Al Sur siempre despeja

La villa ibiense se rebela contra su historia de orfandad y aislamiento, lamenta la falta de un «proyecto global» en los planes de desarrollo y busca el rumbo y la confianza en la certeza de que tiene muchos recursos sin explotar

Marcos Palicio / San Antolín de Ibias (Ibias)

Colgada en el escaparate, entre varias vajillas, un robot de cocina, botellas de licores artesanos, una regadera y pallozas y brujas para llevar de recuerdo, se vende una camiseta roja con una leyenda desafiante. «Piérdete». La sugerencia, serigrafiada encima del topónimo de San Antolín de Ibias, suena a provocación cuando se formula desde la avenida Aurelio Menéndez, el centro de esta villa que se duele precisamente de haber estado mucho tiempo perdida. Perdida es un concepto mental además de geográfico en este lugar parapetado entre montañas, históricamente difícil de encontrar en su esquina inferior izquierda del mapa de Asturias, pero oculto también, o sobre todo, por ignorado y abandonado a su suerte. El aislamiento ya no es lo que era en esta capital que se ha acercado a menos de dos horas del corazón del Principado, pero en San Antolín e Ibias es peor el peaje de la lejanía psicológica, el olvido eterno de las periferias arrinconadas, con recursos reales, pero «invisibles».

El vecino que siente que «no saben dónde estamos» recela de los que no son capaces de ubicar esto desde fuera, pero también de los que no valoran desde dentro las posibilidades de esta villa viva y tenaz a la que la geografía y la historia han acostumbrado al esfuerzo, a la resistencia y a saber que aunque llueva en el resto de Asturias en esta zona del Suroccidente siempre acaba por salir el sol. La capital ibiense se ve perdida por falta de ayuda para encontrar el rumbo, camuflada bajo el desinterés y la falta de atención de las administraciones, pero impregnada a la vez del espíritu de rebelión solitaria contra el destino que le reconoce una placa plantada en la plaza del Ayuntamiento. La inscripción, blanco sobre negro, bien visible entre el edificio consistorial y la iglesia, recuerda que Ibias mereció el premio «Príncipe de Asturias» al Pueblo Ejemplar en octubre de 1999 por haber tenido ya entonces «la sensibilidad y el acierto de vencer una inercia de aislamiento geográfico y social y de crear una dinámica de comunicación y apertura al progreso sin perder por ello sus tradiciones y formas de vida y convivencia».

Físicamente escondida entre montañas, la capital ibiense se revuelve replegada hacia una loma para coger perspectiva, mirando a prudente distancia el soto del río cristalino que lleva el nombre de su concejo y, al otear, echando de menos un rumbo fijo, un objetivo, «un proyecto global», «un plan integral de desarrollo rural» que reinvierta el sentido de este territorio «abandonado en los últimos treinta años». Visitación Blanco, ibiense de ida y vuelta, maestra orgullosa de haber criado a sus tres hijas en este entorno rural distinto donde «el pueblo educa» y los niños salen de casa sin las llaves, dirige el centro educativo Aurelio Menéndez, cuarenta trabajadores, 28 profesores y 71 alumnos para ser casi la mayor empresa de la villa y en más de un sentido el corazón de su vida social y cultural. Ella encuentra varias maneras de decir lo mismo, que la historia minera dejó aquí fondos para «actuaciones parciales, puntuales, esporádicas, pero no un plan que lo configurara todo ni un objetivo único», y que por eso este lugar todavía busca su sitio y tiene mucha obra pendiente para oponerse al retroceso de la población que se propaga como el «cáncer del Suroccidente». Sebastián Marín, secretario del club de tiro El Sillón de Ibias, ha vivido antes en Illano y Pesoz, así que sabe de lo que habla. San Antolín tenía 359 habitantes en 2000 y 338 en 2010, aunque gracias al poder de atracción de sus servicios de pequeña villa semiurbana el contador del despoblamiento descuenta gente con más lentitud aquí que en el resto de su concejo. Ibias inauguró el siglo con bastantes más de 2.000 moradores y ha cerrado la primera década con alguno menos de 1.700, la cota más menguada de su historia. El problema demográfico salta a la vista además en la «pirámide invertida» de la población envejecida, añade Blanco. El índice de envejecimiento del concejo ya duplicaba en 2007 el global de Asturias y también por eso este momento tiene pinta aquí de «etapa de incertidumbre», de encrucijada donde «intentar saber hacia dónde nos dirigimos». Renquea la economía agraria tradicional que aquí tuvo en su día la ayuda de las minas para remolcar el pasado de la villa y ahora la primera gran tarea pendiente pide buscar la fórmula para «fijar población joven que dé ambiente al municipio». La pregunta por el cómo es «la del millón».

