El turismo y toda la pesca
Puerto de Vega recela de la exclusividad residencial como alternativa única de futuro y reclama un fortalecimiento de su sector servicios mientras celebra la juventud y energía de su flota pesquera
La flecha del arpón señala el camino. Está en el mirador de La Riva, justo encima del muelle de Puerto de Vega, con su punta afilada pintada de rojo apuntando directamente hacia la mar. Oficialmente mira al pasado ballenero de este pueblo pescador, pero de algún modo también hacia el futuro. La vieja lanza adorna un balcón del casco histórico junto a una enorme quijada de cetáceo apoyada a una pared, al lado del mural de un pescador que blande el arma ante una gran ballena y muy cerca de la reproducción del primer contrato ballenero que se firmó en el pueblo, con fecha de 1608. Por allí ya no resoplan y tierra adentro han crecido bloques de apartamentos con las persianas bajadas en La Paloma, la zona alta de Vega, donde no hace tanto que no había más que prados. Puede que este lugar de la costa naviega haya perdido personalidad, pero no va a poder darse de baja de la identidad que le proporcionan la geografía y la configuración de su trazado inclinado hacia la mar, recogido en esta ensenada abrigada por acantilados y con el puerto para siempre metido en el topónimo. Aquello de la identidad alterada está en la teoría de Servando Fernández Méndez, que nació aquí y es profesor, historiador y cronista oficial del concejo de Navia y sabe que ni esto es lo que era ni le falta porvenir. Puerto de Vega resiste en tránsito hacia el perfeccionamiento del sector servicios escorado hacia el turismo y no podrá olvidar nunca que aquí todavía se pesca. Los números cantan. Directamente, la mar todavía da de comer a más de medio centenar de familias de pescadores, esa rula es la segunda de España por volumen de venta de percebe y los armadores de los barcos amarrados a puerto tienen, caso insólito en la costa asturiana, un promedio de edad que apenas supera los cuarenta años en el cálculo aproximado de Manuel Fernández, patrón mayor de la Cofradía Nuestra Señora de La Atalaya.
Anclada casi a medio camino entre las fuerzas atractivas de Navia y Luarca, puede que, casi dos siglos después, Puerto de Vega se siga reconociendo en el retrato que el poeta naviego Ramón de Campoamor le trazó de palabra en el XIX, en ese «lugar que, aunque pequeño para ser una villa, casi es un Londres para ser aldea». La primera década del XXI ha configurado una población levemente inferior a los 1.400 habitantes que se eleva a los 2.500 sumando la «flotante» de los veranos y mantiene con mínimos altibajos la cifra con la que se inició el milenio en esta orilla del Cantábrico. En la porción de terreno que se extiende entre los setos pulcramente esculpidos del parque Benigno Blanco y el puerto se rematan las últimas pruebas del notable despegue demográfico que la localidad naviega ha experimentado en medio del declive global de Asturias. Son dos bloques de pisos con las fachadas azuladas que están en última fase de construcción, los últimos restos de la explosión urbanística que desde hace poco más de una década ha transformado Puerto de Vega en villa residencial de muchos veranos agitados y algunos inviernos durmientes. «Esto explotó en torno al año 2000», rememora Jorge Pérez, hostelero propietario del restaurante que lleva su nombre de pila junto al muelle, cuando la progresiva facilidad de la comunicación con el centro de Asturias hizo germinar «una colonia de madrileños» y residentes a tiempo parcial que ahora, cosas de la crisis, «cada vez ponen más pisos en venta». Aquellos bloques azules del puerto, señala Servando Fernández, ya son prácticamente los que quedan en proceso de finalización de la obra.
