia». Los paladares han hecho una promoción útil de esta villa con recursos naturales y culturales, auxiliada por una oferta embrionaria de alojamiento rural para pensar en ese turismo de acompañamiento. Pero con atención, otra vez, a la materia prima: al castro de San Chuis y al alcornocal de Boxo, a la ruta del oro, a los recursos que anuncia la tradición cinegética o al resto de las fórmulas para dar con la estrategia que consiga no tener que seguir saliendo de Allande a allende, dejando la Pola sola.
Viaje con retorno a una villa que sigue haciendo emigrantes
«Me siento de aquí». Hace más de cuarenta años que José y José Luis García, padre e hijo, viven en Santo Domingo sin dejar de ser de Pola de Allande. Se fueron en los años sesenta, cuando «era muy común aquí» que «unos tiraran por otros» hacia el otro lado del Atlántico y se forjaba la ligazón indisoluble que hoy existe entre la capital allandesa y las de América Latina. Ellos son un ejemplo, ni mucho menos caso único en esta orilla del río Nisón. «Era otra época» cuando José trasladó a la República Dominicana el taller de ebanistería que tenía en Pola y después, con doce años, a la familia y a José Luis, que regenta allí desde los 18 «negocios en el ramo ferretero». Casi todo le ha pasado en América y ya no puede renunciar a la vida de allí, pero tampoco al retorno varias veces al año. Éstas de ahora son sus vacaciones, el momento de volver a comprobar que aquella inercia de la falta de oportunidades, la que empujó a ambos al océano en los sesenta, tiene una secuela parecida en el siglo XXI. Hoy, como entonces, «la juventud tiene que abrirse paso y las fuentes de trabajo tampoco abundan en Allande», afirma José Luis García, en rebelión contra la disolución del vínculo con la tierra que se observa en algunas generaciones que vienen detrás de aquellos emigrantes. «Hay quien se casó allí y apenas vuelve. Yo tengo tres hijos que vienen desde que nacieron y son muy asturianos. Depende de las circunstancias y de lo que siembres».
El Mirador
_ El polígono
El primer peldaño en la explotación de la pequeña potencialidad industrial de Pola de Allande es el suelo. Irá en El Mazo, pero va «con retraso», admite el Alcalde, por la necesidad de tramitarlo dentro de un nuevo Plan de Ordenación que se encuentra en fase de desarrollo. Quiere ser, y urge, un parque empresarial de pequeña industria, sigue Mesa, para «algún taller de carpintería, un concesionario de coches, alguna iniciativa agroalimentaria...».
_ La residencia
«No sé si habrá algún concejo en Asturias que no tenga un centro de la tercera edad», lamenta Antonio García Linares. El Ayuntamiento acaba de recibir la obra de un centro diurno para mayores al fondo del parque del Toral, pero el equipamiento, 925.000 euros de inversión, «no es suficiente», sigue Aurelia Gómez. La estrategia para retener aquí a la población mayor pide una residencia y el lugar es el antiguo hospital de Pola, un inmueble cuya restauración exterior está recién finalizada con cargo al «plan E» y que tiene pendiente la remodelación interior para que sea residencia, calcula el Alcalde, «de cara a la próxima legislatura».
_ Un museo
La caza se identifica aquí como una de las fuentes de riqueza posibles y no explotada en toda su dimensión. Por eso es un museo sobre la actividad cinegética una posibilidad de promoción turística que podría dar uso parcial al palacio de Cienfuegos y aprovechar la circunstancia, apunta Antonio García Linares, de que «no hay ningún equipamiento así en el Norte y el de Riofrío -en Segovia- recibe muchas visitas».
_ La comunicación
La demanda de infraestructuras y comunicaciones no se detiene aquí en las carreteras, precisa el alcalde de Allande. La oferta de internet en el medio rural «todavía se queda corta en comparación con la oferta de las ciudades», apunta, «y la oportunidad del teletrabajo resulta esencial para estos entornos rurales».
_ La escuela-hogar
«Se hizo para doscientos alumnos», asegura García Linares, y para contar los que aloja hoy «sobran los dedos de las dos manos». Por eso pide otro uso, propone el cronista oficial, y sería un lugar ideal, por ejemplo, para promover cursos de verano.
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