Un hueco entre el Nalón y La Peña
Bien asentada sobre la red de comunicaciones, la localidad candamina expone su potencialidad para la función residencial y su capacidad para atraer actividad
San Román se recuesta al sol, protegido de las nortadas por La Peña y a salvo de la amenaza del Nalón. Sigue en su emplazamiento tradicional, que deja libre la vega para su aprovechamiento agrícola, anegada, periódicamente, por las aguas altas del río crecido que así la fertilizan con los limos que arrastran. Ha sido siempre éste un acontecimiento catastrófico que una generación más tarde o más temprano podría llevarse el patrimonio edificado de la comunidad, así que ésta se protegía del riesgo previsible poblando los ribeyos, los ribazos, elevados sobre el lecho de inundación. Desde ellos recibía el sol, apreciado especialmente en el invierno, se protegía de las aguas y, si estaba suficientemente alto, de las frías nieblas de convección que se pegan al río, a la vez que vigilaba la riqueza de las vegas esmeradamente cultivadas.
Mundo rural tradicional complejo, de geografía delicadamente precisa, donde sus distintos elementos componentes eran finamente ajustados por la comunidad, intentando conseguir el equilibrio de la vida y la estabilidad productiva a costa de un derroche de energía personal. El padre Nalón y la madre Vega. De su unión salían maizales y huertas, praderías y frutales, bosques de ribera y pesquerías. Y todos presididos por la pola de San Román, localidad de caserío extendido y patrimonio notable, en el que destacan los palacios de la antigua nobleza agraria, hoy reconvertidos, en parte, en equipamientos culturales y turísticos, las casonas y edificaciones de indianos y las edificaciones rurales tradicionales. Como se ve, la historia ha ido dejando, igual que en otras villas mayores y menores, su impronta, que pasa sucesivamente por el declive de lo rural ante el ciclo industrial, por la huella de la emigración, la orientación ganadera y forestal del territorio y la pulsión urbana.
Los palacios simbolizan lo viejo, la decadencia y abandono de lo rural por parte de las familias de la nobleza local. En el caso de las más rancias por consunción, por agotamiento vital, dejan su puesto dirigente a la burguesía industrial; otras sitúan a sus miembros en el desempeño de altas funciones del Estado y algunas logran vincularse a las nuevas actividades. En cualquier caso, todas manifiestan su querencia urbana. El sistema rural tradicional, basado en la explotación de la tierra, necesitaba de la superposición de dos derechos sobre ésta, el de los poderosos y el de las comunidades campesinas. Prácticamente es a comienzos del siglo XX cuando se cede el protagonismo a la crecida población campesina que sobrepresionando a los recursos disponibles se ve obligada, en el ciclo de crecimiento demográfico de la época, a buscar horizontes más abiertos al otro lado del océano.
La estación del ferrocarril simbolizó lo nuevo, el ciclo industrial que utilizó las riberas del Nalón como corredor de transporte, ya que no pudo ser canal. Hoy, la reutilización del patrimonio, la función residencial y la mejora de la calidad de vida y de los servicios a la población señalan el futuro, junto a la capacidad de atraer actividad. Y población que dé vida a un entorno privilegiado y de escala humana. La modernidad llegó a San Román de la mano del ferrocarril carbonero y de la carretera, tendidos sobre la vega, ejes que atrajeron el crecimiento, dándole a la mínima pola la fisonomía actual y una favorable posición, al contar con estación, cuyo edificio es un bello ejemplo del patrimonio ferroviario asturiano.
San Román es el núcleo más poblado del concejo de Candamo, a pesar de su pequeño tamaño, ya que no alcanza los 300 habitantes. En Candamo no ha cuajado una villa urbana, reparte su población en varias decenas de localidades de pequeño tamaño, todas ellas en declive de residentes desde hace más de medio siglo. La favorable localización de San Román, la disponibilidad de medios de transporte y un mejor aprovechamiento de sus recursos, junto a la belleza de su emplazamiento, le han dado esta condición de núcleo más poblado. Y a pesar de la pérdida de población y de la amenaza real de despoblamiento que se cierne sobre numerosos pueblos de Asturias, no parece que ese vaya a ser el camino de San Román y otros como él, bien asentados en la red de comunicaciones y con recursos aún para darle la vuelta a esta situación.
