Ilustrada belleza

La localidad naviega busca el equilibrio entre la preservación de su paisaje marinero y la iniciativa que incremente el desarrollo de sus capacidades turísticas y terciarias

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) / Puerto de Vega (Navia)

Puerto de Vega representa la mirada al mar de Navia, es la pola a la que la pequeña villa ha estado unida desde su fundación medieval. El Puerto representa la relación directa, de cara, con el fuerte mar del Norte. La opuesta a la amable y retiraba ribera del Navia y su ría. A pesar de no ser cabecera municipal, Puerto de Vega mantiene empaque, caserío, historia, y ofrece buen pasar y un abrigado refugio para quienes quieren retiro, tranquilidad, seguridad y belleza. Todo ello justifica un modesto crecimiento, suficiente y bastante, que acerca los residentes empadronados en la parroquia a los 2.000 habitantes y en la villa a los 1.400, en un concejo que no llega a los 10.000 y que da para dos villas y numerosos pueblos, con sus afanes e industrias.

Si algo destaca para el viajero que llega a Puerto de Vega es su belleza, su atmósfera de discreción, su tranquilidad, su blancura, asomada pero protegida del mar. Su ensenada lleva siglos acogiendo una población que mira a la mar y a sus recursos, que se ufana de la gran faena marinera, tanto tiempo sostenida y que hoy la pola complementa con la segunda residencia y el veraneo, pilares funcionales destacados sobre otras pequeñas actividades. Mucha historia y tradición pesquera, ligada, como en otras partes de la costa asturiana, al paso de las ballenas, a las cuales buscaban de vuelta encontrada las lanchas del Puerto en mares lejanos.

La pequeña y hermosa villa extiende su planta hacia el Este, por Santa Marina y Caborno, y se asoma, discretamente, a la rasa en Soirana, Vega de Cima, Villanueva y Vigo, intercalando poblamiento y aprovechamientos agrarios y ganaderos, componiendo un paisaje de rasgos suaves, amables, producto de la integración de la vida campesina con la marinera. Paisaje que esconde mucho trabajo y tesón y oculta la dureza de la vida gastada en obtener rendimientos suficientes dentro de un sistema agrario tradicional siempre presionado por el crecimiento de la población y con la emigración americana como válvula de salida. La modernización de sus ganaderías lecheras no ha despejado el panorama, cuyas incertidumbres también son compartidas por la actividad pesquera, que en el balance general que el Puerto presenta se compensa con la puesta en valor de la función residencial y de las actividades terciarias, incluido un moderado crecimiento del turismo que apenas ha alterado el casco tradicional de la villa.

Puerto de Vega es hoy una pequeña villa, de hermoso caserío agrupado junto al puerto, infraestructura de referencia que posibilitó, a través de los siglos, el crecimiento y sostenimiento de la villa. Puerto almenado, histórico, maltratado por la modernidad mal entendida, que aprovecha una pequeña entalladura como angosto refugio, presidido por el campo de la atalaya, imprescindible observatorio marino despejado por el duro viento del Oeste. La villa aquí se hace Puerto, que toma el nombre del río Veiga, que se engolfa en una pequeña dársena antes de salir por un angosto, sinuoso y escarpado canal a la rada de Las Tuervas. En fin, una obra de ingeniería natural que necesitó sucesivos proyectos técnicos desde 1927 para hacerse más acogedora y segura. Aun así, sobre el puerto se edificó un pequeño sistema local de industrias conserveras y de carpintería de ribera, que contribuyó a sostener la actividad pesquera durante los tres últimos siglos. Todo ello le da a Puerto de Vega para constituirse en referencia del sistema regional de pequeños puertos, que a buen seguro podría y debería aportar más a la actividad económica y al impulso de nuevas expectativas locales.

A la mar están unidas la tradición y las fiestas, las telayas de septiembre. Y el caserío. Que debe mucho, de nuevo, a la emigración americana, a los indianos y a su afán, allí y aquí, para dejar huella en la historia, en forma de mejora del bienestar de sus localidades de origen. Aquí la impronta es sonora, de aroma caribeño, Villa Mayagüez, Villa Borinquén.

La pola del marqués de Santa Cruz y del final melancólico de Gaspar Melchor de Jovellanos sigue su vida de forma discreta, sin hacerse notar pero manteniendo aquello que la hace atractiva a los locales y a los foráneos. Tiene mucho dentro el concejo de Navia y cada uno hace por lo suyo. Puerto de Vega, por la relación con la mar y sus cosas.

La actividad turística podría ser más importante de lo que ahora es, como especialización funcional acorde con la localidad. Pero hay que precisar, cualificar, el vasto término, ofreciéndolo a turistas amantes de la tranquilidad, de la observación del paisaje y de la belleza del entorno. Puede que aún queden los viajeros ilustrados; si los hay, aquí se encontrarán como en su casa. Así podrán disfrutar, por ejemplo, de la senda peatonal que comunica la villa con las playas próximas de Barayo y Frexulfe. Pero si nos situamos en una perspectiva comarcal, quién no pernoctaría en la villa después de un paseo en bicicleta, moto o coche por la fantástica carretera costera (N-632), hoy recién asfaltada, sin tráfico, magníficas vistas, contrastes continuos y un trazado retorcido que rompe la monotonía e invita a salir hacia cualquiera de las muchas calas y playas que interrumpen la rasa acantilada.

Decisión y asociacionismo

Aunque discreta y tranquila, la villa tiene iniciativa y un notable asociacionismo, quizá consecuencia de su carácter de aposento de ilustrados, lo que es fundamental para mantener el tono vital durante todo el año y para promover iniciativas de diversificación que complementen lo que ya existe. Y para evitar pérdidas patrimoniales o alteraciones sustanciales del aire de la villa, como las sufridas hace pocos años. Iniciativa local para el desarrollo y la vida, que indique a las instancias superiores lo que se puede hacer y lo que no, y cuáles son las aspiraciones de los que aquí residen. Desarrollo local, desarrollo de las capacidades del territorio.

Muchas posibilidades de futuro se abren para todo el concejo y para una localidad que ha sabido preservar su integración en el paisaje, su modo de estar en el país y sus atractivos para el mundo exterior, sin dejarse avasallar por las modas y las avideces.

Mantener lo que hay, ofrecer residencia a los que quieran aportar algo en este entorno delicado, vida para el Puerto y sus actividades, desarrollo del pequeño comercio de calidad y sensibilidad para apreciar y detectar las capacidades de la localidad son opciones que adquieren aquí especial relevancia, en un pequeño puerto atlántico que tiene valor de referencia, de mostrar el camino a otros que vienen detrás o que en algún momento lo equivocaron. Y sacar las tradiciones, la cultura, como forma de hacer frente a la necesidad y a la historia, y mostrarlas a los demás. Perder un poco de discreción sin perder, por ello, el alma.

El Puerto y su villa

Puerto de Vega forma parte de la red de pequeños puertos asturianos, que han vivido la crisis de la actividad pesquera y han ido olvidando otras actividades comerciales. A ello une la pequeña villa un mayor empaque que otros y un indudable atractivo, que se apoya en un importante patrimonio histórico, un emplazamiento sorprendente y un paisaje urbano sin demasiadas alteraciones. Mantiene un pequeño crecimiento de residentes, que va a necesitar, ante la debilidad demográfica, incrementar la actividad y hacer valer su atractivo para la función residencial sin perder su forma de integración en el amable paisaje de la rasa costera, frente al mar bravo, que le dio vida.

 

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