Ibias, «el viaje milenario de mi carne»
El jurista Aurelio Menéndez, primer marqués de Ibias, acude a los versos de Ángel González para definir su apego a la tierra de sus padres y a la «paz y el silencio» de San Antolín
Cuando llamaron de la Casa Real, Aurelio Menéndez (Gijón, 1927) respondió sin dudar a las dos preguntas escuetas. Querían saber si aceptaba el título de marqués y, en caso afirmativo, el nombre que quería agregarle. No recuerda haber titubeado, dijo que sí a la primera y «de Ibias» a la segunda. El jurista y ex ministro de Educación, gijonés de nacimiento e hijo orgulloso de ibienses, acababa de cimentar en dos palabras el afecto que da y le devuelve esta tierra que también es la suya. En San Antolín se ve a simple vista, casi todo lo que lleva nombre se llama como él: la avenida que traspasa la villa de norte a sur y el centro educativo donde antes de entrar, frente a la puerta principal, recibe un busto en bronce de «don Aurelio» sobre una alta peana de piedra cuya leyenda da testimonio «del afecto y gratitud de la comunidad educativa y vecinal de Ibias» y pone al catedrático «como ejemplo a seguir para futuras generaciones».
Queda claro que es mutuo el reconocimiento de estima, el aprecio se hace evidente incluso antes de que Menéndez llegue de visita a San Antolín de Ibias. Ha vuelto una vez más, siempre ocurre al menos cada final de curso, y en la plaza del Ayuntamiento, al atardecer veraniego en el pórtico de la iglesia de Santa María, después de saludar a dos manos toma prestados los versos de Ángel González para poder definir mejor su ligazón con esta tierra en la que tiene, dice, «... el viaje milenario de mi carne / trepando por los siglos y los huesos».
El primer marqués de Ibias lo es de aquí desde el pasado febrero porque el Rey, «generosamente», «me permitió asociar mi nombre a una tierra a la que tanto quiero», confirma. «No sé si en todo esto hay una cierta dosis de vanidad personal, pero no me parece mal sentir esa vanidad cuando hablo de esta tierra». Confirma que es la suya por herencia del lugar de nacimiento de sus progenitores. «Mi padre, Domingo, nació en Sisterna, y mi madre, Primitiva, en Tablado -que entonces era Ibias y hoy pertenece al municipio de Degaña-, dos pueblecitos del precioso "valle de los Cunqueiros"». El homenaje del marquesado es a Ibias en primer lugar por gratitud a ellos, viene a decir, porque «fue mucho el sacrificio y el esfuerzo que tuvieron que realizar para que mis hermanos y yo pudiéramos situarnos en la clase media y seguir los estudios universitarios», para ser en realidad «el primer miembro de mi familia que pisó la Universidad».
Desde aquí nunca fue fácil. El comercio de legumbres «exilió» ya entonces a la familia en Gijón, «donde mi padre tuvo una tienda de garbanzos y un almacén en El Natahoyo», y donde nació Aurelio Menéndez, que fue bachiller en el Instituto Jovellanos, se licenció en Derecho en la Universidad de Oviedo y es catedrático de Mercantil desde el año 1957. El primero de los Menéndez Menéndez que pisó la Universidad lo hizo con tanto agrado que enseñó Derecho sucesivamente en las de Santiago, Salamanca, Oviedo y Autónoma de Madrid. Fue ministro de Educación y Ciencia en la transición y preceptor del Príncipe de Asturias, magistrado del Tribunal Constitucional, miembro del Consejo de Estado, fundador del despacho de abogados Uría y Menéndez y, entre una larga lista de reconocimientos, premio «Príncipe de Asturias» de Ciencias Sociales en 1994.
Por detrás de toda esa extensa y fecunda trayectoria, mirando bien, es posible entrever la influencia de valores aprendidos aquí, inculcados y heredados por los padres ibienses en esta tierra que al decir de Aurelio Menéndez «se siente, con razón, muy asturiana», pero que tiene al mismo tiempo «unos valores para el entendimiento que no dejan de estar influidos por su proximidad a Lugo y a León. Diría que sus gentes son sencillas, de buen trato y con la influencia de los pueblecitos o aldeas de los alrededores en San Antolín, la capital del concejo. Siempre he intentado que esos valores para la convivencia, tan llenos de buen hacer y de sentido común, que ya percibí en mis padres, pudiera heredarlos en la mayor medida posible».
Ibiense en ejercicio, de frecuentes viajes con toda su familia al colegio que lleva su nombre, Aurelio Menéndez pasea por este pueblo y vuelve a descubrir que «me parece que no ha cambiado mucho», que hoy «sigue siendo el San Antolín de siempre, un lugar de feliz encuentro». El paso del tiempo apenas se ha cebado con casi nada de este concejo históricamente aislado, y eso se nota. La memoria del profesor devuelve «la imagen de un pueblo tranquilo, con cierta belleza y muy grato para la convivencia, donde los turistas y no turistas encontrarán paz y silencio, y un paisaje urbano sencillo y alejado de la velocidad y la complicación de nuestras ciudades, más próximas al cansancio urbano».
He ahí, precisamente, la fortaleza de su salvavidas, apunta Menéndez, el flotador al que agarrarse ahora que el futuro de esta tierra, también desde su punto de vista, se ve «con alguna preocupación». Al jurista, hijo de ibienses emigrantes de hace muchas décadas, cuando esto no era ni de lejos lo que es ahora, no se le escapa el declive demográfico que duele en éste «como en tantos otros concejos alejados de los centros de poder y de pequeño desarrollo económico, pero yo confío», enlaza, «en sus valores positivos de grata convivencia y desarrollo agrario para reducir o hacer desaparecer la evasión. Entiendo también que una parte de la población, una vez vivida la experiencia urbana de los grandes municipios, acabe añorando los valores para la convivencia de estos pueblos más reducidos que siguen ofreciendo un modo de vivir más grato y saludable».
Y la educación, lo característico de este sitio, diferente, donde un sesenta por ciento de los alumnos del colegio, calcula su directora, Visitación Blanco, convive con sus abuelos. El centro educativo es en más de un sentido el eje de la vida cultural de una villa y lleva, «porque así lo quisieron los ibienses», el nombre de Aurelio Menéndez, «aunque yo habría preferido el de mi padre, Domingo», apunta el jurista. De todos modos, eso sí, «siento una gran satisfacción, porque siempre he sido un devoto de la educación y, más concretamente, de la enseñanza, y el Colegio de Ibias ha cuajado en un gran centro docente, uno que en alguna medida podría servir de modelo para la necesaria reforma de la educación en nuestro país».
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