Destaca, además de la belleza de la localidad, la riqueza de su patrimonio y su utilización creciente para nuevos usos y proyectos. La cueva de La Peña simboliza esa riqueza, también manifestada en palacios, casonas y en la huella indiana, que ha sido entreverada en las estrategias de desarrollo rural puestas en marcha en las dos últimas décadas en el seno del proyecto comarcal del Camín Real de La Mesa.
La huella indiana vuelve a ser aquí fundamental, como ocurre en tantas otras polas asturianas. Algunos de los que se fueron a hacer las Américas regresaron a casa cargados de dinero, con el que construyeron en sus añorados pueblos bellas casas y financiaron, como es el caso, escuelas, cementerio, iglesia y lavadero, entre otros equipamientos públicos, en una época donde el Estado aún no era social ni protector. Amplificaron así la obra comunitaria, la estaferia, a un nivel desconocido y la complementaron más allá de lo imprescindible para sobrevivir, trayendo un germen de bienestar social. Otra parte de su capital emprendió nuevas empresas, muchas de ellas orientadas a la exportación, quizá por la vista entrenada a ojear horizontes más amplios, siendo este impulso indiano la base de muchos de los sistemas locales de empresas esparcidos por las villas que quedaron fuera del distrito industrial central.
Si éstas son realidades físicas, el impacto del retorno indiano también se ha trasladado a las ideas. En ellas basaron sus obras, que ejecutaron con la libertad de iniciativa y la falta de compromiso con el rancio establecimiento anclado desde siglos en su pequeño país natal. La simplicidad de sus orígenes campesinos, la dureza de la lucha por la vida en el país de acogida, el aprendizaje resultante, el éxito y la independencia con respecto al complejo y vano cañamazo de intereses locales hicieron de ellos versos sueltos en el aburrido, retórico y pesado teatro regional. En el caso de San Román se puede decir justamente que dieron nuevos humos, pues nada menos que el fabricante de los H.Upmann, excelentes puros cubanos, era un Menéndez de los de Candamo. Ese mismo aire comprometido con el trabajo y la excelencia, en este caso social, es el que está en el origen de otra de las creaciones candaminas, la casi centenaria Sociedad de Fomento de San Román, que aúna independencia, criterio y compromiso comunitario para dar resultados excelentes. En cualquier caso, hay que revisar a fondo el estudio de la emigración asturiana y sus consecuencias para poder entender el poblamiento asturiano actual.
La oposición entre ruralidad y urbanidad se va disolviendo en el borde metropolitano representado en Candamo por el valle del Nalón. Aquí se tiene acceso fácil a todas las supuestas o reales ventajas de lo urbano y se pueden poner sobre la mesa otras formas de vivir que eviten sus desventajas. En eso está el mundo rural próximo a la ciudad. Y juega con la ventaja de que la búsqueda de lo urbano está cada vez más lejos de los centros que lo simbolizan. Aquí, San Román puede presentar con éxito sus credenciales: paisaje, belleza patrimonial, integración paisajística, oportunidades, vida tranquila y bien comunicada.
Argumentos para crecer
San Román luce protegido por las revueltas del Nalón, entre Grado y Pravia. Localidad abierta, protegida por los relieves prelitorales, acostada en La Peña, con un importante patrimonio y unas actividades tradicionales a valorar como es debido. Cuenta con argumentos para prosperar, mantener su vitalidad y encarar un futuro más halagüeño que el que le proporcionó el ciclo industrial y la emigración. La producción de calidad, una mejor comercialización, la residencia de tranquilidad, los equipamientos turísticos son algunas de las claves de futuro. Y, sobre todo, una comunidad con conciencia de serlo y capacidad de sentirlo excelentemente.
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