Julio de Cangas es el único de su familia que no ha nacido en Ibias y el único que pretende regresar, recorrer a contracorriente los caminos demasiado transitados del éxodo rural. Ha vuelto desde Oviedo para abrir en Cecos, a apenas tres kilómetros de la villa capital, un hotel rural con restaurante, con un centro de interpretación de la naturaleza y las minas romanas de oro del concejo y los cinco puestos de trabajo que anuncia la oferta de empleo pegada en la cristalera del Ayuntamiento. «Los amigos me dicen que estoy loco». La frase reincide sobre el obstáculo más difícil de franquear desde siempre en San Antolín, las distintas formulaciones de esa distancia mental que ahora no casa con la física ni repara, apunta De Cangas, en que sus amigos «tardan menos de dos horas sin correr, lo mismo que pueden emplear en ir un domingo a comer a Panes o a Arenas de Cabrales, por ejemplo. O a Santander, a Ribadeo, a Taramundi, algo menos que a los Oscos...». La apuesta por el turismo rural es su forma, una de tantas, de enseñar a saber que existe Ibias, de rebajar la barrera mental que impone el Pozo de las Mujeres Muertas y de hacer lo que pedía el eslogan en la camiseta del escaparate, invitar a perderse aquí para intentar que esta villa y su concejo encuentren el camino hacia su futuro. Julio de Cangas habla de iniciativas imitables, singulares, que «hacen que te conozcan», como los «parques de bicicletas» de Lérida, con sus «pistas marcadas por colores según su dificultad, igual que en las estaciones de esquí», o el «parque de la aventura» de Palencia, que organiza diversos recorridos en contacto íntimo con la naturaleza...

En Ibias, el Aula de la Naturaleza es un edificio nuevo junto a una palloza tradicional recuperada al otro lado del río y aquí Mayi Colubi pone de su parte: delante de un gran mapa de la comarca suroccidental hace ver a las visitas de hoy, Beatriz Marijuán y Tina Barrero, asturiana y burgalesa, que Muniellos está aquí y es «el bosque más grande de Europa con poblamiento». Ahora hay esas dos visitantes, el mes de mayo se cerró con 147 y junio frisaba los doscientos antes de terminar. El turismo es una de las alternativas por explotar, una invitación a perderse para encontrarse que debería funcionar, sigue el empresario, en este trozo del territorio de la vida tranquila con muchas posibilidades precisamente por su ubicación dentro del paraíso natural más desconocido y menos explotado de Asturias. Surge de ahí una posibilidad de hacer de la necesidad virtud, de sacarle provecho al aislamiento histórico aunque para conseguirlo se plantee el laborioso trabajo previo de hacer saber, otra vez, que esto existe y que «aquí tienes la mitad de la reserva de Muniellos, el parque natural y osos, urogallos, venados, rebecos...». Alguien se queja de que el nombre oficial del parque natural lleva Ibias en tercer lugar, detrás de «las Fuentes del Narcea y Degaña», y de que su logotipo incluso ignora esto y no dice más que «Fuentes del Narcea».