El club de jubilados La Atalaya cuenta 423 socios para dar fe de la estructura demográfica de la población permanente de Puerto de Vega, y Mari Cruz Pérez, su secretaria, se acuerda de que ya no quedan reses en este lugar, que además de pescar tuvo una vez «ganaderos en el medio del pueblo». Lo que queda del campo es hoy «residual y en las afueras». La localidad naviega recorre el camino que va del sector primario al terciario con la industria por fuera y mientras se previene contra el riesgo de acabar siendo sólo la villa durmiente de los inviernos largos y las persianas azules que hoy, primera hora de la tarde de un día entre semana de febrero, se ven mayoritariamente bajadas en un bloque de pisos junto al edificio alargado que fue conservera y es Casa de Cultura. «Corremos peligro», apunta Fernández, «de quedarnos en un surtidor de terreno para edificaciones». Y no es la resignación residencial la única alternativa con futuro, dicen aquí, pero tal vez sí «la más fácil, o aquella a la que se puede acceder en mejores condiciones». Margarita Suárez, presidenta de la Asociación de Mujeres «La Romanela», aviva la búsqueda de alternativas obligándose a la confianza en la pesca y en la certeza de que, aquí sí, las embarcaciones parecen tener relevo, pero invocando a la vez la sensación de que el sector servicios está pidiendo un apuntalamiento. Hay un solo hotel, alerta Servando Fernández, y fuera de él casi nada más que un camping y las inevitables casas rurales en el entorno. La proximidad de Navia y Luarca se ha llevado casi todo el comercio, y en la plaza de la Leña, en pleno casco histórico de Puerto de Vega, ya es evidente que no hay nada detrás del cartel que anuncia la Librería Jovellanos ni se aprecia actividad al asomarse al escaparate de lo que fue la Perfumería Splash. «La gente viene al pueblo y no se puede llevar ni una postal», confirmará Margarita Suárez.
«No sobraría una oferta hotelera potente», la acompaña el cronista oficial de Navia, ni a su lado un instrumento que dé brillo a las razones para venir a quedarse aquí. El cronista oficial anota «estimular el turismo náutico» y «promocionar el puerto como deportivo», además de organizar mejor la extensa oferta cultural alrededor de este puerto que todavía conserva sus almenas y al que Gaspar Melchor de Jovellanos vino a morir un día de noviembre de 1811. Una resta rápida recuerda que el bicentenario del fallecimiento del ilustrado gijonés se cumple a finales de este año y que el calendario brinda por eso una oportunidad para hacer visible y lustroso el papel de Puerto de Vega en la biografía del político gijonés. «En Gijón hay una comisión que organiza eventos todos los meses y aquí no se ha hecho nada», se queja Servando Fernández, que ha puesto al corriente al Ayuntamiento de Navia y sabe que si no sale no será por falta de ideas. La Fundación Amigos de la Historia, que él preside, dedicó a la efeméride las «Jornadas de la historia» del año pasado, en su séptima edición, pero la relevancia del acontecimiento pone un tren que este puerto no debe dejar pasar este año. Rosi Unibaso, presidenta de la asociación cultural «Baluarte», propone rescatar la escenificación del desembarco de Jovellanos que se recreó aquí hace dos años por primera y única vez, y a Fernández le serviría también «una ruta jovellanista» institucionalizada. Un recorrido turístico que parta de las escaleras por las que el ilustrado, huido y enfermo, subió al puerto tras apearse del bergantín «Volante» hasta la casona blasonada en la que murió al cuidado de su amigo Antonio Trelles Osorio y que hoy se conserva bien señalizada en la calle Jovellanos con una placa laudatoria a cada lado de la puerta. De allí a la iglesia de Santa Marina de Vega, monumento histórico-artístico cuya silueta imponente vigila el puerto desde las alturas de su loma, el primer lugar donde descansó el polígrafo gijonés después de muerto.
La historia es explotable y por ahí asoma «uno de los grandes retos» de este pueblo que fue premiado por «ejemplar» en 1995 y que puede presumir del rastro abundante que le ha dejado el pasado en sus calles. «El turista de calidad», argumenta el cronista oficial de Navia, «cada vez se interesa más por conocer y disfrutar de la oferta cultural. Y la que hay aquí está poco promocionada». Ese edificio alargado que mira al parque Benigno Blanco y que fue en tiempos una conservera ilustra el cambio de orientación del pueblo repartiendo hoy su espacio entre la Casa de Cultura Príncipe Felipe y un museo bicéfalo nacido en 2001 de la iniciativa de Amigos de la Historia. Sirve para no olvidar, se divide en dos y contó cerca de 9.000 visitantes el año pasado. El Museo Etnográfico Juan Pérez Villamil, que recuerda en el nombre al hijo ilustre de Puerto de Vega que fue destacado político de la Ilustración, reúne piezas del campo y los oficios tradicionales; la otra muestra, la de la «Puerta del Parque Histórico de la Cuenca del Navia», es una de las tres instaladas en los accesos principales de esta comarca -las otras están en Tapia y Grandas de Salime- y enseña objetos e instrumentos que ilustran los modos de vida en la mar. Todo muy bonito si además, reclama Margarita Suárez, hubiese «una infraestructura» para dar cobertura a todo el potencial turístico del pueblo, «un guía», algo más que una oficina para repartir folletos y una estrategia para que todo esto se vea más desde fuera. Y desde dentro, porque hay quien echa falta cierta unión y cohesión incluso sin salir del sector hostelero y turístico. Destino gastronómico imprescindible en la marina occidental, Puerto de Vega cuenta al menos seis restaurantes, casi todos en el entorno de la avenida que baja al muelle, «y a la asociación turística del concejo sólo pertenezco yo», afirma Jorge Pérez. «A lo mejor la culpa también es nuestra», confirmará Rosi Unibaso, «por no saber atraer a la gente».
La pesca es joven y sobrevivió a su «desastre del 98»
Influye la estructura de la población envejecida lo mismo que la sensación de que «la industria del alrededor» aleja a mucha gente de aquí y los que se han quedado miran a los lados a veces sin encontrar rastro del «relevo generacional». Menos en la pesca. Manuel Fernández, patrón mayor de la cofradía de pescadores, calcula que el muelle mantiene hoy aproximadamente el mismo número de lanchas que hace una década y, lo que es más importante, estima que la edad media de los armadores demuestra que aquí todavía funciona la herencia y que la mar, a pequeña escala, sirve para anclar población joven en este puerto. «Puede que sea la tradición», aventura Fernández, que sin salir del puerto puede señalar las embarcaciones que se transmiten aún «de padres a hijos» y mantienen el sector y permiten al patrón mayor ir por el muelle señalando las edades de los armadores: «40, 42, 28, 30...».
Aquí al lado, en la lonja, a las cinco de esta tarde de invierno avanzado se subastan unos 250 kilos de percebe. Ya no son los cerca de mil de algún día especialmente bueno de la campaña navideña, apunta Fernández, pero todavía ilustran sin dificultad la pujanza de la rula que centraliza la venta del crustáceo en Asturias y que no baja de la tercera con más movimiento de percebe en España. «Gano para mí y no dependo de nadie», dice el patrón para vender su oficio inseguro y esforzado, esta profesión que vive con sus crisis y rema, aquí y ahora, contra las restricciones de los cupos de la merluza o la caballa, que «apenas dan para subsistir».
Y la mar, lo saben aquí, además de dar arrebata. Su capacidad devastadora está fresca en la memoria colectiva de Vega, que tuvo su propio «desastre del 98» en un temporal que arrasó la flota pesquera prácticamente al completo el 1 de enero de aquel año. La galerna acabó con todas las embarcaciones «menos la mía y la del anterior patrón mayor», rememora Manuel Fernández, e indujo una reforma del abrigo del puerto hasta su fisonomía actual, con el hormigón de la parte nueva añadido a la dársena tradicional, a continuación de las almenas del siglo XVIII, pero sin evitar del todo, al decir de algunos, el peligro de desastre por temporales.
La mar pone sus propias reglas y aquí la cofradía ha decidido utilizar todos los medios a su alcance para enfrentarse a las oscilaciones naturales de la riqueza que sale de la pesca. Ha restaurado el edificio de fachada blanca con ribetes azules que aloja, dice el rótulo, los almacenes de pescadores y ha acondicionado parte del interior para que sea un club social con cafetería y restaurante abiertos al público. La concesión saldrá pronto a subasta con algunas condiciones, entre ellas la exigencia de que en el local, estratégicamente situado frente al puerto pesquero, sirva pescado y marisco de la lonja de Puerto de Vega. Es su manera de fijar parte de los ingresos, enfrentarse a los gastos de sus cinco empleados sabiendo que para poder pagarlos «cuanto menos dependas de la pesca, mejor».