Por ahí va cuesta arriba la ruta para reubicarse en el mapa turístico del Principado. Así resucita la incómoda sensación conocida de que todo es más difícil en Ibias, pero el retraso en la carrera por captar la atención del turista rural y la evidencia geográfica del aislamiento -«no estamos de paso hacia ninguna parte»-, no debe hacer perder de vista lo mucho que cabe en el escaparate. «Queremos aprovechar la caza, utilizar nuestro río muy truchero que ya no está hecho una cloaca por los vertidos de las minas, abrir una ruta del alto del Connio a Valdebueyes -uno de los dos únicos pueblos dentro de Muniellos-, otra por los vestigios de antiguas minas de oro romanas, explotar nuestra parte del embalse de Salime, el aula de la escuela rural en el colegio...». El nuevo alcalde de Ibias, José Ron, de Foro Asturias, acaba de acomodarse en el despacho con la certeza de que «Aceralia no se va a instalar aquí, ni falta que hace, así que debemos explotar lo que tenemos, lo que nos da la naturaleza y, sobre todo, lo que no tiene el resto de Asturias: el sol».

Aquí también es un valor este sol que al mediodía cae a plomo y vacía la avenida Aurelio Menéndez, la de los bares y los servicios, la que traspasa en llano la villa empinada transformando en travesía urbana la carretera AS-210 y va camino por un lado de Lugo y por el otro de León por Degaña. Aquí el sol forma parte de la evidencia comercializable porque hoy hay nubes al otro lado del Pozo de las Mujeres Muertas y hasta quiere orbayar en Cangas del Narcea. «El Sol» se llama un barrio de San Antolín y «El sol de Asturias» es el eslogan turístico del único concejo asturiano que tiene frontera a la vez con el clima seco de Lugo y León. Carla y Jairo López asienten mientras inauguran la temporada de baños en la piscina de la capital ibiense, con un manguito en cada brazo y vigilados por su padre, José Ramón. Es su primer día en la pileta, que está junto al cauce limpio del río Ibias, integrada en el entorno con los setos que la cierran y recibiendo de lleno, en el fondo del valle que ocupa San Antolín, todos los rayos de sol del concejo que presume de ser el asturiano que acumula al año más horas de cielos despejados.

Las carreteras llegaron con retraso y la mina era un caramelo envenenado

Vicente García ha dejado el coche de su empresa de trabajos forestales con la puerta sin cerrar, la ventanilla bajada y las llaves puestas. Aquí, justifica, todavía se puede. Por eso va a responder que sí a la pregunta por la rentabilidad de la vida y de la empresa en este lugar que a él le obliga a frecuentes viajes a Oviedo, a otros muchos a sortear otras dificultades diferentes. Vivir aquí es equilibrar la balanza y comprobar que pesa más la confianza de las llaves en el contacto y la libertad de los niños jugando en la plaza sin riesgos que la carencia tecnológica que ralentiza las telecomunicaciones, una escuela de 0 a 3 años que no existe o el desplazamiento forzado a Cangas del Narcea para cubrir, todavía, algunas necesidades muy básicas. Isabel Álvarez tiene un mesón con alojamiento en el barrio del Sol y recuerda con disgusto un curso de carnicería en Oviedo del que llegaba de regreso «a las tres de la mañana» lamentando que nadie se haya acordado de «acercarnos la formación», pensando con amargura que ella pagaba los mismos impuestos que los que tenían el aula al lado de casa. Levantar esto cuesta más por la situación, la distancia y el retraso, por eso hace falta ayuda, viene a decir. «Tenemos una singularidad», se queja, «que pocas veces ha sido contemplada en la normativa. ¿Cómo va a pagar un autónomo lo mismo por un negocio en la calle Uría que en la avenida Aurelio Menéndez? Necesitamos un tratamiento específico si queremos asentar población».

Y aun así, incluso sin esa «discriminación positiva» que reclama a coro todo el medio rural asturiano y por encima de la clásica sensación de orfandad de la tierra olvidada, los hay que quieren seguir aquí, explorando caminos. Abriéndolos al andar y demostrando que existen. El negocio de Vicente García, que se llama como él y abarca casi todo lo que va de la explotación forestal a la obra civil, da trabajo a unos cuarenta empleados y exprime uno de los sectores abiertos a la experimentación en San Antolín de Ibias. La potencialidad maderera del municipio se calcula, según las cifras del Alcalde, en «13.000 hectáreas de repoblación forestal en montes vecinales de mano común y 2.000 de montes participados». José Ron columbra para el largo plazo la posibilidad de una planta de biomasa en el polígono industrial que el Ayuntamiento proyecta a la entrada de la villa desde Cangas del Narcea y en la voz colectiva de la población se ve el bosque ibiense, confirma Visitación Blanco, como uno de los soportes de un futuro que también atisba posibilidades de desarrollo hacia «el turismo, el sector forestal y el educativo», sin olvidar las nuevas formas de la agricultura y la ganadería o del viñedo que saca de aquí algunas de las uvas que se transforman en vino en Cangas y Degaña. Hay al menos, sin embargo, una barrera mental y una física, persiste la vieja mentalidad minera y aún quedan rastros de aislamiento. «La gente se acomodó con las minas» y se desorientó cuando se extinguió el recurso, señala Vicente García. «La mina fue muy buena, pero trajo un problema muy gordo», le acompaña José Barrero, transportista, ganadero y propietario de un bar, recordando la época expansiva del trabajo bien remunerado en la única gran industria que tuvo Ibias. Sin ella, la búsqueda de alternativas abre el abanico hacia las que da «el mejor clima de Asturias» y la «ubicación privilegiada, a un paso de Muniellos, Los Ancares, los Oscos...». No sería la primera vez, dice Julio de Cangas, de vuelta a los ejemplos próximos: «Conocí Las Batuecas cuando no entraba ni la peste y están forrados gracias a la cabra hispánica, en Las Hurdes no dan abasto con el turismo rural...». Todo es cuestión de saber encontrar el camino, sobre todo ahora que los de asfalto son mejores y más cómodos.

El Pozo de las Mujeres Muertas, barrera natural y paso obligado al venir desde Cangas del Narcea, todavía trae del pasado un regusto a pared infranqueable que hoy cada vez se confirma menos sobre el terreno, pero que sigue ahí, en algún lugar de la memoria. La distancia mental influye más que la física, tal vez por eso que dice Visitación Blanco de que las máquinas que arreglaron las carreteras llegaron tarde a San Antolín y a Ibias. «No puede ser que la principal vía de comunicación con Oviedo haya llegado en 2001», lamenta. «Pasamos todo el siglo XX con una carretera del XIX y todo el final del siglo pasado prácticamente incomunicados con la zona industrial, minera, del concejo».

Ahora ya no. Ahora las comunicaciones también echan una mano a la campaña de imagen que San Antolín necesita para volver al mapa. «Cambiar esta tendencia», persiste Blanco, «es una labor de todos y cada uno de nosotros, trabajando en conjunto y con el apoyo de una gran comarca suroccidental, no la que hay ahora, porque nosotros solos no podemos tirar del carro». Todos a una, desde dentro, sin esperar el auxilio externo que hasta ahora ha llegado poco, aunque pida incluso la leyenda del escudo del concejo: «Ibias, Dios me ayude».

Energía natural para «la novia bonita» de las bodegas de Cangas

San Antolín funciona con energía natural. Lo que hay es lo que se ve de paso por delante de la finca con viñedo y bodega de Carlos Barrero en las vegas del río Ibias, en la orilla opuesta a la que ocupa el núcleo de la villa. La uva crece en casi todas las explotaciones igual que aquí, en «superficies pequeñas» orientadas al consumo interno que tal vez aún no hacen recurso pero sí dan para un vino de calidad en el que quizá duerme uno de los cabos de los que tal vez puede tirar el futuro. «El buen vino de Cangas se hace con uva de Ibias», afirma el alcalde, José Ron, señalando uno de esos ejemplos de lo que aquí la naturaleza proporciona casi gratis a la espera de unas manos que se arriesguen a trabajar para cobrar el rendimiento. «Las condiciones son excepcionales», asiente Visitación Blanco, «por la climatología y el tipo de suelo, de pizarra, que absorbe el calor de día y lo desprende durante la noche. La uva de Ibias es la novia bonita para las bodegas de Cangas por su sabor, mucho menos ácido, y por su capacidad para producir un vino con más graduación y más rico al paladar».