La «villa monumental» invisible
Puerto de Vega es «la villa monumental del concejo de Navia» en los folletos y las tarjetas de visita. Tal vez falta un guía profesional que la enseñe bien, pero de las almenas del puerto a tierra adentro, la localidad naviega esconde un patrimonio cultural que enseña evidencias a cada paso y se rebela contra su invisibilidad. El puerto todavía se protege con sus almenas del siglo XVIII, ejemplo casi único que el cronista oficial de Navia, Servando Fernández, sólo ha visto similar en el muelle de Fuenterrabía, y de ahí hacia arriba, tierra adentro desde la mar que da sentido y abrigo a la villa, el viajero guiado por el historiador va descubriendo la aduana más antigua de Asturias, fechada en torno a la misma época que la estructura defensiva del puerto, y dominando éste la capilla de La Atalaya (1613). Y en el casco antiguo la plaza bajomedieval de Cupido y cerca la casona de Trelles Osorio, casa mortuoria de Jovellanos, y arriba el Casino, con su sociedad cultural fundada en 1905 y alrededor algunas muestras de arquitectura indiana... El problema, dicen aquí, está en dar con la estrategia que permita explotar y hacer visible y accesible al visitante todo ese patrimonio que en muchas ocasiones se pasa por alto. En las imágenes superiores, de izquierda a derecha y de arriba abajo, se aprecian algunos ejemplos: la casa de Antonio Trelles Osorio, con las dos placas que señalizan el lugar de la muerte de Jovellanos; una mujer en la calle Escalerinas, el edificio del Casino y varias personas caminando entre los arcos de la calle de La Riva, bajo el mirador del mismo nombre.
El Mirador
_ Los accesos
A Puerto de Vega se llega «saltando» desde la N-634, justo al pasar el desvío por las inundaciones del pasado junio en El Bao. La carretera que conduce hasta aquí por Tox «no se tocó desde que Puerto de Vega fue "Pueblo ejemplar", en 1995», denuncia Jorge Pérez, y no está mejor la otra salida, la que va a dar a la nacional en Villapedre. «No hay una carretera rural en Asturias que esté como éstas», protestan. La demanda va de entrada a lo más inmediato, queda para después la otra gran carencia que se extiende a todo el Occidente, el retraso en los tres tramos sin terminar que frenan la Autovía del Cantábrico en esta comarca.
_ La desorientación
Los hosteleros han desarrollado aquí cierta costumbre de atender llamadas de clientes que han llegado a Navia, o «a veces hasta Ribadeo», y preguntan por dónde se va a Puerto de Vega. Hay indicadores muy poco aparentes en la N-634, lamentan los que quieren vivir del turismo con dificultades tan evidentes como ésta.
_ El comercio
Se ha debilitado en parte por la cercanía de la oferta de las villas más pobladas de la marina occidental y se echa en falta al menos una parte del que hubo en otro tiempo.
_ La náutica
En la atención a los nuevos turismos, Servando Fernández observa cierto potencial de futuro en la explotación del puerto para otra navegación que pueda dejar réditos en la villa.
_ El alojamiento
Un solo hotel, un camping y algunas casas rurales y apartamentos configuran una oferta de alojamiento que algunos valoran mejorable para esta localidad con aspiraciones de pasar al primer plano el sector servicios asociado al turismo.
_ Un club social
Un establecimiento hostelero abierto al público ocupará una parte del edificio de los almacenes de pescadores, restaurado recientemente con una inversión de 480.000 euros. La obra se remató a finales del año pasado y ahora queda que la Cofradía de Pescadores de Puerto de Vega adjudique la gestión del restaurante que se instalará dentro del inmueble.
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