«No será el motor del futuro», apunta José Barrero, «pero puede servir como actividad complementaria»,  una de esas «muchas pequeñas cosas» que sumando pueden construir una grande si se cumple la expectativa del regidor ibiense. El clima distinto, le siguen algunos de sus vecinos, también hace que crezcan «cerezas y fresas, hortalizas y melones», apunta Blanco. Aquí también se pudren las castañas en el suelo, el monte está poco explotado y a Julio de Cangas le parece que «hay muy poca gente de Ibias que tire por lo suyo». Hay más. En la ganadería, la costumbre del aislamiento conserva las tradiciones y aquí las vacas ya eran ecológicas, confirma Barrero, antes de que se inventara al término: «Los xatos maman hasta que se venden. Es la mejor carne que se puede comercializar, pero se vende igual que la que ceban en Pola de Siero o en Oviedo».

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ El polígono

Contra la huida de brazos jóvenes y de mentes capaces que afea el futuro de su villa y su concejo, el alcalde de Ibias sabe que va a necesitar empleo y servicios. Entre otros los que puede proporcionar un proyecto de polígono industrial para que se establezcan algunas pequeñas empresas y «dejemos de depender de fuera para todo lo básico: el electricista, el fontanero». José Ron plantea reubicar el área empresarial con respecto a los planes iniciales, que planteaban problemas de incompatibilidad arqueológica con una explotación romana, y hacerlo en el acceso de San Antolín entrando desde Cangas del Narcea.

_ La enotecnia

El vino bueno de Cangas se hace en parte con la uva de Ibias, apuntan aquí. Por eso aprovechar ese potencial equivale también a reorientar la formación que se imparte en San Antolín, especializándola en aquello que puede dar el entorno y haciendo caso a la petición del centro educativo, que lleva años reclamando un módulo de enotecnia.

_ El oro romano

San Antolín asienta su caserío encima de lo que fue una antigua mina de oro romana y en el entorno hay muchas otras. El Ayuntamiento se ha puesto en contacto con la Universidad para tratar de valorar el tesoro y tratar de convertir en foco de rentabilidad turística «lo que nos ha dado el aislamiento», su cara agradable, «la suerte de que la civilización no haya corrido aquí tanto como en otras partes», apunta Ron.

_ Las comunicaciones

Puede que la mejora esencial de los accesos a San Antolín desde el centro de Asturias por el Pozo de las Mujeres Muertas haya llegado tarde, afirma Visitación Blanco, directora del centro educativo ibiense, pero además «todavía faltan dos enlaces básicos, hacia Los Ancares y Fonsagrada», apunta. Las comarcas lucenses «están bien comunicadas con todos los concejos limítrofes, excepto con Ibias, que ni siquiera aparece en los letreros».

_ El aula rural

La educación es un valor en este lugar donde el primer cruce nada más entrar desde Cangas del Narcea dirige a la izquierda hacia el centro educativo Aurelio Menéndez. Además de su labor pedagógica y aglutinadora de la vida social del municipio, el colegio, que lleva el nombre del excelso jurista de origen ibiense, ex ministro de Educación y premio «Príncipe de Asturias» de Ciencias Sociales, puede integrarse en su oferta cultural de dimensión turística. Tiene un Aula de la Escuela Rural «preciosa» que «no se está explotando», dice el Alcalde, y cuya apertura se espera para este verano.

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